La "Idea de un príncipe cristiano representada en cien empresas", de Saavedra Fajardo (1640), es todo un clásico del tema.
En la portada de las ediciones antiguas de la popular “De Institutione Grammaticae” de Nebrija figura en emblema una mujer, que con una mano empuña una lima mientras la otra rocía con una regadera uná planta, y al pie de la figura un mote reza “Limpia, y da incremento”. Y a vuelta de página, tomándolo de la célebre «Nova iconologia» de Cesare Ripa, se nos aclara que la Gramática limpia y perfeccioná las obras literarias, como los entalladores limpian y pulen sus manufacturas, al paso que con ella se hacen crecer las tiernas plantas del ingenio para que den en su tiempo frutos de doctrina y sabiduría, como el agua hace crecer las plantas mismas.
Es uno más en el chorro de emblemas, invenciones, jeroglíficos y empresas que, echándoles erudición clásica, fantasía oriental y moralismo edificante a los motes y divisas del medievo caballeresco, empaparían el mundo del César Carlos, desde la poesía y los tratados político--morales a la pintura, la arquitectura, los festejos solemnes, las portadas y orlas de las ediciones.
Hasta convertirse en verdadera cifra del manierismo y constituir espléndido caldo de cultivo para el barroco, tan dado a ocultar el sentido bajo nubes de símbolos y tras el biombo de sesudas y ocultas sentencias.
El terreno venía abonado desde la divulgación de los «Hyerogliphica» del misterioso Horapolo u Horus-Apolo y con la novela simbólica «Hypnerotomachia Poliphili», del fraile cortesano Francesco Colonna, en la soberbia edición aldina de 1499.
Pero el verdadero arranque lo daría el extraordinario éxito conseguido por los «Emblemata» del jurista lombardo Andrea Alciato (como dos docenas de ediciones en el siglo XVI, desde la princeps de Augsburgo 1531, y arriba del centenar en los dos siglos siguientes) en que una serie de dibujos aclaratorios de otros tantos motes latinos se comentaban con media docena de versos en la misma lengua.
Sin excesiva originalidad, desde nuestra perspectiva de hoy, pues las más veces se trataba de meras traducciones de epigramas de la Antología griega de Planudes —divulgada a comienzos de siglo por las prensas de Aldo— cuando no de plagios de Teócrito, Marcial, Aulo Gelio y otros pares.
El sentido arcano del mote respondía a la creencia —hasta que el napoleónida Champollion se encargó de rebajarlos a mera escritura— de que los jeroglíficos del antiguo Egipto encerraran no sé qué esotérica sabiduría.
El emblema intentaba sacarde un hecho anecdótico, un precepto universal (mientras que la “empresa”, que con éste solía confundirse, ese precepto moral lo destina, casi como mensaje secreto, a una persona, mayormente para la educación de los príncipes). Esto es lo que armó, aunando tradiciones caballerescas y la moda de la cultura clásica, el libro de Alciato, que venía a calzar como un guante a los hispanos de entonces.
A solo quince años de la primera edición francesa de Ios «Emblernata», aparecía la adaptación en ramplón verso castellano debida al vallisoletano Bernardino Daza (reproducida en facsímil por la Editora Nacional en 1975); y en 1573, Francisco Sánchez de las Brozas añadía erudito y amplio comentario latino a los textos y dibujos de Alciato.
A seguido, Juan de Horozco y Covarrubias y su hermano Sebastián Covarrubias Horozco, Alonso de Ledesma, Juan Francisco de Villava, Diego López. Pérez de Herrera, , Pedro Rivero, Saavedra Fajardo, Solórzano Pereira, Francisco Guzmán, el P. Pedro de Salas, Fernández de Heredia, Núñez de Cepeda, y tantos más hasta fines del XVII, se prodigaron el género; por no hablar de Gracián, Calderón y qué sé cuántos más. Y sin contar la impronta que todo ello dejó en la pintura, de Velázquez y Zurbarán a Claudio Coello o a los famosos “Jeroglíficos” que Valdés Leal pintara en la Caridad de Sevilla.
Puede sorprender que tamaña actividad apenas haya dejado huella en la bibliografía española de hoy, si se exceptúa el Alciato facsimilar citado (en edición de 1975). Y que hayan tenido que ser los Praz, los Selig, los Hocke, quienes hayan despertado la despertado la atención sobre la emblemática hispana.
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
La "Idea de un príncipe cristiano representada en cien empresas", de Saavedra Fajardo (1640), es todo un clásico del tema.
Par ver ediciones facsimiles de los emblemas de Alciato:
Los Emblemas (1549) versificados por Bernardino Daza Pinziano.
Declaracion magistral sobre las Emblemas de Andres Alciato (1615) comentados con muchísima erudición por Diego López.
Última edición por Gothico; 08/02/2009 a las 12:00
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