PRO ADSERENDA HISPANORUM ERUDITIONE
“Narración apologética en defensa de la cultura de los españoles”.
Alfonso García Matamoros (m. 1572)
Traducción del texto original en latín por G. del Toro (año 1943)
1. Las hazañas de los hispanos, llevadas a cabo, tanto en la paz como en la guerra, quedaron plasmadas en muchos escritos de los nuestros y en no pocos de entre los griegos y latinos. Todos parecían escribir con el increíble deseo de propagar la fama de nuestra nación, para que no pasasen inadvertidos en obscuro silencio, hechos tan grandes que habían de dar a España nombre sempiterno, y a la posteridad un gran documento de valor. Con la narración de las memorables victorias, nobles triunfos y empresas -ni menores en número que las de los griegos, ni inferiores en magnitud que las de los romanos- consagraron la indómita fiereza, el ánimo invencible, el valor bélico de los españoles, dándolos al pregón inmortal de la fama.
2. No hubiera resultado manca su obra, si de la misma manera que con sus escritos ilustraron los asuntos guerreros, también hubieran incorporado a la historia los testimonios del ingenio, artes y disciplinas por las que a nuestra nación podían redundar no menor alabanza, que gloria le proporcionaron sus guerras.
3. Pero entre tanta abundancia de escritores, no hubo uno siquiera después de tantos siglos que se atreviese a hermanar con aquella dureza militar el culto de la ciencia, con la ferocidad la erudición, con los afanes de la guerra el reposo de la paz; pensando tal vez que hacían bastante por el nombre de España, si mostraban a sus hijos como fuertes e invictos, y no en el mismo grado humanos y doctos.
4. Al calor de esta pereza y negligencia fue naciendo el prejuicio tan desfavorable a la gente más sobresaliente de todo el orbe, y la inveterada opinión de la barbarie de los españoles -que los relegaba entre los crueles y fieros escitas- arraigada en el ánimo de los extranjeros, cada día más, tomó carta de naturaleza entre ellos, hasta el punto de que ni el repetido paso de muchos siglos borró de sobre nosotros está feísima mancha.
5. Aumentaba esta persuasión el que ya, desde los tiempos heroicos, ocupada en continuas guerras, España -hacia la cual, por diversas vicisitudes de la fortuna y con los más variados propósitos, casi todas las naciones del orbe se habían desplazado-, no pudo ni cultivar las letras, ni aspirar a la consecución de una vida espiritual brillante. Fue en otro tiempo España, campo de encarnizadas guerras y público teatro de contiendas originadas, no por la discusión acerca de Elena -durante tanto tiempo y con tan infatigable ardor reclamada por griegos y troyanos-, sino acerca de la posesión del bellísimo país ocupado sucesivamente por los íberos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, vándalos, alanos y godos, quienes con sumo empeño cayeron sobre ella, parte atraídos por la esperanza de su dominio por medio de las guerras, parte cautivados por la fertilidad y belleza del suelo, que, interpretando erróneamente las fábulas homéricas, suponían ser las venturosas regiones de los Campos Elíseos.
6. Muchos, imposibilitados para negar la evidencia de nuestras glorias bélicas, ponían en duda, bajo las apariencias de alabanza, nuestra cultura y tomaron pie de aquí para sacarnos el pecado de barbarie, diciendo que si España no hubiera tenido guerras, sus hijos, por su presencia de ánimo, sagacidad natural y despierto, ingenio, podrían, indudablemente compararse con los autores griegos y latinos. Por donde concediéndonos nativa facilidad para asimilarnos las ciencias, movidos por el odio y la envidia, nos privan de la posibilidad de su consecución para no aparecer inferiores a nosotros en el talento, prudencia y demás adornos del alma, ya que lo son en las virtudes del cuerpo.
7. De ser verdad todas estas ligerezas e impertinencias que tan presuntuosa y falsamente nos echan en cara, los españoles seríamos ciertamente los más desgraciados de todos los mortales, porque no se rebajan más allá del plano en que el hombre debe considerarse como tal.
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Conceden a los Egipcios sus Profetas; los Caldeos a los Asirios; los Magos a los Persas; los Gymnosofistas a los Indios; los Druidas a los Galos; los Samaneos a los Bactrianos; los Esenos, Cabaleos y Talmúdicos, a los Hebreos; Anacarsis a los Escitas; Zalmoxis a los Tracios; y, en cambio, fuera de la variedad de sus metales, la fertilidad de su suelo, sus caballos tan ligeros como el viento y sus ovejas apacentadas en las doradas riberas del Betis, no atribuyen ninguna facultad artística ni científica a los españoles, de entre los que ellos afirman no sale ningún hombre docto, teniendo la base de su felicidad, más en la riqueza de la tierra que en los bienes del espíritu.
8. Mientras rumiaba estos pensamientos y, mirando hacia atrás, mediaba en el Estado y suerte de nuestra nación, me vino a las mientes contra los vituperadores de la cultura hispana, esta especie de reivindicación suya, tal cual ni la rechazan los italianos, ni la desprecian los germanos, ni dejen de recibirla los franceses, todos los cuales a porfía intentaron arrebatarnos pérfidamente nuestro principal y más preciado blasón -basado, según mi criterio, en la inmarcesible gloria de las letras- tal vez ignorantes del pasado, o (lo que es más creíble) envidiosos de los méritos ajenos. ¡Qué gran crimen de envidia fue este de querer que los demás mortales gozasen de los verdaderos bienes del alma y de la felicidad de la cultura y que sólo los españoles fueran desposeídos malignamente de este derecho de gentes y privados de esta antigua herencia de sus antepasados!
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9. Hay que establecer, por tanto, alguna división en las épocas de España, supuesto que desde el comienzo de los primeros tiempos con nuestros más remotos ascendientes, su continuación con nuestros abuelos y su repetición en los que los siguieron en el largo transcurso de las edades, entre tantas mudanzas y vaivenes del imperio, en ninguno de ellos el árbol de su erudición dejó de dar fruto.
Distribuiremos, pues un asunto tan extenso en estos tiempos o fases: cuándo nacieron las letras en España; cuándo crecieron, y cuándo llegaron a florecer en la misma cumbre del ingenio humano. Y así, no con la pesada aridez de un estudio triste y serio, sino con la desenvoltura y alegría de las fiestas populares, irán desfilando ante nuestros ojos todos aquellos astros que dieron alguna luz en el cielo de nuestras letras.
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