Según afirma J. PEARCE en Tolkien. Hombre y Mito que el sentimiento de añoranza y la sensación de exilio forman parte de la búsqueda espiritual de todo católico. Es una forma de decir que ocasionalmente podemos sentirnos asaltados por sentimientos que no sabemos qué significan realmente, ni tampoco de dónde vienen.
A su vez, dice San Agustín, en La Ciudad de Dios que "el mundo fue hecho con toda seguridad, no en el tiempo, sino simultáneamente con el tiempo. Pues lo que es hecho en el tiempo tanto después , como antes de algún tiempo --después de lo que es pasado y antes de lo que es futuro--. Pero no había nada que pudiera ser pasado en aquel entonces, pues no había criatura alguna cuyos movimientos pudieran servir para medir su duración. Así pues, el mundo se hizo simultáneamente con el tiempo."
Y, en mi opinión, esta sensación de exilio viene de esa inaccesibilidad del tiempo que nos llevaría a ese Principio y Omega de todas las cosas. A su vez, la sensación de exilio trae consigo el sentimiento de añoranza. Es porque no estamos donde deberíamos estar.
A mi la poesía me gusta, pero no aprecio el justo valor de la versificación y métrica pues, en muchos casos, las encuentro forzadas o encorsetadas lo cual, también en mi opinión, puede llegar en ocasiones a restar frescura. En particular no me gustan mucho los pareados, pues yo no hablo así, ni tengo demasiado claro porque hay una cierta obligación de usar versos sextetos u octosílabos. Posiblemente, estos aspectos sean enormemente enriquecedores pues obligarán al poeta con toda probabilidad a un esfuerzo suplementario, enriqueciendo necesariamente su vocabulario.
Pero después de leer algunas poesías de diversos autores, he acabado por descubrir que la versificación aliterada expresa mejor los sentimientos del alma. La aliteración no obliga a respetar las reglas métricas y permite una mayor espontaneidad. Lo he podido comprobar en la poesía de Tolkien o en la de Iparraguirre. En ambas hay sensación de exilio y de profunda añoranza.
ADIOS A VASCONIA
"Desde muy joven, lejos de la Patria,
he vivido entre gentes extranjeras.
Cierto que en todas partes
se encuentran sitios hermosos;
no obstante, el corazón grita:
¡Márchate al País Vasco!
Doloroso es tener que abandonar la tierra querida;
aquí se quedan la Madre y la Patria.
Ahora que me dispongo a lanzarme al mar
para descubrir un mundo nuevo,
¡qué digno soy de compasión!
¡Adiós, madrecita mía de mi corazón;
pronto me verás regresar; consuélate.
Si el mismo Dios ha determinado
que yo me aleje más allá del mar,
¡de qué sirve, madre, derramar lágrimas!"
De Tolkien hay poemas en los que encuentro esas mismas sensaciones y resulta esencial vivirlas con la mente o rememorarlas en aquellas palabras que nos sugieren pasadas vivencias personales. Esencial es tomar las licencias más fantásticas como meros recursos para dar fuerza a las sensaciones:
KORTIRION ENTRE LOS ÁRBOLES
¡Oh! ciudad menguante sobre una colina de tierra adentro,
viejas sombras se demoran en tus antiguas puertas,
tu vestido es gris ahora, tu viejo corazón está quieto;
tus torres silenciosas en la niebla aguardan
un derrumbe final, mientras el agua se desliza
entre los altos olmos; deja estos reinos tierra adentro,
y resbala cruzando prados hasta el mar,
aún descienden en sonoras cascadas
un día tras otro hacia el Mar;
y lentamente hacia allí muchos años han transcurrido,
desde que por primera vez los elfos levantaron Kortirion.
¡Oh! ciudad en lo alto de tu ventosa colina
con calles serpenteantes y callejas a la sombra de los muros
donde ahora pavos reales desfilan majestuosos,
de color zafiro y esmeralda;
cae la lluvia plateada y se alza resplandeciente
el ejército sonoro de los viejos árboles de profunda raíz
que arrojaron largas sombras en muchos antiguos mediodías,
y murmuraron muchos siglos en la brisa;
eres la ciudad de la Tierra de los Olmos,
Alalminórë en los Reinos de Faery.
Nuevamente canta de tus árboles, Kortirion:
el haya sobre la colina, el sauce en el marjal,
los lluviosos álamos y los tejos ceñudos
dentro de tus antiguos patios que meditan
con grave esplendor el día entero;
hasta que el brillo de las primeras estrellas
centellea a través de las barras oscuras,
y la Luna blanca que asciende en el cielo
contempla allá abajo el fantasma de los árboles
que mueren lentamente en silencio, día a día.
¡Oh! Isla Solitaria, aquí estaba tu ciudadela
antes de que cayera el embanderado verano.
Entonces llenos de música estaban tus olmos:
verde era su armadura, verdes sus yelmos,
los señores y reyes de todos tus árboles.
Canta, pues, de los olmos, renombrada Kortirion,
que en verano tienden sus velas
y se levantan como mástiles vestidos de naves lozanas,
flota de galeones que profundamente se desliza
por mares iluminados de sol."
J.R.R.T. "La cabaña del Juego Perdido" en El Libro de los Cuentos Perdidos I. Primera parte de las tres que lo componen. Edic. MINOTAURO
"He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.
<<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>
Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.
Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."
En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47
Nada sin Dios
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