Aspectos eclesiásticos
El imperio leonés no sólo llevaba consigo la idea de la supremacía del núcleo central de la Península en lo político, sino que implicaba una situación preeminente en lo eclesiástico. La idea imperial tiende a colocar a un Obispo sobre los demás Obispos de España, apoyado por el significado de Compostela como una nueva Roma, argumentando que, como Éfeso y Roma, aquélla poseía los restos de un Apóstol.
Ordoño III (954) llama al Obispo de Santiago “antistes totius Orbis”. De hecho, acuden a Compostela abades y prelados levantinos.
Tal actitud llega a exteriorizarse tanto que incluso León IX llegó a excomulgar al obispo de Santiago por arrogarse tal denominación apostólica. Pero en España se mantuvo con tozudez, apareciendo documentada en 1088.
Frente a Santiago, y apenas nacida la monarquía portuguesa, trata de surgir Braga en forma tan vigorosa que sus Obispos arrostraron incluso el cisma con tal de conseguir su independencia. Así Pedro de Braga acudiría al antipapa Gilberto de Ravena (1091) y le pide el solio, consiguiéndolo y estableciéndose incluso de modo cismático.
España frente a la Curia Romana
Las pretensiones curialistas adquirieron en este período un sentido centralista y uniformador, que venía a asentar la soberanía de la Iglesia romana frente a todo otro poder, principalmente gracias a la Orden de Cluny.
Los cluniacenses no sólo consiguieron en España la supresión de la liturgia nacional, sino un mayor contacto con Roma.
La trascendencia de la legación de Hugo Candidus no ha sido suficientemente destacada, insistiendose, ya en 1071, y desde la Curia pontificia en la inaudita afirmación de que España había pertenecido antiguamente al Patrimonio de San Pedro.
La Santa Sede intervino entonces, aprovechando los elementos que esta doctrina permitía; y ya en 1063 Alejandro II reunió un ejercito plurinacional que fue lanzado contra Barbastro, si bien no pudo presentarse como Cruzada europea, acallado por el clamor del fervor nacional. Y asimismo en 1071 envía dicho Papa contra Zaragoza un ejército de toda la Cristiandad.
Posteriormente Hildebrando (Gregorio VII) intensificó dicha tendencia curialista, dirigiendo a los príncipes europeos una proclama convocándoles a luchar en España, declarándoles que tal territorio correspondió por derecho propio a San Pedro, y que “todavía, ocupado por los paganos no pertenece a hombre mortal alguno, sino a la Santa Sede”; ofreciendo lo ganado a los conquistadores bajo ciertas condiciones.
Contra ello se rebela Sancho Ramírez, que ve ya aquí las consecuencias de la política curialista a que había accedido. Y con Sancho, el pueblo todo de España, que, participando activamente en la guerra, impidió que nuestra Reconquista consiguiese el tinte internacionalista que deseaba la Curia.
Gregorio VII no se da por vencido, y más tarde, en 1077, se dirige a los Príncipes de España reivindicando la pretendida soberanía de la Santa Sede.
Contra esta nueva ambición protesta de nuevo el pueblo, y a su cabeza, Alfonso VI. Desde entonces, Alfonso VI, según nota Menéndez Pidal, ya no se limita a ser llamado Emperador, sino que se lo llama él mismo, colocando el título en los diplomas y considerándose “Imperator totius Hispaniae”, declarando como propia toda la extensión de la Península.
La reacción contra la Curia tomó un gran carácter popular. En los juglares se hace tema de Romancero. Y penetra en él el Cid, que, en las Mocedades, llega a declarar:
Devos Dios malas gracias, ay papa romano!
El reconocimiento de Alfonso VII
En tal ambiente, no es de extrañar que en la coronación de Alfonso VII (1135) no exista una intervención directa de la Curia. Ésta no consideraba admisible una arrogación que rompía los esquemas civiles de la Cristiandad.
Hay una única referencia que señala la intervención del Pontífice, que suena en un pasaje de la Primera Crónica General, y no puede ser obra sin interpolaciones, que parte de las palabras “divino consilio accepto” de la Chronica Adefonsi Imperatoris.
Resulta interesante destacar cómo en textos tudescos se señala a la mujer de Alfonso VII como “emperatrix Hispaniae” y al marido como “rex Hispanorum”.
Alfonso VII la tomará de otra raíz: al casar, en 1152. con Richilda –la “Doña Rica” de nuestros documentos-, sobrina del Emperador Federico Barbarroja, pues fuera de España, no se admitió nunca la arrogación leonesa. Citado está el texto turonense relativo a las pretensiones de Fernando I.
Bajo el Emperador Conrado II (1138), se reiteraba la inclusión de España entre los Reinos considerados pertenecientes al Imperio.
España frente a los Carolingios
En la Alta Edad Media, la relación con los Carolingios se había planteado de manera muy semejante, dado que éstos habían apoyado la política de creación de un Imperio mediante el establecimiento de una potestad ordenadora por los Pontífices.
Los vínculos se habían estrechado a partir de Alfonso II (791-842), pero sin establecerse dependencia de éste. Así, tras su saqueo de Lisboa y campaña victoriosa, envía Alfonso a Carlomagno prisioneros y presentes, según relata la Vita Ludovici. Trató de aliarse Alfonso II con el Emperador sin llegar al resultado querido por la oposición de los nobles.
¿Cuál fue la razón de esta actitud? El elemento que la documenta es la Canción de Bernardo del Carpio y, en conjunto, el Ciclo de Roncesvalles, que vino a ser grito de España contra franceses y reacción celtiberista antieuropea.
España y el Orbe cristiano
En resumen, y según Menéndez Pidal:
“Fue posible que surgiese la idea del Imperio Leonés, a comienzos del siglo X (Alfonso III), cuando la insignificancia de los últimos Emperadores carolingios permitía olvidar la concepción unitaria de la Cristiandad occidental, y mientras la Península anduvo más o menos apartada de la vida del Occidente. Pero al reincorporarse España plenamente a Europa (fines siglo XI), halló por todas partes un espíritu adverso al pensamiento leonés y éste debería sucumbir”.
Era, en el fondo, el choque con la idea germánica y pontificia del Sacro Romano Imperio; la oposición de la “Hispania” al “Orbis Christianus” delimitado y sujeto.
Por su parte, las fuentes históricas y literarias europeas ofrecían la relación con España en un ámbito de subordinación: el monje de Sant Gall nos presenta como complacidos feudatarios de los francos; la recopilación de canciones de gesta carolingios recuerda la raíz de la Entrée en Espagne, debido a la aparición de Santiago, que incita al monarca a cumplir el voto de liberar el camino de los peregrinos.
(Extraído de Juan Beneyto: "España y el problema de Europa", 1942)
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