Originalidad y proceso de formación de la liturgia hispano goda.
Con razón se ha dicho que esta liturgia debía llamarse hispana, pues mejor le cuadraría esta calificación que las de visigótica, mozárabe, toletana e isidoriana con que se la designa. Se inicia nuestra peculiar liturgia en la época hispanorromana; se enriquece durante la visigótica, especialmente durante el siglo VII, y sufre adiciones y modificaciones típicamente mozárabes. Nada, pues, más legítimo que hablar de una liturgia hispana.
Los orígenes y proceso de formación de la liturgia hispanogoda han dado lugar a no pocas opiniones controvertidas; hoy se pueden, sin embargo, sentar muchas conclusiones definitivas. No tiene nuestra típica liturgia un origen oriental, efesino, sino romano, y sólo puede hablarse de origen en Jerusalén, en tanto que allí se inicia la liturgia toda cristiana.
Durante el siglo IV se le hacen adiciones y modificaciones, aunque no tantas como antes se creía, y aun hay en ella elementos litúrgicos incorporados en el siglo III.
El período visigótico es el de apogeo de formación de nuestra liturgia, y como figuras especialmente importantes en la creación de textos litúrgicos diversos debemos citar a San Isidoro, San Ildefonso, San Eugenio, San Julián, Pedro de Lérida, San Leandro, Juan de Zaragoza, Conancio de Palencia, San Braulio de Zaragoza, Quirico de Barcelona, Rogato de Baeza y Balduigio de Arcávica. Las aportaciones conciliares a la liturgia son también abundantes y proceden especialmente de los concilios III y IV de Toledo y de algunos provinciales, como los de l3raga, 1 y II Valencia, Barcelona y Mérida.
En la formación de la liturgia visigótica influyeron elementos ambrosianos —de la liturgia milanesa de San Ambrosio—, monástica, benedictina, bizantina y tal vez galicana; pero en medida mucho más corta de lo que hasta hace poco se pretendía.
Mediante ese proceso, y con los indicados elementos, se formó esta liturgia, con multitud de rasgos originales, de extraordinaria belleza literaria, vigorosa y sensible al propio tiempo, y, desde luego, ortodoxa, pese a las controversias que este punto ha suscitado.
Los libros litúrgicos.
Las formas litúrgicas, naturalmente muy diversas, se agruparon en muy variados libros, que se nos han transmitido de diferentes formas. Debemos citar especialmente, entre los libros litúrgicos visigodos, el Liber ordinum, con los ritos sacramentales, bendiciones, Misas votivas y de difuntos; el Antifonario, con los cánticos de la Misa; el Liber comicus o Leccionario, con los fragmentos de los Testamentos, para la Misa; el Eucologio, o libro de las oraciones básicas o fundamentales de la Misa; el Himnario y el Salterio; los Libelli precum, y el Homiliario o Líber sermonum. Reuniendo elementos dispersos en estos IIbros se redactaron el Misal mixto y el Breviario gótico. Citemos, finalmente, los Ganorales y el Oferencio (241).
La Misa mozárabe consta actualmente de tres partes: Antemisa, la Misa de los catecúmenos y la Misa de los fieles. Sólo las dos últimas son realmente visigóticas.
Las oraciones propias de la Misa visigótica son nueve, y tres las lecturas bíblicas, completándose con cantos corales, antífonas, consagración, etc. La variedad de Misas votivas es proverbial de la liturgia visigótica, así como la activa intervención del pueblo cristiano dirigido por el diácono.
La fórmula de consagración era distinta de la romana, y se fraccionaba después la Hostia en siete partes, con las que se formaba una cruz —luego se dividió en nueve partículas—; tras algunas oraciones y la bendición, se comulgaba con las dos especies, y después de alguna antífona, purificación de los dedos en el propio Cáliz y la Posteomunión, terminaba el Sacrificio, siendo despedido el pueblo con fórmula propia.
Los Sacramentos de iniciación cristiana —bautismo, confirmación y eucaristía, como primera comunión— revisten en la liturgia visigótica caracteres singulares.
Al bautismo, otorgado en la época visigótica durante los primeros afios de edad, precedía un período de preparación o catecumenado, que fué abreviándose. Unos veinte días antes de la Pascua se anunciaba el bautismo. Los catecúmenos se presentaban con sus padrinos para solicitarlo, y aquel mismo día eran sometidos a ciertas ceremonias y exorcismos. Luego, el Domingo de Ramos y el Jueves Santo, y también el Sábado de Gloria, tenía lugar una vigifia especial, y se llegaba a la ceremonia principal: el bautismo. Se bendecía el agua, el catecúmeno renunciaba verbalmente a Satanás y recitaba el Credo, y se terminaba con la inmersión, una o trina, del bautizando. En la Bética se introducía sal en la boca del catecúmeno.
La confirmación tuvo dos partes, con sus dos ritos: unción e imposición de manos. Se administraba la confirmación tras el bautizo, con especial solemnidad, y el confirmado era vestido de blanco.
La eucaristía, también como primera comunión, se administraba con las dos especies, pero separadas, y, si era en forma de viático, sólo bajo la especie de pan. El rito de la comunión era muy sencillo.
El sacramento de la penitencia admitía la secreta y la pública, y en ésta era especial el Ordo penintenciae, que se imponía a pecadores públicos y en materia grave e iba acompañado de la tonsura, imposición de ceniza y toma de hábito áspero, análogo al de los monjes.
La extremaunción se iniciaba con la unción de la cabeza, que iba seguida de diversas antífonas y de la bendición. El ritual visigótico era en este sacramento muy parco.
El sacramento del matrimonio, celebrado en domingo, iba precedido de la bendición del tálamo, realizada el día anterior, y se iniciaba con la bendición de las arras —ordo arrharum—, seguida de la Misa y la bendición nupcial, precedida de la imposición del yugo y paño; la esposa era bendecida también sola, y terminaba la ceremonia con la entrega de ésta al marido y una antífona.
El sacramento del orden, finalmente, se iniciaba con la tonsura, administrándose luego las órdenes menores, la del subdiaconado y la del diaconado, con ritos muy sencifios; para la ordenación como presbítero se revestía al ordenando con casulla y se le colgaba la estola, y, arrodifiado de la derecha, imponían sobre él los presbíteros las manos y era bendecido por el obispo, tras de lo cual le entregaba, acompañado todo de oraciones propias, el Manual o Misal, y le daba el ósculo.
Una gran variedad de ritos peculiares se contienen en el Líber ordinum de la liturgia visigótica. Son especialmente interesantes, entre los referentes a la bendición de personas, el Ordo conversorum conversarumque o de profesión religiosa; los exorcismos de posesos, ordenación de abades, unción real, etc., y entre los referentes a cosas, los de bendición de iglesias, del crisma, etc. Digno de especial mención es el rito de despedida del rey al ir a la guerra.
Se caracteriza la liturgia funeraria visigótica por su riqueza, sentimiento, sentido teológico y dramatismo.
Se prescribía la comunión como viático, y ante el moribundo se recitaba una verdadera recomendación del alma, el Orclo in finem hominis Dei y el Ordo depositionis. Hay preceptos sobre el modo de amortajar a los difuntos, especialmente a los obispos y clérigos, para los cuales había también un especial rito sepulcral. Los párvulos tenían un rito funeral especial. También eran propios la Misa de difuntos y el Oficio.
Año litúrgico y oficios divinos.
El año litúrgico empezaba hacia el 17 de noviembre, y eran cinco las semanas de Adviento; seguían la Navidad y Circuncisión y Epifanía, y tras siete domingos, llegaba el Domingo de carnes tollendas, inicio de la Cuaresma, que duraba seis semanas. Tras ellas,la Semana Santa tenía gran significación litúrgica, que culminaba en la Pascua. Importancia litúrgica se concedió a la fiesta de Pentecostés, tras de la cual la liturgia estaba especialmente dedicada a los santos.
En los oficios divinos, finalmente, se distinguía el Ordo cathedralis, para las iglesias seculares, y el Ordo peculiaris de los monasterios, siendo diversos los rezos de uno y otro.
Ramón Menéndez Pidal Historia de España- España Visigoda- Tomo III Madrid (1940) edit. Espasa Calpe
Última edición por Nok; 06/12/2008 a las 20:36
El hombre que sólo tiene en consideración a su generación, ha nacido para unos pocos,después de el habrán miles y miles de personas, tenlo en cuenta.Si la virtud trae consigo la fama, nuestra reputación sobrevivirá,la posteridad juzgará sin malicia y honrará nuestra memoria.
Lucius Annæus Seneca (Córdoba, 4 a. C.- Roma, 65)
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