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Tema: Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

  1. #1
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    Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

    Aquí os hago esta petición sobre este personaje histórico tan importante de nuestra Historia, a mi juicio, parecidísimo a José Tomás Boves, fascinante tanto en sus virtudes como en sus defectos. Yo tengo El rey del Maestrazgo de Fernando Martínez Laínez, que no es una biografía en sí, y que si bien no está mal del todo, es para ponerla en cuarentena. Me interesan sobre todo las biografías. He leído alguna reseña de Urcelay:

    Ciclo de conferencias en Madrid

    Cabrera, por Javier Urcelay.
    Javier Urcelay Alonso (Madrid, 1954) es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad Complutense, master por el Instituto de Empresa y profesor asociado en el ciclo de postgrado de la Universidad de Alcalá de Henares. Asiduo conferenciante y articulista, ha publicado entre otros trabajos «Ecología, Ecologismo y Política», «Televisión y disolución familiar», «Marketing y Democracia», «La clonación humana a debate», etc.
    Sobre Ramón Cabrera Griñó y su entorno es autor de El Diario de Marianne Richards, La historia autógrafa de Ramón Cabrera redactada por su hijo, El Maestrazgo Carlista y el pasado año Cabrera. El Tigre del Maestrazgo.


    Sábado 17 febrero 2007
    12:00 h.
    Fundación Elías de Tejada
    c/ José Abascal 38, bajo izda
    Madrid


    Círculo Cultural Antonio Molle Lazo
    amollelazo2000@yahoo.es




    CARLISMO.ES - Conferencia sobre Cabrera en Madrid





    Pues eso, que espero vuestras recomendaciones. Gracias de antemano.

  2. #2
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    Re: Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

    La ruta de Cabrera





    Ramón Cabrera y Griñó nació en Tortosa, el 27 de diciembre de 1806. Conocido como "El Tigre del Maestrazgo", el General Cabrera es una de las figuras más destacadas de nuestra historia contemporánea.
    Hijo de un marino mercante de buena posición social, siguió la carrera eclesiástica llegando a recibir órdenes menores. Sin embargo, ante su falta de vocación la abandonó para sumarse al levantamiento carlista de 1833, en Morella, capital carlista por antonomasia.
    En dicho año, se encuentra entre los voluntarios realistas. Refugiado en el agreste territorio del Maestrazgo, tuvo rápidos ascensos, con su dominio de las guerrillas, a las órdenes de Marcoval y luego de Carnicer, siendo nombrado Comandante General. Organizó una partida al servicio de la causa del pretendiente Don Carlos. Fue ascendido a coronel en 1834 por el pretendiente, bajo las órdenes del general Carnicer. Capturado y ejecutado éste por los liberales, quedó al mando de las tropas carlistas del Maestrazgo y el Bajo Aragón. Se destacó rápidamente por su heroicidad. En represalia, los liberales del general Nogueras fusilaron a su madre. Tras ello, su lucha se volvió más sanguinaria y comenzó a denominársele "El Tigre del Maestrazgo".
    Tomó parte en las dos mayores ofensivas carlistas durante la guerra. Entre junio y noviembre de 1836, en la expedición que recorrió Andalucía y Extremadura. De mayo a octubre de 1837 en la llamada Expedición Real, encabezada por el propio pretendiente, que llegaría a las puertas de Madrid. Entre ambas ofensivas, Cabrera protagonizó los hechos más relevantes de su carrera militar en el Maestrazgo, tomando Morella en enero de 1838 y su heroica defensa, le valieron el título de conde de Morella concedido por Carlos V.
    En enero de 1838 conquistó Morella y la convirtió en la capital del territorio bajo su control. En recompensa a sus servicios, el pretendiente le nombró conde de Morella. No aceptó el convenio de Vergara en 1839, firmado entre los generales Espartero y Maroto, con la disolución del ejército carlista del Norte. Cabrera quedó como único general de la causa del pretendiente, prolongando la lucha hasta mayo de 1840, cuando Espartero logra tomar Morella. De ahí huyó al norte de Cataluña, donde prolongó la lucha hasta que en julio se ve obligado a huir a Francia. El gobierno francés, aliado del español, le mantuvo confinado en el castillo de Ham, hasta que se le concedió la libertad en 1846.
    En 1846 partidas guerrilleras renacen la causa carlista y la Segunda Guerra Carlista. En 1848, Cabrera deja su exilio en Lyon y penetra en España, organizando una guerrilla en las montañas de Cataluña y al frente de las partidas carlistas en Cataluña, Aragón y Valencia. Es derrotado y se exilia de nuevo a Francia en abril de 1849. Desde allí marchó a Inglaterra, donde en 1850 contrajo matrimonio con una rica hacendada simpatizante del carlismo, Marianne Catherine Richards, con quién tuvo cinco hijos y fijó su residencia en Wentworth, cerca de Londres.
    En Inglaterra, llevó una vida de lujos y excesos, aunque sin abandonar la causa carlista. Sin embargo, fue enfrentándose con el resto de partidarios carlistas. Aunque fue elegido jefe del partido carlista en 1869, el año siguiente renunció al cargo por desavenencias con el nuevo pretendiente carlista, el autoproclamado Carlos VII. Desengañado del carlismo, en 1875 reconoció al hijo de Isabel II, Alfonso XII como legítimo rey de España, por lo que no tuvo ninguna implicación en la Tercera Guerra Carlista, iniciada en 1872. En agradecimiento, el nuevo rey le reconoció el título de conde de Morella y el rango de Capitán General del Ejército Español. No volvió a España, muriendo, el 24 de mayo de 1877, en Inglaterra.
    Ramón Cabrera fue mitificado por la sociedad de la época, sabedora de sus avatares a través de la literatura popular. En su vida, Cabrera pasó de la carrera religiosa a la actividad militar y política. Fue un personaje que tuvo una gran influencia histórica en el Maestrazgo.

  3. #3
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    Re: Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

    LA SANTA ALIANZA: EN TORNO A LA " CUESTIÓN CABRERA "





    EN TORNO A LA " CUESTIÓN CABRERA "




    - Veamos lo que dejó dicho ( Desgraciadamente ) el que fuera glorioso general del legitimismo español, ante la III Guerra Carlista:



    Manifiesto de D. Ramón Cabrera al Partido Carlista


    Debo y deseo explicar a mi partido el acto voluntario, espontáneo y patriótico que acabo de verificar reconociendo por Rey de España a D. Alfonso XII. Poniendo como soldado la lealtad ante todo. Voy a hacerlo con entera franqueza...

    Consideraría que insultaba a mis fieles amigos, a mis compañeros, a mis hermanos y creería insultarme a mí propio si protestase de la pureza de mis intenciones y de la nobleza de mis sentimientos.

    Dios, Patria y Rey, dice nuestra bandera; Dios primero, después la Patria y por último el Rey.

    Olvidar a Dios y destruir la patria por un rey es hacer pedazos nuestra bandera. No lo haré esto yo; ni como católico ni como español puedo hacerlo, porque la religión y la patria reclaman imperiosamente la paz, y la Providencia en sus altos designios lo exige... Sobre el deber de una consecuencia estéril está el deber de una abnegación fecunda.


    Cumplo este deber con profunda convicción, y al aceptar un hecho consumado, al reconocer a D. Alfonso por Rey, pongo en sus manos para que la guarde y honre la bandera que he defendido siempre y que lleva escritos los sagrados principios de nuestra causa.

    No escribiré aquí el capítulo de las faltas cometidas; no opondré a los insultos, a las calumnias, a las indignidades de que he sido objeto, amargas críticas o razonadas acusaciones. En todo lo que pasa veo una gran desgràcia, y mi corazón es muy noble para no respetar el infortunio de mi partido. Las mismas causas que en 1839 y en 1848 frustraron nuestros esfuerzos han vuelto a aparecer en 1875. ¿Debemos sostener constantemente esa lucha sorda y alimentar ese germen de discordia que condena a nuestra patria a un eterno martirio? ¿Debemos predicar la caridad sobre cadáveres? ¿Debemos edificar nuestros principios sobre las ruinas de un pueblo? Nuestra causa ha contado siempre con heroicos soldados, con sublimes mártires y ha dado ejemplo de admirables sacrificios ¿por qué pues no hemos triunfado?

    Permitidme guardar respetuoso silencio sobre esto. Os aseguro bajo mi palabra de caballero y de soldado que conozco las causas de ese mal éxito; y por lo mismo que las conozco y que amo a mi patria, doy este paso con ánimo de salvar los principios que siempre he defendido, que quiero continuar defendiendo y que espero me ayudareis a defender en un terreno noble, generoso, y fecundo, donde estaré a vuestro lado y donde moriré, si Dios escucha mis ruegos, después de haber conseguido que os admiren hasta nuestros enemigos.

    Para saber lo que valéis es preciso haber vivido entre vosotros, conocer vuestras necesidades y vuestras aspiraciones; en una palabra saber que lo que vosotros defendéis son los principios fundamentales de una sociedad honrada. Así, pues, quiero dedicar el resto de mi vida a inducir con toda la energía de mi alma al soberano, a quien deseo confiar la defensa de nuestra causa, a satisfacer nuestras aspiraciones legítimas para que los gobiernos se ocupen más en la administración y menos en la política, piensen más en los pueblos del campo y menos en las ciudades, y tengan en cuenta nuestros sentimientos, nuestra educación y nuestro bienestar. Vosotros podéis ayudarme en esta empresa que será la última de mi vida, robusteciendo el principio de autoridad y obligando con vuestra decisión y vuestro ejemplo al gobierno a hacer justicia a todos.

    Si yo creyese que podéis alcanzar el triunfo por el camino que seguís, mi sangre regaría ese camino. Yo he nacido para vosotros y con vosotros he vivido ¡Qué gloria para mí mayor que la de morir por vosotros!

    He estado siempre dispuesto a marchar a vuestro lado y a ser vuestro en todo y por todo; pero se han desechado mis consejos y mi persona. Lejos de vosotros en este retiro, os he seguido paso a paso, he visto vuestros sacrificios y mi corazón estaba en medio de vosotros. Al respetar la voluntad de Dios, deploraba la ceguedad que hacia fracasar vuestros esfuerzos. Hubiera deseado que la Providencia os favoreciera. En cuanto a mí, siempre he cumplido mi deber, indicando los peligros y dando los consejos que hacían para mí una obligación mi edad y mi historia.

    La sangre generosa de nuestros soldados se gasta en combates gloriosos pero estériles. El país que conoce su valor y su habilidad, espera, pero en vano una noticia cualquiera referente a la política de los hombres que los dirigen. Tenemos ante nosotros a la Europa liberal, y nada se ha hecho hasta ahora para asociar a nuestra causa los elementos asimilables que contiene; somos católicos y hemos obtenido, sin que quepa la menor duda, la bendición de la Cabeza visible de la Iglesia.

    En esta situación la guerra podría prolongarse muchísimos años, pero en fin, aun cuando nuestro triunfo estuviese asegurado, no izaríamos nuestra bandera sino sobre un montón de ruinas. Es una verdad dolorosa; pero es una verdad.

    Don Alfonso, colocado en el trono por circunstancias providenciales y que por razón de su edad no es responsable de funestos errores, ha expresado un deseo que forma su grandeza; la paz. Los hombres de su partido le han secundado. Unos y otros, llenos de admiración por vuestras virtudes y haciendo justicia a vuestra lealtad, han creído que era hora de poner término a la lucha, dando prueba de una gran abnegación y de un gran espíritu de justicia. Se me ha enterado de estos nobles proyectos; y yo que podía dejar en el abandono a los que me habían abandonado, he querido hacer un gran sacrificio y dar el ejemplo a todos.

    Después de haberme oído, el partido carlista tendrá, según creo, la cordura y la justa apreciación necesarias para formar de mi conducta un juicio equitativo; pues si hasta ahora he llevado la abnegación hasta el punto de sobrellevar en silencio los ataques y las calumnias, deberes más imperiosos que los de la prudencia me obligarían a revelaciones que, en honor de la historia, vale más sepultarlas en un olvido generoso. Apelo a vuestra razón y a vuestros sentimientos, exponiéndoos lealmente mi resolución. Si la imitáis, haréis una gran cosa, pues obedeceréis a la voz del patriotismo que pone la paz por encima de todo. En otro caso, nuestra bandera será destrozada; vosotros os quedaréis con el Rey; yo me pondré al lado de Dios y de la patria.

    Ramón Cabrera. (Liberté) Diario de Barcelona, Marzo de 1875 - pág. 2990







    Manifiesto de D. Ramón Cabrera a la Nación

    Españoles: En nombre de Dios que manda que no se desprecien los consejos de la prudencia, tened un momento, un solo momento de serenidad, y escuchadme.

    Yo soy quien cuarenta años ha mandaba en Aragón y en Cataluña las tropas que defendían la tradición, y más adelante las dirigía en una campaña contra el poder constituido; yo soy aquel que arrancado de las aulas de las Universidades por el torbellino de la guerra, llegué a hacerme amar y temer como general, y no recuerdo por vanagloria lo que fui, sino simplemente para deciros sincera y verdaderamente que soy aquel mismo hombre, y que aspiro a servir a mi patria con el mismo ardor y con la misma fe que me animaba cuando caía herido en el campo de batalla, o cuando apoyado en los hombros de mis soldados, tenia que dictar órdenes en el fuego de la acción y a pesar de la fiebre que me devoraba.

    Si; yo soy el que vine, merced a Dios y a mi desgracia, para personificar en su más alto grado de exaltación los efectos particulares de la guerra civil. Españoles, creedme, hablar de esta calamidad me aflige, porque la conozco demasiado y la detesto.

    Es indudable que la guerra puede ser justa cuando es justo su fin, y este fin es determinado y seguro. Después de la muerte de Fernando VII el fin de la lucha era popular: queríamos conservar instituciones seculares, usos piadosos y tradiciones queridas; combatíamos porque quitarnos aquel régimen era en cierto modo expulsarnos de la patria católica, española y monárquica, y por eso nuestro pecho servía de escudo al sacerdote que nos instruía y al Rey cristiano que representaba dignamente nuestra causa.

    En 1848, aquel mundo que había desaparecido de la realidad vivía aun en la memoria, y por lo tanto el fin de la guerra estaba comprendido en esta sola palabra: restauración. Pero en la actualidad ¿quién puede saber para que serviría la dominación del carlismo? Ante esta falta absoluta de plan y de concierto ¿quién nos dice que aun triunfando, después de una guerra tan desastrosa, no nos encontraríamos con un triunfo mezquino de palabras y con otra guerra indispensable para asegurar el triunfo de las ideas? ¿Quién nos asegura que no se diezma la juventud y se devasta el país para entronizar lo que se combate? Los que no han visto podrán decir: ¿quién lo sabe? Pero nosotros que hemos visto... lo sabemos.

    Dados el cambio sobrevenido desde 1833 y la triste realidad de tantos desastres ¿qué medidas o reformas de una realidad apremiante realizaría el carlismo en el poder? Se ha querido llenar el vacío con proclamas y manifiestos que nada determinan, y este vacío es imperdonable, porque si basta al voluntario, inquietado en su fe y herido en su dignidad de español, saber que se bate, importa a la nación saber positivamente porque se hace la guerra, pero saberlo de modo que pueda decir antes del triunfo, antes del tiempo de las ingratitudes: ¡Esto se escribió y selló con la sangre de mis mejores hijos! Los excesos de la revolución produjeron indudablemente en la sociedad española una impresión tan profunda que los hijos de familias pobres y de familias acomodadas, los carlistas de tradición y hasta los que habían sido hasta entonces los enemigos de nuestra bandera, corrieron un día como yo, con el fin de combatir por Dios, por la patria y por el rey, sin pensar en si iban inútilmente al sacrificio. Los aplaudí y los admiro, los reconocí en su abnegación. Eran los mismos o de la misma raza que los que combatieron otro tiempo a mi lado. Que la patria les haga justicia y vea en ellos una gran esperanza. Dios sabe que el afecto que les profeso me da vida y aliento para la empresa que he acometido. Pero si cuarenta años atrás me dejé arrastrar por la corriente del entusiasmo, más adelante me incumbió otro deber y lo cumplí. Deseaba que el príncipe llamado a representar las grandes virtudes del partido, se aprovechase de la experiencia, pero en vez de aprovecharse de ella, el que tenía derecho a la corona de España no ha querido aprender nada.

    Antes de combatir hubiera deseado, si era necesario, que conquistase pacíficamente el aprecio y la aprobación de un país que no le conocía, y al mismo tiempo que el partido se reorganizase, y que, definiendo, y formulando sus ideas de una manera práctica, diera una garantía segura de su objeto político y de su sistema de gobierno; pero mis consejos fueron inútiles y mi conducta se ha considerado como un desprecio de la patria.

    Para hacerme odioso en España se ha dicho de mí que en la prosperidad había perdido la fe religiosa, por la cual he derramado tantas veces mi sangre y por la cual estoy dispuesto a dar mi vida, y hasta se me ha calumniado llamándome traidor ¡Traidor yo sin ningún mando, sin ninguna relación, sin ningún compromiso con el príncipe especialmente por Ramón Cabrera ! Perdonad esta expresión, pero nadie en España lo creerá, y el que autoriza semejante acusación sabe más que nadie que no es verdad.


    Previsiones se han realizado; la ineficacia de tantos esfuerzos, la inutilidad de tantos sacrificios me han dado la razón, pero hasta ahora he debido limitarme a hacer un llamamiento a mis conciudadanos y a deplorar en silencio los males de la patria.

    El triunfo de la anarquía no era ocasión oportuna para oponerme a una guerra justificada desde el momento que la revolución ha dado un paso que promete ser duradero, desde el momento que la corona ciñe las sienes de un príncipe que se envanece del más precioso de sus títulos del título de católico, y que ha sabido demostrar que desde su deber y la alta misión del que está llamado a ser el jefe de los generales, de los hombres de estado, y hasta de los ministros del Señor, incurriríamos, españoles, en irresponsabilidad, si nosotros, defensores de un pasado no siempre justo; si nosotros, defensores de reformas no siempre aceptables, desperdiciásemos esta ocasión de acudir a redimir en las gradas del trono el abrumador peso de nuestras discordias.

    Los necios procurarán, sin embargo, avivar hoy más que nunca los resentimientos; pero veis ¿quién más ofendido que yo? Y no obstante, en vano han intentado impedir prestar mi adhesión al monarca, evocando en mi alma dolorosos recuerdos. [...] me enseña y el corazón me dice que yo, al igual que mi hija, ser querido a quien [...] de una manera profana, debo morir perdonando a mis enemigos, y yo sé, y yo veo a ese ser querido me dice desde el cielo que hago bien. Españoles : apiadaros de la nación que es también nuestra madre. Mi partido, que es el más perseverante de todos, secundará pronto, así lo espero, mi determinación, cada cual con sus convicciones y luchando noblemente bajo la protección de las leyes. Rechacemos de una vez la ofensa que a nuestra dignidad hacen los que nos califican de ingobernables, [...] conquistadores por tradición y por carácter, realicemos la mayor conquista que un pueblo puede hacer, la de triunfar de su desaliento. El día, el más brillante de nuestra historia, vendrá con la paz que desea ardientemente España, vuestro compatriota que os ama con toda su alma.

    Ramón Cabrera. París, 11 de marzo de 1875.





    Veamos, pues, las réplicas:




    Ejército Real de Aragón y de Valencia

    Voluntarios, grande es mi pesar al anunciaros que Don Ramón Cabrera ha sido traidor a la Santa Causa que defendemos a nuestra cara patria y anuestro bien amado rey y señor, Don Carlos VII.

    Ello me ha hecho una impresión dolorosa, porque no hubiera jamás creido, sin las pruebas que tengo a la vista, que quien fue el primer campeón de nuestra santa causa, la ha abandonado como un simple recluta, para encargarse de llenar el triste papel de jefe de los confidentes que le ha encomendado el gobierno de Madrid.

    El hombre que tanto se ha preciado de querer a su patria, no ha vacilado en arojar en medio del combate una nueva tea de discordia para ensangrentarla y empobrecerla.

    El hombre que hace confesión de haber deseado, hasta poco tiempo ha, el triunfo de nuestra causa, no se ha escondido en el rincón mas oculto del Universo, antes de anunciar que lo que desea hoy día es el triunfo de nuestros enemigos ¡Triste y fatal consecuencia de su dilatada estancia en Inglaterra!

    Esclavo de mi deber como en muchas ocasiones lo he atestiguado y decidido a sostener nuestro santo pabellón hasta la última gota de mi sangre, seré inexorable hacia cualesquiera que osara combatirlo vil e infamemente.

    No hubiera sido posible, después de nuestro triunfo, una paz sólida y duradera, si hubiésemos abrigado en nuesto seno elementos tan corrompidos como los que se apartan de nosotros.

    Dios, con su infinita sabiduría pruebas repetidas nos ha dado, de que está de nuestra parte; pero la mayor y la mas palpable es la que nos ha enviado ahora.

    Confiemos en Él: con su asistencia, con vuestro valor y vuestra abnegación, conseguiremos asegurar a nuestra querida patria la paz y el reposo que tan necesarios le son, librándola de convulsiones bochornosas única prenda que el liberalismo le ha podido asegurar.

    ¡Voluntarios! ¡Viva la Religión! ¡Viva España! ¡Viva el rey Don Carlos VII!

    Vuestro comandante en jefe,

    ANTONIO DORREGARAY







    Ejército Real de Cataluña

    El ejército Real de Cataluña ha sabido con la indignación mas viva, la rebelión y la traición de Don Ramón Cabrera, quien estimulado por el despecho y el orgullo, ha cometido la infamia de renegar de su historia y ponerse al servicio de la revolución coronada.

    Nuestro amor por V.M., nuestro amor por la España, y nuestro honor, nos imponen el deber de protestar contra semejante conducta. Es preciso que nadie pueda creer que Don Ramón Cabrera encuentra imitadores o adeptos en este país católico, que jamás olvidará sus tradiciones de nobleza y de honor.

    El ejército catalán, que al primer grito de viva Carlos VII se agrupó alrededor de la santa bandera de la legitimidad, no puede aceptar que un renegado declare al mundo que va a poner ese glorioso estandarte a los pies del rey de la revolución. Antes que tal desgracia sobrevenga, sabremos morir todos envueltos en sus pliegues, nosotros todos, que hace tres años acon tanta fuerza lo empuñamos.

    Señor:

    Habéis prometido matar la revolución, y la mataréis. Confiad para ello en vuestros bravos catalanes, y tened la certeza de que recibirán siempre a tiros a los que osaren hablarles de paz con la revolución, de convenio con el enemigo o de rebelión contra V.M., por quien hoy día mismo vierten su sangre.

    Señor:

    (firmado) FRANCISCO SAVALLS, ANTONIO LIZÁRRAGA, ALBERTO MORERA









    Lilla, 31 de Marzo de 1875

    A mis amigos de la frontera

    Mi indignación y mi dolor han sido grandes, al saber que mis amigos y mis compañeros de armas han sido engañados y arrastrados a seguir el partido de la revolución, por personas que han recurrido a medios infames y viles, y que han abusado de mi nombre.

    Desconocería odiosamente la benevolencia y amistad de que tantos católicos me han dado muestras; sería un miserable si pudiera consentirlo. No. Yo no quiero por nada en el mundo empañar mi honor de católico.

    Yo induzco a todos mis amigos de España y de la frontera a que no ayuden a los traidores y a no manchar su honra tratando con los ambiciosos, de lo cual muy pronto se arrepentirían. ¡Les han engañado! ¡les han engañado!. Todo lo que por mi cuenta les han dicho es falso. ¡Yo, ir a combatir en las filas de mis adversarios! Jamás.

    Espero que todos mis amigos querrán escucharme. Si, no obstante, impulsados por la pasión de la venganza, reniegan de su bandera, que con tanto valor y fidelidad habían defendido a mi lado, cesan de ser católicos, desde ese momento cesan de ser buenos vascongados, y, por lo tanto, cesan de ser amigos míos.

    Sepan que he abandonado completamente la política, y que me preparo a celebrar el santo sacrificio de la misa.

    Suponiéndome a las órdenes de Alfonso y de Cabrera, me han inferido un gran ultraje, han desconocido mis principios. Debo, pues, declarar, por mi honor y por el de todos mis amigos españoles y franceses, que he defendido siempre la bandera: Dios, Patria, Rey; que no la he abandonado jamás, y que jamás he tenido la menor complicidad con los enemigos de nuestra santa causa, representada por Don Carlos VII.

    MANUEL SANTA CRUZ LOIDI

    "NI CARLISTE NAIZ, TA ESPANIE BABESTUCO DOT IL MARTE (Soy Carlista y defenderé a España hasta la muerte)".

  4. #4
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    Re: Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

    Carta de Cabrera a Carlos VI desaconsejando el desembarco de San Carlos de la Rápita
    de Ramón Cabrera y Griñó
    14 de marzo de 1860


    Señor:
    Antes de tomar una decisión decisiva, ó más bien, ántes que llegue el momento supremo de lanzarnos en el movimiento proyectado, permitame V.M. recordarle lo que le prometí en París, para que nunca queden dudas, y á fin de que nos entendamos completamente. Mi palabra de honor á V.M. que estoy resuelto á cumplir fué, que con los elementos del general Ortega, una vez que se apoderara con sus tropas de Tortosa, hoy es Valencia, y pudiendo nosotros contar ademas con tres plazas fuertes para apoyar aquel movimiento, y darle así una fuerza moral que sin esta circunstancia no tendria en este caso, pero solo en este caso, prometia acompañar á V.M. y hacer cuanto estuviese de mi parte. Ahora bien, señor, V.M. debe tener en sus reales manos las pruebas de si esto es así ó no. En el primer caso, nada tengo que añadir ni quitar; pero si desgraciadamente fuese cierto lo que temo, es decir, que hasta el dia no se cuenta con las plazas; que nada se dice ya de los generales moderados que parecian querer secundar; que los comandantes generales nuestros se hallan en Madrid sin haber recibido dinero, ni menos contar con armas; que los miembros de la comision de aquella capital, léjos de estar acordes sobre la oportunidad del movimiento, se halla reducido su número en la actualidad á dos ó tres personas, segun carta que tengo de dicha comision; si todo esto digo, es cierto, como lo es el no haber tenido yo contestacíon de D. José Salamanca á la carta que le dirigí por Morales hace cerca de un mes, en esta hipótesis creo que los elementos, en vez de aumentar, disminuyen cada dia á medida que se van haciendo más necesarios. Por todo lo cual, suplico a V.M. tenga en consideracion estas razones por rozarse con un asunto que puede acarrear graves compromisos en caso de mal éxito; pues militarmente hablando, á mi modo de entender, el elemento del general Ortega, áun suponinedo que lograse embarcar sus tropas en Mallorca, y que éstas proclamasen a V.M. en Valencia, no es lo suficiente para dirigirse á Madrid sin pérdida de tiempo, porque en guerra civil nada hay que pensar. ¿Y cómo ha de suponer uno que con 4 ó 5.000 hombres, la mitad quintos, y á quienes se lleva, por decirlo así, sin que sepan adónde van, hemos de poder llegar á la capital, áun cuando se reuniesen algunos voluntarios en el camino?. Con ménos de 20 á 25.000 hombres me inclino á creer sería muy arriesgada semejante marcha; y por otra parte, si se diese tiempo al gobierno, éste siempre tiene muchos medios á su disposicion, podria hasta armar la guardia nacional y naturalmente dar tiempo á que se presentase O'Donnell, quien haria mucho más en estas circunstancias con el prestigio que se ganó en Marruecos.
    Ya supongo, señor, que V.M. con su buen criterio ha previsto todas estas dificultades, y creo que en todo caso aún es tiempo de no contraer más compromisos que el de presentarse en España siempre que allí haya los elementos que dejo indicados. Mi fidelidad hácia V.M., su mismo honor y existencia, y la parte que á los demas nos tocaria en una desgracia de esta naturaleza, es el único móvil que me hace recurrir á V.M. para que si lo tuviese á bien, se digne sacarme de la penosa incertidumbre en que me pone el silencio de unos, el temor de otros, y el desacuerdo que parece existir en la comision de Madrid en un asunto en el que todos, ó cuando ménos la mayoria, debiéramos estar persuadidos de que hay los elementos suficientes para obtener un buen resultado.
    Y deseando con vivas ansias una contestacion de V.M., me repito siempre su más adicto súbdito.
    A L.R.P. de V.M.

    Ramon Cabrera

    Londres 14 de Marzo de 1860.



    Categoríaocumentos de Ramón Cabrera y Griñó - Wikisource

  5. #5
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    Re: Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

    NOTICIAS DE CABRERA
    de Ramón Cabrera y Griñó
    Articulo publicado en el diario de París "L'Union" nº 323, pàg. 2, de 5 de noviembre de 1848


    La prensa independiente española, bajo la tiránica dictadura de Narváez, no puede publicar mis protestas. Sin más fuente de información que las procedentes de las notificaciones oficiales de nuestros enemigos o de ciertas cartas de corresponsales que se limitan a informar de lo que se dice, esta prensa no se ve capaz de aclarar lo que pasa en la guerra en Cataluña. La prensa extranjera no podrá negarme su espacio: 1º, para desmentir las informaciones falsas y pueriles de la mayor parte de los caudillos que mandan las tropas isabelinas; 2º, para protestar contra las calumnias que los periódicos asalariados del gobierno de Madrid repiten incesantemente sobre mis voluntarios; y 3º, para exponer delante de mi país y de Europa la verdad sobre las actividades de ambos ejércitos.

    Nuestro enemigos nos califican aún de bergantes, digamos incluso la palabra, de trabucaires. Si quisiésemos establecer, a partir de sus boletines oficiales, el número de muertos, heridos y prisioneros de nuestro bando, la cifra seria estremecedora. En cambio esconden siempre con mucho cuidado nuestros progresos siempre crecientes: la toma del castillo de la Bisbal, la del castillo de Cabra, la última derrota del general Paredes que, huyendo, abandonó 150 hombres y su propio caballo, etc., etc. La pluma de soldado que soy se niega a escribir los nombres de los jefes isabelinos que se han ganado los galones a partir de partes tan falseados como despreciables. Pero estos mismos caudillos no podrán negar que mis voluntarios han cogido las armas á sus soldados. Como tampoco podrán negar que el gobierno de Madrid se ha visto precisado á enviar á Cataluña 50.000 hombres, escogidos entre los mejores, y la flor i nata de los generales para combatir cuadrillas insignificantes de trabucaires. Esto es humillante para nuestros enemigos y definitivo para Europa. ¿Porqué el mismo gobierno acaba de implorar la colaboración de Portugal pidiéndole 8.000 hombres?.

    Por lo que se refiere al odioso epíteto de trabucaires con el que nuestros enemigos pretenden rebajarnos, una simple reflexión es suficiente para hacer justicia. Mis 6.000 voluntarios no pueden combatir i á menudo vencer á 50.000 soldados sin la ayuda espontánea y poderosa de Cataluña. Una lucha tan desigual no habría durado tanto si no dispusiéramos de la simpatía de la noble población catalana. Ahora bien, si disponemos de ella es porque nos la merecemos.

    Cataluña está cansada de las acciones arbitrarias del gobierno de Madrid, de su odioso sistema de corrupción. De este yugo vergonzoso, quiere deshacerse. Por lo que respecta á mis voluntarios, en gran parte se trata de hijos de Cataluña, la cual está orgullosa de su comportamiento, especialmente de su fidelidad y de su coraje. Incluso ciertos dirigentes enemigos no se atreven á negar estas cualidades á mis voluntarios, y son pocos los que lo hacen. Y es que la mayoría de estos dirigentes solo se propone una cosa: escalar en su carrera halagando al gobierno de Madrid. El coronel Rios, que manda la columna de Olot, se distingue entre ellos; si hubiese estado á mis órdenes, ya lo habría llevado más de una vez ante un consejo de guerra por su impericia y por la exageración de sus notificaciones. Sin duda, debe querer imitar al jefe de la columna de Ripoll que, después de haber sido vencido y asediado con sus soldados en Lilles, obtuvo gracias á un informe de los hechos absolutamente falso, el grado de coronel. Yo, á esto le llamo prostitución militar. Pero la pesadilla del gobierno de Madrid es la alianza carlo-progresista. La desgracia acerca siempre á los compatriotas que se ven perseguidos, deportados o fusilados por tiranos a los que solo la habilidad, la corrupción y la tiranía mantienen en el poder. Añadamos el hecho que el conde de Montemolín, en su manifiesto del 14 de septiembre de 1846, nos ha recomendado el olvido del pasado, la reconciliación. Fuera partidos, ha dicho, todos somos españoles. Desde entonces solo miramos como á enemigos á aquellos que nos combaten con las armas en la mano, y acogemos en nuestras filas con satisfacción á todos los progresistas que, privados como nosotros del derecho á la discusión, acuden al derecho á la insurrección para defenestrar á nuestro enemigo común. Debe decirse que su coraje y su valentía son dignos.

    Por lo que respecta á los prisioneros, mientras el enemigo fusila ó deporta á los nuestros á Filipinas, yo hasta ahora los he dejado libres, excepción hecha de los oficiales, que han sido tratados tan bien como mi posición y las precauciones de la guerra lo permiten. Acabo de proponer al general Córdoba el intercambio de prisioneros. Esperemos que lo acepte. En cualquier caso, yo no seré responsable ante Europa de las consecuencias de su negativa. Por lo que se refiere á los últimos asesinatos de general Vilallonga, la nación se muestra aún humillada. Si no fuera que mi deber me retiene en esta fiel provincia, ya habría ido á recordar personalmente a este monstruo cuales son las leyes de la humanidad. Esperemos! Mis importantes ocupaciones no me dejaran, probablemente, rebatir las calumnias del enemigo que todos despreciamos. Al fin y al cabo, no haría otra cosa que repetirme, ya que mi sistema no cambiará. Mi conciencia se ha fortalecido por el honor de mis soldados y por la colaboración de esta leal y generosa provincia. Continuaré defendiendo á mi rey legítimo y la independencia de mi querida patria. Contribuir á su triunfo es mi ambición.

    Cubells 5 de noviembre de 1848

    Ramón Cabrera Griñó

    Conde de Morella


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    Breve biografía del general carlista Ramón Cabrera


    CABRERA GRIÑO, Ramón. Conde de Morella, Marqués del Ter. Tortosa, 27.XII.1806- Virginia Waters (Inglaterra), 24.V.1877. Caudillo militar y político carlista.
    Nació en el barrio de pescadores, en el seno de una familia trabajadora de situación económica desahogada. Su padre, José Cabrera, era un honrado y laborioso patrón de barco dedicado a las faenas de cabotaje. Su madre, Ana María Griñó, tenía a la sazón 26 años y era conocida en el barrio por su bondad y sus piadosas costumbres.
    La entrada de los franceses en Tortosa obligó a la familia a emigrar a Vinaroz, donde poco después en 1814, falleció el padre, dejando a Ramón huérfano con sólo seis años. Regresada la familia a Tortosa, Ramón desarrollaría su infancia en un régimen de libertad en la que se podrían de manifiesto su fogosa imaginación y su tendencia a la actividad constante.
    Preocupada por la educación de sus hijos y por la economía familiar, en 1816 María Griñó contrajo segundas nupcias con Felipe Calderó, otro honrado patrón de la misma matrícula de Tortosa. El nuevo padrastro se hizo cargo de los hijos de su esposa, y en particular de Ramón, al que pronto trató como padre, disponiendo que fuera al colegio de Santo Domingo a recibir la primera instrucción. La poca afición, sin embargo, del niño a permanecer encerrado en el aula y su poca inclinación al estudio, llevaron a los padres a que probara fortuna primero en el comercio y después en la profesión familiar de marino. Fue entonces cuando se presentó la ocasión de optar a un beneficio eclesiástico, sobre el que unos tíos suyos tenían derecho de patronazgo. Viendo en ello la oportunidad de dotar al joven de una forma de vida, y a pesar de la nula vocación eclesiástica del interesado, como era frecuente entonces, la familia reclamó el beneficio, en pugna con otros dos aspirantes que creían también tener derechos al mismo. Tras tres años de espera, finalmente se resolvió el pleito a favor de Ramón Cabrera, que empezó entonces sus estudios en el recién erigido seminario diocesano.
    El carácter vitalista e indómito de Ramón, unido a su falta de aplicación escolar y evidente falta de vocación, no pasaron desapercibidos al docto y experimentado obispo de la diócesis, Don Víctor Sáez, que no quiso, llegado el momento, conferirle el subdiaconado, por considerar que su personalidad y aficiones eran más apropiados para la milicia que para una carrera eclesiástica.
    En un intento de salvaguardar su beneficio y de que se centrara en el estudio, el joven seminarista fue internado en el convento de San Blas de los Padres Mercedarios. Pero de poco sirvió la medida, porque aprovechando la laxitud de la clausura, Ramón siguió frecuentando sus aficiones e ingeniando novatadas, destacando entre los jóvenes de la ciudad por su liderazgo y ascendente. En sus salidas, Cabrera empezó a frecuentar las tertulias que se celebraban en distintos puntos de la ciudad, en las que se jugaba a las cartas y otros juegos de mesa y se comentaba la actualidad.
    En los últimos meses del reinado de Fernando VII el país vive sumido en una gran agitación, con la sombra de la guerra civil proyectándose sobre los pueblos. La cuestión de la sucesión al Trono pone de manifiesto el profundo enfrentamiento entre liberales, amigos de las novedades traídas por la Revolución, y partidarios del Antiguo Régimen.
    También en Tortosa se siente la influencia de los acontecimientos. Cabrera asiste a tertulias cuyo contenido está cada vez más politizado, en las que empiezan a manifestarse sus simpatías por la causa realista, predominante entonces en los ambientes populares. En estas tertulias se comentan los progresos realizados por los primeros que en el país se han levantado proclamando a Carlos V, y poco a poco se va pasando de la mera opinión a la conspiración activa, participando en las reuniones personas abiertamente comprometidas con los insurgentes, que buscan voluntarios y recursos para sus planes.
    Cuando las primeras partidas carlistas se alzan en el Maestrazgo y empiezan a recorrer el corregimiento de Tortosa, el gobernador militar Bretón teme que la llama pueda prender en el vecindario de la ciudad, y decide desterrar a una lista de personas, conocidas por sus simpatías carlistas o por la influencia que en un momento dado pudieran tener sobre sus convecinos. Entre ellos está Cabrera, que recibe pasaporte para marchar camino de Barcelona.
    Sin embargo Cabrera tiene otras ideas, y al salir de su ciudad decide variar de rumbo y dirigirse a Morella, donde poco antes el barón de Hervés y el gobernador Victoria han proclamado a Carlos V, y que ha sido fijada como punto de reunión para los Voluntarios Realistas de la zona.
    La reacción de las autoridades militares del distrito obligó a los sublevados a abandonar la capital de los Puertos, y les condujo a su posterior derrota y total dispersión en Calanda. Cabrera quedó aislado en las sierras del Maestrazgo, unido a un puñado de hombres comandados por el jefe Marcoval. La superior educación del tortosino, sus dotes naturales y el descabezamiento sufrido por los partidarios del Infante Don Carlos en Aragón y Valencia, hacen a Cabrera ganarse pronto la consideración de sus superiores y a él mismo tomar conciencia del papel que podría desempeñar en los acontecimientos.
    Las distintas partidas carlistas fueron reuniéndose bajo el mando de Manuel Carnicer, antiguo oficial del ejército en situación de licencia ilimitada y que había sido pionero en proclamar a Carlos V en Aragón. Durante 1834, las partidas recorren el Maestrazgo y la comarca del Matarraña, reclutando hombres y procurando abastecerse de armas y recursos para su subsistencia. Cabrera, que ha logrado reunir unas pocas decenas de hombres que le siguen, es uno de los cabecillas que figuran en algunos de los partes liberales, que se refieren a él como “el seminarista” o “el cura Cabrera”.
    Continuamente perseguidos por las columnas cristinas, sin medios ni apoyos externos, la causa carlista en Aragón y Valencia parecía a finales de 1834 tener los días contados. Cabrera decidió entonces atravesar territorio enemigo y presentarse en el cuartel real, localizado entonces en Zúniga (Navarra), para poner al corriente al rey en persona de la situación de sus voluntarios levantinos. A su regreso llevó consigo la orden de que Carnicer se presentara de inmediato en ese mismo cuartel para recibir instrucciones. El viaje costó la vida al jefe carlista, al ser reconocido en Miranda de Ebro. Cabrera, al que había confiado en su ausencia el mando interino, queda al frente de las fuerzas carlistas del Bajo Aragón y el Maestrazgo.
    La oleada revolucionaria de julio de 1835 favoreció el renacer de las partidas carlistas, que obtuvieron sus primeros triunfos y vieron incorporárseles un gran número de voluntarios.
    El 11 de noviembre, Cabrera recibe el nombramiento de comandante general interino del Bajo Aragón. Es a partir de entonces cuando su talento organizador y su intuición militar dejarían su impronta sobre el curso de la guerra. Cabrera empezó a dotar a sus fuerzas de una rudimentaria organización militar, hasta entonces totalmente inexistente, de forma que sus operaciones pudieran responder a un mínimo plan de acción, en lugar de estar dictadas, como venía sucediendo, por la simple necesidad.
    Cabrera quería que sus tropas fueran reconocidas como un verdadero ejército, que luchaba por la causa de un rey legítimo. Se sentía, por tanto, investido de todo el derecho para aplicar la autoridad que emanaba de su rey y para hacerla cumplir en lo que dependiera de él. Así lo prueba el que mandara fusilar a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa por prestar ayuda al enemigo y desobedecer sus disposiciones. En represalia por este acto, el brigadier liberal Nogueras, con la aprobación del capitán general de Cataluña, mandó fusilar el 16 de febrero de 1836 a la inocente madre del jefe carlista, retenida como rehén en Tortosa desde meses antes. La furia de Cabrera al conocer la noticia del asesinato de su adorada madre desató una terrible espiral de violencia. La guerra entraba en una nueva fase, implacable y cruel, en la que ninguna consideración cabía con el enemigo y que acabaría siendo la tónica por ambos bandos.
    Durante el invierno y la primavera de 1836 la actividad carlista no deja de crecer, impulsada por el genio militar de Cabrera, que poco a poco se va haciendo dueño del territorio comprendido entre el mar y los cauces del Ebro, el Guadalope y el Mijares. En el mes de abril, considerando llegado el momento de fijar una base de operaciones que diera otra escala a las mismas, Cabrera se adueñó de Cantavieja, fortificándola y convirtiéndola en capital de su ejército y de una incipiente administración civil del territorio bajo su control.
    En el verano de 1836 la marea revolucionaria que siguió al pronunciamiento de los sargentos de La Granja, engrosó las filas carlistas con nuevas oleadas de voluntarios. Poco después, al comienzo del otoño, Cabrera recibió la orden de incorporarse a la expedición del general Gómez, que había salido del Norte con objeto de propagar la guerra a otras regiones peninsulares. La expedición penetró en tierras andaluzas y continuó por Extremadura, obteniendo algunas importantes conquistas. Cuando estaba en Cáceres, Cabrera recibió la noticia de la pérdida de Cantavieja a manos de las fuerzas del general San Miguel, por lo que decidió separarse de la expedición y volver al Maestrazgo. En el viaje de regreso fue sorprendido en Rincón de Soto (Soria), donde resultó gravemente herido. Salvado de milagro, permaneció escondido durante varias semanas por el cura de Almazán, cuando los suyos le daban por muerto.
    La reincorporación de Cabrera al Maestrazgo tras su restablecimiento, volvió a poner de manifiesto hasta que punto la prosperidad de la causa del Pretendiente en el Levante dependía de él. Elevó la decaída moral de los voluntarios, organizó incursiones de abastecimiento por la rica huerta valenciana, obtuvo resonantes triunfos en Buñol, Pla del Pou, San Mateo y otros puntos, y finalmente, a través de su lugarteniente Cabañero, reconquistó Cantavieja (27 de abril). Cabrera recuperaba el poder de los carlistas perdido en su ausencia, al tiempo que afianzaba su liderazgo indiscutible.
    En la primavera de 1837 salió de Estella la Expedición Real, con intención de dar el golpe de gracia al régimen revolucionario y sentar en el Trono a Don Carlos. A finales de Junio el ejército expedicionario logró cruzar el Ebro a la altura de Cherta. El concurso de Cabrera fue determinante, al obtener una brillante victoria –ante los mismos ojos de su rey- sobre las fuerzas liberales que trataban de impedirlo. El tortosino fue recompensado con la Gran Cruz de San Fernando y el nombramiento como comandante general de Aragón, Valencia y Murcia (3 julio 1837).
    Cabrera con sus batallones se incorpora a la Expedición, que enfila su marcha en dirección a la capital del Reino. Tras un avance parsimonioso, el ejército carlista se presenta ante los muros de Madrid. Cabrera creía llegado el momento de proceder al asalto de la capital –relativamente indefensa-, pero misteriosas razones hicieron a Don Carlos abandonar la oportunidad y retroceder sobre sus pasos. Probablemente confiaba con que la reina regente le hubiera entregado el Trono, conforme a las negociaciones desarrolladas en secreto para ese fin, o se temía el acercamiento del ejército de Espartero, que avanzaba a paso ligero en socorro de la capital.
    El fracaso de la Expedición Real, que regresó al lugar de partida con las manos vacías mientras Cabrera volvía con sus tropas al Maestrazgo, marcó el punto de inflexión para las posibilidades de triunfo de la causa carlista, cuyo declinar sería ya continuo hasta el final de la guerra. Diferente situación, sin embargo, viviría el carlismo en Aragón y Valencia, donde la estrella del general Cabrera se encaminaba hacia sus mayores días de gloria.
    En efecto, en enero de 1838 los carlistas toman Morella, en un golpe de audacia que produjo el asombro del mundo y el estupor de sus enemigos, al mismo tiempo que Cabrera se apoderaba de la importante villa costera de Benicarló.
    Cabrera convirtió Morella en la capital de su pequeño estado, desde donde adoptaba medidas tanto para la organización e intendencia de su cada día más numeroso ejército, como para la hacienda y el gobierno de los pueblos, a través de la Junta Superior gubernativa.
    Calanda, Alcorisa, Amposta, Caspe, Lucena, Falset, Gandesa, e incluso Zaragoza (5 marzo 1838) fueron cayendo en poder de los carlistas o tuvieron que sufrir sus asaltos, lo que llevó a que el gobierno empezara a ver a Cabrera como su mayor amenaza.
    En el verano de 1838 un formidable ejército al mando del general Oráa se pone en marcha para reconquistar Morella, penetrando en el corazón del territorio dominado por los carlistas. El 14 de agosto el fuego artillero empezó a batir los muros de la plaza. Sin embargo, las previsoras disposiciones adoptadas por Cabrera y la resistencia encarnecida de los defensores, obligaron al jefe del ejército liberal del Centro a levantar pocos días después el sitio y reconocer su fracaso ante el gobierno y la opinión pública.
    La victoria ante un enemigo tan desproporcionadamente superior rodeó el nombre de Cabrera de una aureola de prestigio y leyenda, que cruzó las fronteras de toda Europa y le valió de su rey el título de Conde de Morella. Esta vitola crecería aún más cuando poco tiempo después, el 1 de octubre de ese mismo año, el caudillo carlista derrota en Maella a la división del general Pardiñas, la élite del ejército cristino, que pierde la vida en el campo de batalla.
    La guerra discurría por cauces de extremada violencia y crueldad, en una espiral de represalias por ambos bandos que ensangrentaba el país y escandalizaba a los gobiernos extranjeros. Las autoridades liberales no tuvieron más remedio que reconocer el poder alcanzado por el enemigo, al que ya no podía seguir despreciando, y pactar el Tratado de Lecera/Segura para la humanización de la guerra, a imagen de lo que tiempo antes había supuesto el Tratado de Elliot en el frente vasco-navarro.
    En el verano de 1839 tiene lugar la traición de Maroto y la firma del Convenio de Vergara, llevado a cabo a espaldas del rey carlista, y que obliga a éste a traspasar la frontera francesa con los batallones que le permanecen leales. Cabrera recibe la noticia con indignación y se dispone a proseguir la lucha. Sin embargo, el fin de la guerra en el Norte deja libre al formidable ejército del Duque de la Victoria, que se apresta a caer sobre el Maestrazgo, combinando sus operaciones con el ejército del Centro.
    Cabrera no cede en su voluntad de resistir, pero un contagio de fiebres tifoideas le lleva a las puertas de la muerte y deja a su ejército privado de su idolatrado caudillo, llegando a extenderse entre los voluntarios y los pueblos la noticia de su fallecimiento.
    En febrero de 1840 el imponente ejército de Espartero abandona sus cuarteles de invierno, e inicia sus operaciones contra la línea fortificada dispuesta por Cabrera para defender su territorio. Uno a uno van cayendo los fuertes, no sin una resistencia a veces sobrehumana, como en el caso de Castellote. Cabrera, gravemente enfermo, se ve obligado a atravesar el Ebro, viendo impotente como Morella cae en manos de sus enemigos. El asesinato semanas antes del Conde de España, había hecho que Don Carlos le encomendara el mando del Ejército Real de Cataluña y le encomendara el aclaramiento de las circunstancias que habían conducido al asesinato de su anterior jefe.
    Cuando Cabrera llega a Berga, capital carlista del Principado, los acontecimientos ruedan ya imparablemente hacia el inevitable final de la guerra. Rindiéndose a la falta de recursos y considerando ya inútil la resistencia, Cabrera decide pasar con su ejército la frontera y entregarse a las autoridades francesas, poniendo con ello fin a siete años de lucha.
    El gobierno francés recluyó al caudillo carlista primero en Ham y en la ciudadela de Lille, al noroeste del país, y después en Hyeres, en la costa mediterránea, cuyo clima era más favorable para la mermada salud del refugiado. Posteriormente en 1841 obtuvo permiso para trasladarse a Lyon, donde fijó su residencia y gozó de la acogida de los legitimistas franceses.
    En 1845 Don Carlos abdicó en su hijo D. Carlos Luís, conde de Montemolín y Carlos VI en la nomenclatura carlista, tratando de dejar expedita la vía para el matrimonio de su primogénito con la princesa Isabel, que pondría final a la escisión dinástica. Pero la injerencia de Francia e Inglaterra, y la propia oposición de los liberales, abortaron la pretensión, que tuvo en el publicista Jaime Balmes a su máximo valedor.
    El tono moderado exhibido hasta ese momento por Montemolín se tornó en un nuevo llamamiento a sus partidarios para que cogieran las armas, precedido de su fuga y la de otras figuras carlistas, entre las que estaba Cabrera, que se reunieron en Inglaterra.
    En septiembre y octubre de1846 diversas partidas se levantan en varios puntos de España, pero son en todas partes dispersadas, arraigando el alzamiento solamente en el noreste peninsular, especialmente en Cataluña, dando lugar al comienzo de la llamada guerra de los matiners.
    El 23 de junio de 1848, siguiendo las instrucciones de su rey, Cabrera atraviesa la frontera para unirse a los insurgentes. Su nombre y prestigio atraen nuevos voluntarios, y llega a reunir un ejército de 10.000 hombres, a los que dota de una organización de la que habían carecido hasta su llegada. Sin embargo, la absoluta falta de los recursos que se habían prometido, y los estragos causados entre las filas montemolinistas por las defecciones y sobornos promovidos por las autoridades liberales, llevaron a Cabrera a cruzar la frontera el 23 de abril de1849, con objeto de entrevistarse con el rey y discutir el curso que debía seguir el alzamiento. La ausencia del generalísimo carlista, que fue detenido en la frontera por los gendarmes franceses, hizo cundir la desmoralización entre los partidarios de Montemolín, que se internaron en Francia poniendo fin a la guerra.
    Liberado por las autoridades francesas que le habían retenido, Cabrera marchó a Londres, acogiéndose como refugiado político a la hospitalidad inglesa, cuyas relaciones con el gobierno español se habían deteriorado. Allí frecuentó los salones de la aristocracia conservadora, que tenía curiosidad por conocer al famoso guerrero. En casa de la duquesa de Inverness conoció a Marianne Catherine Richards, una rica heredera de religión protestante - pero que había prestado entusiasta apoyo a la causa carlista-, con la que contrajo matrimonio el 29 de mayo de 1850.
    Cabrera vive esos años dedicado a la vida familiar y al cuidado de sus primeros hijos, pero mantiene frecuente contacto epistolar y a través de sus viajes al continente con la familia real carlista y los exilados, así como con los círculos legitimistas europeos. Gran aficionado a la ciencia militar y privilegiado testigo de su tiempo, el Conde de Morella siguió con gran interés el conflicto ruso-turco de 1854 y los sucesos de ese mismo año en España, la llamada guerra de los cipayos de 1857 librada por los ingleses y, especialmente, la guerra de Austria y el Piamonte, que costó a la primera el Milanesado.
    El 2 de abril de 1860, mientras el ejército español combatía en Marruecos, tiene lugar la intentona de San Carlos de la Rápita (Tarragona), protagonizada por el general Ortega, capitán general de Baleares, con el propósito de poner en el Trono al conde de Montemolín, que marcha en la expedición que desembarca en la costa tarraconense. En la conspiración estaban implicadas numerosas personas, incluso del interior de la misma Corte -se decía-, partidarias de la fusión dinástica a través de la renuncia de Doña Isabel. Cabrera, que estaba de vuelta de aventuras y de supuestos apoyos que luego nunca aparecían, y que tenía ya para entonces mucho que perder –acababa de nacer su tercer hijo-, se resistió a participar en el movimiento, de cuyo éxito dudaba y cuya oportunidad no veía clara. No obstante, ante las presiones y por fidelidad a quien consideraba su rey, aceptó apoyarlo financieramente y comprometer su espada en el caso de que se dieran determinadas condiciones.
    El fracaso rotundo de la intentona dio la razón a las reticencias del general, y le acabó de vacunar ya para el futuro contra ciertos planteamientos, que consideraba ilusorios y alejados de la realidad de los tiempos. Ortega fue fusilado y Montemolín y el Infante D. Fernando detenidos, abdicando en la prisión de Tortosa de sus derechos a cambio de salvar la vida. Un indulto general inusualmente rápido (1 mayo de 1860), zanjó para el gobierno el incómodo asunto del intento de golpe y de quien hubiera podido estar detrás de él, y resolvió la espinosa situación de la prisión de los primos de la reina, que fueron trasladados a Francia y puestos en libertad.
    La vergonzosa abdicación del pretendiente legitimista puso en muy difícil situación al partido carlista. Don Juan, hermano de Montemolín, consideró que recaían en él los derechos al Trono, y así lo hizo saber públicamente. Sin embargo, sus pronunciamientos de tono liberal contrariaban a los guardianes de las esencias carlistas, que presionaban para que Montemolín se retractara de su abdicación. Entre unos y otros se situaba en Conde de Morella, que consideraba que la abdicación debía ser irreversible, por un elemental sentido del honor, pero que Don Juan debía mantener su fidelidad a los principios que constituían la razón de ser de la bandera carlista.
    Comprendiendo que nada podía esperar de su hermano, el 1 de Diciembre Montemolín publica en Trieste un manifiesto retractándose de su abdicación y reafirmando sus derechos al Trono. Pero el destino quiso que pocas semanas después, el 13 de Enero, falleciera conjuntamente con su esposa y su hermano Fernando, víctima del cólera morbo.
    Entre 1861 y 1868, el carlismo atraviesa unos años oscuros en los que parece condenado a la desaparición. Su trémula llama es mantenida por la Princesa de Beira, viuda de Carlos V, que desde Trieste defiende los derechos de su familia y los principios a los que éstos se asocian. Doña María Teresa escribe frecuentemente al conde de Morella, con distintos motivos, sondeando siempre la disposición de su ánimo y haciéndole ver la inminencia de acontecimientos para los que considera necesario estar preparados. Sin embargo, el Conde de Morella ha visto enfriarse su entusiasmo, y da muestras de sus deseos de permanecer retirado de la actividad política, dedicado a sus ocupaciones domésticas en su finca de Wentworth, a las afueras de Londres. Anualmente realiza viajes por el continente y, fiel a su vocación y afición al estudio de la ciencia militar, asiste como observador a la guerra austro-prusiana, volcando sus simpatías por la causa imperial, pero admirando la pujanza militar de Prusia. En sus viajes mantiene contacto con numerosas personalidades militares y de la aristocracia europea, y visita a la Princesa de Beira y otros miembros de la familia real carlista.
    En 1866 el Conde de Morella visita al primogénito de D. Juan –D. Carlos Luís había fallecido sin descendencia- al que ya la Princesa de Beira había presentado al partido como Carlos VII dos años antes en una trascendental Carta a los Españoles. El adolescente sentía inmensa admiración por quien consideraba encarnación de las mejores hazañas de su abuelo, y quería ver en él al guerrero invencible que le llevara a hacer realidad su sueño de emularlas con nuevas glorias. Pero el Conde de Morella era un hombre que había cumplido ya los sesenta, y al que preocupaba la educación que pudiera estar recibiendo el príncipe, lejana a la preparación que a su criterio requería un rey de su tiempo.
    En julio de 1868, al precipitarse los acontecimientos en España, el joven Don Carlos convoca en Londres un Consejo de personalidades que respaldan su causa, y es aclamado oficiosamente como rey con el título de Carlos VII, tomándose medidas para la reorganización del partido en toda España. Cabrera, convaleciente de una operación de sus heridas de la última guerra, no asiste a la reunión, pero manifiesta abiertamente al príncipe su disconformidad con el proceder que se sigue, pues entre otras cosas su padre Don Juan no ha abdicado, y es a él quien formalmente siguen perteneciendo los derechos dinásticos.
    La Revolución de 1868 y el acercamiento al Duque de Madrid de los sectores más confesionales del moderantismo, los llamados neo-católicos, revitalizaron la causa carlista, que multiplicó su influencia y actividad política. El trono vacante daba oportunidades al pretendiente carlista, que unía a sus reclamados derechos históricos una atractiva semblanza, realzada por multitud de folletos redactados por Aparisi, Manterola, Navarro Villoslada y otros publicistas acercados a sus filas. El carlismo volvió a estar de actualidad y a ver crecer día a día el número de sus simpatizantes.
    El Conde de Morella era un referente obligado para los veteranos carlistas y para cuantos estaban dispuestos a apoyar la causa católico-monárquica; especialmente los medios financieros y diplomáticos del extranjero, ponían abiertamente como condición que se contara con el exilado de Wentworth, por la respetabilidad de su posición social y por el prestigio de su nombre. Por ello, Don Carlos necesitaba a Cabrera, pero el Conde de Morella no compartía la manera como se hacían las cosas, que atribuía a la influencia de una camarilla nefasta en torno al pretendiente. Aunque quisiera y lo intentara, Don Carlos no podía prescindir de quien poco a poco se le fue convirtiendo, sin embargo, en un estorbo para sus planes. En la primavera de 1869 se resigna y, a regañadientes, le encomienda la dirección del movimiento. Cabrera pone como condición que Don Carlos no actuara por su cuenta, condición que el Duque de Madrid incumple acercándose a la frontera, donde las impaciencias de los más lanzados quieren ya pasar a la acción. El Conde de Morella, contrariado por lo que juzga como precipitaciones, informalidad e improvisación, presenta como excusa su estado de salud para comunicar su dimisión.
    El ciclo se repite. De nuevo Don Carlos tiene que recurrir a su pesar al Conde de Morella, esta vez prometiéndole plenos poderes y que le dejará hacer lo que disponga. Cabrera acepta de nuevo en octubre la dirección del carlismo y trata desde entonces de relanzar el partido Asociación Católico-Monárquica, apostando por la vía política y electoral y preparando, simultáneamente, apoyos militares que permitieran un golpe de mano, en el caso de que la Revolución no dejara otra alternativa. Pero las desconfianzas mutuas persisten, y el Conde de Morella presenta su dimisión irrevocable en marzo de 1870.
    Esta vez la ruptura es definitiva, y Don Carlos quiere hacerla además irreversible. Para ello convoca en abril una magna asamblea en la localidad de Vevey, en la que formalmente se deja constancia del apartamiento de Cabrera, y el propio Don Carlos toma la dirección del partido. Una campaña consentida, cuando no directamente promovida, tratará de presentar a Cabrera como desafecto y liberal, y erosionar su prestigio entre las bases carlistas. El Conde de Morella conoce la campaña y su procedencia, y su distanciamiento del representante de la legitimidad carlista se hace aún mayor. Sin desdecirse de sus principios de siempre –aunque suavizados por su experiencia cosmopolita y por el pragmatismo que siempre le caracterizó-, considera que el Duque de Madrid no es el rey que conviene a España.
    En 1872 se inicia la tercera guerra carlista, y Don Carlos atraviesa la frontera para convertirse en el Carlos VII que aclaman miles de voluntarios en las provincias vascongadas, Navarra, Cataluña y El Maestrazgo. Cabrera se mantiene al margen, pero la situación del veterano caudillo no pasa desapercibida para los agentes que trabajan para la Restauración, que ya desde 1873 se muestran interesados en conocer su postura.
    En el otoño de 1874 el príncipe D. Alfonso de Borbón llega a la academia militar de Sandhurst, situada a poca distancia de la finca de Wentworth en que residía el Conde de Morella, y tienen lugar algunas visitas de cortesía. El hijo de Isabel II produce por su seriedad y preparación una impresión muy favorable en el antiguo soldado de Carlos V.
    Tras el golpe de Sagunto y el triunfo de la Restauración, Cánovas retoma las conversaciones mantenidas meses antes por D. Alfonso y sus ayudantes con el Conde de Morella. Trata con ello de atraer hacia su política a quien, si bien no forma parte oficialmente del ejército combatiente carlista, conserva un gran prestigio entre sus miembros. Sus intenciones son la pacificación o, si ésta no es posible, dividir al carlismo, y hacer más fácil su derrota.
    Cabrera ansía sinceramente la paz. Demasiadas guerras vividas, demasiada sangre derramada, habían producido en él el convencimiento de que el bienestar de la nación requiere la paz como primera condición, y que la tarea de modernización y el progreso de España, para hacerla partícipe de los formidables adelantos del siglo, era imposible mientras perdurara la guerra que devastaba el norte peninsular. Llevado por este propósito de hacer un último sacrificio por su patria, y sobrevalorando quizás también su ascendiente sobre un partido que, sin saberlo él, había ya pasado la página, Cabrera acepta reconocer a Alfonso XII, a cambio de la conservación de los grados del ejército carlista y del mantenimiento de los fueros.
    La firma del Acuerdo fue conocida por Carlos VII, quien declaró al Conde de Morella traidor, desposeyéndole de sus grados, títulos y condecoraciones ganados en el campo carlista, que le serían, no obstante, en respuesta, restituidos por Alfonso XII.
    La astucia política de Cánovas pudo más que la ingenuidad de quien en su vida había sido sobretodo un militar y, al final, el sacrificio del hombre que lo perdía todo –nombre, pasado y fama- a cambio de servir a su patria, no sirvió para nada o para menos de lo que su protagonista había supuesto. Tras unos meses en la frontera tratando de ganar adeptos para su Acuerdo pacificador, y de obtener pocos resultados, el Conde de Morella se retiró a su finca de Wentworth, consciente de la esterilidad de su sacrificio.
    El 24 de mayo de 1877 el general Cabrera, el héroe de la primera y de la segunda guerras, que no quiso participar en la tercera y que hizo lo que creyó estar en su mano para ponerla fin, moría solo y desengañado, con tiempo suficiente para alegrarse de la pacificación traída por la Restauración, pero con la conciencia tranquila de que la historia le haría justicia.

    BIBL.: UN EMIGRADO DEL MAESTRAZGO, Vida y hechos de Ramón Cabrera con una reseña de sus principales campañas desde Noviembre de 1833 hasta el presente, Valencia, 1839; W.VON RAHDEN, Cabrera Erinnerungen aus dem Spanischen Bürgerkriege, Frankfurt, 1840; B. DE CÓRDOBA, Vida militar y política de Cabrera, Madrid, 1844; D. CALBO Y ROCHINA DE CASTRO, Historia de Cabrera y de la Guerra Civíl en Aragon, Valencia y Murcia, Madrid 1845; W. AYGUALS DE IZCO, El Tigre del Maestrazgo, o sea de grumete a general, Madrid, 1846-1848; R. GONZALEZ DE LA CRUZ, El Vengador y la sombra de Cabrera, Madrid, 1849; El Caudillo de Morella, Madrid, 1849; E. FLAVIO, Historia de Don Ramón Cabrera, Madrid 1870; Historia del general carlista Don Ramón Cabrera, desde su nacimiento hasta los últimos sucesos, Madrid, 1874; L. POLO DE LARA, Biography of Field Marshal Don Ramón Cabrera, First Conde de Morella, First Marquis del Ter, s.l, 1877; J. ROMANO, Cabrera el Tigre del Maestrazgo, Madrid, 1936; M. TOMÁS, Ramón Cabrera. Historia de un hombre, Barcelona, Editorial Juventud S.A, 1939; R. OYARZUN, Vida de Ramón Cabrera y las guerras carlistas, Barcelona, Editorial Aedos, 1961; R.H. CHANT, Spanish Tiger, Turnbridge Wells (Reino Unido), Midas Books, 1983; C. RODRIGUEZ VIVES, Ramón Cabrera a l`exili, Barcelona, Publicacions de l`Abadía de Montserrat, 1989; J. GARRABOU, Cabrera, Barcelona, Edicions de Nou Art Thor, 1989; P. RÚJULA, Ramón Cabrera. La senda de tigre, Zaragoza, Ibercaja, 1996; J. URCELAY, “El Diario de Marianne Richards, la vida desconocida del general carlista Ramón Cabrera, conde de Morella”, en Aportes, nº 42 (2000), págs 3-86; J. URCELAY, "Cabrera, el Tigre del Maestrazgo", Ed. Ariel, Barcelona 2006.
    Publicado por JUA en 20:05

    Etiquetas: Breve biografía




    El Maestrazgo Carlista: Breve biografía del general carlista Ramón Cabrera

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    Re: Bibliografía sobre Ramón Cabrera y Griñó

    Libros
    Biografía del líder carlista Ramón Cabrera, Tigre del Maestrazgo

    Javier Urcelay es el autor del libro 'Cabrera. El Tigre del Maeztrazgo', editado por Ariel dentro de su colección de biografías. Se trata de un estudio sobre Ramón Cabrera Griñó (Tortosa 1806- Wentworth 1877), considerado "una de las figuras más atractivas del siglo XIX español", cuya biografía atrajo la atención de novelistas como Galdós y Baroja. Se convirtió en caudillo de un poderoso ejército que estuvo a punto de cambiar la historia contemporánea de España. Tras la Revolución de 1868, que depuso del trono a Isabel II, dirigió fugazmente la reconstrucción política y militar del carlismo, hasta que su incompatibilidad con el joven pretendiente Don Carlos, más biográfica que ideológica, le llevó a apartarse de las filas en las que había militado toda su vida y acabar reconociendo a Alfonso XII.

    Convertido en aristocrático Conde de Morella, y en gentleman por su matrimonio con una joven protestante con una de las mayores fortunas de Inglaterra, había vivido un prolongado exilio en su finca de las afueras de Londres, desde donde participó en todos los nuevos levantamientos armados, reales o frustrados, que protagonizaron los carlistas a lo largo de las dos siguientes décadas y fue testigo de los principales acontecimientos de la convulsa Europa de su tiempo.
    "Villano, héroe o traidor, ensalzado o demonizado, Cabrera necesitaba una completa biografía que separara la realidad del mito y la historia de la desfiguración interesada. Su trayectoria, más que la de un personaje controvertido, es la del pueblo español, y en particular esa importante fracción del mismo que representó el carlismo, en su agitado itinerario entre el Antiguo Régimen y la Restauración".
    Javier Urcelay Alonso nació en Madrid en 1.954. Licenciado por la Universidad Complutense, Master por el Instituto de Empresa y profesor asociado en el ciclo de postgrado de la Universidad de Alcalá de Henares, combina su brillante trayectoria profesional en el mundo empresarial con una inquietud intelectual de la que son prueba sus frecuentes conferencias y numerosos trabajos en distintas revistas y publicaciones, entre los que destacan 'Ecología, Ecologismo y Política', 'Televisión y disolución familiar', 'Marketing y Democracia', 'La clonación humana a debate', etc.
    Como historiador ha centrado su investigación en la historia del carlismo, y en particular en la figura del Conde de Morella, sobre el que es autor de distintos trabajos como 'El Diario de Marianne Richards', así como 'La historia autógrafa de Ramón Cabrera redactada por su hijo' . Es igualmente autor del libro “El Maestrazgo Carlista”, del que se llevan publicadas ya tres ediciones.


    TIEMPO DE HISTORIA - Biografa del lder carlista Ramn Cabrera, Tigre del Maestrazgo




    Quién fué el Tigre del Maestrazgo?







    Ramón Cabrera y Griñó.(1806-1877)


    Ramón Cabrera i Griñó es uno de nuestros grandes personajes del siglo XIX. Fascinó a viajeros, periodistas, historiadores y escritores. Ahí están, por citar algunos recientes, Joan Perucho, Baroja, Valle--Inclán o Carmen de Burgos, Colombine, la primera novia de Ramón Gómez de la Serna, a quien le cupo el honor de entrevistar a los descendientes de Cabrera, que no dejaron una imagen favorable del matrimonio, pero sí de su padre: "era sencillo, sobrio, no bebía nada, y le gustaba ir vestido con trajes usados".

    Ramon Cabrera nació en Tortosa el 27 de diciembre de 1806. Su padre, José Cabrera, había trabajado en el comercio de cabotaje entre los puertos cercanos a Tortosa, consiguiendo ser nombrado capitán de un buque mercante: Con los ahorros adquiridos con esta profesión, compró un velero de treinta toneladas para dedicarse al comercio por su cuenta y riesgo, consiguiendo una pequeña fortuna . Falleció en 1812. Su madre, Ana María Griñó, contrajo segundas nupcias con Felipe Calderó, también marino de profesión.Ramon Cabrera fue confiado a los Trinitarios de Tortosa para que realizara los correspondientes estudios eclesiásticos, pero abandonó el Seminario y se presentó en Morella al coronel Barón de Hervés, para sentar plaza de voluntario en el ejército carlista de la primera guerra. Derrotado y fusilado éste en 1833 Cabrera pronto destacó por sus dotes militares puestas de manifiesto durante enero y febrero de 1835 en una incursión a Navarra a través del territorio gubernamental. En abril de 1835, Carlos V le nombró jefe de las fuerzas carlistas de Aragón y Valencia ( Maestrazgo, Puertos, Bajo Ebro, Mattarranya, y Bajo Aragón), en sustitución de Manuel Carnicer, dando un gran impulso a la guerra, especialmente por su extraordinaria movilidad.En represalia por la muerte de los alcaldes cristinos de Valdealgorfa y Torrecilla, en la comarca de Alcañiz, el general Nogueras fusiló a la madre de Cabrera, Ana María Griñó, el 16 de febrero de 1836 en la Suda de Tortosa, hecho que tuvo gran repercusión en Europa y que contribuyó a endurecer aun más la guerra en el Maestrazgo.Nombrado teniente general y conde de Morella después de su victoria en Maella, octubre de 1838, sobre el general Pardiñas, Cabrera organizó un pequeño estado con capital en Morella que fue el centro de la actividad carlista, con servicios en Cantavieja, Mirambell y Beceite.En 1839, no aceptó el convenio de Vergara y se retiró con su ejército al norte de Cataluña, pasando a Francia en julio de 1840, hecho que dio fin a la guerra de los Siete Años, o primera guerra carlista.Al iniciarse la guerra de los "matiners", fue designado por Carlos VI, Conde de Montemolín,, jefe supremo de las fuerzas carlistas en Aragón, Cataluña, Valencia y Murcia. En 1848 entró en Cataluña, desde Osseja ( Cerdeña), para ponerse al frente de las huestes montemolinistas, llegando a organizar un ejército de cerca de 9.000 hombres. En enero de 1849 ganó el título de marqués del Ter por su actuación en los combates de Amer y El Pasteral, donde fue herido. Pero tres meses más tarde tuvo que regersar a Francia, debido a que la guerra no enraizó fuera de Cataluña y por la gran superioridad de las fuerzas gubernamentales, fijando su residencia en Inglaterra.En 1850 se casó con Marian Katherine Richards, dama inglesa y anglicana de la alta sociedad, que poseía ciertos bienes de fortuna. Su alejamiento de los centros exiliados carlistas fue acercándole con el tiempo a las idea moderadas y constitucionalistas.Carlos VII le ofreció la jefatura militar suprema del tercer levantamiento carlista, pero Cabrera rechazó el ofrecimiento y se negó a participar en otra guerra civil. En 1875, reconoció como rey legítimo a Alfonso XII y éste, con fecha 21 de agosto, le nombró capitán general del Ejército y le reconoció todos los títulos y honores conseguidos en los campos de batalla.Ramon Cabrera falleció en Inglaterra el 24 de mayo de 1877.





    Ramón Cabrera en el exilio.




    ¿Cómo vivió Ramón Cabrera i Griñó en la inmensa hacienda de Wentworth, rodeada de jardines, lagos, fincas y vastos territorios de caza?


    En su exilio inglés Cabrera se volvió muy aficionado a la cacería, llevaba escopeta continuamente y los faisanes eran una de sus piezas predilectas. Empecemos por el principio: Cabrera había estado en Londres hacia 1846 ó 1847, donde se había fijado en una joven heredera, romántica y delicada, llamada Marianne Catherine Richards, lectora de Lord Byron, protestante, deslumbrada por el pasado del héroe y partidaria de la causa carlista, para la cual podría haber entregado mil libras. Tenía una renta familiar de unas 25.000 libras anuales. Tras su encarcelamiento en Marsella, el militar acompañó en varias fiestas a Carlos VI, conde de Montemolín, y decidió formalizar su relación con la aristócrata inglesa. Se casaron en 1850 tras el fracaso de La Revolta dels Matiners; él tenía 43 años y ella 29. El rey pretendiente otorgó un nuevo título a Cabrera, Marqués del Ter, y su hijo, el infante Don Juan, fue su padrino de boda. Se instalaron en una casa de Eaton Square, pero pronto adquirieron una casa de verano en Wentworth, que con el paso del tiempo se convertiría en su primera residencia. Para entonces, Marianne Catherine Cabrera ya se había mostrado como una gran inversora y habían multiplicado el patrimonio familiar. Si trazaba senderos o designaba terrenos, les ponía nombres vinculados a la gloria pasada de su esposo: Cantavieja, por la villa del Maestrazgo, denominada La bienamada de Cabrera, Morella, Tortosa, Ter, etc. Hacían poca vida social, pero Cabrera seguía desde la distancia la vida política española, era un conjurado en el destierro que soñaba con volver triunfal a España y que se carteaba con un carlista de Las Parras de Castellote. Con su mujer, se desplazaba a Nápoles, París, Alemania o Praga para encontrarse con su rey, o su heredero Carlos VII. Éste pasó de la veneración incondicional hacia Cabrera, "a los genios no se les entiende", dijo tras una visita en que lo vio "frío y flojo", al distanciamiento y a la enemistad. La evolución de Cabrera (sostienen que, de puro rico, el otrora pobre y mísero se volvió tacaño y receloso) le apartó del carlismo, y sus encuentros con Prim, o sus embajadores, y con Sagasta, que lo visitó en su casa de Wentworth, son peldaños hacia la aceptación de Alfonso XII en 1875, a quien vio desfilar en Londres y rey de España desde 1874. Aunque no conviene olvidar los episodios de 1860, el intento de sublevación de 1869 o aquella consigna de época: "No más borbones". Para Sagasta ver a Cabrera "era el sacrificio político más doloroso que yo podía hacer en obsequio del caudillo. Habitaba Cabrera una residencia lujosa y espléndida. En ella se respiraba un ambiente aristocrático y señorial (...) En su trato, a pesar de que la leyenda lo retrataba arisco, destemplado e iracundo, hallé un hombre cortés y amable. Me costaba trabajo creer que aquel cumplido caballero fuera el nombrado Tigre del Maestrazgo". La vida de Ramón Cabrera en Inglaterra fue un enigma. Pero también lo era su mujer, tuvieron cinco hijos, se dijo que no se entendían y la inglesa lo había sometido por entero, pero no parece cierto del todo. En 1869 tuvo un gesto de auténtica heroína: Carlos VII organizó un conjunto de sublevaciones carlistas, en las que se vio implicado el brigadier Polo, que pensó que detrás de la operación estaba su cuñado Cabrera. Se sofocó la revuelta y los prisioneros fueron condenados a muerte. Marianne Catherine Cabrera vino a España, desembarcó en San Sebastián y se dirigió a Madrid con un intérprete, y visitó a los gobernantes en petición de clemencia. Organizó una cruzada contra los asesinatos, y contó con el apoyo de los oficiales y de las mujeres de ministros y generales. De regreso, le habían llenado su departamento del tren de rosas, y una multitud la aclamaba desde los andenes, arrojando flores y pronunciando vítores de gratitud. Cabrera --que debió cortejar a la aristócrata en un espantoso francés-- falleció en 1877 tras una larga enfermedad y la adhesión a la causa de Alfonso XII. Su viuda murió en 1915, a los 94 años. Se peleó con su hijo y su nieto, llamados también Ramón Cabrera, a los que expulsó de Wentworth. Como de dictadores hablamos, Ramón Cabrera nieto, ahijado de Alfonso XII, fue muy amigo de Franco, pelearon juntos en los desórdenes del Rif, y falleció en un correo de guerra de Tánger a Ceuta durante el fratricidio del 36, se sospecha que de un sabotaje republicano. La única heredera de Wentworth, Ada Constance Beatrice Cabrera, vendió primero la biblioteca de 2.000 volúmenes y luego la propiedad al completo. En una jornada de cacería, le preguntó una mujer a Ramón Cabrera qué temía un hombre como él. El sombrío y envejecido general dijo: --Sólo temo morir sin gloria.


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    Biografía del líder carlista Ramón Cabrera, Tigre del Maestrazgo

    Javier Urcelay es el autor del libro 'Cabrera. El Tigre del Maeztrazgo', editado por Ariel dentro de su colección de biografías. Se trata de un estudio sobre Ramón Cabrera Griñó (Tortosa 1806- Wentworth 1877), considerado "una de las figuras más atractivas del siglo XIX español", cuya biografía atrajo la atención de novelistas como Galdós y Baroja. Se convirtió en caudillo de un poderoso ejército que estuvo a punto de cambiar la historia contemporánea de España. Tras la Revolución de 1868, que depuso del trono a Isabel II, dirigió fugazmente la reconstrucción política y militar del carlismo, hasta que su incompatibilidad con el joven pretendiente Don Carlos, más biográfica que ideológica, le llevó a apartarse de las filas en las que había militado toda su vida y acabar reconociendo a Alfonso XII.

    Convertido en aristocrático Conde de Morella, y en gentleman por su matrimonio con una joven protestante con una de las mayores fortunas de Inglaterra, había vivido un prolongado exilio en su finca de las afueras de Londres, desde donde participó en todos los nuevos levantamientos armados, reales o frustrados, que protagonizaron los carlistas a lo largo de las dos siguientes décadas y fue testigo de los principales acontecimientos de la convulsa Europa de su tiempo.
    "Villano, héroe o traidor, ensalzado o demonizado, Cabrera necesitaba una completa biografía que separara la realidad del mito y la historia de la desfiguración interesada. Su trayectoria, más que la de un personaje controvertido, es la del pueblo español, y en particular esa importante fracción del mismo que representó el carlismo, en su agitado itinerario entre el Antiguo Régimen y la Restauración".
    Javier Urcelay Alonso nació en Madrid en 1.954. Licenciado por la Universidad Complutense, Master por el Instituto de Empresa y profesor asociado en el ciclo de postgrado de la Universidad de Alcalá de Henares, combina su brillante trayectoria profesional en el mundo empresarial con una inquietud intelectual de la que son prueba sus frecuentes conferencias y numerosos trabajos en distintas revistas y publicaciones, entre los que destacan 'Ecología, Ecologismo y Política', 'Televisión y disolución familiar', 'Marketing y Democracia', 'La clonación humana a debate', etc.
    Como historiador ha centrado su investigación en la historia del carlismo, y en particular en la figura del Conde de Morella, sobre el que es autor de distintos trabajos como 'El Diario de Marianne Richards', así como 'La historia autógrafa de Ramón Cabrera redactada por su hijo' . Es igualmente autor del libro “El Maestrazgo Carlista”, del que se llevan publicadas ya tres ediciones.


    TIEMPO DE HISTORIA - Biografa del lder carlista Ramn Cabrera, Tigre del Maestrazgo




    Quién fué el Tigre del Maestrazgo?







    Ramón Cabrera y Griñó.(1806-1877)


    Ramón Cabrera i Griñó es uno de nuestros grandes personajes del siglo XIX. Fascinó a viajeros, periodistas, historiadores y escritores. Ahí están, por citar algunos recientes, Joan Perucho, Baroja, Valle--Inclán o Carmen de Burgos, Colombine, la primera novia de Ramón Gómez de la Serna, a quien le cupo el honor de entrevistar a los descendientes de Cabrera, que no dejaron una imagen favorable del matrimonio, pero sí de su padre: "era sencillo, sobrio, no bebía nada, y le gustaba ir vestido con trajes usados".

    Ramon Cabrera nació en Tortosa el 27 de diciembre de 1806. Su padre, José Cabrera, había trabajado en el comercio de cabotaje entre los puertos cercanos a Tortosa, consiguiendo ser nombrado capitán de un buque mercante: Con los ahorros adquiridos con esta profesión, compró un velero de treinta toneladas para dedicarse al comercio por su cuenta y riesgo, consiguiendo una pequeña fortuna . Falleció en 1812. Su madre, Ana María Griñó, contrajo segundas nupcias con Felipe Calderó, también marino de profesión.Ramon Cabrera fue confiado a los Trinitarios de Tortosa para que realizara los correspondientes estudios eclesiásticos, pero abandonó el Seminario y se presentó en Morella al coronel Barón de Hervés, para sentar plaza de voluntario en el ejército carlista de la primera guerra. Derrotado y fusilado éste en 1833 Cabrera pronto destacó por sus dotes militares puestas de manifiesto durante enero y febrero de 1835 en una incursión a Navarra a través del territorio gubernamental. En abril de 1835, Carlos V le nombró jefe de las fuerzas carlistas de Aragón y Valencia ( Maestrazgo, Puertos, Bajo Ebro, Mattarranya, y Bajo Aragón), en sustitución de Manuel Carnicer, dando un gran impulso a la guerra, especialmente por su extraordinaria movilidad.En represalia por la muerte de los alcaldes cristinos de Valdealgorfa y Torrecilla, en la comarca de Alcañiz, el general Nogueras fusiló a la madre de Cabrera, Ana María Griñó, el 16 de febrero de 1836 en la Suda de Tortosa, hecho que tuvo gran repercusión en Europa y que contribuyó a endurecer aun más la guerra en el Maestrazgo.Nombrado teniente general y conde de Morella después de su victoria en Maella, octubre de 1838, sobre el general Pardiñas, Cabrera organizó un pequeño estado con capital en Morella que fue el centro de la actividad carlista, con servicios en Cantavieja, Mirambell y Beceite.En 1839, no aceptó el convenio de Vergara y se retiró con su ejército al norte de Cataluña, pasando a Francia en julio de 1840, hecho que dio fin a la guerra de los Siete Años, o primera guerra carlista.Al iniciarse la guerra de los "matiners", fue designado por Carlos VI, Conde de Montemolín,, jefe supremo de las fuerzas carlistas en Aragón, Cataluña, Valencia y Murcia. En 1848 entró en Cataluña, desde Osseja ( Cerdeña), para ponerse al frente de las huestes montemolinistas, llegando a organizar un ejército de cerca de 9.000 hombres. En enero de 1849 ganó el título de marqués del Ter por su actuación en los combates de Amer y El Pasteral, donde fue herido. Pero tres meses más tarde tuvo que regersar a Francia, debido a que la guerra no enraizó fuera de Cataluña y por la gran superioridad de las fuerzas gubernamentales, fijando su residencia en Inglaterra.En 1850 se casó con Marian Katherine Richards, dama inglesa y anglicana de la alta sociedad, que poseía ciertos bienes de fortuna. Su alejamiento de los centros exiliados carlistas fue acercándole con el tiempo a las idea moderadas y constitucionalistas.Carlos VII le ofreció la jefatura militar suprema del tercer levantamiento carlista, pero Cabrera rechazó el ofrecimiento y se negó a participar en otra guerra civil. En 1875, reconoció como rey legítimo a Alfonso XII y éste, con fecha 21 de agosto, le nombró capitán general del Ejército y le reconoció todos los títulos y honores conseguidos en los campos de batalla.Ramon Cabrera falleció en Inglaterra el 24 de mayo de 1877.





    Ramón Cabrera en el exilio.




    ¿Cómo vivió Ramón Cabrera i Griñó en la inmensa hacienda de Wentworth, rodeada de jardines, lagos, fincas y vastos territorios de caza?


    En su exilio inglés Cabrera se volvió muy aficionado a la cacería, llevaba escopeta continuamente y los faisanes eran una de sus piezas predilectas. Empecemos por el principio: Cabrera había estado en Londres hacia 1846 ó 1847, donde se había fijado en una joven heredera, romántica y delicada, llamada Marianne Catherine Richards, lectora de Lord Byron, protestante, deslumbrada por el pasado del héroe y partidaria de la causa carlista, para la cual podría haber entregado mil libras. Tenía una renta familiar de unas 25.000 libras anuales. Tras su encarcelamiento en Marsella, el militar acompañó en varias fiestas a Carlos VI, conde de Montemolín, y decidió formalizar su relación con la aristócrata inglesa. Se casaron en 1850 tras el fracaso de La Revolta dels Matiners; él tenía 43 años y ella 29. El rey pretendiente otorgó un nuevo título a Cabrera, Marqués del Ter, y su hijo, el infante Don Juan, fue su padrino de boda. Se instalaron en una casa de Eaton Square, pero pronto adquirieron una casa de verano en Wentworth, que con el paso del tiempo se convertiría en su primera residencia. Para entonces, Marianne Catherine Cabrera ya se había mostrado como una gran inversora y habían multiplicado el patrimonio familiar. Si trazaba senderos o designaba terrenos, les ponía nombres vinculados a la gloria pasada de su esposo: Cantavieja, por la villa del Maestrazgo, denominada La bienamada de Cabrera, Morella, Tortosa, Ter, etc. Hacían poca vida social, pero Cabrera seguía desde la distancia la vida política española, era un conjurado en el destierro que soñaba con volver triunfal a España y que se carteaba con un carlista de Las Parras de Castellote. Con su mujer, se desplazaba a Nápoles, París, Alemania o Praga para encontrarse con su rey, o su heredero Carlos VII. Éste pasó de la veneración incondicional hacia Cabrera, "a los genios no se les entiende", dijo tras una visita en que lo vio "frío y flojo", al distanciamiento y a la enemistad. La evolución de Cabrera (sostienen que, de puro rico, el otrora pobre y mísero se volvió tacaño y receloso) le apartó del carlismo, y sus encuentros con Prim, o sus embajadores, y con Sagasta, que lo visitó en su casa de Wentworth, son peldaños hacia la aceptación de Alfonso XII en 1875, a quien vio desfilar en Londres y rey de España desde 1874. Aunque no conviene olvidar los episodios de 1860, el intento de sublevación de 1869 o aquella consigna de época: "No más borbones". Para Sagasta ver a Cabrera "era el sacrificio político más doloroso que yo podía hacer en obsequio del caudillo. Habitaba Cabrera una residencia lujosa y espléndida. En ella se respiraba un ambiente aristocrático y señorial (...) En su trato, a pesar de que la leyenda lo retrataba arisco, destemplado e iracundo, hallé un hombre cortés y amable. Me costaba trabajo creer que aquel cumplido caballero fuera el nombrado Tigre del Maestrazgo". La vida de Ramón Cabrera en Inglaterra fue un enigma. Pero también lo era su mujer, tuvieron cinco hijos, se dijo que no se entendían y la inglesa lo había sometido por entero, pero no parece cierto del todo. En 1869 tuvo un gesto de auténtica heroína: Carlos VII organizó un conjunto de sublevaciones carlistas, en las que se vio implicado el brigadier Polo, que pensó que detrás de la operación estaba su cuñado Cabrera. Se sofocó la revuelta y los prisioneros fueron condenados a muerte. Marianne Catherine Cabrera vino a España, desembarcó en San Sebastián y se dirigió a Madrid con un intérprete, y visitó a los gobernantes en petición de clemencia. Organizó una cruzada contra los asesinatos, y contó con el apoyo de los oficiales y de las mujeres de ministros y generales. De regreso, le habían llenado su departamento del tren de rosas, y una multitud la aclamaba desde los andenes, arrojando flores y pronunciando vítores de gratitud. Cabrera --que debió cortejar a la aristócrata en un espantoso francés-- falleció en 1877 tras una larga enfermedad y la adhesión a la causa de Alfonso XII. Su viuda murió en 1915, a los 94 años. Se peleó con su hijo y su nieto, llamados también Ramón Cabrera, a los que expulsó de Wentworth. Como de dictadores hablamos, Ramón Cabrera nieto, ahijado de Alfonso XII, fue muy amigo de Franco, pelearon juntos en los desórdenes del Rif, y falleció en un correo de guerra de Tánger a Ceuta durante el fratricidio del 36, se sospecha que de un sabotaje republicano. La única heredera de Wentworth, Ada Constance Beatrice Cabrera, vendió primero la biblioteca de 2.000 volúmenes y luego la propiedad al completo. En una jornada de cacería, le preguntó una mujer a Ramón Cabrera qué temía un hombre como él. El sombrío y envejecido general dijo: --Sólo temo morir sin gloria.


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