INFLUENCIA CULTURAL EN FRANCIA DURANTE EL SIGLO DE ORO

Al poder militar, la expansión territorial, la influencia diplomática y la hegemonía monetaria que acaparaba durante el siglo XVI, España añadió la influencia en la producción cultural del Siglo de Oro. La hegemonía cultural es siempre consecuencia de la hegemonía política. Uno de los países que más recibió la influencia de la literatura española fue, paradojicamente, uno de sus principales rivales: Francia.


ESTATUA DE ANTONIO DE NEBRIJA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DE MADRID

En 1492, año del descubrimiento del Nuevo Mundo y del final de la Reconquista, el humanista Antonio de Nebrija tuvo la idea de aplicar el modelo de estudio de una lengua culta (latín y griego) a una lengua romance y escribió la primera Gramática de la lengua castellana. Fue un acontecimiento cultural de primer orden, pues nunca antes en Europa se había publicado una gramática de una lengua vulgar, sentando el precedente a las demás lenguas romances, germánicas, eslavas, etc. El italiano fijó su primera gramática en 1529, el portugués en 1536 y el francés en 1550.

En el siglo XVIII, Castilla, obligada a cargar a solas con el peso de la política imperial, logró alzarse hasta el primer puesto en la esfera de la cultura. Desde ese punto de vista, los resultados fueron espectaculares y Voltaire no ocultó su admiración hacia España en su Ensayo sobre las costumbres: “Los españoles tuvieron una clara superioridad sobre los demás pueblos: su lengua se hablaba en París, en Viena, en Milán, en Turín; sus modas, sus formas de pensar y de escribir, subyugaron a las inteligencias italianas y desde Carlos V hasta el comienzo del reinado de Felipe III España tuvo una consideración de la que carecían los demás pueblos.”

El llamado Siglo de Oro español se sitúa entre 1580 y 1680, pero en el reinado de Felipe II fue cuando se establecieron los primeros focos de dicha irradiación. Por mucho que los franceses criticasen a la España imperialista, no por ello dejaron de sufrir la irradiación “de un pueblo fuerte, de un imperio inmenso (…), de una civilización más refinada que la nuestra”, como así escribió F. Braudel.

Dicha influencia fue apreciable sobre todo durante el reinado de Luis XIII. Entonces la moda procedía de Madrid: blanco de España, bermellón de España, artículos de cuero (guantes, botas, zapatos, etc.). La moda que en la actualidad puede asignarse a París, era España la que suministraba a Francia, del mismo modo que, un poco más tarde, la etiqueta de la Corte de Versalles se inspiró en la de Madrid. Antonio Pérez, ex ministro de Felipe II, exiliado político en Francia, lo sabía perfectamente, pues mandó traer de España guantes y artículos de lujo para ofrecérselos a sus anfitriones parisinos.



DESEMBARCO DE FRANCISCO I DE FRANCIA TRAS SER CAPTURADO EN LA BATALLA DE PAVIA, POR IGNACIO PINAZO
Lo mismo ocurrió con la lengua y la literatura. En ese entorno, España recogió los resultados de un siglo de progresos continuos. Brantôme apreciaba mucho la lengua castellana hasta el punto de calcar palabra a palabra su vocabulario. Tras él, los hispanismos florecieron en la lengua francesa como en la actualidad los anglicismos en la española, señal indiscutible su influencia cultural. Algunos de esos préstamos que se incorporaron definitivamente al vocabulario francés fueron: bizarre, camarade, casque, escamoter, fanfaron…


Había tratados para facilitar la enseñanza del castellano a los extranjeros. En 1596 apareció en Francia una Parfaite méthode pour entendre, escrire et parler la langue espagnole, obra de Nicolas Charpentier, apaleado en París por haber participado en una conspiración a favor de España.

A principios del siglo XVI, tres hombres destacaron en las traducciones y enseñanzas de la lengua española en Francia: Juan de Luna, Ambrosio de Salazar y Cestar Oudin.

Juan de Luna escribió Arte breve y compendiosa para aprender a leer, pronunciar, escrevir y hablar la lengua española, impresa en París en 1616, unos Diálogos familiares escritos en París en 1619, y una antología de poesías llamada Ramillete de flores poéticas, seguida de un corto método para aprender a pronunciar, escribir y leer correctamente el español, publicado también en París en 1620, algo así como un “español sin esfuerzo”.

Ambrosio de Salazar fue un murciano que había servido en Francia. En 1612 publicó en París un manual que reunía todo lo necesario para conocer España: historia, geografía, hombres ilustres, producciones, situación administrativa, estado de las carreteras, etc. En 1614, publicó en Ruán, donde se había establecido como maestro de escuela, un Moroir général, manual de gramática y pronunciación que tuvo dos ediciones, una en francés y otra en español. Luis XIII lo contrató como profesor particular de español.

A Salazar le surgió un competidor, Cestar Oudin, quien a diferencia de sus otros dos predecesores era francés. Su Grammaire espagnole data de 1597. En 1605, publicó una traducción de proverbios españoles. Su gran éxito fue el Tesoro de las dos lenguas, de 1607, tratándose de un léxico español-francés y español-francés. Oudin no se contentó con enseñar las particularidades de la lengua, también deseaba dar a conocer la literatura y comenzando con lo esencial: primero tradujo de Cervantes algunas Novelas Ejemplares, después La Galatea, y finalmente la primera parte de Don Quijote, menos de diez años después de publicarse la primera edición española.


THESORO DE DIVERSALICION, POR AMBROSIO DE SALAZAR

GRAMMAIRE ESPAGNOLLE EXPLICQVEE EN FRANCOIS, POR CESTAR OUDIN
A comienzos del siglo XVII, Francia se encaprichó con lo español hasta el punto de que Miguel de Cervantes pudo escribir en el Persiles: “En Francia, ni varón ni mujer deja de aprender la lengua castellana”. Sin dudas es exagerado pero sitúa perfectamente un momento excepcional en la historia de las relaciones culturales entre los países.

La influencia de la literatura española en Francia comenzó ya desde el siglo XVI, cuando se realizaron las primeras traducciones de autores españoles en los años que siguieron a la cautividad del rey francés Francisco I en Madrid tras su derrota por las armas españolas en la batalla de Pavía. Durante su presidio, ese rey, primo de Carlos I de España, cogió gusto por ciertas novelas que le habían ofrecido en español, o tal vez traducidas al francés.

Tres géneros consiguieron el aplauso del público francés: el ensayo, la novela, el teatro y, en menor medida, la historia. En ensayo estuvo representado por Pero Mejía (Pierre Messie) y más aún por Antonio de Guevara. De este último las Epístolas familiares, el Marco Aurelio, el Reloj del príncipe y el Aviso de privados y doctrina de cortesanos, traducidos de 1531 a 1540, fueron éxitos de librería. Montaigne debió mucho a esos dos autores y la fábula de La Fontaine El campesino del Danubio atestiguaba aún, un siglo después, la novela en todas sus formas: relatos psicológicos como la Cárcel de amor de Diego de San Pedro; novelas sobre el tema caballeresco que ponían en escena a caballeros moros y cristianos a cuál más bravo, más generoso y más galante durante la última guerra de la Reconquista, la que acabaría con la toma de Granada; Chateaubriand lo recodaría al escribir las Aventuras du dernier des Abencérages.

Dos géneros novelescos cautivaron más en particular a los franceses: la novela pastoril y la de caballerías. El modelo a seguir de la novela pastoril fue el de la Diada de Montemayor, publicada en 1542 y traducida en 1578, y La Galatea de Cervantes en 1584. En cuanto a novelas de caballerías, el Amadís, sus continuaciones e imitaciones, encantaría a varias generaciones de lectores desde la primera versión francesa, obra de Herberay des Essarts, en 1540. Las aventuras heroicas o galantes de los caballeros andantes y los pastores brindarían un pretexto para muchas diversiones a los asiduos del Hôtel de Rambouillet. Aspectos fundamentales del preciosismo o de la novela de análisis franceses, de Honoré d´Urfé a Madame de la Fayette, resultan incomprensibles sin esa influencia española. En menor medida, la vena realista (La Celestina, la novela picaresca, Cervantes,…) inspiraron a Charles Sorel antes de Lestage.

DON QUIJOTE Y LA MULA MUERTA, HONORÉ DAUMIER

Por último, el teatro español, el de Lope de Vega, Guillén de Castro, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, etc., proporcionó a los dramaturgos franceses del reinado de Luis XIII temas, situaciones, adaptaciones, por no hablar de plagios. Ejemplos claros se encuentran en la obra de Hardy, de Rotrou, de Boisrobert, de Scarron, de Thomas Corneille…; ejemplos también son el Don Juan de Moliére y El Cid de Corneille, autor que representó la inspiración del teatro español, asimiló sus lecciones de heroísmo y temas novelescos y los transformó en expresión del genio francés. Al parecer, aprendió el español en Ruán para leer el texto de Guillén de Castro y el Romancero.

La espiritualidad francesa del siglo XVII debió mucho también a fuentes españolas. Pierre de Bérulle introdujo en Francia la reforma carmelita. Mandó a llamar a Francia a seis religiosas, dos de las cuales (Ana de Jesús y Ana de San Bartolomé) habían sido discípulas directas de Santa Teresa de Ávila; fueron las que fundaron el primer Carmelo francés, en la Rue Saint-Jaques de París. En 1622 se tradujo en francés el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz y varios pasajes de los Pensamientos de Pascal parecen directamente inspirados en autores españoles: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, etc.

La influencia española en Francia siguió manifestándose durante algún tiempo con la boga del cortesano de Gracián, cuyo Héroe se tradujo en 1645, pero el clasicismo le debió poco. En adelante, fue Francia la que tomó el relevo de España como modelo cultural, como también la suplantó en el plano diplomático. La hegemonía cultural de España reflejó una civilización superior que no descansaba solo en la fuerza de las armas, sino también en la de las letras.


ESPAÑA ILUSTRADA