Revista FUERZA NUEVA, nº 92, 12-Oct-1968
LA DIVISIÓN AZUL
Por Blas Piñar
No es fácil hablar o escribir acerca de la División Azul. Al menos no es fácil hablar o escribir acerca de ella fríamente, con las gafas del observador aséptico que anota el acontecer de cada día, pero que, por temperamento o por habilidad, se inmuniza de lo que hubo en ella de exaltación patriótica, de fidelidad política, de voluntad viril y de espíritu castrense.
La División española de voluntarios que marchó a la URSS para combatir al comunismo (1941-1943) fue una clamorosa manifestación de que España había recobrado su ritmo como nación y entraba de nuevo por los cauces amplios de la Historia universal. Si alguien creyó, sigue creyendo, o ahora (1968) por un giro mental opina que la última Cruzada española fue la repetición de las luchas celtibéricas y locales de otros tiempos, sin duda desconoce o se avergüenza de que fuese aquí, en nuestra geografía, con huellas no borradas del todo, y en nuestra carne, con lutos y cicatrices que perduran, donde se libró con éxito la primera gran batalla del tiempo difícil en que vivimos.
Apéndice de Europa, aislada en su extremo occidental, huidiza del continente por su doble vocación americana y africana, España se convirtió de improviso, y no porque el programa de sacrificio nos agradase, en país cabeza y protagonista, en actor de carácter del primer capítulo de una historia dura y larga que no parece en trance de concluir. En esa lucha a escala universal, la España joven volvió a sentir el latido de su propio ser, y derrotó, hasta barrerlo, al comunismo que pretendía sojuzgarla.
La ruina el hambre, la incomodidad que soportamos para la Victoria y para la reconstrucción pacífica no fueron obstáculo, sino acicate para seguir en la brecha. Cuando el comunismo desafiaba a Europa supimos sobreponernos a nuestra flaqueza, y hasta a un justificable egoísmo, y movilizar una división de voluntarios que en tierras lejanas e inhóspitas continuarían nuestra propia Cruzada y dejarían recuerdos imborrables de abnegación y de heroísmo.
Fue, además, y por añadidura, en la madrugada del 11 al 12 de octubre cuando aquella aguerrida promoción de combatientes recibió su bautismo de fuego. La Providencia había querido de este modo que coincidiese la fiesta de la Hispanidad, conmemorativa del Descubrimiento, con la renovada pasión de nuestra raza por la limpia y prometedora aventura de servir hasta la muerte los mismos ideales. Porque si la Descubierta fue una obra de amor y de fe, por fe y por amor marcharon los nuestros a combatir en Rusia. Por amor a la fe heredada y vivida, que el comunismo pretendía y pretende desarraigar y destruir. Por fe en el amor, que nos obliga a dar la vida por la libertad de los hermanos que el régimen comunista reduce a la esclavitud.
De entonces acá han pasado algunos años y muchas cosas. Pero las razones que pusieron en pie de guerra aquella División, que la disciplinó, la uniformó y la llevó a combatir en la tierra y en el aire tienen la misma vigencia, reforzadas por los acontecimientos de cada día, que la actualidad nos ofrece sin ninguna clase de miramientos.
Ha quedado firme el espíritu de los divisionarios y hay en muchos españoles que no habían nacido en aquella época lo que podríamos llamar el espíritu de la División Azul. Regresados a España después de cubrirse de gloria, o repatriados en el “Semíramis”, después de asombrar al mundo con el tesón, la dignidad, la entereza, la gallardía y el temple del capitán Palacios y de todos y de cada uno de los prisioneros, la División española de voluntarios no ha muerto. Cada año, con diversos motivos y en distintos lugares, convoca a los miembros de su Hermandad y les ofrece, con los abrazos que se multiplican, la espontánea renovación de su compañerismo que no se extingue.
Pero hay algo mucho más importante, a mi modo de ver, en estas reuniones de los antiguos divisionarios, y especialmente ahora (1968), cuando el enemigo al que ellos obstaculizaron avanza con sus tanques por Europa, amenaza con sus naves de guerra en el Mediterráneo y se infiltra en los países que aún no cayeron en sus garras, a través de los partidos comunistas, legales o clandestinos, y de sus cómplices, disfrazados unas veces de evangélicas vestiduras y otras de ropajes capitalistas que añoran regímenes liberales.
Eso que estimamos importante es, más allá de la remozada camaradería que se remonta al pasado, la presencia física de la División, con sus convicciones políticas inderogadas, con su ánimo combatiente a flor de piel, con su afán invencible, pese al desdibuje de nuestro sistema, de continuar en primera línea para que ninguna de las metas que la Revolución nacional se propuso sean pisoteadas.
Los hombres de la División se hallan atentos; y que nadie lo olvide. El espíritu de la División tiene, por otra parte, capacidad de contagio para movilizar muchas conciencias dormidas y para hacer saltar con su bravura muchos tinglados consentidos desde los cuales el comunismo acecha y dispara.
Para vosotros, Divisionarios, vaya desde FUERZA NUEVA un saludo cordial y efusivo de camaradería, que no en balde son de los vuestros algunos de los que en esta Casa escriben y sudan para mantenerla.
Y para vosotros, los que caísteis en Rusia combatiendo al enemigo, que era entonces aliado de los que ahora tiemblan ante su amenaza, nuestro recuerdo y nuestra oración. No conocemos vuestros nombres, quizá. Es posible que hayan sido arrancadas las cruces de madera que fueron colocadas sobre vuestras tumbas. Pero nos basta saber que os comportasteis como héroes, como sabemos, porque así nos lo dice la más recia tradición española, que para Dios no hay héroes anónimos.
¡Camaradas de la División Azul caídos en Rusia:Presentes!
Blas Piñar
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