Vaya por delante que en algunas interpretaciones del autor acerca del devenir histórico del carlismo no estoy en absoluto de acuerdo.Pero como ejemplo de investigación este artículo me parece muy bueno.Me interesa sobre todo cómo desmonta esa falsa cita, que tantas veces ha sido empleada como argumento de autoridad para justificar toda clase de derivas y visiones.El autor es Miguel Izu y podéis encontrar el original en su página personal.
MARX Y EL CARLISMO: EN TORNO
A UNA OPINIÓN APÓCRIFA.
1. Citando a Marx.
Algunos autores, que luego nombraré, vienen citando una opinión de Karl Marx sobre el carlismo incluida entre los artículos que, sobre España, publicó en el New York Daily Tribune. El texto que se cita es el siguiente:
El carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales.
Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la revolución francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los fueros y las cartas legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.
No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la historia. Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder.
En Francia lo fueron los bretones y en España de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos.
El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados, que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían –embrollando- de Alemania.
Jaime del Burgo Torres transcribe estos párrafos en Bibliografía de las guerras carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX, Diputación Foral de Navarra-Editorial Gómez, Pamplona, 1954-1966, páginas 354-355 del tomo V, en la entrada Marx, Karl. Según afirma, la cita proviene de la revista Tradición de Barcelona, mayo-junio de 1961, nº 19, página 36, que transcribe parte de un artículo publicado en la Nueva Gaceta Renana en 1849 y en el New York Daily Tribune en 1854.
María Teresa de Borbón Parma recoge la misma cita –suprime la frase "Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder"- en La clarificación ideológica del Partido Carlista, Editorial EASA, Madrid, 1979, páginas 37-38, y dice proceder del libro de Marx La Revolución Española de 1849, traducido por Andrés Nin. En el apartado de fuentes incluye los siguientes datos: La Revolución Española, Karl Marx (traducido por Andrés Nin). Editorial Iberoamericana de Publicaciones, Madrid, 1929.
Josep Carles Clemente también reproduce los mismos párrafos –con la misma omisión que Mª Teresa de Borbón- en Los orígenes del carlismo, Editorial EASA, Madrid, 1979, página 51. La referencia que ofrece es: K. Marx y F. Engels, La Revolución española, 1808-1843. Traducción de Andrés Nin. Editorial Cenit. Madrid, 1929. Complementa la cita afirmando que constituye un testimonio de la vocación "socialista" dibujada en el horizonte revolucionario del Partido Carlista; del contenido popular del carlismo frente al "capitalismo dictatorial y opresivo" del "liberalismo burgués explotador y egoístamente individualista". Aunque sin reproducir el párrafo, Josep Carles Clemente incluye la misma edición de 1929 como bibliografía en varias de sus obras posteriores: El Carlismo. Historia de una disidencia social (1833-1976), Ariel, Madrid, 1990; El Carlismo en la España de Franco (Bases documentales 1936-1977), Editorial Fundamentos, Madrid, 1994; Raros, heterodoxos, disidentes y viñetas del carlismo, Editorial Fundamentos, Madrid, 1995.
A diferencia de los demás autores, que citan a Marx en obras referidas al carlismo, Mikel Sorauren lo hace en Historia de Navarra, el Estado Vasco, Pamiela, Pamplona, 1998, página 270, una obra escrita desde la óptica nacionalista vasca. Del Burgo es su fuente. Sorauren deduce que, cuando Marx se refiere a las bases sociales espontáneas del primer carlismo, y no al carlismo oficial, se está refiriendo primordialmente al carlismo vasco. Se trata de un carlismo foralista que ve la patria grande como resultado de la unión de las patrias chicas. Insinúa Sorauren que, siguiendo esa opinión de Marx, el campesinado carlista no es una fuerza retardataria del progreso, sino todo lo contrario. Y aprovecha para compartir con Marx la opinión de que la intelectualidad española, también la actual, es mentirosa y papanatas, traduce mal e imita de otras élites ilustradas por carecer de categoría intelectual.
La última cita que he encontrado es la de Fermín Pérez-Nievas Borderas: Contra viento y marea. Historia de la evolución ideológica del carlismo a través de dos siglos de lucha, Fundación Amigos de la Historia del Carlismo, Pamplona, 1999, página 231. Reproduce el mismo texto, con la misma omisión, que Mª Teresa de Borbón y Josep Carles Clemente, y copia literalmente la referencia de éste último a la edición de Cenit, por lo que deduzco que lo ha tomado de él.
2. Marx no dijo nada.
Tras las comprobaciones que he realizado, después de estar a punto de citar yo también esa supuesta opinión de Marx sobre el carlismo, puedo afirmar que, desde luego, Marx no publicó esas líneas ni en la Nueva Gaceta Renana -Neue Rheinische Zeitung- ni en el New York Daily Tribune, y es más que dudoso que se le pueda atribuir su autoría.
En primer lugar hay que dejar constancia de que difícilmente podría haberse publicado en Neue Rheinische Zeitung. Este periódico, que Marx y Engels publicaron en Colonia entre junio de 1848 y mayo de 1849, se dedicó a informar y comentar los hechos producidos en torno a la revolución de 1848, principalmente en Alemania, aunque también en Austria, Hungría o Italia. No contiene ningún artículo de Marx dedicado a España ni al carlismo. Marx se interesó por España más tarde; comenzó a estudiar castellano en 1852, y no escribe sobre España hasta el verano de 1854, cuando se produce el movimiento revolucionario encabezado por Espartero y O'Donnell que dará lugar al bienio progresista. Es en ese año cuando escribe a Engels que sus estudios sobre España se han convertido en su ocupación principal.
Pero tampoco entre los artículos de Marx en el New York Daily Tribune aparece el párrafo aludido. No está entre los traducidos por Andrés Nin y publicados por Cenit en 1929; en esa edición solamente se recogían nueve de los artículos que publicó Marx en el periódico neoyorquino. Y tampoco está en la más reciente recopilación y traducción al castellano de todos los escritos de Marx y Engels sobre España, que recoge 28 artículos firmados por Marx en el New York Daily Tribune entre julio de 1854 y junio de 1857: Karl Marx y Friedrich Engels, Escritos sobre España, edición y estudio preliminar de Pedro Ribas, Editorial Trotta-Fundación de Investigaciones Marxistas, Valladolid, 1998. La relación completa de estos artículos coincide exactamente con los incluidos tanto en Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA), Dienz, Berlín, 1975, como en Marx-Engels Collected Works, Lawrence & Wishart, Londres, 1975, en lengua inglesa, en la cual Marx escribió originalmente sus artículos para el New York Daily Tribune.
Las posibilidades de que el texto sea de Marx, y de que lo que falle sea sólo la referencia –es decir, que pudiera corresponder a otra obra de Marx- me parecen nulas. No sólo porque el texto no aparezca en las citadas recopilaciones de la obra completa de Marx, sino porque además su contenido filocarlista se compadece mal con el resto de sus escritos sobre España. En efecto, las referencias de Marx al carlismo son muy escasas, apenas le presta atención, pero cuando lo hace no se observa en él la menor simpatía. A don Carlos lo define como "el Quijote del auto de fe" (página 184 de la edición de Pedro Ribas); y además piensa que "son sólo los imbéciles legitimistas de Europa los que creen que, destronada Isabel, puede subir al trono don Carlos" (página 187 de la edición citada ).
Por el contrario, su interés está puesto en que se produzca una verdadera revolución progresista en España; cuando critica a los liberales, especialmente a Espartero, lo hace por no impulsar decididamente la revolución, por quebrar el espíritu revolucionario y apoyarse en los moderados. Sobre la Constitución de Cádiz hace una valoración muy favorable: "Lo cierto es que la Constitución de 1812 es reproducción de los antiguos fueros, pero leídos a la luz de la Revolución Francesa y adaptados a las necesidades de la sociedad moderna"; no haría ninguna falta que los carlistas vengan a reivindicar las antiguas tradiciones. Sobre el Antiguo Régimen en España no tiene un juicio positivo; lo califica de "despotismo oriental", "aglomeración, mal administrada, de repúblicas regidas por un soberano nominal" (página 109 de la edición citada ).
Entonces, ¿de dónde ha salido esa supuesta opinión marxiana sobre el carlismo? No me ha sido posible consultar el ejemplar de la revista Tradición citado por del Burgo; tras buscar en los catálogos de varias bibliotecas, la única colección que he hallado es la que posee la Biblioteca Nacional de España, y que sólo cuenta con seis ejemplares de los años 1963, 1964 y 1966. Según el Anuario de la Prensa Española de 1965, editado por la Dirección General de Prensa, Tradición era una revista autorizada el 30 de febrero de 1959, editada en Barcelona por Ramón Gassio Bosch y dirigida por Antonio Roma Aguilar. En los años 63 y 64 se subtitula como "Revista Política Mensual"; de la numeración de los ejemplares se deduce que sólo fue mensual entre 1959 y 1962, y luego de aparición esporádica hasta desaparecer en algún momento de los últimos años sesenta. Los ejemplares de 1966 llevan como subtítulo «Portavoz del Círculo Cultural "Juan Vázquez de Mella"», que solía ser la denominación legal de algunos círculos carlistas durante el franquismo. El contenido de los números de la revista que he examinado es un batiburrillo de temas políticos de diversos autores –entre ellos, Josep Carles Clemente- de distintas tendencias, pero siempre miembros o simpatizantes de la Comunión Tradicionalista –aunque haya alguno, como Blas Piñar, más ligado al Movimiento que al tradicionalismo-; la revista inequívocamente acata la autoridad de don Javier y don Carlos Hugo de Borbón-Parma, que en compañía de otros miembros de su familia aparecen continuamente en sus páginas.
Dando por buena la cita de del Burgo, parece que alguno de los colaboradores de Tradición en 1961 transcribió, de buena o de mala fe, un texto que atribuyó falsamente a Marx. A partir de ahí los demás autores que citan el texto lo hacen copiándolo sin comprobar su origen. Error por parte de unos al citar un libro que es obvio no se han molestado en manejar, suponiendo que en él se contiene un texto que, evidentemente, han copiado de otro lugar que no citan. Error por parte de otros de citar de una obra que contiene el texto, pero a su vez citando de otra, con lo cual al final la cita es de tercera o cuarta mano y las posibilidades de que no sea exacta crecen. La moraleja está clara: no citar nunca sin haber visto con los propios ojos, si es posible, el original del texto citado.
Los mencionados autores se han limitado a recoger la cita aisladamente, sin profundizar lo más mínimo en la obra marxista. En todos los casos –menos del Burgo, que por el carácter recopilatorio de su obra, se limita a constatar la existencia de una referencia al carlismo- se utiliza el texto en apoyo de tesis que no tienen nada que ver con Marx. Tampoco es extraño ni objetable per se; el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Obras voluminosas y de amplia temática como el Quijote, la Biblia o las de Marx se prestan a la cita aislada a la que se puede dar el significado que a uno le convenga. Pero en este caso nos podemos preguntar para qué ha servido esa falsa opinión de Marx.
3. La utilidad de Marx.
El motivo de la cita en Tradición puede presumirse –el mismo de Mª Teresa Borbón, de Josep Carles Clemente y de Fermín Pérez-Nievas-: justificar la evolución del carlismo hacia el socialismo autogestionario. En efecto, como recoge Caspistegui (Francisco Javier CASPISTEGUI GORASURRETA: El naufragio de las ortodoxias. El carlismo, 1962-1977, Eunsa, Pamplona, 1997, páginas 45 y siguientes ), a principios de los sesenta en el carlismo había hecho acto de presencia el mito del progresismo, utilizado como excusa para la crítica o como vía para la reforma. Ese progresismo iba muy unido al proceso de puesta al día de la Iglesia bajo el pontificado de Juan XXIII que daría lugar al concilio Vaticano II. En unos pocos años se producirá dentro del carlismo una división y radicalización en dos sectores, uno hacia la izquierda y otro hacia la extrema derecha –sectores que tendrán un sangriento encuentro en el Montejurra de 1976, instigado desde el aparato franquista-. La cita de Marx, en esa época, sirve para apoyar con un argumento de autoridad el inminente desplazamiento a la izquierda, con un razonamiento que sigue apelando a la tradición: el carlismo, en su origen, ya era avant la lettre un movimiento socialista o, cuando menos, anticapitalista. Argumento del que otros muchos grupos católicos, que también en esa época evolucionan hacia la izquierda, incluso hacia el marxismo-leninismo, prescindieron sin ningún problema.
La utilidad de la supuesta cita, en este caso, ya se habría agotado. Como se sabe, el Partido Carlista liderado por Carlos Hugo de Borbón-Parma efectivamente se definió como un partido socialista autogestionario y colaboró con otras fuerzas de izquierda en la oposición antifranquista y en la transición a la democracia; pero con la llegada de ésta y después de sucesivos fracasos electorales perdió a la mayor parte de sus miembros –incluido su líder- que se dispersaron por diversos partidos o abandonaron la política, y hoy ha quedado reducido a la mínima expresión, a un partido puramente testimonial, aunque todavía haya quienes, contra viento y marea, encuentren necesario seguir justificando la evolución ideológica.
Pero el reciente rescate por Sorauren abre a la apócrifa cita nuevas posibilidades. En particular, apoyar la tesis del nacionalismo vasco por la cual las guerras carlistas, en el País Vasco, no fueron sino un episodio más de la lucha por la liberación nacional en que está empeñado el pueblo vasco desde las invasiones germánicas, una muestra más de la resistencia vasca a la absorción por los Estados nacionales vecinos, España y Francia. Esta tesis ha tenido muchos seguidores, desde José Agustín Chaho ya durante la primera guerra carlista hasta Telesforo de Monzón, y la sigue teniendo. Y, especialmente en el presente, la cita que vengo comentando puede resultar muy adecuada para el nacionalismo vasco que se reclama de izquierda o, cuando menos, progresista. Como sucesor en la lucha de Zumalacárregui le conviene más ser identificado con un carlismo popular y progresista avalado por Marx antes que con una horda reaccionaria de labradores. Es posible, pues, que la apócrifa opinión de Marx todavía siga rodando por los papeles.
4. Una propuesta de reinterpretación del carlismo.
Creo que es indiscutible que el primer carlismo, aunque dirigido por absolutistas –principalmente nobles y clérigos- que no pretendían otra cosa que mantener sus privilegios frente a la revolución burguesa que se les venía encima, fue un movimiento popular. Los ejércitos de don Carlos se nutrieron principalmente del campesinado. Pero por el hecho de ser un movimiento popular no está justificado calificarlo de democrático, progresista, socialista ni nacionalista; todo movimiento democrático, progresista, socialista o nacionalista apela al pueblo, pero no todo movimiento popular automáticamente se corresponde con esas tendencias. Estas etiquetas no son sino interpretaciones interesadas y ucrónicas de un fenómeno más complejo.
Creo que para situar adecuadamente al carlismo debe partirse de la calificación que hace Eric J. Hobsbawm: el carlismo es un ejemplo de los movimientos de "rebeldes primitivos", formas arcaicas de agitación social que no se pueden incluir ni en las revueltas propias del Antiguo Régimen ni en los movimientos sociales modernos –cuyo paradigma es el movimiento obrero-: "la filiación y el cariz político de estos movimientos resulta no pocas veces impreciso, ambiguo, y aun a veces abiertamente «conservador»"; "se trata de gentes prepolíticas que todavía no han dado, o acaban de dar, con un lenguaje específico en el que expresar sus aspiraciones tocantes al mundo" (Eric J. HOBSBAWM, Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Ariel, Barcelona, 1983, página 11). Los protagonistas de estos movimientos no nacen dentro del mundo del capitalismo, sino que "llegan a él en su calidad de inmigrantes de primera generación, o lo que resulta todavía más catastrófico, les llega este mundo traído desde fuera, unas veces con insidia, por el operar de fuerzas económicas que no comprenden y sobre las que no tienen control alguno; otras con descaro, mediante la conquista, revoluciones y cambios fundamentales en el sistema imperante, mutaciones cuyas consecuencias no alcanzan a comprender, aunque hayan contribuido a ellas" (HOBSBAWM, Rebeldes… citada, página 12). Entre estos grupos rebeldes Hobsbawm incluye el bandolerismo social –hay que pensar lo tenue de los límites entre las partidas carlistas y el bandolerismo, como en el caso arquetípico del Cura Santa Cruz-, la Mafia siciliana originaria o los movimientos milenaristas. Ramón del Río ya alertó cómo en los orígenes del carlismo en Navarra se mezcla una rebelión absolutista con una revuelta campesina que se mueve sobre todo por causas económicas (Ramón DEL RÍO ALDAZ, Orígenes de la guerra carlista en Navarra 1820-1824, Gobierno de Navarra, Pamplona, 1987).
Una de las formas de enfrentarse a esa transición entre el mundo antiguo y el nuevo, según Hobsbawm, es "una explosión del legitimismo popular en sus formas más abiertamente tradicionales y más que conservadoras, como ocurrió con el carlismo"; las posibilidades de triunfo de estos movimientos, como tales, son nulas; pueden ser precursoras del despertar político, "pero casi invariablemente las sustituyen movimientos modernos" (HOBSBAWM, Rebeldes… citada, páginas 317-318). Esta es una de las claves para comprender el carlismo; tras su fracaso en tres guerras, no tiene otra opción que evolucionar hacia formas modernas, y así lo hará dando lugar a la creación de un partido político que se adapta al sistema de la Restauración y que, pese a su ideología antiparlamentaria, concurre a las elecciones. Pero la heterogeneidad de grupos que conforman el carlismo dará lugar a que su transformación e incorporación a formas políticas modernas –aunque críticas con el mundo moderno- sea progresiva y escalonada.
Ya a la finalización de la primera guerra carlista, una parte del movimiento –sobre todo los oficiales de don Carlos que, en virtud del convenio de Vergara, se integran en el ejército isabelino- lo abandona y se pasa al liberalismo moderado. Pero será sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX cuando algunos carlistas elaboren o abracen una teoría política que ya no es absolutista sino tradicionalista; bajo el influjo de Balmes, Donoso Cortés, Menéndez Pelayo, Vázquez de Mella, se crea una doctrina que ya no sirve al monarca absoluto, sino a un ideal superior, La Tradición –de hecho, el monarca no es sino un mero instrumento de ella, hasta el punto de que los tradicionalistas serán capaces de abandonar la causa legitimista y crear una fuerza política propia al margen del pretendiente carlista-. Es una teoría contrarrevolucionaria; pero es ya una teoría política moderna, que surge a consecuencia de la revolución liberal y dentro de la sociedad burguesa. El tradicionalismo se convierte en la doctrina más importante dentro del carlismo, aunque sus bases campesinas con frecuencia se sentirán distantes de los líderes tradicionalistas, que provienen de la burguesía o las clases medias.
Poco después otro grupo –liderado por Nocedal- radicaliza su neocatolicismo para dar lugar a la escisión integrista. Los integristas reclaman como valor supremo la doctrina católica íntegra; no ya sólo el monarca es un simple instrumento de la doctrina verdadera que ellos poseen –y por eso también pueden abandonar sin problemas a la dinastía carlista, acusando a Carlos VII de haberse convertido al liberalismo-, sino que también lo son el Papa y la Iglesia. León XIII había distinguido entre poder constituido y legislación liberal; los católicos pueden, y deben, acatar el primero, pero tratando de cambiar la segunda en todo aquello que sea contrario al dogma. Los integristas, más papistas que el Papa, se negaron a reconocer el orden de la monarquía alfonsina tachando de mestizos a quienes tomaran tal actitud posibilista. Tampoco ha sido raro que los integristas hayan sospechado que algún Papa se hubiera convertido al comunismo. En fin, el integrismo, aunque profundamente reaccionario, es también un movimiento moderno.
En Navarra y Vascongadas a partir de 1876, final de la tercera guerra carlista y fecha de la abolición de los fueros vascongados, el carlismo en su conjunto se identifica con el fuerismo. De entre los más intransigentes fueristas vizcaínos surgirá el núcleo inicial de una nueva doctrina, el nacionalismo vasco, fundado por Sabino Arana –carlista hasta que se convirtió a la nueva causa-. El nacionalismo vasco, nacido también conservador y reaccionario, es asimismo una fuerza política moderna, hija de la sociedad burguesa y de las teorías románticas, sobre todo las alemanas, del siglo XIX. En Cataluña el nacionalismo también crece en parte sobre las bases del carlismo.
En los años 20 y 30 de este siglo algunos tradicionalistas –carlistas y no carlistas- se aproximan a la nueva derecha autoritaria española que, tras colaborar en Acción Española –Maeztu, Pradera- se fundirá con los falangistas bajo el caudillaje de Franco en lo que se llamó Falange Española Tradicionalista y de las JONS, luego reconvertido en el Movimiento Nacional. Ni que decir tiene que se trataba también de un movimiento político moderno, influido por las corrientes autoritarias que recorren Europa el primer tercio de siglo.
Con todo esto la mayor parte del carlismo primitivo había abandonado ya sus filas. Pero en la posguerra se mantiene todavía un resto de "rebeldes primitivos" que han combatido en el Requeté entre 1936 y 1939 y que acumulan una enorme frustración ante la situación política. Es particularmente ilustrativo el estudio de Javier Ugarte sobre la rebelión carlista de 1936, sobre todo en Navarra, que describe como resultado de la persistencia de dos sociedades, una moderna y otra tradicional, y del ideal de revolución carlista basado en elementos emocionales, míticos y narrativos antes que en un ideario político; el alzamiento se produce como una invasión de la ciudad por la aldea, y se vuelve a producir el fenómeno decimonónico de las partidas (Javier UGARTE TELLERÍA, La nueva Covadonga insurgente. Orígenes sociales y culturales de la sublevación de 1936 en Navarra y País Vasco, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1998). Si en el siglo XIX el carlismo estuvo en todas las guerras en el bando perdedor, en 1936 ha estado con el bando vencedor, pero de todas formas ha perdido la guerra. La dictadura franquista –salvo en algunos aspectos cosméticos- no asume el programa por el que creían haber salido a combatir y los ha marginado completamente del poder. Los carlistas se encuentran con la paradoja de tener que vivir en la clandestinidad, pese a haber ganado teóricamente la guerra.
Será éste el último grupo en adoptar una forma política moderna, convirtiéndose en un partido político antifranquista. El hecho de que este proceso se lleve a cabo principalmente en los años sesenta –los de la industrialización que barre la sociedad rural en que se ha originado el carlismo- y partiendo de la profunda impronta religiosa del carlismo, hace poco sorprendente que evolucione hacia el socialismo. Hay que recordar que una buena parte de la oposición antifranquista de izquierdas tuvo su origen precisamente en movimientos católicos que se radicalizan en los años de renovación de la Iglesia Católica española en torno al concilio Vaticano II. De origen católico, en todo o en parte, fueron el Frente de Liberación Popular, Comisiones Obreras, la Unión Sindical Obrera o la Organización Revolucionaria de Trabajadores, por no hablar de la primera ETA y todas sus escisiones.
Nada más natural, por tanto, que los últimos "rebeldes primitivos" llegados como tales a los años sesenta se transformen en un partido socialista, y como todos los grupos que se fueron modernizando con anterioridad, se reclamen como la interpretación auténtica del primitivo carlismo. La cuestión de cual de las ramas desgajadas del tronco común del carlismo tiene mayor autenticidad es igual a preguntarse cuál de los diversos hijos de una misma pareja –que pueden llegar a ser muy diferentes entre sí- es más auténticamente hijo de sus padres. Las ramas carlistas son muy diferentes porque fueron naciendo a lo largo de un siglo largo en muy diferentes situaciones políticas y sociales, y luego han evolucionado con otras influencias muy diversas; no es rara la perplejidad de muchos al contrastar la corriente tradicionalista con la corriente socialista y advertir que se reclaman herederos de una misma tradición que se remonta a 1833. También llama la atención que algunos de los sucesores del primitivo carlismo sean rabiosamente españoles, mientras que otros sean nacionalistas separatistas.
Ahora bien; igual que el homo sapiens desciende del homo habilis, pero eso no justifica afirmar que el homo habilis en realidad era un homo sapiens un poco más antiguo, los primitivos carlistas no eran ni socialistas ni nacionalistas vascos. Lo cual no obsta para que haya sido perfectamente lógico que una parte del primitivo carlismo, en unas determinadas circunstancias, evolucionara hacia el nacionalismo vasco y otra parte, en otras muy distintas circunstancias, hacia el socialismo –igual que otras acabaron en el liberalismo, el tradicionalismo o el franquismo-.
APÉNDICE 1: MARX, ENGELS Y EL CARLISMO
Después de la publicación del anterior artículo en la revista Sistema he encontrado algunos datos más sobre este tema que me permiten completar la historia de cómo surgió la apócrifa cita de Marx. En la hemeroteca de la Universidad de Navarra hallé un ejemplar del nº 19 de la revista Tradición, el cual efectivamente en su página 36 contiene el citado texto en un brevísimo artículo titulado "El Carlismo según Carlos Marx" y firmado con el seudónimo "Sagitarius". Como fuente se remite a un artículo publicado en el periódico ABC por J. E. Casariego con el título de "Don Carlos Marx y la Historia de España e Hispanoamérica".
Dicho artículo se publicó en el ABC de 11 de mayo de 1961 y su autor presumiblemente es Jesús Evaristo Casariego (1913-1990), periodista y escritor asturiano, así como historiador tradicionalista. En su texto, entre otros temas, se comenta que "son interesantes y originales las observaciones de Marx sobre el carlismo", y se hace la siguiente interpretación sobre ellas:
«Para Marx el tradicionalismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales. Para Marx es un movimiento vivo y popular en defensa de tradiciones mucho más auténticamente liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los fueros y las cortes legítimas que pisotearon el absolutismo monárquico y el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.
De ahí una curiosa interpretación de Marx sobre el tradicionalismo que creo no ha sido todavía publicada en castellano: "No existe ningún país en Europa que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la historia. Esos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder. En Francia lo fueron los bretones y en España, de modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de don Carlos" (Este párrafo está traducido directamente y publicado por primera vez en castellano, de la "Nueva Gaceta Renana", colección de 1849.) Varias veces más insiste en esta valoración del tradicionalismo, mucho más justa que la de la retórica de los historiadores liberales. Explica Marx con detalle cómo el tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían –embrollando- de Alemania, como el indigesto Sanz del Río, con sus tremebundas lucubraciones krausistas».
Queda claro que quien se ocultaba bajo el seudónimo de "Sagitarius" tomó la supuesta cita de Marx de este artículo, copiando casi literalmente el texto, pero atribuyendo al filósofo alemán párrafos enteros que éste nunca escribió, sino que corresponden a la peculiar interpretación de J. E. Casariego sobre sus ideas. Así, se ponen en boca de Marx hasta las invectivas del historiador tradicionalista contra los historiadores liberales, incluidos los krausistas españoles a los que aquél probablemente no tuvo ni el gusto ni la oportunidad de conocer. Casariego cita como textos que ha utilizado para conocer las ideas de Marx sobre España dos recopilaciones de sus artículos en el New York Daily Tribune: la edición de 1929 de La Revolución española, con traducción de Andreu Nin, y otra entonces recientemente aparecida con el título de Revolución en España, Ariel, Barcelona, 1960, con traducción de Manuel Entenza (seudónimo de Manuel Sacristán).
En cualquier caso, ni las opiniones que Casariego atribuye a Marx ni el texto que cita entrecomillado como si fuera de él corresponden a esas obras. En cambio, existe un texto de Friedrich Engels originalmente publicado en Neue Rheinische Zeitung nº 194 de 13 de enero de 1849 bajo el título de "Der magyarische Kampf" (La lucha magiar) y que incluye el siguiente fragmento:
"Es ist kein Land in Europa, das nicht in irgendeinem Winkel eine oder mehrere Völkerruinen besitzt, Überbleibsel einer früheren Bewohnerschaft, zurückgedrängt und unterjocht von der Nation, welche später Trägerin der geschichtlichen Entwicklung wurde. Diese Reste einer von dem Gang der Geschichte, wie Hegel sagt, unbarmherzig zertretenen Nation, diese Völkerabfälle werden jedesmal und bleiben bis zu ihrer gänzlichen Vertilgung oder Entnationalisierung die fanatischen Träger der Kontrerevolution, wie ihre ganze Existenz überhaupt schon ein Protest gegen eine große geschichtliche Revolution ist.
So in Schottland die Gälen, die Stützen der Stuarts von 1640 bis 1745.
So in Frankreich die Bretonen, die Stützen der Bourbonen von 1792 bis 1800.
So in Spanien die Basken, die Stützen des Don Carlos."
Traducción:
"No hay ningún país europeo que no posea en cualquier rincón una o varias ruinas de pueblos, residuos de una anterior población contenida y sojuzgada por la nación que más tarde se convirtió en portadora del desarrollo histórico. Esos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica.
Así pasó en Escocia con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745.
Así en Francia con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 hasta 1800.
Así en España con los vascos, soporte de Don Carlos".
Como se puede deducir de la comparación de este texto de Engels con el apócrifamente atribuido a Marx, Casariego erró la autoría de la cita, además de no recogerla literalmente sino con algunos cambios y adiciones.
A las alteraciones que introduce Casariego, "Sagitarius" suma las suyas propias para componer, de una forma deliberada, la falsa cita de Marx. En los posteriores autores que la copian desaparece la referencia a Casariego, verdadero autor de las opiniones atribuidas al autor del Manifiesto Comunista. No obstante, parece obvio que cuando Josep Carles Clemente reiteradamente cita como fuente de la apócrifa cita de Marx La Revolución Española de 1929 es porque conoce el artículo de Casariego y supone, o quiere hacer suponer, que sus afirmaciones las ha sacado de ese libro. Hay una razón adicional para suponer que la fuente de Clemente es directamente Casariego, aunque nunca lo cite, y no la revista Tradición. Donde Casariego habla de "cortes legítimas" Tradición introduce una errata y escribe "cartes legítimas"; Del Burgo entiende que quiso decir "cartas legítimas" y con esa corrección cita. En cambio Clemente evita la errata y para que no quepa duda escribe "Cortes legítimas". Y se puede sospechar también alguna relación entre Clemente (colaborador de Tradición) y la firma "Sagitarius".
En conclusión, recorrida hasta el final esta historia resulta que con las opiniones de otros sobre lo que supuestamente quiso decir Marx y con algún fragmento descontextualizado y manipulado de Engels en un proceso de bola de nieve se ha fabricado y citado reiteradamente como opinión de Karl Marx un texto que él nunca escribió.
APÉNDICE 2: MÁS SOBRE LA CITA DE MARX
En el nº 21, julio de 2001, de los Cuadernos de Historia del Carlismo editados bajos los auspicios del Partido Carlista, Josep Carles Clemente publica un artículo que bajo el título de Sobre la cita de Marx acerca del Carlismo contesta al mío publicado en Sistema. Su contenido, que copio literalmente, incluidas erratas y faltas de ortografía, es el siguiente:
«La historia del Carlismo está jalonada, esto es cierto, de derrotas. En las cuatro guerras civiles en las que participó salió, de una forma u otra, vencido: las tres guerras del XIX y su participación en la de 1936-1939.
Muchos se preguntan el por qué de la superviviencia (sic) carlista. No existe un parangón parecido en la Historia española. La respuesta se puede encontrar en que los problemas que empujó (sic) a los carlistas a la insurgencia, [siguen vivos y sin resolver,] tenemos, sin ir más lejos, el problema vasco.
El triste sino de los derrotados es asistir al expolio de sus señas de identidad. Los sectores radicales del nacionalismo vasco están intentando hacer como suyas las figuras del general Tomás Zumalacárregui y la del bardo Iparraguirre. En Cataluña se empeñan en la misma operación esquilmadora con el general Ramón Cabrera, "El Tigre del Maestrazgo", y la del arquitecto modernista Antoni Gaudí. En Galicia, con la del escritor Ramón María de Valle Inclán. En Cantabria, con la del novelista José María de Pereda. Y así hasta donde ustedes quieran. Ahora le ha tocado el turno a la opinión que emitió Carlos Marx sobre el Carlismo.
En la revista "Sistema", número 161 de marzo de 2001, Miguel Izú (sic), ex militante carlista y actualmente inscrito en el entorno de la izquierda domesticada, ha puesto en entredicho la cita del insigne pensador marxista. La cita de Carlos Marx, sin mutilaciones accidentales, es la siguiente:
"El Carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales.
Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorvente (sic) liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los Fueros y las Cartas legítimas que pisotearan el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias.
No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la Historia. Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder
En Francia fueron los bretones y en España de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos.
El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y angiontistas) (sic), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían -embrollando- de Alemania."
Esta cita la publicó Carlos Marx en la "Nueva Gaceta Renana" el año 1849 y la repitió en el "New York Daily Tribune" en 1854.
El texto lo encontró, según confesión personal a mi persona, el escritor y periodista asturiano Jesús Evaristo Casariego, en viaje el año 1961 a U.S.A. Visitó la Biblioteca del Congresa (sic) en Washington. Por simple curiosidad pidió a los funcionarios que pulsaran la tecla "Carlismo" para ver lo que existía en esta importante institución cultural estadounidense. Y apareció una colección del periódico, redactado en inglés, "New York Daily Tribune", en el que aparecía este artículo. Casariego lo copió y tradujo al castellano. A1 llegar a España, ese mismo año lo publicó en el diario "ABC", bajo el título de "Don Carlos Marx y la Historia de España e Hispanoamérca" (sic) y, posteriormente, bajo el seudónimo de Sagitarius, en la revista "Tradición", número 19, de mayo -junio de 1961, en su página 36 y con el título de "El Carlismo según Carlos Marx".
Miguel Izú (sic), también duda de la existencia de esta cita en la revista "Tradición". Para su conocimiento, reproducimos la citada página 36 en facsímil.
Carlos Marx realizó una intensa producción periodística. En 1842 fue director, durante un año, de la "Gaceta Renana" y en 1848 fundó con Engels la "Nueva Gaceta Renana", en la que ocupó el cargo de redactor jefe. Desde 1851 hasta 1860 fue corresponsal del periódico "New York Daily Tribune", del que cobraba 20 marcos por artículo, siendo esta actividad profesional su principal sustento.
El libro "La Revolución Española" sólo recoge artículos de los años 1854 y 1856.
¿Qué pasa con los demás siete años? ¿Alguien se ha molestado en consultar esos años? Miguel Izú (sic), desde luego no. ¿Se ha consultado la "Nueva Gaceta Renana", cuya colección está en el Instituto Marx-Engels, de Moscú? Tampoco.
Carlos Marx era un políglota. Escribía y hablaba el alemán, inglés y francés. Leía perfectamente el castellano y el italiano. Lo de que no conocía el castellano es erróneo. Sólo hay que acudir a las biografías publicadas para conocer este detalle.
Andreu Nin tradujo los artículos que consiguió en Moscú, pero en la edición de Cenit de 1929 no aparece la cita. El director del Instituto Marx-Engels, de Moscú, era el profesor Riazanov, una especie de comisario político encargado por el Partido Comunista de la Unión Soviética de filtrar y eliminar los artículos "no políticamente correctos" de Marx. Y el texto sobre el Carlismo era uno de ellos.
La segunda persona que me puso en la pista de que la cita de Marx era auténtica, fue Juan Grijalbo, fundador de la editorial del mismo nombre y militante en Cataluña del P.S.U.C., el partido comunista catalán. Me señaló repetidamente que había visto y palpado el citado documento de Marx, escrito en alemán. Había encargado al profesor Manuel Sacristán, también militante del Partido Comunista, el realizar una edición de las Obras Completas de Marx y Engels en su editorial. Me dijo que el propio Sacristán le pasó una fotocopia del artículo, pero que no podía publicarse por estar embargado por el instituto moscovita.
Resumiendo. La cita está comprobada en dos direcciones distintas y antagónicas: la del tradicionalista Casariego y la del editor comunista Juan Grijalbo. El primero la vió (sic) en inglés y el segundo en alemán. Para mí, por lo menos, el testimonio de Grijalbo es concluyente y me merece toda la credebilidad (sic).
De pasada, en el mismo artículo de Miguel Izú (sic) en "Sistema", se duda también del "Manifiesto de las autoridades liberales de La Garriga", de 25 de enero de 1849, en el que se acusa a los carlistas de "comunistas". También para su conocimiento, reproducimos en facsímil la primera página del citado documento.
Podrán quitarnos la cita de Carlos Marx, cosa que dudo, pero parodiando la película "Casablanca": "Al final siempre nos quedará La Garriga"».
La lectura de este artículo del señor Clemente no desvirtúa las conclusiones que exponía yo tanto en Sistema como en el Apéndice 1 que incluí posteriormente en esta página. Al contrario, es tal el cúmulo de incongruencias que se contienen en su explicación que me llevan a reafirmarme en mi opinión de que la supuesta cita de Marx es falsa.
Resulta bastante incongruente que Casariego, después de encontrar supuestamente la cita en inglés en un ejemplar del New York Daily Tribune de 1854 consultado en la Biblioteca del Congreso de Washington, en su artículo de 1961 en el ABC haga referencia a la Nueva Gaceta Renana de 1849 y afirme que la traduce directamente de este periódico (se supone que del alemán).
Es poco creíble que Clemente, después de treinta años de dar reiteradamente como referencia de la cita la recopilación de artículos de Marx publicada por Andreu Nin en 1929, sólo ahora caiga en la cuenta y reconozca que no se contiene en dicha obra, cuente una imaginativa historia sobre el secuestro de algunos escritos de Marx por parte de los agentes de Moscú, y acabe remitiendo todo a una referencia oral de imposible comprobación. El rigor científico de Clemente brilla por su ausencia; omite referencias explícitas y comprobables (como el número y la fecha de los periódicos donde supuestamente se publicó la supuesta cita de Marx, o el número de catalogación en alguna biblioteca o archivo) y las sustituye por su testimonio de que alguna vez habló con alguien que había visto el documento. Algo así como si se quisiera dar por probada la existencia del yeti aduciendo conocer a alguien que una vez habló con un tibetano que dice que lo había visto.
Resulta también poco verosímil que el mismo supuesto texto de Marx fuera publicado dos veces, una en 1849 en alemán y otra en 1854 en inglés. Como ya explicaba en mi artículo en Sistema, en 1849 Marx todavía no había empezado a aprender castellano y no se ocupaba de la historia de España; no lo hizo hasta unos años más tarde. Por otro lado, sigue siendo más que sospechoso que una buena parte de la supuesta cita de Marx coincida tan fielmente con un texto, éste sí de 1849, publicado por Engels en la Neue Rheinische Zeitung. Como mínimo esto revela una confusión en los datos.
Por otro lado, el artículo de Clemente contiene algunas afirmaciones simplemente falsas, que ponen en cuestión su capacidad de lectura y comprensión o su buena fe. Basta releer mi artículo en Sistema para comprobar que yo nunca pongo en duda la publicación de la supuesta cita marxiana en la revista Tradición. Lo que pongo en duda es que su autor fuera Marx. También es notorio que en mi artículo ni siquiera menciono ese "Manifiesto de las autoridades liberales de La Garriga", de 25 de enero de 1849, en el que se acusa a los carlistas de comunistas, manifiesto que ni he manejado en mi investigación sobre la supuesta cita de Marx ni me interesa a estos efectos. Clemente afirma con falsedad evidente que también pongo en duda su veracidad.
Y una última observación. Hay quien avala la reiterada cita de Marx con otra de Josep Pla, que en su obra Notes del capvesprol incluye un breve escrito titulado Sobre Karl Marx i el tradicionalisme carlí en el cual la reproduce. Lo que sucede es que el propio Pla afirma haberla leído en un periódico de Barcelona, la referencia es al libro de Andreu Nin y contiene la misma omisión que en las obras de Clemente. El texto de Pla está escrito en los últimos años sesenta o en los setenta; es decir, que únicamente repite lo que ha leído, pero no aporta una nueva fuente que justifique la veracidad de la cita.
En suma, harían falta otros y mucho mejores argumentos para refutar mis conclusiones sobre la apócrifa cita de Marx. Agradeceré a quien me proporcione cualquier dato en ese sentido, o en el contrario.
Miguel Izu
Sobradamente conocidas son por todos los tradicionalistas las falsedades y tergiversaciones acerca de la doctrina e historia del carlismo que desde la década de 1970 vienen sosteniendo los integrantes del mal llamado "Partido Carlista" (hoy grupúsculo sin apenas relevancia, gracias a Dios). Desde las filas de la Comunión Tradicionalista, única agrupación que defiende íntegramente el pensamiento carlista bajo la bandera de la legitimidad dinástica que aún encarna, se ha estimado necesario poner de manifiesto tales mentiras más de una vez. No en vano, la misión de Carlos Hugo y los suyos no fue otra que la de desmovilizar las masas carlistas durante la Transición, impidiendo «que se consolidara en España una ultraderecha tradicionalista que hubiera sido un factor añadido de desestabilización de nuestra joven democracia», según reconocen abierta y desvergonzadamente estos falsos carlistas (que, realmente, como quinta columna, han sido quizá los peores enemigos que ha tenido el carlismo).
Karl Marx (1818-1883),
revolucionario burgués alemán que
jamás elogió el carlismo, movimiento
en las antípodas de su pensamiento
socialista y anticristiano de raíz
cabalista.
En esta mendaz reinterpretación del carlismo, el corifeo carlohuguista José Carlos Clemente (actualmente Josep Carles Clemente), ha divulgado durante décadas una cita falsa de Karl Marx en la que supuestamente el ideólogo comunista alemán habría elogiado el carlismo, afirmando que no era «un puro movimiento dinástico y regresivo», sino «un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial». La cita íntegra es la siguiente:
«El Carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales. Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los Fueros y las Cortes legítimas que pisotearan el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias. No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la Historia. Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder. En Francia fueron los bretones y en España, de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos. El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), laaristocracia latifundista y los intelectuales secularizados que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían —embrollando— de Alemania».
Además de Clemente en sus aburridos y repetitivos libros, Eloy Landaluce, María Teresa de Borbón Parma y otros militantes del mal llamado Partido Carlista, reproducirían también en los años 70 una y otra vez este texto supuestamente marxista, a fin de justificar el cambio ideológico que querían imponer al carlismo. Aunque en 2001 Miguel Izu demostró la falsedad de lacita (publicando nuevamente un extenso artículo al respecto en 2013), actualmente sigue siendo aludida por algunos ignorantes o malintencionados, e incluso la pseudoenciclopedia Auñamendi Eusko Entziklopedia laincluye a día de hoy en su entrada sobre Karl Marx.
En realidad, lacita apócrifa en cuestión no es que diga nada en lo que no podamos estar de acuerdo los verdaderos carlistas: todo lo contrario. El problema es que Karl Marx jamás escribió tal cosa. Lo cierto es que lacita mezcla partes de un texto real de Friedrich Engels, publicado en 1849 en la Nueva Gaceta Renana, con las opiniones sobre el mismo del tradicionalista Jesús Evaristo Casariego, que fue quien lo tradujo al español y lo publicó en 1961 en el ABC, adjudicando erróneamente su autoría a Marx.
Lacita real de Engels, que en ningún momento teoriza sobre la naturaleza ni la doctrina del carlismo, sino que se limita a definir a los vascos seguidores de Don Carlos como «restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia», es la siguiente:
«No hay ningún país europeo que no posea en cualquier rincón una o varias ruinas de pueblos, residuos de una anterior población contenida y sojuzgada por la nación que más tarde se convirtió en portadora del desarrollo histórico. Esos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica. Así pasó en Escocia con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745. Así en Francia con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 hasta 1800. Así en España con los vascos, soporte de Don Carlos».
En realidad, como señalaba el propio artículo en ABC de Casariego (en este caso acertadamente), Marx no sentía ninguna simpatía por los contrarrevolucionarios realistas españoles —antecesores directos del carlismo— que aclamaron a Fernando VII en 1814 y 1823 (dos de las ocasiones en que el liberalismo ha sido derrotado con las armas en España), mereciendo ser considerados por Marx como «vil populacho» y «demagogia ignorante». En la doctrina elaborada por él, cualquier avance de la Revolución, aunque sea en su fase liberal, burguesa, ultracapitalista y opresora, se convierte en bueno simplemente porque «supera» a la fase anterior y avanza hacia el socialismo, primero, y el comunismo, después, fin inexorable de la historia humana. Sobre los mismos carlistas, Marx se refirió en sus artículos periodísticos a ellos como «ladrones facciosos», a Don Carlos como «el quijote de los autos de fe» y a los partidarios europeos de Don Carlos como «cretinos». Del anticarlismo de Karl Marx sí hay constancia.
Reino de Granada: La falsa cita de Karl Marx sobre el carlismo.
Última edición por Rodrigo; 02/09/2018 a las 19:11
Militia est vita hominis super terram et sicut dies mercenarii dies ejus. (Job VII,1)
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