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Tema: Polémica intracatólica por Tolkien

  1. #1
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    Exclamation Polémica intracatólica por Tolkien

    Navegando el blog de nuestro amigo el coronel Kurtz me encontré con la siguiente polémica sobre Tolkien, a raíz de dos respuestas del P. Fuentes sobre su obra:

    Suspender el juicio... indefinidamente

    En estos días, el amigo Wanderer anda “wandereando” alrededor del concepto del neo-conservadurismo eclesial, de la mano de Ludovicus y otros comentaristas habituales. A no perderse las entregas I, II y III. Para profundizar un poco más, podemos leer (o releer) los interesantes ensayitos de Jack Tollers sobre las “sectas católicas”: De sectis I (stricto sensu), De sectis II (lato sensu), De gaudio in sectis, Carta a un camarada (tentado por el Opus), Carta a un amigo (cooptado por otra secta).
    Una de estas sectas neocon es la de nuestros viejos conocidos kukuses que, sin perder sus particularidades (la grosería, el matonismo, etc.), comparten las notas esenciales que muy bien se han definido en estos trabajos y sintéticamente en “El decálogo del zombi católico”.
    Dicen que como muestra basta un botón pues, bueno, he aquí la demostración de cómo “el zombi católico adhiere en forma incondicional e irreflexiva a todo lo que dice o mande… el líder del movimiento que integra”.
    Es un poco largo, pero vale la pena. Por favor, lean este texto acerca de El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien.


    EL «HOMBRE PEREGRINO» DE TOLKIEN


    Si los hasta ahora desafortunados esfuerzos de nuestros aprendices de antropólogos llegasen algún día a la suspirada meta de encontrar el «eslabón perdido» de nuestra raza, yo no me extrañaría al escuchar el estruendoso anuncio del hallazgo de un montón de huesos ordenadamente enterrados junto... a un bordón de peregrino.


    El hombre es un extraño en este mundo, aunque sea su mundo. En el hogar que ha construido con sus manos es un mendigo que pide alojamiento por una noche. Es un huesped en su propia casa.


    Siempre me ha desconcertado el que todas las grandes historias de los hombres sean historias de odiseas; viajes con destinos inciertos o al menos por caminos dignos de recelo. Apenas dos capítulos después de comenzar el Libro de los Libros, se nos describe a nuestros primeros padres emigrando del Paraíso perdido. Vagabundea Caín por el mundo y Abram se hace caminante por voluntad divina. El viaje marítimo de Noé es el más antiguo aliento que podría haber encontrado Colón para animarse a su empresa. Peregrina el pueblo elegido. Peregrina la Iglesia, como escribe Agustín, entre las persecusiones del mundo y los consuelos de Dios. Peregrino es Gilgamesh; también Ulises, Eneas, Colón; los misteriosos personajes de las leyendas del holandés y del judío errantes. Viajero es Dante por los reinos de ultratumba, y trotamundos es Don Alonso Quijano, el loco, por las gastadas tierras de España.


    Confieso que comencé a leer El Señor de los anillos con cierta desconfianza. ¿Por qué tantos -y tan extraños- personajes lo leen con avidez? ¿Por qué hombres de inteligencias trasnochadas se entusiasman con la trilogía de Tolkien? ¿No habrá en ella algo que condiga con sus gustos morbosos por lo oculto y esotérico? ¿Será un exponente más de oníricos fantasmas de nuestro tiempo? Pero, por otra parte, ¿cómo podría ser así la obra máxima de quien ha confesado: «debo estar agradecido principalmente al hecho de haber sido formado en una fe que me ha alimentado y que me ha enseñado todo lo que sé»? Y Tolkien hablaba de la fe que recibió de su madre heróica, de la fe católica por quien su madre no titubeó en abrazar la estrechez y la miseria: «murió joven -escribía con orgullo su hijo- debido en buena parte a las incomodidades y privaciones de la pobreza resultante de su conversión». Entonces algo debía interpretarse de otro modo.


    Sólo después de leer por entero los tres libros de la epopeya del Anillo relacioné El Señor de los Anillos con aquel atractivo irresistible que, como decía más arriba, los hombres -buenos y malos- sienten por los peregrinajes épicos. Reflexionando entendí que si éste es -como alguno pretende- el poema épico más grande de este siglo, lo es por ser el romance de un pequeño peregrino que desafió las muelas del Infierno.


    Un «cuento de hadas a gran escala», lo definió su autor. En realidad, el cuento del hobbit Frodo es la historia del hombre. La historia del hombre inconsciente del Drama Misterioso que constituye el entorno de toda vida terrena, y que de pronto es vocado a protagonizar una epopeya que supera infinitamente sus fuerzas.


    Frodo, constituido portador del «anillo», encargado de desafiar el pavoroso poder de Sauron para introducirse en el impenetrable corazón de Mordor y arrojar el anillo en las ardientes calderas de la Montaña del Destino, es, definitivamente, figura del hombre. El lleva atado a su cuello el «anillo», como cada hijo de Adán carga con su herencia de pecado y su filiación de ira (cf. Ef 2,3). En su interior su libertad lucha un dramático combate, ante el cual las pavorosas incursiones de los orcos, de los espectros, de los nazgûl y los balrogs, son sólo escaramuzas y sonido de huecas trompetas: éstos amenazan la vida, en cambio, en el alma de Frodo se arriesga la pervivencia del bien y del ser.


    El «Anillo» da poder, pero al mismo tiempo esclaviza, oscurece y deforma. «¡No me tientes!», grita Gandalf cuando Frodo le ofrece guardarlo. «¡No me tientes! Pues no quiero convertirme en algo semejante al Señor Oscuro. No me atrevo a tomarlo, ni siquiera para esconderlo...». A través del Anillo se recrea algo similar a las tentaciones que Cristo padece en el desierto. Es tentación de poder, de dominio, de ser dios sin Dios, de hacer del mundo y de los hombres un feudo personal. El Anillo no tienta con placeres, delicias o caprichos, sino con poder y conocimiento. El dramático final en que Frodo, agotado por la tensión sobrehumana a que ha estado sometido a lo largo de su larga aventura, se niega -en una arranque de locura- a destruir el Anillo, muestra precisamente el poder diabólico que éste encierra y que llega casi al punto de conseguir anular el sacrificio del héroe.


    El anillo tiene «voluntad» propia y misteriosa. O mejor, es la voluntad de Sauron, el Señor de las Tinieblas, que actúa desde el anillo, tentando a Frodo, buscando asociárlo a su empresa, obnubilándolo, y tentando arrastrarlo hacia las manos del Amo de los Espectros. La salvación de cuanto queda de belleza, cuanto hay de ser, de armonía y de bien sobre el mundo dependen de Frodo, de su resistencia a la voluntad del anillo, de su desafío a las iras sangrientas de Mordor; depende de que destruya el «poder» en las fraguas de Las Grietas del Destino; pero esto exige una lucha moral, una «agonía» en algún sentido «mística». Y para eso Frodo se siente desamparado. Es decir, su libertad por un lado se sabe acompañada y protegida; por otro parece saborear la más amarga soledad. Gandalf el Gris vela sobre él casi al modo en que la gracia lo hace sobre el cristiano («No olvides que puedes contar siempre conmigo... Te ayudaré a soportar esta carga todo el tiempo que sea necesario»); Sam Ganyi lo acompaña como su conciencia irreprochable y su «buensentido», y de algún modo es la otra parte de Frodo: él le dice lo que Frodo en el fondo escucha en su propia conciencia, lo anima con optimismo a hacer lo que su propio corazón le está insinuando con sonidos casi imperceptibles por la agonía. Pero de todos modos, su libertad no puede renunciar a sentir sobre sí, como un monte que lo aplasta, el peso grueso del combate.


    Creo que el talento de Tolkien radica en su enorme capacidad de enseñarnos filosofía y teología sin hacérnoslo notar. Copioso es el número de quienes jamás han trascendido las epidérmicas interpretaciones de la Trilogía. Para muchos Tolkien es el máximo exponente de la literatura fantástica contemporánea. Pero pocos han comprendido que el Drama del Anillo es una fábula, o mejor una parábola. Al oído fino, en cambio, Tolkien habla profundamente de la belleza y el dolor, de la verdad y la conciencia, del mal y del bien, del hombre peregrino de su existencia, de la heroicidad y la lealtad, y, por sobre todo, del hombre envuelto en la poesía y el misterio, portador de una vocación irrenunciable, y sobre quien Dios gusta hacer sentir el peso de su llamado, como si de sus solos actos, aunque efímeros, dependiese paradójicamente el destino del Universo.


    Es una parábola del homo viator. Una alegoría donde se describe ese status viatoris que es uno de los conceptos fundamentales de la teoría cristiana de la vida. Tolkien parece haber llegado al concepto raigal del ser creatural: su estado de no-plenitud unido al encaminamiento hacia la plenitud, como lo describía Pieper. Siendo el hombre un ser en movimiento, El Señor de los Anillos se despliega como la gran parábola de la transformación interior del hombre, y también de las tentaciones de abortar esta tranfiguración: con aquello que alguien denominó la anticipación de la no-plenitud (la desesperación), y la falaz anticipación de la plenitud (la presunción). Frodo Bolson, probado como el oro en el crisol, se va transformando; y lo hace por la fidelidad a las cosas verdaderamente grandes de la vida, por aquellas por las que juzga lógico su sufrimiento y su presumible muerte: su hogar, su campo en flor, los bosques de su tierra, los cantos y los poemas recitados junto al fuego de la chimenea, sus tradiciones, sus amigos, la lealtad, la libertad o, simplemente, el agua que corre límpida por el Molino de Shire. Es el hombre que se tranfigura a través de la paradójica convicción que de hallará la victoria en el naufragio, y en la certeza de que combate una Lucha que no se reduce a los horizontes huidizos que puede alcanzar con su vista vacilante. Frodo, con un proceso casi imperceptible, madura en la fragua purificadora de la tentación, del despojo total, de la persecusión y del dolor. En Shire su corazón es un corazón lleno de justicia; en Mordor (tras experimentar la debilidad y el abatimiento) es un corazón henchido de compasión propenso a la misericordia y al perdón.


    Si sólo tomasemos la primera y la última parte de esta historia, tendríamos razón en pensar que el insignificante hobbit que parte titubeante y asustado de Shire, no puede ser el mismo personaje que enfrenta -agonizando- la última pendiente de la Meseta de Gorgoroth («Has crecido Mediano -le dice amargo Saruman-. Sí, has crecido mucho»). Y sin embargo lo es; y nadie puede acusar a la pluma de Tolkien de suplantar el personaje. Tolkien -a decir verdad- logró templar con pulcritud, con paciencia y con suavidad (con mano de madre) el carácter de su héroe, hasta hacer de él -sin cambios bruscos, con una maduración psicológicamente normal y admisible- el gigante espiritual de la última batalla. Si no fuese por su maestría, Tolkien -en rigor de argumento- hubiera debido hacer del postrer Frodo o un necio que teme la muerte y huye, o un loco que la busca en su desesperación; hizo, en cambio, un sabio que la espera, porque espera algo después de ella. Por eso vuelvo a decirlo, pienso que esta historia es la parábola del itinerario espiritual, interior, de todo ser humano, peregrino, viador, desterrado y navegante sobre las aguas de este mundo.


    Alguno ha considerado extraño que en todo El Señor de los Anillos nunca se mencione a Dios. Es verdad, no se habla de Dios, tal vez porque Dios es allí omnipresente. Parece una paradoja chestertoniana, y en cierto sentido lo es. Dios está presente en la placidez en la sencilla rusticidad de Shire, la tierra de los hobbits, cuya descripción es el homenaje que rinde Tolkien a la campiña inglesa de su infancia; está presente en la belleza angélica de los elfos, en la dulzura paradisíaca de los bosques de Lothlorien. Está presente en la fuerza que mueve a Frodo a la herocidad, al martirio, al sacrificio de su vida; en la entereza que demuestra afrontando una misión imposible e impensable, consciente de su endeblez e impotencia; presente en esa fuerza indoblegable que brota siempre de su alma en las situaciones límites, mostrando que hay algo superior a él, que lo trasciende y que actúa en él. Pero Dios también está presente en Mordor. La descripción de la tierra de las tinieblas, de la desnudez y la muerte -en cuya pintura Tolkien reproduce la angustia y desolación que contempló en los campos humeantes y sembrados de cadáveres de la Europa destrozada por la primera Guerra mundial- asombra por su vigor. El mal es presentado en El Señor de los anillos con una fuerza tal que uno teme estar pronunciando una blasfemia maniquea. Uno está ante una «fuerza espantosa», como tituló Lewis uno de sus libros. Una Energía que todo lo invade, todo lo ve, todo lo toca, todo lo domina... Pero sin embargo, en eso mismo Tolkien quiere mostrar su nihilidad: todo lo gobierna, todo lo espía, todo lo esclaviza, todo lo diseca, todo lo ensombrece, pero no puede detener aquella pequeña libertad que niega rendírsele. No en vano cuando los últimos defensores de la belleza del ser han ya aceptado la realidad de una muerte segura peleando sin esperanza ante las puertas inconquistables de Mordor, cuando el poder tenebroso no tiene más que apretar el pie con que está aplastando los últimos fulgores del Bien que caen como el Sol crepuscular, precisamente entonces la tierra de Cromallen se estremece bajo los pies de los combatientes, las Torres de la Puerta Negra vacilan y se desmoronan y se escucha el grito: «¡El reino de Sauron ha sucumbido! ¡El Portador del Anillo ha cumplido su Misión!». El anillo ha caído en las Profundidades de Orodruin, y las tinieblas morales se quiebran como mueren, sangrando, las sombras de la noche cada amanecer. Dios está presente porque el Drama de Tolkien, entendido como la lucha entre el reino de Mordor y del hobbit Frodo, no tiene sentido. Mordor no puede lograr su designio porque hay algo que es más fuerte que él y también más fuerte que Frodo, que actúa sin que se vea, y que está esperando que el Señor Oscuro se empine sobre las puntas de sus pies para derrivarlo con el aliento de su boca.


    He comparado a Frodo Bolson con los grandes peregrinos épicos, con Eneas, con Ulises, con Don Quijote. Pero hay en él algo que los distancia: su historia -como la del hombre- no termina -no puede- en esta vida. La historia de Frodo no concluye volviendo a la Comarca; sólo se detendrá allí un tiempo, para luego volver a partir. Su retorno y estadía en Shire, en la paz y el orden, están signados por la nostalgia. «¿Qué le pasa, señor Frodo? -dijo Sam. Estoy herido -respondió él-, herido; nunca curaré del todo». La historia de Frodo termina embarcándose nuevamente, con Elrond, Galadriel, los Elfos de la Alta estirpe, Bilbo, Gandalf... todos los portadores de los anillos. Todos saben que el deseo despertado en sus corazones por el Anillo estaba mal... pedírlo al Anillo, pero sólo era la desviación de un deseo verdadero: sus corazones no erraban en desear sino en lo que deseaban. Con la destrucción del Anillo han rectificado el cosmos y sus almas, pero no han saciado lo que éstas pedían bien y buscaban mal. Por eso están heridos, tienen nostalgia, morriña, anhelo de Algo que está más allá. Y tienen necesidad de volver a partir; esta vez definitivamente porque saben el camino. Parten de la Tierra Media, desde los Puertos Grises, y desde allí navegan allende el Mar, rumbo al Oeste, hasta que «por fin en una noche de lluvia Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que, como en el sueño que había tenido en la casa de Tom Bombadil, la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer».


    «La historia eucatastrófica -escribió Tolkien en un vigoroso ensayo- es la esencia del cuento de hadas, y su principal función». Eucatástrofe, es decir, final feliz. Los cuentos de hadas están para que terminen bien. Como El Señor de los Anillos; como la historia del hombre que peregrina sobre este mundo, cargado con su naturaleza herida, en lucha, no ya contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos de los aires (cf. Ef 6,12), con una libertad vacilante, llamado a llevar la lucha hasta la sangre (cf. Hb 12,4) ... pero con la seguridad del triunfo definitivo: No temáis, yo he vencido al mundo.

    Muy lindo, ¿no? Ahora, ténganme un poquito más de paciencia y lean lo siguiente:

    Leer a Tolkien hoy, ¿supone algún peligro?

    Y su secuela,

    Aclaraciones sobre Tolkien: una discussion.

    Aunque no lo crea, el autor es el mismo, el famoso “Teólogo Respondón”, voz autorizada del Chañaral.
    Aunque no lo crea, hay sólo dos años de diferencia entre uno y otro escrito.
    ¿Qué pasó en el medio?

    “— No entendés nada, pibe.”*
    *“— No entendés nada, pibe.” (supuestamente éso le diría el P. Buela)



    Imperium Hispaniae

    "En el imperio se ofrece y se comparte cultura, conocimiento y espiritualidad. En el imperialismo solo sometimiento y dominio económico-militar. Defendemos el IMPERIO, nos alejamos de todos los IMPERIALISMOS."







  2. #2
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    Re: Polémica intracatólica por Tolkien

    Las respuestas del P. Fuentes:


    Leer a Tolkien hoy, ¿supone algún peligro?







    Pregunta:

    ¿Qué debemos pensar de la difusión y entusiasmo por las obras de Tolkien en ambientes católicos e incluso religiosos? ¿No es acaso una de las lecturas más elegidas por los seguidores de la New Age? ¿Es malo leerlo? ¿Hay que tener alguna precaución?


    Respuesta:

    La obra literaria de J.R.R.Tolkien, quien era un convencido católico, es uno de los mayores logros de las Letras inglesas de este siglo y un ápice del ingenio humano.

    Pero quiero restringirme al 'problema' que se ha perfilado en los últimos años en torno a esta obra[1]. Prescindo deliberadamente de las intenciones del autor que, en última instancia, sólo conoce Dios y me inclino a juzgar benignamente. Lo que llamo 'el problema' es el efecto que su lectura causa en ciertos ambientes 'pro-tolkienianos', no sólo 'New Age' sino 'católicos'[2].

    Tolkien se lee como un agradable y cautivante pasatiempo. Tiene un estilo brillante cuya aptitud para atrapar al lector subyace a pesar de las traducciones. Tiene la capacidad de despertar simpatía (en el sentido de 'afecto, identificación de sentimientos') entre el lector y sus personajes. Esto ocasiona que el lector tienda a emitir juicios indulgentes sobre elementos extraños a una mentalidad cristiana y que en otros contextos probablemente habría rechazado o mirado con sospecha; por ejemplo, el tema de 'magos buenos', 'sortilegios buenos', 'poderes mentales bien usados', 'anillos de poder buenos y malos', la temática de un viaje típicamente iniciatico, etc. Más perplejidad que el 'Señor de los Anillos' deja el 'Silmarillion' que se plantea como una completa 'cosmogonía' con cierto sabor -al menos cierto sabor- gnóstico. La mayoría de los elementos pueden ser bien interpretados, pero ¿vale la buena interpretación para todos los elementos de su obra?

    'Es una ficción literaria', se me puede objetar. Por supuesto; es sólo 'fantaciencia'; pero una fantaciencia que hay que poner en su lugar y no extralimitar bajo ningún pretexto, porque es una ficción literaria que tiene como argumento la explicación total de la realidad, y la gran inquietud del hombre es poder explicar toda la realidad, y la gran tentación del hombre es explicarla a su medida y racionalmente; eso fue lo que pasó en el Paraíso[3].

    Vuelvo a indicar un presupuesto: no condeno a Tolkien ni lo defiendo; respecto de él y de su intento literario no quiero elaborar ningún juicio por el momento. Voy, pues, a su efecto sobre la psicología del lector católico que se obsesiona con su lectura.

    1. Nuestra subyacente tentación gnóstica

    Nuestra naturaleza está herida como consecuencia del pecado original; y este pecado fue un pecado de 'gnosticismo'[4]. La inclinación al pecado que nos ha quedado luego del bautismo incluye, pues, una tendencia al gnosticismo que se manifiesta en el gusto morboso por lo fantastico, lo diabólico, el misterio del mal en sus raíces y -como ya he dicho- las explicaciones globales, racionales e incluso espúreas de la realidad. Esto no hay que olvidarlo pues la obra que analizamos exacerba esta tendencia que es una 'herida', una 'desviación' de nuestra naturaleza: el 'fomes' de nuestra inteligencia[5]. La obra de Tolkien ha tenido desde hace años una llamativa aceptación en los ambientes gnósticos de la New Age. 'Ellos lo tergiversan', se dice. Concedo; pero al menos hay que aceptar que tiene un lenguaje, una temática y muchos elementos que son del gusto de las tendencias New Age, y por eso dudo que sea un instrumento apto para dialogar con ellas. Me parece que en tal intento es más el riesgo de que se distorsione el pensamiento evangélico y no que se conviertan los gnósticos a la ortodoxia metafísica.

    2. El problema psicológico

    Tolkien es un genio. Ha hecho en la literatura algo que nadie ha logrado jamás. Ha creado una especie de 'realidad virtual' literaria. Porque su obra tiene todas las características de la realidad, salvo que ella misma -como un todo- es irreal. Pero el que no asienta este presupuesto va muerto.

    El mito creado por Tolkien tiene todas las dimensiones de la realidad. Tiene pasado (posee una prehistoria celestial y terrena), un presente agónico y un futuro vislumbrable; es decir: tiene Génesis y Apocalipsis. Y ese pasado, presente y futuro, no se identifica en absoluto con el nuestro: es distinto y lleno de anacronismos que dan la sensación de encontrarse en otra dimensión. Tiene volúmen físico: posee una geografía minuciosa y propia, totalmente distinta de nuestro planeta, pero sin que falte en ella nada: ríos, bosques, montañas, llanuras, mares, y cada lugar con su historia, sus hechos, sus anécdotas; tiene un espacio estelar propio; tiene una fauna propia, sólo en parte coincidente con la nuestra; tiene especies racionales propias que van de los ángeles, semiángeles, hombres, semihombres, subhombres; y cada uno con su psicología propia, sus rasgos propios, su genealogía propia, su lengua propia (creada enteramente por el mismo Tolkien) en la cual hablan, cuentan sus raíces históricas, recitan, cantan, y lo hacen con belleza, con poesía. Tiene ángeles y demonios propios; tiene encarnaciones del bien y del mal propios... Tiene su Dios y sus demiúrgos; tiene su tentación y su caída original; tiene su Héroe y tiene su propio Redentor. Todo en esta creación es plausible. Todo cierra, como una esfera perfecta. Desde dentro uno no se plantea la duda de encontrarse en el mundo real o en una pesadilla o en un sueño.

    Esto es lo genial y lo dramático. Porque el que entra en el mundo de Tolkien corre el riesgo de traspasar una puerta que lo conduce a otro universo donde todo cuadra, todo encaja, todo tiene lugar y razón de ser. No tiene puntos de referencia internos que exijan volver a nuestra realidad. Si el lector se encuentra a gusto allí, queda atrapado en una dimensión irreal que él cree real. Es una 'realidad virtual', como se dice hoy. Y dentro de ella puede llegar a fabricarse su propia personalidad virtual estructurada en base a las interacciones virtuales con sus personajes de fantasía y sus nuevos gustos (y si es religioso, esa personalidad virtual tendrá su propia oración virtual, su libertad virtual, su comunidad virtual, sus superiores virtuales, sus obligaciones y sus derechos virtuales). Puede caer así en una especie de paranoia de origen literario, como la que causa el uso de la realidad virtual en el mundo informático.

    3. La vía hermenéutica

    Para muchos esta fábula mítica se convierte en una vía hermenéutica de los misterios revelados; creen que ilumina la Encarnación y Redención, una especie de 'Biblia comentada' (sic) o al menos una alegoría explicativa de los misterios revelados. Sé de otros que llegan a ver, meditar y rezar los misterios cristianos 'a la luz' de Tolkien y los saborean más cuando Cristo es visto bajo la figura de Aragorn, de Gandalf o de Frodo que cuando es leído en la pureza -tal vez insípida para ellos- del relato evangélico.

    Se llega incluso a aplicar algunas reglas de 'tipología bíblica' yendo ahora al revés: de la realidad para elaborar el mito literario y luego del mito para comprender mejor la realidad. ¿Es esto plausible? Me parece que es el punto más delicado de la distorsión mental a la que lleva esta moda.

    Ante todo, porque constituye en realidad una 'antitipología'. Cierto que uno puede crear una historia como sucedida en el pasado inventando personajes con las características y rasgos esenciales de seres reales posteriores a ella, y concretamente de Cristo. ¿Es lícito? Como intento literario nadie puede prohibirlo; pero con la condición de que muera en el intento literario, es decir, que no se le dé más importancia que esa. Porque la tipología verdadera, es decir, el que personas y acontencimientos del pasado hayan prefigurado a Cristo, a realidades futuras, sacras o celestiales, es sólo posible si Dios que es el autor de la historia así lo ha determinado. Y la única forma de saberlo es por Revelación del mismo Dios. Podemos ver a Cristo en la figura de Moisés, de Noé, de Jonás, de Job, del cordero pascual o del maná... porque sabemos por Revelación que lo 'significaban'. Por el mismo motivo, nada impide que también lo hayan representado Alejandro Magno, Buda o Platón... pero es ocioso buscar en ellos algún rasgo de Cristo porque nos falta el dato que justifica la verdadera prefiguración: la intención del Autor Divino. Alguien puede, si quiere, servirse de alguno de esos personajes profanos para hablar de Cristo, pero no le debe dar ningún valor más que el retórico. Más ocioso es buscarlo en personajes ficticios creados por un autor posterior a Cristo.

    Si alguno se autosugestiona pensando que con una historia de este tipo se iluminan más los rasgos evangélicos de Cristo, de su doctrina o de su moral, está invirtiendo los papeles: pasamos de la luz a la tiniebla, de la veritas a la figura, de la realidad a la sombra.

    Por otro lado, así como el marxismo y la teología política intentó una 'carnalización' del Evangelio (leyendo los hechos del Nuevo Testamento a la luz del Antiguo; por ejemplo, la obra de Cristo como un nuevo Moisés que nos libra de la opresión capitalista), así esto parece representar una 'gnostización' del Evangelio: leerlo en clave pagana, gnóstica, mágica.

    Repito una vez más: a Tolkien tal vez ni se le haya cruzado por la cabeza... pero ¿se podrá decir lo mismo de todos sus lectores?

    4. ¿Por qué resulta tan 'cautivante' para la mente del cristiano actual un género como éste?

    ¿De dónde esa 'necesidad' del 'mito'? ¿No es el cristianismo 'de suyo' una religión de misterios? Creo que en muchos puede provenir de (o por lo menos conducir a) un 'desencanto' del misterio verdadero, un desencanto de lo propiamente sagrado. En los primeros siglos ayudarse a comprender el misterio de la Encarnación y la Redención apoyándose en los 'misterios de Mitra' fue una de las tentaciones gnósticas: primero Mitra fue un 'apoyo', luego fue un sustituto de Cristo.

    5. Embotamiento

    Veo también en el uso extralimitado que se hace de esta literatura el peligro de 'embotar' el entendimiento de frente al misterio divino, y un entendimiento embotado es lo que la Escritura llama un 'necio' (Sal 92,7; Prov 10,21). Es lo contrario de la purificación de la inteligencia que los místicos cristianos han enseñado como única vía de acceso al conocimiento divino. Es, entonces, una antimística. La tradición cristiana ha planteado siempre el rechazo de todas las falsas místicas naturalistas y la afirmación de la única mística ortodoxa cuya enseñanza esencial es la necesidad de trascender las imágenes sensibles para llegar a Dios; es la vía de la negación, o de las noches, que comienza a ser subrayada en la Tradición con la doctrina espiritual de San Gregorio de Nyssa. San Juan de la Cruz, que le da la máxima expresión, sostiene claramente que la unión con Dios se obtiene a través de la noche oscura del sentido: para llegar al conocimiento esencial de Dios hay que trascender todas las imágenes y conceptos que han servido de paso inicial en la vía de la afirmación (muchas veces a través de una devoción sensible), entrando así en la vía de la negación que es el camino de la fe (desapegándonos del soporte material de nuestros conceptos y afectos inadecuados para unirnos a Dios), para desembocar finalmente, como han hecho los grandes místicos, en la vía de la eminencia donde las imágenes vuelven al alma ya situada en lo esencial[6]. Aquí se transita muchas veces la vía inversa; o al menos se ancla la inteligencia en un mundo de imagen sensible y fantasiosa.

    6. Superficialidad

    Creo que cuando este tipo de literatura focaliza toda la -o simplemente 'mucha'- atención del lector católico (sobre todo si es religioso o sacerdote, y en menor escala en el laico) es un síntoma que denota profunda superficialidad intelectual, o al menos una inclinación hacia ella. Porque se da un traspaso del gusto de lo 'teológico', que es riguroso y científico, a lo alegórico, figurativo y fabulesco. Entiéndase bien: esto puede cumplir una legítima función, y muchas veces lo hace; pero es una función introductoria. La fabula moral no es la moral, la alegoría dogmática no es el dogma. Aquello de San Pablo: 'Os di a beber leche, no os di comida, porque aún no la admitíais. Y ni aún ahora la admitis' (1 Cor 3,2). Volver a la alimentación infantil es un retroceso. El gusto excesivo por la 'teología fabulística' es signo no de madurez sino de 'senilidad' intelectual.

    7. ¿Cultura?

    El recurso al mito o a la imagen pagana para 'interpretar' el misterio cristiano puede llegar a ser una 'desinculturación'. Los Santos Padres lucharon para cristianizar los valores rescatables del paganismo; no tenemos que ceder a la tentación de 'paganizar' los valores y las verdades cristianas. Lo que más entusiasma en este tipo de literatura es la plasmación de altos valores como la amistad, la lealtad, la nobleza, la simpatía, el heroísmo, la fortaleza, el sacrificio. Nadie puede negarlo. Pero hay que tener conciencia que esos valores no tienen la misma dimensión en el cristianismo y en el paganismo, ya sea porque en el cristianismo existe un organismo infuso de tales virtudes o al menos (para quienes no admiten la teoría de las virtudes morales infusas) porque están elevadas por la caridad. Presentarlas en un contexto 'natural' es rebajarlas, quitarles el espíritu de fe y caridad que le abren metas más altas y a veces distintas de las humanas. Además, 'naturalizar' lo sobrenatural es precisamente lo que hace el 'espíritu del mundo', por tanto, esto por el sólo hecho de ser 'menos bueno' que lo bueno a que nos hace aspirar la fe, es algo mundano; y, en gran parte, tal ha sido uno de los mayores empeños del progresismo.

    8. Conclusión.

    Prescindiendo de Tolkien, el uso exagerado que se hace de él en muchos ambientes católicos, ¿no es acaso uno de los síntomas de la necedad proverbial del mundo moderno? Quiero recordar algunos textos que sí tienen a Dios por Autor principal:

    -Ba 3,23: 'Los autores de fábulas y los buscadores de inteligencia, no conocieron el camino de la sabiduría ni tuvieron memoria de sus senderos'.

    -1 Tm 4,7: 'Rechaza, en cambio, las fábulas profanas y los cuentos de viejas. Ejercítate en la piedad'.

    -2 Tm 4,3-5: 'Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio'.

    -Tt 1,13-14: 'Por tanto repréndeles severamente, a fin de que conserven sana la fe, y no den oídos a fábulas judaicas, ni a mandamientos de hombres que se apartan de la verdad'.

    -2 P 1,16: 'Os hemos dado a conocer el poder y la Venida de nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad'.

    Espero que de ninguno de los lectores de Tolkien deba decirse como de aquel hidalgo que 'se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentos y disparates imposibles; y asentósele de tal modo la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo'[7].


    [1] Escribo esto con interés puramente sacerdotal: para dar respuesta a quienes en conciencia han puesto en mis manos su preocupación al respecto. No me mueve ningún prurito literario de discutir la validez de un gran autor como fue Tolkien, ni de un género literario cualquiera (ésa es tarea para especialistas).

    [2] En escala mucho menor pero casi los mismos ambientes, el mismo fenómeno se repite con el uso de 'Crónicas de Narnia', de C.S.Lewis.

    [3] Esta sensación de 'explicación global' se refuerza ante el sorprendente hecho de lo reiterativo del argumento de Tolkien. La mayor parte de sus obras guardan una gran unidad; el argumento de base se reitera en El Silmarillion, El Hobbit, El Señor de los Anillos, Cuentos Inconclusos, parte de su correspondencia (en muchas de sus cartas escribe, discute, reinterpreta personajes y hechos de sus obras incluso como si se tratasen de personajes o hechos históricos). Creo que debe ser un caso único en la historia de la literatura en que un Autor dependa tanto del mundo ficticio al que ha dado a luz en su creación literaria.

    [4] Muy bien lo explica el P. ALBERTO GARCIA VIEYRA en: El Paraíso o el problema de lo sobrenatural, Ed. San Jerónimo, Santa Fe 1980.

    [5] El mismo Tolkien caracterizaba a su obra de 'mito'. Lewis, después de calificar la obra de su amigo como mito, explica este género contraponiéndolo con la 'alegoría': '...un buen mito (es decir una historia de la cual brotarán siempre significados diversos para diferentes lectores y diferentes edades) es algo más elevado que una alegoría (en la cual se ha puesto un solo significado). En una alegoría un hombre puede poner solamente aquello que ya conoce; en un mito pone lo que todavía no conoce y que no podría surgir por ningún otro camino' ('Letters of C.S.Lewis', New York and London, Harcourt Brace Jovanivich, 1975 p. 271). Es precisamente esta capacidad de suscitar diversos significados en el lector lo que ha llevado a algunos a sostener los mayores disparates.

    [6] Cf. especialmente lo que dice SAN JUAN DE LA CRUZ en: Subida del Monte Carmelo, L.2 c.6,1.

    [7] Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, c.1.
    Respuesta 1


    Aclaraciones sobre Tolkien: una discusión




    Pregunta:

    Algunas observaciones y sugerencias que he recibido a raíz de mi artículo 'Leer a Tolkien en una sociedad gnóstica'[1] me exigen retomar el argumento en algunos puntos. Vuelvo a insistir sobre el interés puramente pastoral de dicho escrito. Si para dar una respuesta a las consultas recibidas he tenido que meterme en terreno teórico, se ha debido a la necesidad de intentar una explicación de casos precisos. Pero los casos son históricos, reales y concretos. Las explicaciones de los mismos, caen bajo mi responsabilidad y se fundamentan en mis conocimientos que, al ser limitados, son materia totalmente opinable. Evidentemente puedo equivocarme; creo estar en lo cierto, pero si se me demuestra lo contrario retractaré mis afirmaciones, pues, como dijo Lugones: 'solamente los necios jáctanse de no enmedar sus errores, sean ellos literarios o ideológicos. Quien aprende, rectifica'[2]. Dicho esto quiero aclarar algunas cosas


    Respuesta:


    1. Un escape de la realidad


    Afirmé que la obra de Tolkien presenta una situación ficticia tan vívida y ensamblada, tan global y exhaustiva que, a mi juicio, produce en el lector una especie de realidad virtual. Se me ha objetado que toda obra literaria crea una cierta realidad virtual. Ciertamente; pero habría que hacer una precisión conceptual. Intenté expresar con tal término algo más fuerte que la simple construcción imaginaria que es propia de toda literatura. He usado con anterioridad este concepto de realidad virtual, tomándolo del uso que se le da en algunos medios de difusión para hablar de una variante moderna de la pornografía informática: 'La realidad virtual, que se va extendiendo asombrosamente en el mundo de los juegos computarizados, consiste en recrear tridimensionalmente la fantasía elaborada por computación. Gracias a algunos elementos, como son el casco tridimensional, auriculares y algunos accesorios más, el usuario 'entra' en otro mundo, el mundo de la fantasía, donde los personajes y paisajes tienen cierta 'realidad' para él. Por obra del casco, y eventualmente de sensores, sólo un acto de reflexión puede hacerle tomar conciencia de que todo cuanto lo rodea (ese mundo en el que está 'sumergido' y los personajes que giran a su alrededor) no existe en la realidad. Ya no es una escena que aparece en la pantalla de su computadora, sino que es un escenario donde él esta dentro, y su fantasía lo rodea. Pueden colegirse algunos de los efectos que esto puede ocasionar, y ocasiona de hecho, sobre la psicología humana: pérdida del sentido de la realidad, ausencia del sentido de relación, principios de estados paranoicos, disociaciones de la personalidad, ocasionales brotes esquizofrénicos'[3].


    Al hablar de Tolkien quise referirme a algo semejante elaborado literariamente. Si el término se presta a equívocos lo llamaré 'alucinación literaria'. Sigo insistiendo en el problema psicológico de fondo: creo que este tipo de literatura (no sé si por sí misma o por el ambiente cultural en que se inserta) crea para el lector un 'espejismo' que lo aleja de la realidad. Así como hay cultores de 'La guerra de las galaxias' o 'Viaje a las estrellas' que son capaces de suicidarse para viajar eternamente en la cola de un cometa paradisíaco[4], así los hay que ven la realidad que nos rodea con los ojos de la fantasía exhorbitada por este tipo de literatura.


    El profesor Vítor Manuel de Aguiar e Silva escribe: 'entre el mundo imaginario creado por el lenguaje literario y el mundo real, hay siempre vínculos... El mundo real es la matríz primordial y mediata de la obra literaria; pero el lenguaje literario no se refiere directamente a ese mundo, no lo denota: instituye, efectivamente un heterocosmo, de estructura y dimensiones específicas. No se trata de una deformación del mundo real, pero sí de la creación de una realidad nueva, que mantiene siempre una relación de significado con la realidad objetiva'[5]. Pero, ¿no puede esto agudizarse en algún tipo de literatura, al menos por influencia de factores externos a ella? Esto es precisamente lo que creo sucede con la literatura que tomamos en consideración al ser combinada con el contexto cultural hoy reinante. De hecho el mismo catedrático menciona más adelante como una de las finalidades asignadas con frecuencia a la literatura, la evasión: 'En términos generales la evasión significa siempre la fuga del yo ante determinadas condiciones y circunstancias de la vida y del mundo, y, correlativamente, implica la búsqueda y la construcción de un mundo nuevo, imaginario, diverso de aquel del cual se huye, y que funciona como sedante, como compensación ideal, como objetivación de sueños y aspiraciones. La evasión, como fenómeno literario, puede comprobarse tanto en el escritor como en el lector'[6]. Después de analizar la evasión en el creador literario, continúa con la evasión en el lector, que es la que me interesa reseñar: 'Éste llega a la evasión a través del tedio, de la frustración y del proceso psicológico conocido como bovarismo (del nombre de Emma Bovary, personaje central de la novela de Gustave Flaubert, Madame Bovary), es decir, la tendencia a soñar ilusorias felicidades y aventuras, y a creer en el ensueño así tejido. La lectura resulta entonces excitante de un sentimentalismo ávido de quimeras, realización ficticia de deseos inconfesados, forma ilusoria de compensar frustraciones existenciales'[7].


    Según mi opinión, aquí está el punto. Las condiciones socioculturales de nuestra época de fin de siglo y milenio son propias de un momento histórico de desencanto; el fenómeno social está signado por una neurosis de decepción y depresión causada por la falta de respuesta adecuada que ofrece al hombre de hoy la cultura de masas, una religión disecada, el materialismo y el hedonismo, la tiranía de la tecnología sobre la actividad del espíritu y, sobre todo, la herencia de la filosofía de la inmanencia. Por eso la mayoría de los fenómenos que caracterizan a las masas son fenómenos de evasión: la droga, el suicidio y la falsa mística. La reacción es la búsqueda de una trascendencia pseudoespiritualista que ofrece devolver el mundo de la ilusión exacerbado sentimental y sensualmente por su concubinato con la ética hedonista y permisiva. En la literatura el fenómeno se presenta en la moda New Age. El estilo de Tolkien y el argumento elegido no son ningún antídoto al problema sino, por el contrario, confunden como una 'variante catolizante' Por eso insisto: he hablado del peligro de leer y transmitir a Tolkien en una sociedad gnóstica, es decir, nuestra cultura; tal vez cuando lo escribió y como alegato contra el racionalismo materialista de la primera mitad de siglo, haya tenido otro efecto. Hoy la realidad es otra.


    2. Cuentos de hadas sí, cuentos de hadas no


    No estoy en contra de la fantasía, sino de algún tipo de fantasía: de la fantasía de evasión.


    A principios de siglo Chesterton escribió un trabajo imperecedero en defensa de los cuentos de hadas[8]. Sostengo, sin embargo, que lo que Chesterton defendía allí era algo totalmente diverso de lo que caracteriza a Tolkien.


    La relación con el mundo real que guarda el mundo literario puede ser doble: de negación o de simbolismo. De negación o de equívoco es el vínculo que crea la literatura que critico, al menos en el modo en que hoy es leída e interpretada. Ya lo he dicho: como evasión. En este orden de cosas me parece se debe colocar a Tolkien porque crea un mundo alternativo (donde uno puede refugiarse y huir de éste que no es tan romántico como aquél).


    La segunda es una relación de simbolismo. Los cuentos de Chesterton (como, por ejemplo, 'El hombre que fue Jueves') hacen referencia a la realidad, la interpretan, nos llevan a mirarla incluso con ojos descubridores. Por eso Chesterton dice: 'el reino de las hadas no es más que el luminoso reino del sentido común'[9]. Pienso que el mensaje que Chesterton ve encerrado en esta literatura es el hacernos percibir aquello que no nos revelan los sentidos y que la filosofía sólo puede exponer en fórmulas abstractas: la posibilidad del milagro, la causalidad de las cosas, el mundo del espíritu, el gobierno de la Providencia, la irrupción constante de lo sobrenatural en lo natural, el mundo tenebroso de la tentación y del diablo, y el brillante reino de la virtud y del ideal.


    También Tolkien tiene mucho de eso; y en tal sentido puede dejar esas mismas enseñanzas. Pero se me antoja un sistema cerrado y, por tanto, en conjunto contraproducente. Los cuentos de Chesterton nos hacen tropezar a cada momento con el cockney[10], con el borracho filósofo y el marinero irlandés tomador de ron y devorador de queso, sus héroes nacieron en Irlanda, Escocia o un barrio londinense; sus enemigos encarnan a los filósofos kantianos, hegelianos y nietzcheanos, tienen los rasgos verdeolivos del Islam o los ojos achinados de Buda, son abstemios como los puritanos y fanáticos como predicadores de la sola Scriptura; Chesterton nos obliga a conquistar islas que resultan ser la misma Inglaterra y pelear batallas épicas por los barrios bajos de Londres o a dar la vuelta al mundo para terminar en la torre del Big Ben. Y sus cuentos obligan a bajar a la realidad por la incoherencia que deliberadamente les hace padecer con su espíritu de paradoja; no vaya a suceder lo que aquellos contadores de historias de uno de sus propios cuentos, que se deprimían porque el rey les creía todas las ficciones que inventaban por más absurdas que fuesen[11]. En cambio, Tolkien nos saca da la realidad, nos crea una fantasía y nos da todos los elementos para que en ella no nos falte nada. Son tan diferentes como Santo Tomás y Kant contando cuentos.


    3. Y otras cosas más


    Al margen de todo esto sigo sosteniendo que es un descalabro usar a Tolkien como ilustración teológica o como parábola de la lucha entre el bien y el mal en el mundo. Porque es incompatible, al menos en algunas cosas fundamentales, con la realidad histórica y la fe católica. Es incompatible con el pecado original tal como es concebido por la teología católica, pues para nosotros entra por un solo hombre, Adán, y afecta a todos por la solidaridad con él, y es destruido por un solo hombre, Cristo, y somos redimidos por la solidaridad con Él; no puede decirse otro tanto del mundo tolkieniano habitado por una enorme diversidad de especies racionales (elfos, medianos, hombres, enanos, trolls, orcos y ents). Como consecuencia se hace incompatible con el sentido católico de la redención. En cambio, uno y otro fenómeno, tal como los presenta Tolkien, sí son compatibles con el concepto pelagiano (que es una variante del gnosticismo): la transmisión del pecado por influencia extrínseca o ejemplaridad; la redención por la nobleza natural de la creatura que se levanta de sus cenizas y sus miserias hasta el heroísmo individual, y por igual vía lo transmite: la ejemplaridad heróica.


    Tal vez estas aclaraciones sirvan más para entender mi posición.




    [1] Cf. Diálogo 17, pp. 143-151.

    [2] Leopoldo Lugones, Historia de Sarmiento, Publicaciones de la Comisión Argentina de Fomento Interamericano, Buenos Aires 1945, p.7.

    [3] 'Pornografía y sexualidad', Diálogo 12, p. 141.

    [4] Cf. Diálogo 17, Editorial.

    [5] Vítor Manuel de Aguiar e Silva, Teoría de la literatura, Gredos, Madrid 1986, p. 18.

    [6] Ibid., p. 61.

    [7] Ibid., p. 67.

    [8] Chesterton, La ética en tierra de duendes, en: Ortodoxia, Obras completas, Plaza & Janés, Barcelona 1967, T.1, pp. 540-565.

    [9] Ibid., p. 544.

    [10] El cockney, que es el personaje que encarna muchas veces al sentido común en las obras de Chesterton, es el habitante de los suburbios de Londres, particularmente del 'East End of London'.

    [11] Cf. Chesterton, 'La prolongada reverencia', en: 'Alarmas y disgresiones', Obras completas, I, p. 1069-1074.

    Respuesta 2
    Última edición por Erasmus; 17/12/2011 a las 22:32



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  3. #3
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    Re: Polémica intracatólica por Tolkien

    Hay un millón de hilos sobre Tolkein, por favor, el buscador...
    Aquí corresponde hablar de aquella horrible y nunca bastante execrada y detestable libertad de la prensa, [...] la cual tienen algunos el atrevimiento de pedir y promover con gran clamoreo. Nos horrorizamos, Venerables Hermanos, al considerar cuánta extravagancia de doctrinas, o mejor, cuán estupenda monstruosidad de errores se difunden y siembran en todas partes por medio de innumerable muchedumbre de libros, opúsculos y escritos pequeños en verdad por razón del tamaño, pero grandes por su enormísima maldad, de los cuales vemos no sin muchas lágrimas que sale la maldición y que inunda toda la faz de la tierra.

    Encíclica Mirari Vos, Gregorio XVI


  4. #4
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    Question Re: Polémica intracatólica por Tolkien




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  5. #5
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    Re: Polémica intracatólica por Tolkien

    Además de haber abiertos varios temas respecto a TOLKIEN, en esta discusión hay aspectos ineludibles a considerar. Primero, no se puede deslindar la obra de su autor, y así en algunas partes se ha venido haciendo y mientras se "salva" a Tolkien se "condena", o cuando menos se hace sospechosa de "Nueva Era", a ESDLA.

    El tema de fondo ya ha sido tratado en otros hilos y es que cuando un autor, compositor, ingeniero, investigador..., hace pública su obra, trabajo, invento, descubrimiento, etc., deja de pertenecerle. Lo que se haga después con ello ya no es responsabilidad suya --salvo que la intención sea otra--, por lo que no podrá controlar lo que se haga de su esfuerzo, aunque lo pretenda.

    Se alega que hay gente que está usando la obra para evadirse, o para inventarse una vida ficticia. Pero bueno, ¿en esta sociedad actual acaso hay algo que no sea para eso precisamente? La vida del hombre actual es tan agobiante que cualquier acto, hecho, o entretenimiento sirve para el"escapismo", para "evadirse de una realidad que no gusta y oprime". Yo mismo vivía en una gran ciudad que no soportaba y me fui a un pequeño pueblo. Incluso éste, ya afectado de la influencia metropolitana particularmente los fines de semana, hace que cada vez disfrute más de la naturaleza gracias a los paseos por el campo en solitario... pues seguro que ¡eso es escapismo! ¡eso es New Age! Pero ¿adónde quieren llegar algunos? La posibilidad de similitudes con esa corriente modernista son infinitas pues al fin y al cabo sus seguidores no han hecho otra cosa que un enorme potage de sincretismo de todo lo existente desde lo espiritual a lo más profano, luego ¿quién copia a quién?.

    Como decía el torero, "es que tiene que haber gente "pa too", pues claro, y hay quienes son capaces de convertir una paella en un plato típico de la "Nueva Era". Pero para enterarnos, en realidad ¿ésto qué es?, en los siguientes enlaces se puede leer al completo de qué va el asunto:

    Todo lo que se necesita saber sobre la Nueva Era

    New Age - Wikipedia, the free encyclopedia

    Nueva era - Wikipedia, la enciclopedia libre

    ¿Y Tolkien? ¿que afirmó sobre su propia obra, sobre el contenido de la misma? ¿acaso las afirmaciones subsiguientes invitan a incluir su obra en la "New Age"? Más todavía, ¿hay alguna mención a Tolkien y su obra en los enlaces anteriores?:

    "Pero como he escrito deliberadamente un cuento, que está escrito "SOBRE" o a partir de ciertas ideas religiosas, aunque "NO ES" una alegoría de ellas."

    Ni de NINGUNA OTRA COSA, no las menciona abiertamente y aún menos las predica, de ahí a cómo entiende el personal lo que lee..., la hermenéutica brilla por su total ausencia y el sentido común todavía más.

    "Trata sobre todo de la muerte y la inmortalidad; y de las "huídas": la longevidad y el atesoramiento de la memoria."

    Ambas frases se pueden leer en Cartas CARPENTER, (carta nº 211)

    De modo que no alcanzo a ver algunas de las interpretaciones de la misma al respecto y, por ello, tendré que parafrasear lo de "No entendés nada, pibe. Yo desde luego he leído ESDLA en varias ocasiones sin que me pase nada y para entender Los Evangelios, leo Los Evangelios​, no a Tolkien.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


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  6. #6
    Avatar de juan vergara
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    Re: Polémica intracatólica por Tolkien

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Cita Iniciado por Erasmus Ver mensaje
    Navegando el blog de nuestro amigo el coronel Kurtz me encontré con la siguiente polémica sobre Tolkien, a raíz de dos respuestas del P. Fuentes sobre su obra:



    *“— No entendés nada, pibe.” ...
    .
    Tal cual!!

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