En todas las historias de la conquista de la América Española se menciona a cada paso a los baquianos, los cuales formaban la vanguardia de todas las expediciones conquistadoras. ¿Cuáles eran los deberes de aquellos hombres?
La definición de un baquiano, dice Acosta, es demasiado característica de la época para que pueda omitirse; la daré con las mismas palabras del P. F. P. Simón: "Son los baquianos los que "aconsejan á propósito, rastrean, caminan y no se cansan, cargan lo que se ofrece, velan, sufren el hambre, la sed, el sol, agua y sereno, saben ser espias, echar emboscadas, descubrirlas y seguirlas, marchar con cuidado, abrir los caminos; no les pesan las armas ni huyen del trabajo; buscan y conócen las comidas silvestres. Hacen la puente y el rancho, el sayo de armas, la rodela y el alpargate. Pelean al uso de aquellas guerras, sin que les dé terror y espanto el horrendo y repentino son de los fotutos, voces, algazara, tristes aullidos y confusos gritos de los Indios al primer ímpetu de la |guazabara, y lo que es más, no están sujetos á enfermedades y llagas de chapetonadas, como los visoños ó |chapetones, los cuales, aunque no les falte tánto ó más animo que á los baquianos al momento de pelear, mientras no lo son, aciertan lo menos y yerran lo más."
No emprendía marcha ninguna expedición, sin llevar consigo algunos de estos hombres semisalvajes ó cuasi-civilizados, los cuales conocían todos los climas y sabían evitar los peligros, y cuando llegaba á faltar todo alimento conocido, sabían encontrar al menos las plantas que no eran nocivas. Vivían meses enteros, si era necesario, perdidos en las montañas tropicales, manteniéndose con hojas de |bihao (1 ), tallos tiernos de hobos sancochados, bledos, verdolagas y otras plantas más ó menos impropias para alimentar á hombres de armas que necesitaban adquirir fuerzas para luchar con una Naturaleza enemiga de todo ser civilizado, pero que siquiera comiéndolas no se morían de hambre.
Entre los baquianos de más fama en la Conquista apenas mencionaremos á Cardoso, Céspedes, San-Marín, Juan de Orosco, Limpias y otros, de ellos algunos con el apellido Martín, los cuales nombraremos aquí de paso. El primer Español (baquiano de la expedición descubridora de Balboa que se embarcó en el Océano Pacífico) se llamaba Alonso Martín. Otro del mismo nombre y apellido fué uno de los baquianos más experimentados de la conquista del Nuevo Reino de Granada. Francisco Martín, también baquiano de la tropa de Alfinger, se hizo notable por haber vivido largos años entre los Indios de las márgenes del lago de Maracaibo. Con Gonzalo Jiménez de Quesada subió al Nuevo Reino un Diego Martín Inhiesta; y Castellanos y Piedrahita hablan de un Lorenzo Martín, que fué conquistador y fundador de la ciudad de Tamalameque y considerado como famoso poeta. En las contiendas con los Indios de Santa-Marta, se lució un Pedro Martín. Fray Pedro Simón refiere cómo un Juan Martín de Albajar fué cautivado por los Indios del Orinoco; y que, perdonado por el Cacique cuando le iban a matar, cayó después tan en gracia á aquel salvaje, que nada se hacía sin su beneplácito, y llegó a tal extremo su privanza en aquella |corte, que acabó por ser el verdadero Gobernador de ella. Sin embargo, cansado al fin de la vida de los bárbaros, abandonó la tribu y fué á dar á Santafé de Bogotá, en donde acabó sus días. La muerte trágica de otro baquiano, llamado Esteban Martín, ha sido referida por varios cronistas; pero entre todos el tipo más curioso y característico es el de Blasco Martín, cuyos hechos refieren largamente fray Pedro Simón, Castellanos y Piedrahita.
Blasco Martín había nacido en España, en un lugar llamado Cabeza-de-buey. Pasó á Santa-Marta muy al principio de la Conquista, y en las guerras con los indígenas de aquella provincia adquirió tan cabal conocimiento de las costumbres de las diferentes tribus, que era yá más astuto y más diestro en toda clase de ardides y sorpresas que los mismos salvajes. Como por instinto, encontraba camino y salida por todas partes, y los bosques más enmarañados eran para él caminos reales. Tenía tal memoria de las localidades, que se acordaba; de todo lugar por donde una vez había pasado, con una asombrosa seguridad, sin equivocarse jamás, y no le aventajaba en instinto el perro más fiel. Desgraciadamente, era tan bronco e ignorante de los usos del mundo, que, a pesar de sus manifiestos talentos, su audacia y su valor, la falta completa de educación no le permitió, como sucedió con otros baquianos, salir de la clase de soldado.
Era íntegro, poco codicioso ( cosa rarísima en su tiempo y en el nuestro), sabía manejar con perfección todas las armas, tanto a pie como a caballo, y jamás le vieron vacilar ni dejarse vencer por el enemigo. No obstante los peligros en que se vió, nunca se dejó herir, ni enfermó en lugares en que todos sus compañeros estaban postrados. Era hombre de genio arrebatado, pero generoso, pronto á montarse en cólera y también á perdonar y arrepentirse.
Iba una vez como baquiano de una expedición que llevaba grandes rebaños de Venezuela para el Nuevo Reino de Granada, y muy al principio de la jornada, estando una tarde ocupado en labrar unas alpargatas a la sombra de un caucho, se le acercó un joven que las daba de soberbio y valiente, y empezó a reconvenirle agriamente, sin respetar sus canas ni sus años, que ya para entonces tenía muchos. Al principio Blasco no contestó al atrevido joven, sino aconsejándole con buen modo que le dejara tranquilo; pero esto parece que exaspero al imprudente y levantaba la voz más y más, hasta que, impacientado el baquiano con las injurias con que el otro le colmaba, se levanto de repente como un león, y sacando de la cubierta un cuchillo que siempre llevaba al cinto, se lo hundió en el corazón al desgraciado mancebo, dejándole muerto en el sitio.
Sus compañeros quisieron prenderle y llevarle preso por aquella muerte; pero Blasco se deslizo entre las manos de todos, e internándose en la montaña más cercana, sólo, por veredas que nadie conocía, desafiando la intemperie, el hambre y las fieras que poblaban aquel país, y huyendo de los indios salvajes que odiaban de muerte a los blancos, sin más armas que su cuchillo, caminó cien leguas sin salir á ninguna población, hasta llegar á Santafé, en donde se presento en el acto a la autoridad; pidiendo que le juzgasen por lo que había hecho. Una conducta tan recta, una audacia tan grande, unida á la fama que tenían sus anteriores proezas, obligaron á los jueces, que comprendieron que el homicidio había sido impremeditado, á perdonarle y dejarle en libertad.
Poco después Blasco Martín se retiró definitivamente al Valle-Dupar, en donde le habían dado un pobre repartimiento de Indios, en premio de los muchos servicios hechos a la Conquista, y allí murió muy anciano, no sabemos en qué fecha.
NOTAS:
(1 ) "Es el bihao dicho, cierta planta Que por lugares cenagosos sale Como plátano blando, mas no tánta Su grandeza que con la dél iguale; Es su cogollo cebo de garganta Del que no tiene con que la regale; Comida triste, floja, desabrida, Y más cuando sin sal está cocida. CASTELLANOS.-VARONES ILUSTRES DE INDIAS.
http://www.lablaa.org/blaavirtual/le...tre/ilus28.htm
ARTICULO PUBLICADO EN L'ESCLAT DIGITAL 12 de julio del 2005
Vita hominis brevis:ideo honesta mors est immortalitas
Que no me abandone la Fe,cuando toque a bayoneta,que en tres días sitiamos Madridy en otros quince la capital, Lisboa.
Sic Semper Tyrannis
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