La Diana de Montemayor incluso influyó a Shakespeare.
Hablamos hoy del general desconocimiento que en Europa se tiene de la cultura de expresión española, si exceptuamos los nutridos y admirables grupos de hispanistas que, de Italia y Francia y los países anglosajones a los escandinavos, han hecho de lo nuestro su particular dedicación.
Ya en la antigüedad y el medievo aportó España importantes contribuciones al común acervo cultural (Séneca, San Isidoro, Averroes, Raimundo Lulio). El español y nuestra literatura conocieron amplísima difusión y popularidad en la Europa del XVI y XVII.
La lista de los libros estampados en castellano por aquellos tiempos, así en Italia, Francia y Portugal como en Holanda y Bélgica, alcanza un sorprendente volumen. Y profusamente se traducían libros españoles de todos los campos del pensamiento y de todos los géneros literarios.
Las obras españolas vivificaron la literatura europea, fueron fuentes de inspiración y de influencia. He ahí los ejemplos de Guevara y Gracián, quienes al par del conde Castiglione inspiraron los ideales de los cortesanos europeos; los ascetas y místicos y filósofos cristianos, de tanta audiencia, incluso en países protestantes (fray Luis de Granada en Inglaterra; Suárez y Santa Teresa, en Alemania); los autores de florestas, emblemas y, otras formas de literatura didáctica — Mexía, Torquemada, Saavedra Fajardo —, traducidos a todas las lenguas europeas, punto de partida de la estructura de los ensayos de Montaigne, lectura de Shakespeare; la enorme contribución del teatro (fuente de los Corneille, Hardy, Moliere, etc.), de la lírica renacentista y barroca (con imitadores y traductores en Donne, Scarron, Marino, Opitz), de nuestros aforistas, padres de los franceses, de los cronistas de Indias, introductores del tema exótico y origen cierto del «buen salvaje» que llega a la mejor literatura europea del prerromanticismo.
Y, sobre todo, la novela: la «Cárcel de amor» enseñó a Europa el lenguaje y la casuística amorosos y el análisis de los sentimientos, la «Diana», de Jorge de Montemayor, traducidísima, es la novela pastoril europea más característica; los libros de caballerías fueron lectura de las cortes y los burgueses de todo el continente; el Quijote» se traduce e imita —en Francia, Inglaterra e Italia—muy poco después de su publicación, se adapta a la escena, esobjeto de interpretaciones y su decisiva influencia literaria llega hasta nuestros días; la Celestina y la novela picaresca, en fin, haciendo a hijos del pueblo héroes de ficción, enseñan a la novela europea la observación realista del mundo, marcan el camino a la novela francesa de aquel tiempo, a la holandesa y al «Simplicissimus» (influye todavía en la novela norteamericana y en sus seguidoras europeas).
La lista podría ampliarse fácilmente en abono de esa olvidada tesis de la actualidad y presencia de España en la cultura europea del pasado.
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
La Diana de Montemayor incluso influyó a Shakespeare.
Influencia española en la literatura francesa renacentista
La primera influencia española en la literatura francesa data del siglo XVI. No se trata aquí de lo sabido referente a posteriores épocas: las fuentes españolas utilizadas por Corneille, y por Moliere; las inspiraciones, en el siglo XVIII, de Lesage y de Beaumarchais; y el interés, por nuestras leyendas y nuestros romances, sentido por los escritores franceses del Romanticismo.
Acaso las influencias hispanas en ese significativo siglo, en el que un mundo nuevo comienza, no causarán en las letras francesas, tan inmortales obras, o, mejor, tipos, personajes, como las otras, las posteriores; pero su significación merece ser centrada y estimada.
Siglo XVI español : floración del Renacimiento; con dos definidos apartados; el uno —Carlos V—, expansivo; el otro —Felipe II—, más de puertas adentro (Fray Luis, Herrera; los místicos); es durante el que hemos dado en llamar período expansivo (Vélez de Guevara, residuos de lo caballeresco —«Amadís», prolongación del tema—, realismo —«Lazarillo»...), cuando se opera la influencia a que nos referimos.
Pasando a Francia: durante el XVI, la cultura francesa cruza por una crisis —la Teología anda en controversias más adjetivas que otra cosa; la fe se resiente de ello; la Universidad no se renueva; la literatura más bien pierde puntos. (En Italia, encambio, resurge toda la cultura greco-latina; florece una nueva civilización.) Francia descubre el Renacimiento por mor de sus guerras con Italia (ya —fines
del XV— Carlos VIII, y Luis XII, y, por fin, Francisco I); pero la información se ciñe más bien a un estilo, un tono de vida refinada, brillante (los Médicis); a la vuelta de Italia se traen modos, y modas; al propio tiempo, se inicia un eficaz contacto cultural.
Pero el primer período del «renacimiento» literario, se produce (1515-1534) al llegar al trono Francisco I, y coincide con los veinte primeros años de su reinado (interés por las nuevas ideas; protección de artistas y literatos; institución en la Sorbona, de los «lectores reales», libres, pagados por su cuenta; fundación, después (1610), del «Collége de France»; simpatía por la Reforma, a través de Erasmo, etc.).
El segundo período del «renacimiento» literario francés se encuentra en los últimos tiempos del reinado de Francisco I (1534-1547), y en el de Enrique II (1547-1559). Renacimiento y Reforma, por entonces, se bifurcan, siguen diversos senderos (Marot, Rabelais —la gloriosa conjunción de lo medieval y lo renacentista. Prácticamente, corriendo un poco, vísperas de la Pléiade -Ronsard, Du Bellay,etc., el término de lo renacentista, glorificación de la lengua francesa, camino recto hacia los grandes nombres del XVII).
En ese período de los veinte años mal contados que van desde que Francisco I instaura los «Lectores reales» (intento de renovación de la Universidad) a la Pléiade, se produce, en Francia, un pensamiento nuevo, también una poética nueva, una sociedad, en suma, nueva; en ese período, exactamente es cuando se opera la influencia española.
Pero en España, ya en 1508, se fundaba la Universidad de Alcalá de Henares —encendida sede de humanismo; cuarenta y dos cátedras—, varias de latín, griego, hebreo (edición de la Biblia políglota).
Francisco I (cuando la guerra con nosotros, producida por el incumplimiento del Tratado de Noyon; Fuenterrabía, etc.) cae, como es sabido, prisionero; aquí visitará Alcalá de Henares, donde estudian cerca de once mil alumnos; retornará Francisco a su país con motivaciones del prestigio de lo cultural —literario, también;— español.
La penetración en Francia, de lo literario español se produce también por razón de las traducciones de obras españolas de la época que acaso causan la posibilidad de conservar —estimar— de lo medieval aquello que mereciera ser conservado: la idea del amor, un amor desinteresado (ideal, sentimental), y el gusto por las aventuras heroicas.
Habrá que recordar que, en Italia, son los tiempos del «Decamerón » y del «Orlando furioso» (amor... y aventura); pero sobre todo de la novelista «Fiametta», también de Bocaccio, análisis de un desgraciado amor; sobre todo, a los fines de la influencia española que estamos queriendo matizar, con nuestros más y nuestros menos.
En España, en la ocasión, se cultiva, se escribe una especie de «Novela sentimental», puras derivaciones de la «Fiametta»; no será inútil recordar que los nombres españoles de la ocasión son Diego de San Pedro, el Arcipreste de Talavera, Fernán Pérez de Guzmán, etcétera.
Y lo bueno consiste en que, en Francia, en esta época, las obras que triunfan (pero, cuidado, que triunfan en el orden de diez y diecisiete ediciones, frente a tres o cuatro de la «Fiametta» del italiano), son las siguientes: «Cárcel de Amor», de Diego de San Pedro, doce ediciones; «Juicio de amor», de Juan Flores, dieciocho ediciones (se entiende, claro, de las traducciones al francés); ya de una obra primeriza de Diego de San Pedro, «Tratado de los amores de Arnalte y Lucenda» —historia de amantes desventurados, desafíos, muertes, desventuras,
y demás— se harían la friolera de dieciocho ediciones.
Por lo que respecta a lo heroico, lo caballeresco medieval, menester será recordar que pervivió más en España que en Francia, donde se traducen con entusiasmo los «Amadís», con todas sus inacabables continuaciones. Llámase su ilustre traductor Herberay des Essars, quien opinaría que «Amadís» fue, primeramente escrito en francés... Invocando un viejo manuscrito picardo....
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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