AL MISMO ASUNTO.
(De Gabriel Lobo Laso de la Vega.)
Por nunca usados caminos El godo infante Pelayo
Con diligentes talones El caballo aflige en vano,
Cuyos abiertos ijares Iban sangre destilando ;
Mas no el temer de la espuela Apresura el paso tardo.
Iba huyendo del rigor Del sanguinoso contrario,
Que en su seguimiento iba Con gran gana de alcanzarlo.
Mas como Dios le guardaba Para negocios mas arduos,
Quiso de un aprieto tal Por bien de España librarlo.
Llegó al rio de Pionía, El cual muy crecido hallando,
Puso la espada en la boca, Y atravesándole á nado
Con increible presteza Se puso del otro cabo.
Los moros, que le seguian, Visto un caso tan extraño,
No se atreviendo ninguno A lo que el godo esforzado,
Se quedaron á la orilla, No sin razon admirados.
Caminó al valle de Cangas El infante Don Pelayo,
Adonde de España y godos Fué luego por rey jurado,
Y recogiendo las gentes, De que hizo grueso campo,
Los exhortó de manera Que al mas tímido hizo osado,
El valor al valeroso Con esfuerzo acrecentando.
Tanto pueden las palabras Dichas con fervor honrado,
Que la victoria consiguen, Mas que el vigor de los brazos.
Pues como estuviese ya De moros cubierto el campo,
Cuyo caudillo Abrahen Era, y Don Oppas el malo,
Arzobispo de Sevilla Y del rey Vetiza hermano,
Que de los julianistas Era capitan nombrado,
Tornándose de pastor, Lobo contra sus rebaños,
Con sangriento proceder, De Dios y de sí olvidado:
Viendo el notorio peligro En que estaba el rey Pelayo,
Mil soldados escogió De los mas disciplinados
En el bélico ejercicio, Y en un cóncavo peñasco
Que una honda cueva hacia, Se metió, y por lo mas alto
De los intratables riscos Dejó los demas soldados.
Baten la cueva los moros Con piedras, flechas y dardos;
Mas como al intento bueno Nunca Dios niega la mano,
Quiso mostrar su grandeza Con un notorio milagro,
Y fué : que todos los tiros, Que los moros indignados
A los cristianos tiraban, Resultaban en su daño,
Y volviéndose á los moros, Mas de treinta mil mataron.
Conociendo esta merced, Y el favor del cielo grato,
Sale apriesa de la cueva Con su gente el rey Pelayo,
No dejando moro vivo De todos, en poco espacio.
Mató al caudillo Abrahen, Don Pelayo peleando,
Y al Arzobispo traidor Prendió por su propia mano.
Fué parte aquesta victoria De otras que aquí no señalo,
Con que, de la ya perdida, Alguna tierra ganaron,
Venciendo muchas batallas De moros en campo raso.
Pues como el rey Alcoral De España supo el estrago,
Primero rey que fué d'ella, Hizo que al Conde malvado
Le cortasen la cabeza, Que fuese causa, pensando,
Con los dos Sisberto y Evas Hijos de Vetiza el malo;
Y á su mujer la Condesa Los moros apedrearon,
Y un hijo, que el Conde tuvo Pequeño, le despeñaron.
En esto pararon todos, ¡De su traicion justo pago!
(LOBO LASO DE LA VEGA, Romancero y tragedias de.)
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