El proceso está muy bien resumido por Elías de Tejada:
"Las cinco rupturas de Europa" - F. Elías de Tejada
Leí en el libro de Hillarie Belloc que Luis XVI era masón.
Respecto a que el absolutismo sea de origen protestante, no es cierto.
En el Imperio Romano el absolutismo del imperator (emperador) se basaba en la idea de que el emperador era hijo del dios Julio César y del dios Octavio Augusto, y que por tanto estaba legitimado por la voluntad divina. De ahí que el emperador se llamase César Augusto. Además, si el emperador era bueno y no recibía la damnatio memoriae, era aspirante a ser dios (pagano) después de muerto por medio del procedimiento de apoteosis. Esa era la mentalidad pagana. Como los romanos eran tradicionalistas (aclaración: tradicionalistas paganos), se tendía a dejar cierto poder e influencia al Senado. Con el transcurso del tiempo, los poderes del Senado fueron atribuidos o usurpados por los emperadores, lo que reforzó el absolutismo imperial.
Cuando Constantino legalizó el cristianismo, hubo un cambio. El emperador ahora se legitimaba como soberano por la voluntad de Jesucristo, a quien era él único al que rendía cuentas (en teoría). Jesucristo sustituía como deidad del imperio a Julio César y Augusto, y al Júpiter de los tiempos de Diocleciano.
Esa mentalidad absolutista pasó al Imperio Bizantino, y por medio de un enlace matrimonial de una princesa bizantina con un príncipe de la familia imperial alemana pasó a los emperadores de la Dinastía Otónica, siendo una de las causas de la Querella de las Investiduras.
Es probable que la concepción política del absolutismo monárquico europeo haya recibido influencia de las ideas luteranas acerca del estado, como autoridad superior a la autoridad eclesiástica. Pero no es claro que el protestantismo reforzase el absolutismo monárquico o estatal. Si bien el luteranismo apoyó la idea de que la autoridad estatal es superior a la de la iglesia, en el calvinismo ocurre lo contrario: es la autoridad de la iglesia (calvinista) la que está por encima de la autoridad del estado, puesto en práctica en el gobierno de Calvino en Ginebra. De hecho en Ginebra no había diferencia ni separación entre el estado y la iglesia (calvinista).
De todas maneras, el absolutismo de Luis XIV es una creación del Cardenal de Richelieu, seguramente inspirado en las ideas políticas de Jean Bodin y Nicolás Maquiavelo.
Cabe averiguar qué inspiró las ideas políticas de Jean Bodin.
Última edición por Javier Irrizary; 10/07/2012 a las 18:26
El proceso está muy bien resumido por Elías de Tejada:
"Las cinco rupturas de Europa" - F. Elías de Tejada
Más sobre el tema de la influencia del protestantismo en el abolutismo:
Protestantismo y Europa contra España y la Cristiandad
La Reconquista fue, también ella, una guerra civil, pues los musulmanes, aunque inicialmente invasores, vinieron a integrarse en la misma población del territorio hispánico. Había entre moros y cristianos una contradicción de orden político, institucional y cultural, pero esa guerra fue fundamentalmente una cruzada contra el infiel. A ella debió España su permanente carácter católico, que la separó del curso común de la historia europea, a pesar de la continuidad geográfica de su territorio, y por ello tuvo España el singularísimo privilegio de quedar exenta de la contaminación herética de la reforma protestante extendida por Europa y que configuró la “modernidad”. Porque “moderno” equivale a “protestante”, con todas las graves consecuencias que esto tiene para la historia europea y universal, empezando por la general entronización de la idea de “Estado”.
La separación de etapas históricas es siempre convencional, y depende del punto de vista de los historiadores, por lo que en su determinación puede presentar diferencias notables. En mi opinión, así como el fin de la Antigüedad debe fijarse en el año 700, fecha simplificada de la desaparición de la unidad mediterránea, que las invasiones germánicas no habían destruido, pero sí la expansión islámica, así también el fin de la que en el Renacimiento vino a llamarse la Edad Media no se produjo realmente, a pesar de evidentes síntomas de descomposición moral, hasta la Reforma; en este sentido, el comienzo de la Edad Moderna puede fijarse en la fecha concreta de 1517, momento de la solemne ruptura de Lutero con Roma, es decir, la ruptura de la Cristiandad que da lugar al nacimiento de Europa como entidad moral. Así, “modernidad” equivale a “protestantismo”, y todos los fenómenos que caracterizan a Europa en estos últimos cinco siglos, son todos ellos de raíz protestante: Europa es un producto de la Reforma y sigue viviendo en ella. En este sentido, España no pertenece a Europa (como traté de explicar desde mis escritos reunidos en “De la guerra y de la paz”, libro publicado en 1954), y cualquier intento europeizante presupone, entre nosotros, una desviación de la esencia de lo español; por ello mismo, la confesionalidad católica viene a ser una exigencia política, pese a las declaraciones de la Iglesia sobre la libertad religiosa, que no pueden afectar a la entidad misma del ser de España, siempre “más papista que el papa”; una confesionalidad, después de todo, no muy distinta de la de otros muchos pueblos, como los musulmanes, el Estado de Israel, la misma Inglaterra, por no hablar ya de los negativamente confesionales de signo marxista.
Entre estos fenómenos políticos derivados del Protestantismo, ninguno tan relevante como el de la aparición en Europa del “Estado”. Sin Lutero, como ya han dicho algunos, no hubiera sido posible Luis XIV, y esto es así porque el Estado, monárquico o republicano, lo mismo da, surgió de las guerras de religión, con el fin de constituir un nuevo dios, un nuevo Leviathán, dueño absoluto de los súbditos de un determinado territorio. España, en cambio, no se hizo un estado. A la Monarquía de los Austrias, la idea de Estado era totalmente extraña, y los pensadores españoles de la época reaccionaron contra la teoría “estatista” de los que ellos llamaban los “políticos” de Europa. Era lo más natural que un pueblo que se había librado de la Reforma no hubiera sentido la necesidad de constituirse en Estado. La crisis de este esencial anti-estatismo español hubo de hacer crisis desde los inicios del siglo XVIII. La Guerra de Sucesión fue también una guerra civil, pero que no logró configurar una nueva identidad para España, porque esta ya se hallaba muy sólidamente constituida por la Reconquista. Es verdad que, bajo una contradicción puramente dinástica, había algo más, de carácter moral: la dinastía que resultó vencedora, los Borbones, venían a imponer la concepción política europea de un estado absolutista, y no deja de ser sintomático que la doctrina del tiranicidio, sobre la que hemos de volver en nuestra “Perspectiva”, no inquietara para nada a los monarcas de la casa de Austria, pero sí a los soberanos borbónicos; y lo mismo con el tradicional regionalismo del todo incompatible con una concepción congruente del Estado, la misma que lleva hoy a nuestros “administrativistas” a oponerse tenazmente contra todo foralismo, pues siguen siendo fieles al “régime administratif” de los estatistas sobrevenidos con los Borbones. Pero esa idea de Estado soberano fue visceralmente rechazada por el sentimiento popular español que, si acabó por tener una general aceptación de la nueva dinastía venida de Francia, lo hizo con la misma mentalidad personalista de su antigua fidelidad a los Austrias. Sin embargo, las nuevas estructuras oficiales, en su pretensión de convertir a España en un Estado, crearon una crisis permanente de España, facilitando la entrada en ella, no ya de la herejía protestante, primera responsable de la Revolución, pero sí de esta misma, y muchas veces en sus formas más extremadas. Con esta crisis España parecía haber perdido su primera identidad lograda con la Reconquista. De ahí la melancólica historia de España desde el siglo XVIII, con la ruina de su Imperio.
Álvaro D´Ors. La violencia y el orden. 1987
Protestantismo y Europa contra España y la Cristiandad
El siguiente texto está tomado de la obra de Los Heterodoxos Españoles de Marcelino Menéndez y Pelayo, Libro V, Epílogo, Resistencia ortodoxa, III. La Inquisición. Supuesta persecución y opresión del saber. La lista de sabios perseguidos, de Llorente.
Al lado de las virtudes de los santos, de la espada de los reyes y de la red de conventos y universidades que mantenía vivo el espíritu teológico, lidiaba contra la herejía otro poder formidable, de que ya es hora de hablar, y con valor y sin reticencias ni ambages.
Ley forzosa del entendimiento humano en estado de salud es la intolerancia. Impónese la verdad con fuerza apodíctica a la inteligencia, y todo el que posee o cree poseer la verdad, trata de derramarla, de imponerla a los demás hombres y de apartar las nieblas del error que les ofuscan. Y sucede, por la oculta relación y armonía que Dios puso entre nuestras facultades, que a esta intolerancia fatal del entendimiento sigue la intolerancia de la voluntad, y cuando ésta es firme y entera y no se ha extinguido o marchitado el aliento viril en los pueblos, éstos combaten por una idea, a la vez que con las armas del razonamiento y de la lógica, con la espada y con la hoguera.
La llamada tolerancia es virtud fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la salvación [291] o perdición de las almas, fácilmente puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de carácter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento.
¿Cuándo fue tolerante quien abrazó con firmeza y amor y convirtió en ideal de su vida, como ahora se dice, un sistema religioso, político, filosófico y hasta literario? Dicen que la tolerancia es virtud de ahora, respondan de lo contrario los horrores que cercan siempre a la revolución moderna. Hasta las turbas demagógicas tienen el fanatismo y la intolerancia de la impiedad, porque la duda y el espíritu escéptico pueden ser un estado patológico más o menos elegante, pero reducido a escaso número de personas; jamás entrarán en el ánimo de las muchedumbres.
Si la naturaleza humana es y ha sido y eternamente será, por sus condiciones psicológicas intolerante, ¿a quién ha de sorprender y escandalizar la intolerancia española, aunque se mire la cuestión con el criterio más positivo y materialista? Enfrente de las matanzas de los anabaptistas, de las hogueras de Calvino, de Enrique VIII y de Isabel, ¿qué de extraño tiene que nosotros levantáramos las nuestras? En el siglo XVI, todo el mundo creía y todo el mundo era intolerante (2118). [292]
Pero la cuestión para los católicos es más honda, aunque parece imposible que tal cuestión exista. El que admite que la herejía es crimen gravísimo y pecado que clama al cielo y que compromete la existencia de la sociedad civil; el que rechaza el principio de la tolerancia dogmática, es decir, de la indiferencia entre la verdad y el error, tiene que aceptar forzosamente la punición espiritual y temporal de los herejes, tiene que aceptar la Inquisición. Ante todo hay que ser lógicos, como a su modo lo son los incrédulos, que miden todas las doctrinas por el mismo rasero, e, inciertos de su verdad, a ninguna consideran digna de castigo. Pero es hoy frecuente defender la Inquisición con timidez y de soslayo, con atenuaciones doctrinales, explicándola por el carácter de los tiempos, es decir, como una barbarie ya pasada, confesando los bienes que produjo, es decir, bendiciendo los frutos y maldiciendo del árbol..., pero nada más. ¿Ni cómo habían de sufrirlo los oídos de estos tiempos, que, no obstante, oyen sin escándalo ni sorpresa las leyes de estado de sitio y de consejos de guerra? ¿Cómo persuadir a nadie de que es mayor delito desgarrar el cuerpo místico de la Iglesia y levantarse contra la primera y capital de las leyes de un país, su unidad religiosa, que alzar barricadas o partidas contra tal o cual gobierno constituido?
Desengañémonos: si muchos no comprenden el fundamento jurídico de la Inquisición, no es porque él deje de ser bien claro y llano, sino por el olvido y menosprecio en que tenemos todas las obras del espíritu y el ruin y bajo modo de considerar al hombre y a la sociedad que entre nosotros prevalece. Para el economista ateo será siempre mayor criminal el contrabandista que el hereje.¿Cómo hacer entrar en tales cabezas el espíritu de vida y de fervor que animaba a la España inquisitorial? ¿Cómo hacerles entender aquella doctrina de Santo Tomás: «Es más grave corromper la fe, vida del alma, que alterar el valor de la moneda con que se provee al sustento del cuerpo»?
Y admírese, sin embargo, la prudencia y misericordia de la Iglesia, que, conforme al consejo de San Pablo, no excluye al hereje de su gremio sino después de una y otra amonestación, y ni aún entonces tiñe sus manos en sangre, sino que le entrega al poder secular, que también ha de entender en el castigo de los herejes, so pena de poner en aventura el bien temporal de la república. Desde las leyes del Código teodosiano hasta ahora, a ningún, legislador se le ocurrió la absurda idea de considerar las herejías como meras disputas de teólogos ociosos, que podían dejarse sin represión ni castigo porque en nada alteraban la paz del Estado. Pues qué, ¿hay algún sistema religioso que en su organismo y en sus consecuencias no se enlace con cuestiones políticas y sociales? El matrimonio y la constitución de la familia, [293] el origen de la sociedad y del poder, ¿no son materias que interesan igualmente al teólogo, al moralista y al político? Nunc tua res agitur, paries cum proximus ardet. Nunca se ataca el edificio religioso sin que tiemble y se cuartee el edificio social. ¡Qué ajenos estaban de pensar los reyes del siglo XVIII, cuando favorecían el desarrollo de las ideas enciclopedistas, y expulsaban a los jesuitas, y atribulaban a la Iglesia, que la revolución, por ellos neciamente fomentada, había de hundir sus tronos en el polvo!
Y hay con todo eso católicos que, aceptando el principio de represión de la herejía, maltratan a la Inquisición española. ¿Y por qué? ¿Por la pena de muerte impuesta a los herejes? Consignada estaba en todos nuestros códigos de la Edad Media, en que dicen que éramos más tolerantes. Ahí está el Fuero real mandando que quien se torne judío o moro, muera por ello e la muerte de este fecho a tal sea de fuego. Ahí están las Partidas (ley 2, tít. 6, part. 7) diciéndonos que al hereje predicador débenlo quemar en fuego, de manera que muera; y no sólo al predicador, sino al creyente, es decir, al que oiga y reciba sus enseñanzas (2119).
Imposible parece que nadie haya atacado a la Inquisición por lo que tenía de tribunal indagatorio y calificador; y, sin embargo, orador hubo en las Cortes de Cádiz que dijo muy cándidamente que hasta el nombre de Inquisición era anticonstitucional. Semejante salida haría enternecerse probablemente a aquellos patricios, que tenían su código por la obra más perfecta de la sabiduría humana; pero ¿quién no sabe, por ligera idea que tenga del Derecho Canónico, que la Iglesia, como toda [294] sociedad constituida, aunque no sea constitucional, ha usado y usa, y no puede menos de usar, los procedimientos indagatorios para descubrir y calificar el delito de herejía? Háganlo los obispos, háganlo delegados o tribunales especiales, la Inquisición, en ese sentido, ni ha dejado ni puede dejar de existir para los que viven en el gremio de la Iglesia. Se dirá que los tribunales especiales amenguaban la autoridad de los obispos. ¡Raro entusiasmo episcopal: venir a reclamar ahora lo que ellos nunca reclamaron!
No soy jurista ni voy a entrar en la cuestión de procedimientos, que ya ha sido bien tratada en las diversas apologías que se han escrito en estos últimos años (2120). Ni disputaré si la Inquisición fue tribunal exclusivamente religioso o tuvo algo de político, como Hefele y los de su escuela sostienen. Eclesiástica era su esencia, e inquisidores apostólicos, y nunca reales, se titularon sus jueces; y en su fondo, ¿quién dudará que la Inquisición española era la misma cosa que la Inquisición romana por el género de causas en que entendía y hasta por el modo de sustanciarlas? Si, a vueltas de todo esto, tomó en los accidentes un color español muy marcado, es tesis secundaria y no para discutida en este libro.
Fuente: IGLESIA REFORMADA
El libro regalado a Francisco por Netanyahu: una manipulación historiográfica
Pedro Berruguete (1475): "Santo Domingo presidiendo un auto de fe"
Ayer 2 de diciembre, al término de 25 minutos de encuentro en privado en el Vaticano, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu regaló a Francisco un libro escrito en español por su padre, Ben Zion Netanyahu, y cuyo título es «Los orígenes de la Inquisición en la España del siglo XV». Netanyahu explicó que «mi español es prácticamente nulo, pero mi padre, fallecido el año pasado, era historiador y conocía ese idioma».
Hubiera sido preferible que los servicios de protocolo de la Santa Sede hubieran evitado esta promoción interesada de una obra que, por su sectarismo y defectuosa interpretación, ha sido acertadamente rebatido por prestigiosos historiadores que se han ocupado del tema. Cuando la obra de Netanyahu no era noticia nos hicimos eco de esa crítica al publicar en Historia en Libertad la recesión de un libro que ahora recomendamos a nuestros lectores para contrarrestar la propaganda sionista que Netanyahu ha aprovechado para difundir con motivo de su audiencia romana. Se trata de Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra) , editado por Almuzara en 2009.
Su autor, Miguel Ángel García Olmo (Murcia, 1963) es doctor en Antropología y licenciado en Derecho y Filología Clásica. Como ensayista suele abordar cuestiones humanísticas de actualidad (historia, educación, artes, hecho religioso…) desde perspectivas multidisciplinares. Como traductor está especializado en latín eclesiástico, habiendo publicado en español toda la colección de visitas ad limina de los obispos cartaginenses que, desde el siglo XVI, se custodia en el Archivo Secreto Vaticano.
En la década de los noventa del pasado siglo, Benzion Netanyahu (historiador y ex político sionista, padre del actual primer ministro de Israel) publicó un alegato en el que señala el racismo antisemita como origen y motivación fundamental de la Inquisición española. Esta peregrina hipótesis retrotrae el debate historiográfico sobre el Santo Oficio a un estadio anterior al que se había logrado gracias a las más relevantes aportaciones de autores como Domínguez Ortiz, Suárez Fernández o Eliott y lo devuelve a un terreno de interpretación basado en prejuicios ideológicos no tanto en una lectura desapasionada de las fuentes para buscar en ellas la explicación de los hechos del pasado.
Quizá por eso mismo, la sugerencia tuvo una inmensa y acrítica repercusión internacional en un mundo que rehuye los análisis complejos de la realidad y prefiere concebir la historia como una proyección hacia atrás de nuestras peculiares fobias, siendo una de las más características de ellas, la cristianofobia. De ahí el éxito que tiene todo aquello que se utiliza para denigrar al cristianismo de ayer pensando en combatir al cristianismo del presente. Otros, desde las filas de la misma Iglesia prefieren romper con cualquier fidelidad o vínculo emocional hacia el pasado para subrayar que la Iglesia de nuestros días sería el resultado de la metamorfosis que convierte a una institución antaño oscurantista e intolerante en vanguardia de una nueva civilización sincretista y ecuménica.
Entre las muy autorizadas voces, que se han distanciado de la tesis sostenida por Netanyahu, se encuentra el autor de Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra). Comienza el autor preguntándose, lúcidamente:
¿Realmente necesitan de reivindicación sentida o dolida aquellos desdichados que sufrieron injustamente hace siglos, pero que llevan otros tantos siendo rehabilitados por filósofos, historiadores, novelistas y ahora hasta por la misma Iglesia? Y esto en un mundo como el contemporáneo plagado de horrores, en el que hay miles de damnificados por sistemas, injusticias y conflictos tremendamente crueles y a veces olvidados; o en la España democrática en la que las víctimas de nuestro terrorismo o de nuestra intolerancia han de señalarse y hacerse visibles a diario para no quedar arrumbados y preteridos (p.15).En este contexto irrumpe el profesor Netanyahu con Los orígenes de la Inquisición (Nueva York, 1995):
Prácticamente no hay historia de la Inquisición ni obra que verse sobre algún aspecto del judaísmo español que no recoja la obligada referencia a sus planteamientos. Por lo que respecta al ámbito de la cultura española no puede dejar de señalarse que las posturas de Netanyahu han saltado a los medios de comunicación social, llegando éstos a servir de soporte mediático a tensos debates más propios de congresos especializados o de revistas científicas (p.17).En contraste con tanto entusiasta acrítico, el gran académico español Antonio Domínguez Ortiz califica de aberrantes unas conclusiones como las de Netanyahu que vinculan la Inquisición a una maquinaria política justificada por razones religiosas, producto de unos odios sociales y racistas que los reyes utilizaron en su provecho
Para desentrañar el problema comienza García Olmo explicando la trayectoria seguida por los judíos españoles en los reinos cristianos medievales para llegar al debate fundamental: el del criptojudaísmo.
En efecto, dilucidar hasta qué punto es cierta la convicción de que los conversos españoles de los siglos XV y XVI judaizaban —argumento sostenido no sólo por los promotores de la Inquisición y buena parte del pueblo, sino también por diversas escuelas de historiadores contemporáneos, con mayor rotundidad si son judíos—, se ha convertido en piedra de toque del avance de toda investigación posterior (p.35).Los autores (incluso judíos) que afirman la realidad judaizante otorgan amplio crédito a la razón religiosa que desde el principio dio el sistema inquisitorial de su propia existencia, por el contrario, quienes —desconfiando de las fuentes— niegan o minimizan la sustantividad del criptojudaísmo no ven en la Inquisición otra cosa que designios lucrativos o racistas.
A lo largo de una serie de páginas de densa argumentación y convincente soporte documental, procede Miguel Ángel García Olmo a analizar cuestiones como el propio origen del Santo Oficio entendido a la luz de las fuentes y la limpieza de sangre para llegar a una serie de ponderadas conclusiones en las que queda establecida la existencia de un criptojudaísmo minoritario pero preocupante y la actitud ambigua de los judíos hacia los que habían abandonado su religión: La Inquisición es caracterizada como un tribunal de la fe moderado en su represión y la América hispana como el lugar de aplicación de unos principios basados en los derechos humanos y donde se estrellaron las pretensiones estrechas ligadas a la defensa de la pureza de sangre:
Lejos de instaurar una sociedad guiada por directrices de segregación racial y de exaltación del modelo etnocéntrico, los españoles ‘inventaron’ la sociedad del Nuevo Mundo y en ella pusieron en práctica con considerable éxito la teoría de los derechos humanos que fueron alumbrando entre paso hacia adelante y hacia atrás (p.279)El autor de esta obra, cuya lectura aprovechamos para recomendar de nuevo, sostiene que el único camino posible de hallar coherencia a la historia de la Inquisición española consiste en olvidar las cíclicas y multiformes teorías conspirativas que se han ido formulando desde el siglo XIX hasta hoy, y volver a leer los textos, testimonios y documentos históricos sin suspicacias ni imágenes preconcebidas (p.277). Un criterio con el que coincidimos plenamente y que, aplicado también a otros campos del estudio de nuestro pasado, hará que los españoles dejemos de colaborar a nuestro propio descrédito colectivo e individual.
Título: Las razones de la Inquisición española (Una respuesta a la Leyenda Negra)
Autor: Miguel Ángel García Olmo Marcial Pons
Editorial: Almuzara, 2009
Páginas: 346
Precio: 23 euros
El libro regalado a Francisco por Netanyahu: una manipulación historiográfica | Tradición Digital
Antonio Caponnetto: Las mentiras sobre la inquisición
Conferencia muy interesante y documentada del Doctor Antonio Caponnetto, intelectual argentino de gran experiencia y formación sobre temas eclesiales, teológicos y filosóficos. Es necesario escucharla para ir desmontando la leyenda negra que contra la Iglesia Católica (y también contra España) ha intoxicado y sigue intoxicando a generaciones enteras tanto de cristianos como de creyentes de otras confesiones o de ninguna.
El título es “Las Mentiras sobre la Inquisición” y lo ofrecemos en exclusiva por primera vez en la red. No tiene desperdicio.
Antonio Caponnetto: Las mentiras sobre la inquisición | Adelante la Fe
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores