Revista FUERZA NUEVA, nº 79, 13-Jul-1968
BALMES Y DONOSO, FIGURAS DE ACTUALIDAD
La firma de Juan Saiz Barberá, en una obra de dos grandes tomos con más de un millar de apretadas hojas, despertó en mi la memoria de Raimundo Lulio por la imagen de aquel otro voluminoso libro que le ha dedicado.
Pero no es ahora Raimundo quien absorbe la fecunda actividad del doctor Saiz Barberá; principalmente son dos figuras señeras del siglo XIX, Donoso Cortés y Balmes, ambos enmarcados en la superficie de hoy, no sin oportunidad disimulada.
Don José Pemartín, tan entusiasta de LO NUEVO, engendró a Donoso, como prototipo de un “pesimismo histórico”, con otro gran tradicionalista español, Ramiro de Maeztu, en su “optimismo salvacionista”; es aquí, en este “optimismo salvacionista”, donde yo colocaría a Balmes y dejaría en el extremo opuesto a Raimundo y Donoso, tocados los dos de cierto “pesimismo”, con matices comunes, y a la vez con divergencias antagónicas.
Efectivamente, Raimundo Lulio y Donoso tuvieron una etapa tenebrosa: el primero por su conducta y el segundo por su ideología, pero ambos vieron en un momento la luz, mediante un proceso semejante. Lo que de sí mismo dice Donoso puede repetirse de los dos: “Mi conversión a los buenos principios se debe, en primer lugar, a la misericordia divina y después al estudio profundo de las revoluciones”; en Raimundo, por lo menos, de su propia revolución interior. Después, con referencia al resto de sus días, también les cuadra a los dos aquella bella frase de D’Aurevilly: “El catolicismo les dio lenguas de fuego, que antes no tenían”, porque uno y otro verdaderamente se lanzaron con el mayor empuje y denuedo a promover por doquiera la exaltación de la Iglesia, como procedimiento del que pretendían valerse para atenuar su “pesimismo histórico” con un “salvacionismo” seguro, el de la fe “del carbonero”, podríamos decir para Donoso, y el de la fe sostenida por la razón, para Raimundo.
Balmes, como hombre de madurez prematura, en realidad ni se deja llevar por este “pesimismo salvacionista histórico”, como lo denomina Pemartín, ni por “el optimismo salvacionista” de Ramiro de Maeztu. Lo que se puede decir de Balmes es que el “pesimismo” no le cuadra, porque el pesimismo sea del matiz que fuere, dentro de su psicología, sería un extremo desorbitado; por consiguiente, más bien debiera ser contemplado como en el área del “optimismo” que él funda mejor que nadie en los conocimientos “fundamentales”, de los que nos dejó escritos los mejores destellos.
Confesemos que el maestro Saiz Barberá intuye los momentos y sabe exhumar las figuras más apropiadas a cada uno. Cuando el ecumenismo estaba como despertándose en nuestro país (Baja Edad Media) supo ofrecernos a Raimundo Lulio, acogedor en su seno de todos los brotes religiosos que pululaban en su etapa, como figura ecuménica de gran actualidad. Ahora (1968) que tanto se habla de la peligrosidad que se cierne sobre nuestra unidad religiosa y, mirando a Europa, sobre si el comunismo llegará o no a imperar en Occidente, es a Balmes y a Donoso los que proyecta ante nosotros como videntes que nos hablan de ambas perspectivas en forma ensoñadora.
“No impunemente se siembran tempestades -escribe don Marcelino en los “Heterodoxos”, recordando a Donoso-, porque mientras la Asamblea proseguía su política de despojo a base del oro y plata, joyas y pedrería de catedrales, colegiatas, parroquias, santuarios, conventos, hermandades, cofradías, obras de caridad, etc. discutiendo absurdos proyectos de arreglo del clero, suprimiendo dieciocho obispados y ciento veinte colegiatas, que era “arrancar maleza”, según Venegas”; entonces -según don Marcelino-, las gentes se preguntaban: “Y todo esto, ¿para qué? ¿Se ha mejorado en algo la suerte de los pueblos?”
Algo así nos vienen a recordar estas dos magnas figuras que Saiz Barberá presenta remozadas, gracias al análisis luminoso, que él hace minuciosamente de sus escritos, al enfrentar sus claras predicciones con esta etapa que estamos viviendo, en la que abundan también “slogans” tan inoperantes como aquéllos, pero sumamente nocivos en su aspecto negativo y está bien suscitar figuras que nos lo recuerden y puedan ofrecernos, por lo menos, la sombra de algún remedio
Enrique VALCARCE
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