«Historia verdadera de la conquista de Nueva España»
Los biógrafos de Díaz del Castillo coinciden en que 1568 fue la fecha de la conclusión del manuscrito; una copia manuscrita llegó a España en 1575 (en el siglo XVI era habitual la circulación manuscrita de las obras), la cual sirvió de base a la primera edición impresa que fue publicada en 1632 ya con Bernal fallecido. La obra de Bernal es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas hasta la última palabra.
«Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», de Bernal Diáz del Castillo, es uno de los libros que podemos calificar sin exagerar como de los más notables de la literatura universal: es un testimonio de valor único, por su amplitud y precisión, sobre los hechos de la Conquista. Es un libro realmente imprescindible si quieren conocer de primera mano quiénes fueron, cómo pensaban y sentían, qué buscaban, en qué creían y, en fin, todo, realmente todo, sobre nuestros conquistadores; todo con detalles increíbles, al milímetro. Es un libro que no pueden dejar de leer y que deben obligar a leer a sus hijos y nietos. Con este libro serán ustedes conquistadores de América, se trasladarán materialmente a aquellos años y en aquellas circunstancias. Verán a nuestros antepasados descubrir y conquistar para Dios y para España un nuevo mundo.
Los biógrafos de Díaz del Castillo coinciden en que 1568 fue la fecha de la conclusión del manuscrito; una copia manuscrita llegó a España en 1575 (en el siglo XVI era habitual la circulación manuscrita de las obras), la cual sirvió de base a la primera edición impresa que fue publicada en 1632 ya con Bernal fallecido. La obra de Bernal es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas hasta la última palabra. Nos narra el proceso de la conquista de Méjico de manera sencilla, ágil y directa; diciéndolo todo, sin ocultar lo malo que toda obra humana tiene, bien que en este caso poco comparado con lo muchísimo bueno que tuvo. Cada página es un retrato veraz plagado de detalles minuciosos. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados. Cada uno de los doscientos catorce mini-capítulos –ninguno salvo alguna excepción pasa de cinco hojas– se convierten en una vivencia para el lector.
Bernal Díaz del Castillo
Lo que distingue a la obra de Bernal Díaz del Castillo de otras que tratan el tema de la conquista de América es su valor testimonial. En el rico repertorio de la historiografía indiana, ninguna otra se le iguala en su capacidad de evocar el espacio social y mental del conquistador. Su valor humano la acerca a la épica homérica, porque en lugar de exaltar simplemente a un héroe, se muestra la compleja relación entre la multitud de conquistadores, individualizando a cada uno de ellos en sus logros y defectos, en los actos de valor y triunfo, y todo en el marco singular de novedad y extrañeza que supone el choque histórico de dos civilizaciones.
Este libro, por tanto, nos trae un testimonio de primera mano de lo sucedido durante las jornadas de la ocupación de los territorios conquistados por Hernán Cortés y sus hombres, así como de las múltiples campañas militares que ampliaron y consolidaron la soberanía española en los territorios americanos.
A su vez, de acuerdo con la mentalidad de su época, podemos ver cómo los indios no son para Bernal un objeto de curiosidad, como lo serían para un hombre de hoy, sino un objeto de salvación. Hay que sacarlos de la idolatría y los vicios en que viven sumidos –sodomía y sacrificios humanos– para mostrarles el verdadero camino de la religión y la ética cristianas.
Aunque alarguemos esta crónica, no nos resistimos a transcribir algunos de los muchos y maravillosos trozo de ella, con la esperanza de que la curiosidad impulse a todos los españoles a no dejar de leer este apasionante libro.
Bernal da testimonio del lamentable estado de primitivismo, corrupción de costumbres –sodomía y sacrificios humanos a destajo, entre otras cosas– en que nuestros conquistadores encontraron a aquellos pueblos.
Cuenta Bernal, en varias ocasiones, la obsesión de Cortés y de todos ellos por evangelizar a los aztecas. Por ejemplo, la forma en la que al poco de conocer a Moctezuma –por cierto odo un tirano y los aztecas unos opresores– lo intenta Cortés con las siguientes palabras que son todo un tratado de teología:
«…E Cortés les comenzó a hacer un razonamiento con nuestras lenguas doña Marina e Aguilar, e dijo… e a lo que más le viene a decir de parte de Nuestro Señor Dios es que ya su majestad habrá entendido… que éramos cristianos e adoramos a un solo Dos verdadero, que se dice Jesucristo, el cual padeció muerte y pasión por nos salvar, y les dijimos que una cruz que nos preguntaron por qué la adorábamos, que fue señal de otra donde Nuestro Señor Dios fue crucificado por nuestra salvación, e que aquesta muerte y pasión que permitió que ansí fuese por salvar por ella todo el linaje humano, questaba perdido, y que aqueste Nuestro Dios resucitó al terecero día y está en los cielos, y es el que hizo el cielo y la tierra, y la mar y las arenas, e crió todas las cosas que hay en el mundo, y da las aguas y rocíos, y ninguna cosa se hace en el mundo sin su santa voluntad, y que en Él creemos e adoramos, e que aquellos que ellos tienen por dioses, que no los son, sino diablos, que son cosas muy malas, y cuales tienen las figuras, que peores tiene los fechos, e que mirasen cuán malos son, e de poca valía, que adonde tenemos puestas cruces como las que vieron sus embajadores, con temor dellas no osan parescer delante, y que el tiempo andando lo verán. E lo que agora le pide por merced questé atento a las palabras que agora le quiere decir. Y luego le dijo, muy bien dado a entender, de la creación del mundo, e como todos somos hermanos, hijos de un padre e de una madre, que se decían Adán y Eva, e como tal hermano, nuestro gran emperador, doliéndose de la perdición de las ánimas, que son muchas las que aquellos sus ídolos llevan al infierno, donde arden a vivas llamas, nos envió para questo que haya oído lo remedie, y no adorar aquellos ídolos ni les sacrifiquen más indios ni indias, pues todos somos hermanos, ni consienta sodomías ni robos. Y más les dijo: que el tiempo andando enviaría nuestro rey y señor unos hombres que entre nosotros viven muy santamente, mejores que nosotros, para que se lo den a entender, porque al presente no venimos más de a se lo notificar, e ansí se lo pide por merced que lo haga e cumpla…»
Nos cuenta también la profunda religiosidad de aquellos conquistadores, hombres sin duda rudos, ninguno santo, pero repletos de fe:
«…cada día estábamos en la iglesia rezando de rodillas delante del altar e imágenes; lo uno, por lo que éramos obligados a cristianos e buena costumbre, y lo otro, porque Montezuman y todos sus capitanes lo viesen y se inclinasen a ello, y porque viesen el adorar e vernos de rodillas delante de la cruz, especial cuando tañíamos el Ave María…».
Relata la entrada en Tenoctitlán, o sea Méjico capital, con detalle y de forma que el lector puede muy bien trasladarse a aquel impresionante momento:
«…luego otro día partimos de Estapalapa, muy acompañados de (…) grandes caciques, íbamos por nuestra calzada adelante, la cual está ancha de ocho pasos, y va tan derecha a la ciudad de México, que me parece que no se torcía poco ni mucho, y puesto que es bien ancha toda iba llena de aquellas gentes que no cabía, unos que entraban en México y otros que salían, y los indios que nos venían a ver, (…) estaban llenas las torres y los cués [templos] y en las canoas y de todas partes de la laguna, y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros…«.
No deja de sentirse orgulloso y al tiempo admirado de sus hechos y de los de sus compañeros, por lo que siempre da, además, gracias a Dios:
«..Muchas veces, agora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes, y digo que nuestros hechos que no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios; porque ¿qué hombre habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos soldados, y aún no llegábamos a ellos, en una fuerte ciudad como es Méjico, que es mayor que Veneuzia, estando apartados de nuestra Castilla sobre más de mill y quinientas leguas, y prender a un tan gran señor y hacer justicia de sus capitanes delante dél?…».
Si estamos interesados en saber lo que comía Moctezuma, también nos lo dice Bernal:
«…en el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados, hechos a su manera y usanza y teniánlos puestos en braseros de barro chicos debajo, porque se enfriasen, y de aquello que Moctezuma había de comer guisaban más de trescientos platos (…) cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de tierra, codornices, patos mansos y bravos (…) él sentado en un asentadero bajo, rico y blando, y la mesa también baja (…) allí le ponían sus manteles de mantas blancas (…) y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban agua en unos xicales (…) y le daban sus toallas, y otras dos mujeres le traen el pan de tortillas…».
Gracias a su obra, también podemos acompañar a nuestros conquistadores en sus tremendas penurias:
«… cada día menguaban nuestras fuerzas y la de los mexicanos crecían, y veíamos muchos de los nuestros muertos y todos los demás heridos, y aunque peleábamos muy como varones no podíamos hacer retirar ni que se apartasen los muchos escuadrones que de día y de noche nos daban guerra, y la pólvora apocada, y la comida y el agua por consiguiente, (…) en fin, veíamos la muerte a los ojos, (…) y fue acordado por Cortés y por todos nuestros capitanes y soldados de que noche nos fuésemos, cuando viésemos que los escuadrones guerreros estuviesen más descuidados (…) Y estando en esta manera cargan tanta multitud de mexicanos a quitar la puente y a herir y a matar en los nuestros (…) y como la desdicha es mala en tales tiempos, ocurre un mal sobre otro; como llovía resbalaron dos caballos y caen en el agua (…) De esta manera que aquel paso y abertura se hinchó de caballos muertos y de indios e indias…».
También conocemos sus costumbres guerreras y su capacidad de sufrimiento:
«Digo de nosotros estar a punto no había necesidad de decillo tantas veces, porque de día ni de noche no se nos quitaban las armas, gorjales y antipares, y con ello dormíamos. Y dirán agora dónde dormíamos; de qué eran nuestras camas, sino un poco de paja y una estera, y el que tenía un toldillo ponelle debajo, y calzados y armados, y todo género de armas muy a punto, y los caballos ensillados y enfrenados todo el día, y todos tan prestos, que en tocando el arma, como si estuviéramos puestos e aguardando para aquel punto; pues velas cada noche, que nom quedaba soldado que no velaba. Y otra cosa digo, y no por me jactanciar de ello: que quedé yo tan acostumbrado a andar armado y dormir de la manera que he dicho, que después de conquistada la Nueva España tenía por costumbre de me acostar vestido y sin cama e que dormía mejor que en colchones; e agora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo cama; e si alguna vez la llevo, no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hallan presentes, por que no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar, más en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo que levantar a ver el cielo y las estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y estoy sin poner en la cabeza cosa ninguna de bonete ni paño, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía. Y esto he dicho porque sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y como estábamos tan acostumbrados a las armas y a velar…».
Por último, aconsejamos al lector que no deje de acompañar a Bernal en los momentos en los que el corazón se le encogía viendo cómo muchos de sus compañeros capturados por los indios eran sacrificados en lo alto de los «cúes», es decir, los mismos templos que hoy tantos turistas visitan sin apenas enterarse de lo que allí pasó.
No alargamos más esta crónica, aunque no por falta de ganas. Animamos al lector a no dejar pasar ni un minuto más sin leer despacio, saboreándolo como se merece, este impresionante e imprescindible libro repleto de sorpresas de principio a final, literalmente hablando.
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