SUBLITERATURA DE CLOACAS ANTICLERICALES


La víbora revolucionaria: Denis Diderot

DENIS DIDEROT Y SUS CULEBRONES PANFLETARIOS

En 1758 Denis Diderot escribe una novela titulada "La Religiosa". La ficticia protagonista de este melodrama es una tal Marie Suzanne Simonin. La madre de Marie Suzanne la mete en un convento a la fuerza. Los maltratos, vejaciones y humillaciones que describe la novela tienen como propósito desacreditar la vida conventual, pintando a las monjas como monstruos de maldad. En la novela, Marie se ve obligada a pronunciar sus votos bajo coacción. La novela de Diderot tiene, es cierto, un correlato en la realidad: una familia que no quisiera aceptar a un miembro (imaginemos que por ser hijo natural) podía desembarazarse de él así, pero no era lo normal que la orden o congregación aceptara neófitos obligados. Si bien pudo haber casos así, ¿era lo normal que se metiera a las jóvenes en un convento a la fuerza? ¿Era eso lo corriente en la época?

La realidad era bien distinta. Aunque en Francia podían verse en la clausura a novicias y postulantes de 15 a 16 años, los confesores y directores espirituales ponían muchísimos reparos, orientando con rigor la conciencia de sus dirigidos más jóvenes, para esclarecer si era verdadera la vocación que decían sentir. En 1768, con un edicto real, incluso se estableció la edad permitida para profesar: 21 años los varones y 18 las mujeres.

Por otro lado, no era lo común que las familias se mostraran condescendientes con la voluntad de sus miembros más jóvenes, cuando estos expresaban su intención de abandonar el mundo por el claustro. Un dato es que aproximadamente la mitad de las religiosas que, en Francia, entraron en la Visitación durante el siglo XVIII tuvieron que vencer la resistencia de sus padres. Son también muchísimos los casos en que, después de haberse incorporado a una clausura, religiosas y religiosos pudiéramos decir que se secularizan y vuelven a sus casas. Y esto no son novelas, esto puede comprobarse estudiando los casos consignados en los archivos y realizando incluso estadísticas.



La propaganda revolucionaria anticlerical -como el caso de la novela de Diderot- alentó siempre la animadversión contra los conventos. Se daba por sentado -incluso sigue suponiéndose- que las órdenes religiosas y las congregaciones tenían un afán proselitista desmesurado, manifiestamente contrario a la libertad de los individuos; pero lo que la historia demuestra en el caso francés es que, por lo general, las familias pusieron obstáculos al ingreso de sus hijos al claustro y que una delicadísima conciencia, por parte de los directores espirituales -que tocaba en escrúpulos- solía dilatar, en largas deliberaciones, la hora de permitir el ingreso de una joven en un convento o de un joven en religión.



Juan Eusebio Nieremberg, S. J.

El estado de la cuestión, en la católica España, no difería mucho de lo que llevamos dicho de Francia. Pensemos, por ejemplo, en el caso de Juan Eusebio Nieremberg y Otin (1595-1658) que sería uno de los varones más esclarecidos de la Compañía de Jesús. Su padre era del Tirol y su madre era bávara, vinieron en el séquito de María de Austria, la hija del Emperador. Cuando Dios llamó a Eusebio Nieremberg, su padre puso todos los impedimentos que hubo a su mano. Nieremberg no lo pasó bien, debatiéndose entre lo que Dios le pedía y su padre le mandaba. Dejó un testimonio autobiográfico estremecedor en una carta:

"Cuando me apretaba nuestro Señor que fuese religioso, era tanta mi congoja, que me salía a los campos de Salamanca a dar voces y gemidos; mas luego al punto que resolví ejecutar lo que Dios me inspiraba, fué increíble la paz y gozo de corazón con que quedé" ("Epistolario", Juan Eusebio Nieremberg, Espasa-Calpe, Colección Clásicos Castellanos, Madrid, 1957, pág. 183).
Sirva este testimonio para ilustrar, siquiera con una pincelada, el caso español.

Pero, volviendo a la propaganda revolucionaria, tendenciosa y emponzoñada, hemos de considerar que, a fin de cuentas, cualquier novelucha anticlerical ha podido más que la misma realidad histórica. Tómese nota y actúese en consecuencia.

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS