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Tema: Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!

  1. #1
    Avatar de rey_brigo
    rey_brigo está desconectado la TRADCIÓN es la ESPERANZA
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    Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!

    Los almogávares: Desperta, ferro!

    Por Fernando Díaz Villanueva

    En 1245 los reyes de Aragón dieron por concluida la Reconquista. Habían llegado hasta Alicante, hasta el punto donde el río Segura se encuentra con el mar. A partir de ahí le tocaría a Castilla continuar la labor de recobrar la España perdida. El problema es que a los belicosos catalanes, aragoneses y valencianos de la época les quedaba cuerda para rato, y no estaban dispuestos a quedarse cruzados de brazos.
    Abrevaron sus caballos en las aguas del Segura y pusieron sus ojos sobre el ancho mar que tenían enfrente: el Mediterráneo, un océano de oportunidades al alcance de su mano que, nobleza obliga, no iban a dejar escapar.

    En la lejana Sicilia se estaba cociendo, allá por 1282, un asunto muy feo. Los partidarios del Papa, llamados güelfos, habían colocado en el trono de la isla a Carlos de Anjou, un insolente francés que había repartido el regalo entre su camarilla de amigos. El partido contrario, el de los gibelinos, conspiraba contra él, pero sus seguidores, como carecían de candidato, poco podían hacer, salvo emigrar o encerrarse en casa. En Aragón, el rey Pedro III estaba al tanto de la jugada, y cuando la cosa se puso imposible reclamó sus derechos dinásticos.

    Naturalmente, la Casa de Barcelona, a la que pertenecía el monarca, nunca había tenido derechos sobre la isla, pero Pedro se había casado con una alemana, Constanza de Hohenstaufen, que sí que los tenía. Eso era suficiente para intervenir. Declaró la guerra a los usurpadores franceses y la ganó. Fue un paseo militar que le proporcionó insospechada fama y el bien merecido título de Pedro el Grande. Todo este episodio se conoce como las Vísperas Sicilianas, y fue el primer capítulo de la dilatadísima presencia española en el sur de Italia. Tan dilatada que se extendería durante cinco siglos.

    El secreto de Pedro el Grande para conquistar Sicilia tan rápidamente fue un novedoso cuerpo de ejército traído de las guerras contra los moros en España y que se había demostrado invencible: las compañías de almogávares.

    Los almogávares eran los soldados más bravos y temibles de su época. Eran tropas ligeras, normalmente de infantería, armados con lo justo pero que se movían con sorprendente agilidad en cualquier campo de batalla. Se agrupaban en compañías no muy numerosas, lideradas por un caudillo que las sometía a una disciplina férrea. O vencían o morían: no había término medio. Se les iba la vida en ello, y no sólo porque no daban cuartel en el combate, sino porque carecían de impedimenta: vivían de lo que saqueaban al vencido tras haberle aniquilado. Así de sencillo.

    Provenían de las serranías ibéricas y de los valles del Pirineo, donde eran reclutados muy jóvenes, casi niños. La vida que llevaban era durísima: sometidos a mil privaciones, dormían al raso y comían un día sí y tres no. Vivían por y para la guerra.

    No llevaban armadura, ni casco, ni siquiera la socorrida cota de malla, tan en boga en aquellos tiempos. Su equipo se limitaba a una lanza colgada al hombro, unos dardos o azconas –que lanzaban con tanta fuerza que eran capaces de atravesar los escudos del adversario– y un afilado chuzo, su arma más mortífera. Antes de entrar en combate golpeaban con fuerza el chuzo contra las piedras, hasta que saltaban chispas; entonces, cuando el sonido era ya ensordecedor, gritaban al unísono: "Desperta, ferro!", seguido de los más tradicionales "Aragó, Aragó!" o "Sant Jordi!", y se lanzaban sobre el enemigo como auténticos diablos. Estremecedor.

    A los enemigos, según veían de lejos el dantesco espectáculo, se les helaba la sangre en las venas. Su destino estaba sentenciado. Y no era para menos. Los almogávares no tomaban prisioneros ni hacían distingos; mataban a todos y se jactaban de que, durante la batalla, su chuzo había pasado más tiempo dentro del cuerpo del adversario que fuera.

    Tras la conquista de Sicilia, al heredero de Pedro el Grande, Federico III, empezó a incomodarle la presencia de los rudos almogávares, que no terminaban de acostumbrarse a vivir sin guerrear. Habían pasado unos años persiguiendo a los franceses por el reino de Nápoles, pero con la paz de Caltabellota la diversión se les acabó.

    La fama que habían criado en Italia atravesaba las fronteras. Cuentan que, en cierta ocasión, un almogávar fue hecho prisionero por los franceses. El rey franco, intrigado por el romanticismo que envolvía a este cuerpo de españoles asilvestrados, lo mandó traer a su presencia. Para salvar su vida, le propuso una justa con su mejor caballero. Si salía vencedor podría volver con los suyos. El almogávar aceptó sin dudarlo. Sabía que iba a ganar.

    El francés se presentó sobre su caballo, armado hasta los dientes y protegido por una coraza primorosamente labrada. El español midió la distancia y, antes de que pudiese reaccionar el jinete, alanceó al caballo hasta matarlo. El francés cayó rodando al suelo, donde el almogávar le esperaba chuzo en ristre. Ahí terminó la justa: el rey pidió al vencedor que perdonase la vida al infeliz caballero y el almogávar regresó a casa tan pimpante.

    Con la aventura siciliana tocando a su fin, a los almogávares se les presentaba una dura disyuntiva: o se disolvían o encontraban una causa por la que matar y morir, que era casi lo único que sabían hacer. Ésta se les presentó de improviso. Andrónico II, el emperador de Bizancio, tenía a los turcos encima, a pocas jornadas de Constantinopla, amenazando el trono y la existencia misma del Imperio. Se puso en contacto con el caudillo de los almogávares sicilianos, Roger de Flor, un soldado de fortuna que, antes de recalar en la singular compañía aragonesa, había sido templario, cruzado en San Juan de Acre y pirata. Un genuino aventurero medieval.

    De Flor aceptó la oferta y se dirigió, con 7.000 hombres, a Constantinopla. Sólo pidió dos cosas: que le dieran un título nobiliario y que le suministraran una esposa. El bizantino fue espléndido en ambos requerimientos: le hizo Megaduque (nada menos) y le dio la mano de una sobrina suya que vivía en Bulgaria. Cumplimentados los trámites, la Gran Compañía Catalana de Almogávares, o Societate Catallanorum, se dirigió al encuentro con el turco.

    Las fuerzas eran desiguales: a cada español le tocaban dos turcos; pero los almogávares, fieles a su consigna de vencer o morir, al grito de "Desperta, ferro!" pusieron en desbandada al enemigo. Al que pudo, porque la degollina de este primer encuentro fue antológica: 13.000 muertos, todos los mayores de diez años, edad a la que Roger de Flor estimaba que un hombre podía blandir una espada.

    Entregada su carta de presentación, levantaron el asedio sobre Filadelfia y Thira y persiguieron a los turcos, matándolos allí donde los encontraban.

    En menos de un año, las tropas españolas llegadas de Sicilia habían dado la vuelta a la tortilla y se encontraban en el interior de Anatolia. Fue allí donde tuvo lugar la batalla más celebrada de los almogávares, la del monte Tauro: Roger de Flor y su senescal Berenguer de Rocafort, al frente de 7.000 españoles, plantaron cara a unos 40.000 turcos. La misma ceremonia al alba, los hierros despertando entre chispas y la horda colina abajo gritando como posesos los nombres de Aragón y su santo patrón. Los turcos salieron en estampida después, eso sí, de dejar 18.000 cadáveres en el campo de batalla. "Feren tal carnissería que era meravella", apuntaría años después Ramón Muntaner, uno de los integrantes de la expedición, en su Crónica de los Almogávares.

    Corría el año 1304, y éste de los almogávares sería el último ejército cristiano en penetrar en el interior de Asia Menor, la actual Turquía. Hecho el trabajo, Roger de Flor y los suyos regresaron a Constantinopla. Tan impresionante había sido la victoria que el emperador le concedió un nuevo título, el de César.

    Tanta generosidad con el forastero destapó el frasco de las intrigas palaciegas. Miguel, hijo del emperador, invitó a Roger de Flor y a sus generales a una cena en Adrianópolis. Tras el último plato, con alevosía y por sorpresa, los guardias alanos de la corte pasaron a cuchillo a los confiados catalanes, que, para más inri, estaban a esa hora algo bebidos.

    Advertida la tropa de la traición bizantina, salió como una furia de su campamento en Galípoli y se dedicó durante días a arrasar pueblos y aldeas. Fue la llamada "venganza catalana", que arrojó casi tantas víctimas como las que los almogávares habían dejado en los campos de Anatolia. De ésta no se libraron ni los niños. Muntaner trata de justificar la salvajada apelando al honor: "Fue hecha tan gran venganza [...] pues valía más morir con honor que vivir en deshonra". Los españoles, siempre tan españoles.

    Andrónico II, asustado por el cariz que habían tomado los acontecimientos, armó un ejército para neutralizar la amenaza. No sirvió de gran cosa. La compañía almogávar, crecida e iracunda, derrotó a los bizantinos. Para evitar la tentación de huir, metieron fuego a los barcos y se lanzaron, guiados por los dos Berengueres, el de Rocafort y el de Entença, al cuello de sus antiguos anfitriones, gritando, cómo no, "Desperta, ferro!". Muntaner asegura que mataron, ellos solitos, a 26.000 bizantinos; aunque ya sería alguno menos, que a los "cronistas en primera persona" siempre se les va la mano cuando se trata de contar sus hazañas.

    Una vez reparada la ofensa, la compañía, visiblemente mermada por los combates, se dirigió hacia Grecia, saqueando a conciencia lo que encontraron a su paso, excepto los monasterios del monte Athos, que se salvaron gracias al ruego de Jaime II de Aragón. Lo cortés no quita lo valiente: serían crueles y sanguinarios, sí, pero también devotos y aficionados a oír misa antes de la batalla.

    Muertos sus caudillos en las refriegas con los bizantinos, formaron un consejo de gobierno, el Consell de Dotze, y se pusieron al servicio de los barones francos que mandaban en el sur de Grecia desde tiempos de las Cruzadas. Uno de ellos, Gualterio de Brienne, volvió a traicionarles. Se le olvidó liquidar la soldada por los servicios prestados. En mala hora, porque el despiste lo pagó con su vida. En pocos años se adueñaron de los señoríos francos; pero no de cualquier manera, sino a su manera: asesinaron a los barones y se quedaron con sus haciendas, sus castillos y sus viudas para fundar dos ducados, los de Atenas y Neopatria, que perdurarían 80 años. Durante casi un siglo estos dos pedazos de Grecia se convirtieron en un apéndice lejano y semiolvidado de la Corona de Aragón.

    Tras la caída de Atenas y la toma de Constantinopla por los turcos, en el siglo XV, la epopeya de los indomables almogávares fue cayendo en el olvido y su historia se transformó en leyenda. Habían luchado contra corriente, contra el signo de los tiempos, contra todo y contra todos, hasta contra sí mismos. Hoy nadie los reivindica; son, en cierto modo, incómodos recuerdos de una época de la que pocos quieren acordarse. Hasta en la muerte son temidos y respetados. Desperta, ferro!

  2. #2
    loboferro está desconectado Miembro novel
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    Re: Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!


    Una curirosidad etnográfica. Los almogávares no desaparecieron. Siguen subsistiendo en las sierras de Teruel, y aunque parezca mentira, continúan alquilándose como mercenarios. Los puedes visitar en
    http://www.almogavares.net

  3. #3
    juandealbinas está desconectado Miembro graduado
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    Smile Re: Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!

    Los españoles nos podemos sentir orgullosos de tan magnífico cuerpo de élite de la Historia que nos pertenece a TODOS... aunque algunos se los quieran apropiar para sí solos...Interesante sería hacer una gran película sobre la epopeya de estos valientes españoles...Desperta, ferro!!

  4. #4
    Avatar de Hyeronimus
    Hyeronimus está desconectado Miembro Respetado
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    Re: Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!

    http://www.elmanifiesto.com/articulo...darticulo=1082


    La Corona de Aragón también existe
    La fantástica epopeya de los almogávares




    Corre el año de 1305. Estamos en Turquía. Una tropa de 6.500 españoles derrota a los ejércitos turcos, aplasta también a los bizantinos, conquista los ducados de Atenas y Neopatria y se los entrega al Rey de Aragón. Así, por las bravas. Aquel pedazo de Grecia será aragonés hasta 1388, año en el que finalmente sucumbe ante la presión de turcos, venecianos, florentinos y hasta de una compañía navarra que pasaba por allí. Por el camino, Aragón se convertirá en una potencia decisiva en el Mediterráneo. Esa fue la extraordinaria hazaña de los almogávares. Uno de sus capitanes era Berenguer de Rocafort. Ahora un descendiente suyo, Guillermo Rocafort, ha escrito su historia: Yo, Berenguer de Rocafort, caudillo almogávar. Impresionante.

    José Javier Esparza

    La última vez que un ejército cristiano logró ocupar Turquía, derrotar a los otomanos en su propia península, fue a principios del siglo XIV. Y lo hizo un ejército español: los almogávares de la Corona de Aragón. El libro que nos ocupa, Yo, Berenguer de Rocafort, caudillo almogávar, editado por Áurea (http://www.aureaeditores.com/producto.php?cat=8&id=2) es una crónica en primera persona de todos aquellos sucesos. El autor, Guillermo Rocafort, descendiente del capitán almogávar, se pone en la piel de su antepasado y explica pormenorizadamente no sólo los episodios históricos, sino también cómo sentían y cómo vivían aquellos guerreros que asombraron al mundo.

    Los almogávares eran unas tropas de choque de la Corona de Aragón, aunque también los había de Castilla. Casi todos ellos eran pastores del Pirineo y de las sierras del sistema ibérico, encuadrados en pequeñas unidades de doce hombres mandadas por oficiales de la Corona. El nombre que recibían, “almogávar”, parece de origen árabe, pero no hay certeza sobre su significado; se supone que puede venir de “al-mugavar”, que habría que traducir como “los que provocan confusión”. Y el hecho es que la provocaban, porque desde principios del siglo XIII se sabe de sus hazañas tras las líneas musulmanas: incursiones rápidas y breves, de uno o dos días, que sembraban el caos y el terror entre los moros.

    Se sabe bien cómo eran y cómo combatían: siempre a pie, feroces, ágiles y muy rápidos, ataviados con ropas muy ligeras y calzados con abarcas de cuero; armados con jabalinas, un pequeño escudo redondo y un cuchillo largo, el chuzo. De su capacidad de resistencia se cuentan cosas asombrosas, como que, para endurecerse, dormían al raso y comían sólo un día de cada tres. Antes de entrar en combate golpeaban sus chuzos contra la piedra, a los gritos de “Desperta, ferro”, “Aragó, Aragó” y “Sant Jordi”. Cuando se quedaron sin guerra en la península, la Corona de Aragón los mandó a Sicilia. Conquistaron aquellas tierras a los franceses. Esta será su primera gran aventura fuera de España. Después vino Grecia, la salvación de Bizancio.

    La carambola bizantina

    Los almogávares llegaron a Bizancio de carambola. Por un lado, nada tenían que hacer ya en Sicilia, una vez pacificada, salvo crear complicaciones; la Corona los quería fuera de allí. Por otro, el emperador bizantino, temeroso ante la potencia turca, andaba desesperado por recibir apoyo militar. Para los almogávares fue una excelente oportunidad de seguir peleando. Su jefe, el templario alemán Roger de Flor (Roger von Blum) no lo dudó un instante.

    La flota aragonesa salió de Mesina. Viajaban 4.000 almogávares, muchos de ellos con sus familias. Roger, que en este momento tenía 37 años, había pedido a Andrónico dos cosas: un título nobiliario y una esposa. Ambas cumplió el emperador, que casó a su sobrina María con el veterano soldado, al que nombró Megaduque. La boda se celebró en Constantinopla, ciudad en manos de las tropas genovesas a título de protectoras del emperador. Y aquí empezarán los almogávares a dejar tarjetas de visita. Tras la boda, unos genoveses se ríen del aspecto desastrado de un almogávar; la bronca se convierte en batalla campal y en degollina generalizada de genoveses, hasta el punto de que Andrónico siente el mismo impulso que había sentido el rey en Sicilia: hay que sacar de allí a los almogávares.

    La Gran Compañía Catalana de Almogávares, que así se llamaba, embarcó hacia tierras turcas para alivio de Andrónico. Y para terror de los turcos, que quedaron hechos picadillo en el primer encuentro. Fue en Cízico, en el Peloponeso. Roger de Flor atacó de improviso, a medianoche, según los turcos estaban acampados; machacó a un ejército que le doblaba en número. Después, la Compañía acude a socorrer diversas ciudades situadas por los turcos. Éstos, que ya conocen la matanza de Cízico, huyen aterrados ante la llegada de los aragoneses. Los almogávares persiguen a los fugitivos; otra escabechina. Así van liberando ciudad tras ciudad.

    La batalla decisiva será al año siguiente, al pie del Monte Tauro, en la Anatolia interior. Para reforzar a Roger ha llegado desde Sicilia Berenguer de Rocafort con 1.200 almogávares más. De nuevo la fuerza turca es muy superior, pero de nuevo será derrotada tras una batalla larguísima, de día y de noche.La Compañía regresó a Constantinopla. Fue recibida con honores por Andrónico, que elevó a Roger de Flor a la condición de césar. Al mismo tiempo, llegaba a Bizancio otro caudillo, Berenguer de Entenza, con 1.500 almogávares más. Está terminando el invierno de 1305. Pero entonces comienza una tragedia que teñirá Grecia de sangre.

    Quien quiera saber cómo acaba la historia, que lea el libro de Guillermo Rocafort. Una historia fascinante.

  5. #5
    Avatar de Erasmus
    Erasmus está desconectado Socio vitalicio
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    Re: Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!




    Imperium Hispaniae

    "En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."







  6. #6
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    Caballero español está desconectado Gladius Hispaniensis
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    Re: Los AlmogÁvares: Desperta, Ferro!!

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    S visitáis la página del escritor del libro que ha mencionado Hyeronimus, veréis que da conferencias y otros actos. Va bastante a la BRIPAC, donde mantienen muchos nombres y tradiciones almogávares, dentro de lo que cabe.
    «De ellos la tumba la virtud pregona; ¡héroes... dormid en paz...! para el que siente, vuestra tumba es mejor que su corona...!»
    Bernardo López García

    «Chamese Hispánia à peninsula, hispano ao seu habitante ondequer que demore, hispánico ao que lhe diez respeito.»
    Ricardo Jorge

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    Joan Maragall

    «Zuregatican emango nuke, pocic, bai, nere bicia; beti zuretzat, il arteraño, gorputz ta anima gucia.»
    José María Iparraguirre

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