«Cuarenta años perdidos (I)» por Juan Manuel de Prada para el ABC
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Comenzamos una semblanza en dos partes de Rosa Maria Arquimbau, destacada escritora, feminista y sufragista catalana.
Hija de un lampista, la barcelonesa Rosa Maria Arquimbau (1908- 1992) hizo siempre bandera de sus orígenes humildes, que comparte con casi todas las protagonistas de sus muy autobiográficos cuentos y novelas. También padecerán sus protagonistas, por cierto, anemia, que fue la enfermedad que ensombreció la infancia de nuestra autora. En los retratos de juventud que han llegado hasta nosotros –muchos de ellos del excelente fotógrafo Gabriel Casas–, Arquimbau comparece ensoñadora, abstraída o intrépida, muy arrebatadamente moderna, con cejas muy depiladas o suplantadas por un trazo de lápiz que se alarga hasta las patillas, pero siempre con un fondo de tristeza aleteando como una polilla moribunda en la mirada. Julià Guillamon, en su excelente «quest» «L’enigma Arquimbau» (Comanegra), nos ha dilucidado las vicisitudes biográficas y literarias de esta escritora, que fulguró como un fuego fatuo durante los años treinta, para después desvanecerse en las esquinas del aire y del olvido, como le ocurrió a otras contemporáneas suyas, como Ana María Martínez Sagi o Maria Teresa Vernet, con las que redactó un manifiesto dirigido «A les dones de Catalunya», en favor de la «República Federal», allá por mayo de 1931.
Aunque ya en 1924 había publicado sus primeras colaboraciones, será en el semanario de modas «La dona catalana» donde la firma de Rosa Maria Arquimbau se hará asidua. En 1928 estrena las imprentas con «Tres contes breus», seleccionados entre los que para entonces había publicado en «Flames Noves», la «revista de las juventudes intelectuales de Cataluña». En el prólogo, Carles Sanahuja destaca sus dotes para la ironía más corrosiva, que gusta de zaherir sin tapujos las hipocresías sociales y exaltar la malicia de las modistillas que saben utilizar en su provecho las debilidades de bragueta de los burgueses.
En «La Nau», el diario de Antoni Rovira i Virgili, Arquimbau publicará varios relatos en la misma línea, llenos de desparpajo y osadía, con los que luego compondrá su segundo volumen de cuentos, «La dona del ulls que parlavem» (1930), llenos de mujeres escarmentadas y escépticas, pero duchas en las lides del amor, que nos parecen un trasunto de su autora.
En este mismo año, Arquimbau empieza a colaborar en la revista gráfica «Imatges», con reportajes costumbristas llenos de brío y palpitación, y estrena una sección fija titulada «Film & Soda» en el diario «La Rambla». Allí promoverá sin ambages el divorcio y el sufragio femenino; y no se recatará de arremeter lo mismo contra el «feminismo de corsé y polainas» de las señoronas de la Lliga que contra el «feminismo de cuello planchado» que viste como los hombres y pretende prescindir de ellos, ocupando su lugar.
Su estilo irreverente y descarado le reportará una creciente popularidad y numerosas ojerizas, que crecerán cuando en 1932 fiche por «L’Opinió», donde además de escribir columnas dirigirá la sección femenina. Para entonces, Arquimbau se ha radicalizado sin remedio: escribe contra las procesiones del Corpus, pide que se boicotee a industriales de derechas y se proclama defensora de la escuela única. Por estas mismas fechas participa en la constitución del Front Únic Femení Esquerrista y llega a ser secretaria de Joan Casanovas, uno de los fundadores de Esquerra Republicana, a la sazón regidor del Ayuntamiento de Barcelona y más tarde presidente de la Generalitat, con el que seguramente mantuviese un idilio clandestino. También es muy probable que lo mantuviese –según nos descubre Guillamon– con Josep Maria de Sagarra, a la sazón en la cima de su esplendor literario. En la reveladora novela corta «Al marge» (1933), donde Arquimbau nos relatará las vicisitudes amorosas de una joven pintora, es posible rastrear alusiones a esta relación.
No sería rocambolesco pensar que Sagarra la ayudase a publicar su obra más descocada, «Història d’una noia i vint braçalets» (1934), en la colección Balagué, donde él antes había publicado su magna «Vida privada». En esta novela, que guarda muchas similitudes con «Los caballeros las prefieren rubias» de Anita Loos, Arquimbau nos narra las artimañas que una joven de ascendencia humilde, Cri-Cri, emplea para conseguir que todos sus amantes paguen peaje en las joyerías más renombradas de Barcelona.
Para entonces, Arquimbau ha dejado de publicar en prensa, tal vez agotada por la anemia (que la obligaba a convalecer durante largas temporadas), tal vez por petición de Joaquim Girós, un hombre próximo a Tarradellas, que acabará convirtiéndose en su marido. En 1935 Rosa Maria Arquimbau todavía publica otro volumen con dos narraciones, «Home i dona» y «Cor lleuger», donde pindongas y calaveras urden sus tretas y tratos con la ligereza y la causticidad habituales en la autora. Pero sus esfuerzos literarios se concentrarán a partir de entonces en el teatro: primeramente publicará una comedia que tal vez sea la más redonda de todas las suyas, «Es rifa un home!», y enseguida logrará encadenar tres estrenos en el Teatro Romea de Barcelona. Pero serán estrenos perfumados por la pólvora…
(Continuará).
Cuarenta años perdidos (I)
«Cuarenta años perdidos (II)» por Juan Manuel de Prada para el ABC.
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Finalizamos nuestra semblanza de la escritora Rosa Maria Arquimbau, que tras la Guerra Civil conoció el exilio y el ostracismo, pese a seguir produciendo obras de gran mérito.
Todavía en febrero de 1935, Rosa Maria Arquimbau publica en la revista «Enllà» el avance de una novela que, al parecer, llegó a concluir (pues se anunció su publicación en la prestigiosa Ediciones Proa), «Adéu si te’n vas», de la que leyó varios fragmentos en el Lyceum Club de Barcelona. En ese avance vuelve a comparecer uno de sus personajes característicos, Eulàlia, una mujer desenvuelta que ha discurrido por muchos lechos y contempla su periplo galante con cierto desapego cínico, junto a un tal Jaume, un hombre aquietado y protector que tal vez fuese trasunto de Joaquim Girós, con quien Arquimbau se casaría en marzo de 1937. Pero «Adéu si te’n vas» nunca llegaría a publicarse y tal vez su manuscrito se perdiera durante los trasiegos de aquellos años. La única actividad literaria de Arquimbau que se conoce durante los años de la Guerra Civil, desaparecida su firma de la prensa, son los estrenos de tres obras teatrales en el Romea de Barcelona, de las cuales sólo se conserva una de título bastante revelador, «María la Roja» (1938). En ella se nos cuenta la peripecia de una mujer republicana que logra enamorar a un oficial de prisiones, que abandona su trabajo por amor; y se retrata una vivaz galería de personajes femeninos proscritos.
Julià Gillamon, en su apasionante «L’enigma Arquimbau», logra reconstruir el itinerario profesional de la escritora durante estos años. Ocupa diversos puestos administrativos en el Ayuntamiento de Barcelona, incluso es reclamada por el ministro de Trabajo, a la sazón el esquerrista Aiguader i Miró, en Valencia; pero su recalcitrante anemia la obliga a regresar a Barcelona a mediados de 1937. Cuando las tropas nacionales lancen su ofensiva sobre Cataluña, Arquimbau se refugiará con su marido en París, donde permanecerá hasta que la invasión alemana, en junio de 1940, provoque una desbandada entre los exiliados republicanos. Arquimbau y su marido se instalan entonces en Marsella y tramitan el visado para entrar en México, consiguiendo plaza para un buque de evacuación que hace la ruta Casablanca-Veracruz. Pero en Orán son retenidos y devueltos a Francia. Desde entonces esperarán en Perpiñán el momento adecuado para regresar a Barcelona. Los ajetreos y zozobras de aquellas jornadas dejarían una huella muy honda en Arquimbau, que a la postre acertaría a darles vigorosa forma literaria en su novela de madurez, «Quaranta anys perduts» (1971).
A su regreso a Barcelona no podrá, sin embargo, reanudar su empleo municipal. Aparte de sus notorias simpatías políticas, circula sobre ella un expediente que califica como «pésima» su conducta moral. En cambio, su marido ha sido contratado por la familia Rius (que pronto comercializará el celebérrimo Cola Cao), que necesita adquirir maquinaria extranjera para sus chocolates y batidos. Como en los años de la autarquía resultaba muy problemático conseguir divisas para tales adquisiciones, la familia Rius abre en Tánger un negocio de importación y exportación, «Hispanicus Exclusivas de Artesanía Española», cuya dirección encomienda a Girós. Cuando la ciudad deje de ser en 1956 un condominio internacional, la familia Rius decide cerrar la tienda y el matrimonio vuelve a Barcelona. Sin embargo, la nostalgia tangerina es perceptible en algún vodevil inédito de Arquimbau, como «Estimat Mohamed», que escribe por aquellos años, en colaboración con Josep Maria Poblet, otro exiliado de Esquerra que ha vuelto a España.
En 1957, Arquimbau logrará publicar en un volumen colectivo su comedia «L’inconvenient de dir-se Martines», con la que resulta finalista en el premio Joan Santamaria; pero en los años sucesivos las hieles del fracaso se convertirán en su dieta más habitual: no logra estrenar ninguna de sus comedias, incluso alguna de ellas es prohibida por la censura; concurre con un volumen de cuentos a la misma edición del premio Victor Català en la que arrasa Terenci Moix con «La torre dels vicis capitals»; e incluso llega a presentarseinfructuosamente al premio Biblioteca Breve con una novela en español, que nunca había sido su lengua literaria. Este impostado ejercicio de camaleonismo lingüístico quizá nos dé la medida de sus ansias por abandonar el dique seco, que finalmente se aplacarán con la aparición de «La pau és un interval» (1970), una curiosa novela de corte autobiográfico que tiene el perfume cosmopolita y «demodé» de las obras de Vicki Baum y el regusto desengañado propio de nuestra autora. Ambientada en el París ocupado por los nazis, «La pau és un interval» narra las vicisitudes de los distintos inquilinos de una casa de vecinos: la princesa polaca sableada por su gigoló, la vienesa amancebada con un ministrillo, la joven americana liada con un judío rico, etcétera.
Al año siguiente Rosa María Arquimbau publica su novela tal vez más importante, «Quaranta anys perduts», rescatada recientemente por Comanegra (al igual que la mayoría de sus obras anteriores, con sabrosos y muy documentados epílogos de Guillamon). Novela generacional que en algunos aspectos nos recuerda «La plaça del diamant» de Mercè Rodoreda (con quien Arquimbau se llevó, al parecer, a matar, allá en la juventud): ambas se inician con los alborozos barceloneses por la proclamación de la Segunda República, aunque después adopten desarrollos muy diversos. «Quaranta anys perduts» está protagonizada por Laura Vidal, una modista de familia humilde que, para escapar de la miseria, se arrima a un hombre con posibles que la ayuda a establecerse. La novela nos describe las faunas menos diurnas de los años de la guerra (los estraperlistas, los aprovechateguis, los quintacolumnistas) y también la experiencia del exilio en Francia y Orán. A su vuelta a Barcelona, una desengañada Laura comprueba cómo los viejos amigos idealistas se han apoltronado, mientras sacan tajada de su adhesión al franquismo; y ella misma logra prosperar en el mundo de la moda, culebreando sin demasiados escrúpulos. Arquimbau tuvo entonces sus rifirrafes con la censura, por reproducir el proyecto de himno nacional que Josep Maria de Sagarra escribió en 1931; pero logró finalmente sortearlos, dejándose algunos pelillos en la gatera. No ocurriría lo mismo con un ensayo escrito por aquellos mismos años, «Prostitució» (rescatado recientemente de los archivos de la censura, también por Comanegra),una aproximación histórica al oficio más antiguo del mundoque es en realidad una excusa para que nuestra autora denuncie con su habitual sarcasmo las hipocresías burguesas.
Más o menos por aquellas fechas murió su marido, Joaquim Girós, al que sobrevivió un par de décadas, al parecer auxiliada económicamente por la familia Rius. Rosa Maria Arquimbau moriría en una residencia de ancianos en 1992, olvidada del mundo y sus pompas, olvidada acaso también de sus personajes, aquellas muchachas desinhibidas y un poco pindongas que se fueron ajando de cinismo y amarguras, como ella misma, mientras se pudrían sus anhelos juveniles.
Cuarenta años perdidos (y II)
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