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Tema: Literatura costumbrista española

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    Literatura costumbrista española

    Literatura costumbrista española, género principalmente cultivado en el siglo XIX

    EL COSTUMBRISMO ESPAÑOL (Y SUS CONEXIONES EUROPEAS)

    José Manuel Losada

    Gracias al costumbrismo literario, España dio un decidido paso al frente en la literatura romántica; y gracias a la inusitada innovación de algunas de sus producciones este país se recupera en tan solo unos años del prolongado letargo en que se encontraba debido a causas sociales y una indebida asimilación de la literatura extranjera. Es más: el desarrollo del costumbrismo español es tan inusitado que llega a poner a este país al frente de la literatura romántica en la vertiente periodística; lo cual prueba una vez más la originalidad de sus principales representantes. (…)

    Definición del costumbrismo español

    Los principales estudiosos del costumbrismo coinciden en sus rasgos generales: breve representación literaria de costumbres, incidentes, instituciones, personajes típicos y modos de vivir habitualmente contemporáneos (Correa Calderón). Esta vasta definición puede ser enriquecida al centrar la atención tanto en la génesis temporal y el vehículo por excelencia del costumbrismo (prensa periódica desde el siglo XVIII) como en el objeto y el cuadro general donde este género queda enmarcado (descripción de formas de vida colectiva o de acontecimientos sociales contemporáneos que afecten a la colectividad).

    Pero no cabe la menor duda de que esta delimitación no es exclusiva del costumbrismo español; en un sentido más restringido, la definición del costumbrismo considerado como producción típicamente española ha suscitado en no pocas ocasiones el recurso a las causas que lo originaron y, más concretamente, a un momento crítico de la historia de este país. Herrero, por ejemplo, define el costumbrismo español como un “movimiento, íntimamente ligado al romanticismo, que domina una parte considerable de la literatura de la primera mitad del siglo XIX (especialmente de la prosa periódica) y cuya boga refleja dos importantes corrientes de la época: la profundización del sentimiento nacionalista y, íntimamente ligada a ella, la conmoción espiritual producida por las guerras napoleónicas y las transformaciones sociales que las siguieron”. Esta concepción del costumbrismo procede de la perspectiva de Montesinos para quien la causa del costumbrismo español no es simplemente literaria: el costumbrismo español describe de una forma muy específica el “hondo cambio sufrido por la nación entre los días del antiguo régimen y el tormentoso período de la primera guerra civil”. Sirven estas pautas para comprender que la definición del costumbrismo no puede limitarse a la del “género literario que describe costumbres sociales”; al menos tal definición no explica debidamente el costumbrismo español y, lo que es peor, nos impide comprender la idiosincrasia de los diferentes autores.



    En España el costumbrismo floreció en el segundo cuarto del siglo XIX gracias a muchos escritores entre los cuales no pueden ignorarse tres nombres esenciales: Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), Ramón de Mesonero Romanos (1803-1882) y Mariano José de Larra (1809-1837).

    Estébanez Calderón firmaba sus artículos costumbristas en la prensa con el seudónimo de “El Solitario en acecho” o simplemente “El Solitario”. Colaboró en el efímero Correo literario y mercantil inagurado por José María de Carnerero en 1828, en las Cartas españolas inauguradas tres años más tarde y en la Revista Española. En 1848 reunió sus trabajos costumbristas en el libro Escenas andaluzas.

    El tono de su producción es desenfadado. Estébanez Calderón se desenvuelve con donaire y soltura. Se diría incluso que la larga dedicatoria al lector (más de tres páginas) apenas es una sola frase. No duda en entrometerse de cuando en cuando en el transcurso de su narración, por ejemplo cuando describe a los sevillanos: “aquí tose el autor”, sin duda para distorsionar la seriedad de la perspectiva del relato. El ingenio y la erudición de Estébanez Calderón fueron alabados por Mesonero Romanos quien definió las Cartas Españolas como “preciosísimos cuadros de costumbres andaluzas con una gracia y desenfado tales, que pudieran equivocarse con los de un Cervantes o un Quevedo”.

    Su producción rebosa de color local y castizo, “de españolismo”, como se lee en su célebre “Dedicatoria a quien quisiere”. Por doquier afloran las alusiones a la jerga, a las “materias”, a los “rasgos españoles” y “barrios populares castizos”. Esta vuelta a los orígenes más ancestrales explica el interés por la palabra y sus “bizarrías” por cuanto adquieren una connotación positiva: distinguen a la lengua y a sus hablantes de los extranjeros creando así una comunidad que se autoprotege. De esta búsqueda de las raíces patrias se deslinda la importancia que el pueblo supone a los ojos del autor. Estébanez Calderón afirma que su inspiración procede de asomar su cabeza por su “ventana de trapo viejo”. Enjundia de españolismo es la que ha visto y ésa es la que devuelve: el pueblo castizo “sin mezcla alguna ni cruzamiento de herejía alguna”.

    Pero no es toda España la España de Estébanez Calderón; su costumbrismo exige un exclusivismo patente: dejando unas regiones al margen del núcleo medular de la nación, el autor elige otras que a su modo de ver dan cuenta cabal del genio español. Concretamente, Estébanez Calderón considera que en Andalucía y no en otro lugar se encuentra la síntesis de España; y de modo más específico, esta región en unos momentos muy determinados: las ferias y todo lo que las acompaña (baile, cante y toreo). Curiosamente éstos son los que en gran medida han perdurado en el imaginario universal: campo abierto para la literatura comparada.

    Pero aun en este estereotipo internacional Estébanez Calderón pone primeramente su empeño en extirpar cuanto de fantástico y consuetudinario se ha achacado a Andalucía para seguidamente concentrarse sin más reparos en las festividades; la razón que él mismo da es que en las ferias “el refinamiento de la civilización no ejerce […] su odiosa y exclusiva tiranía”; al contrario, en ellas “se compendia, cifra y encierra toda la Andalucía, su ser, su vida, su espíritu, su quinta esencia” (“La feria de Mairena”). No es de extrañar que este autor desdeñe la minuciosa descripción moral de individuos y profesiones.



    Mesonero Romanos, también conocido por su seudónimo “El curioso parlante”, es sin duda uno de los prosistas más influyentes en el costumbrismo español. Sus primeros escarceos costumbristas remontan a 1822 con la publicación de Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid de 1820 y 1821, donde repasa costumbres de la capital española. Las diferentes concepciones que Mesonero Romanos tiene de Madrid son tres: su visión “física” (Manual de Madrid, 1831), su visión “histórica” (El antiguo Madrid, 1861) y su visión “moral”; sin duda alguna ésta última es la que mayor interés supone para la literatura costumbrista. Dicha literatura ha quedado grabada en sus diferentes “cuadros” de costumbres publicados en las citadas Cartas Españolas y en el Semanario Pintoresco Español que él mismo fundara en 1836. En su gran mayoría todos fueron publicados primeramente en su libro Panorama matritense (1835) y, de modo definitivo, en Escenas matritenses (1842). Dos años antes de morir describía en Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid (1880) su personal invención del costumbrismo: “Propúseme desarrollar mi plan por medio de ligeros bosquejos o cuadros de caballete, en que, ayudado de una acción dramática y sencilla, caracteres verosímiles y variados, y diálogo animado y castizo, procurase reunir en lo posible el interés y las condiciones principales de la novela y del drama”. Animado con este deseo, Mesonero recorre Madrid y acomete la tarea de pintar con reposo y modestia “la sociedad privada, tranquila y bonancible, los ridículos comunes, el bosquejo, en fin, del hombre en general” .

    Se ha criticado el tono moroso y el carácter ambiguo de algunos de sus artículos, pero esta crítica es poco acertada por cuando no comprende que este estilo era un paso obligado en el costumbrismo incipiente; el siguiente lo daría Larra. Hasta Mesonero nadie había pintado Madrid con la precisión y sagacidad de Mesonero. Al igual que París y Londres, la capital española también tiene su retratista. Su modelo principal se encuentra en el teatro clásico español y en la novela picaresca: no en vano Mesonero publicó textos del Siglo de Oro español. Aun con todo y a diferencia de Estébanez Calderón, este retratista de Madrid evita por lo general la ampulosidad de una vertiente barroca. Mesonero no pone especial cuidado en la forma sino en el registro que hace de la capital; más en concreto del cambio que entonces experimentaba por cuanto denotaba una transformación simultánea de la sociedad española. Dejando de lado el aspecto político, Mesonero profundiza por ejemplo en valores tradicionales de la burguesía tales como el ahorro (“La bolsa”). Pero no se limita sólo a esta vertiente costumbrista: Mesonero describe rasgos característicos de la realidad social bastante variada e incluso profundiza en las transformaciones lingüísticas más recientes (“La posada, o España en Madrid” y “El romanticismo y los románticos”)

    (continúa)
    Última edición por ALACRAN; 30/09/2022 a las 19:38
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: Literatura costumbrista española

    Larra crea en 1828 El Duende Satírico del Día, una efímera revista donde este paladín del periodismo español sólo llegó a publicar cinco artículos. En 1832 Larra crea una nueva revista, El Pobrecito Hablador, de la que sólo saca a la luz catorce números. Desde 1835, Larra comienza a escribir en la Revista Española, pero no ya como periodista autónomo sino como asalariado. Aquí fue donde estrenó su seudónimo “Fígaro”. Otros seudónimos utilizados por Larra son “El duende satírico”, “El pobrecito hablador” y “El bachiller Juan Pérez de Munguía”. Bajo estas firmas aparecen más de doscientos artículos de Larra en la Revista Española (1832-1835), El Correo de las Damas, El Observador, Revista Mensajero (1833-1835), El Español, El Mundo y El Redactor General (1835-1836). Las clasificaciones de sus artículos son diversas. Lomba los clasifica en “Artículos de costumbres”, “Artículos políticos” y “Artículos literarios”; Seco prefiere una clasificación más amplia: “Artículos de crítica político-social” y “Artículos de crítica literaria”.



    La originalidad de este costumbrista español reside en tres elementos: su uso de la palabra, su aportación crítica y su conciencia de la modernidad del género. Respecto a su dominio del lenguaje, Varela pone de relieve su genio expresivo —su manipulación genial de la palabra— y su empeño suicida de pasar todo por la aduana de su temperamento personal; es decir, su romántico autobiografismo (1962). Sin duda entramos aquí en uno de los aspectos más importantes del costumbrismo crítico español: rebasar lo meramente circunstancial para incidir en la médula permanente. No podrá extrañarnos que su crítica siga siendo asombrosamente actual. Crítica que nace de su amor a la patria y de su deseo por mejorarla sabiendo perfectamente cuáles son sus puntos débiles. Uno de ellos es la pereza tal y como la describe en tantos artículos y de modo especialmente mordaz en “Vuelva usted mañana” (El Pobrecito Hablador, 14 de enero de 1833). (…)

    Por su vertiente crítica corren un sinfín de felices ideas indudablemente fecundas aun para el crítico de hoy en día. En este sentido, Larra demuestra que conoce como ningún otro dicha sociedad. Larra es un anatomista que disecciona el cuerpo sin que éste pierda vida, un fotógrafo que sabe captar la imagen en el momento preciso de mayor efecto cromático, un auténtico estudioso de carácter y de caracteres. Larra comprende lo que significa algo tan esencial en la literatura de la época como es la fisiología y la fisionomía. Él mismo lo dice al establecer los requisitos de su profesión: “Es […] necesario que el escritor de costumbres no sólo tenga vista perspicaz y grande uso del mundo, sino que sepa distinguir además cuáles son los verdaderos trazos que bastan a dar la fisonomía; descender a los demás no es retratar una cara, sino asir de un microscopio y querer pintar los poros” (“Panorama matritense. Artículo primero”). (…)

    ***
    A pesar de los puntos comunes existentes entre estos tres escritores, queda de manifiesto que cada uno conserva su propia idiosincrasia. Los rasgos más notables del estilo de Estébanez Calderón (el casticismo, la imitación de la prosa del Siglo de Oro, la verbosidad ampulosa) no entran en la expresión de Mesonero Romanos. También es preciso reseñar que para Estébanez Calderón lo pura y netamente español es lo andaluz en su vertiente festiva. También en este punto se distancia de Mesonero Romanos y Larra pues éstos dos últimos abundan en la representación de tipos ordinarios cumpliendo sus faenas cotidianas.

    Por otro lado, Estébanez Calderón dirige su enfoque especialmente hacia la clase baja ya que piensa que ésta conserva mejor que ninguna otra la esencia espiritual de la cultura andaluza; muy distintos en este aspecto son Mesonero Romanos y Larra, quienes describen y escriben sobre todo para la clase media de la sociedad española.
    Sin embargo, tanto Estébanez Calderón como Mesonero Romanos retratan nostálgicamente la sociedad española; punto en el que difieren sensiblemente de Larra. Les une su intención de preservar en el arte lo que desaparece en la realidad.

    Este aspecto, íntimamente ligado al romanticismo donde aflora el cuadro de costumbres, conduce a los autores de Escenas andaluzas y Escenas matritenses a introducirse donde muy pocos escritores se habían adentrado hasta entonces. Esta nostalgia romántica busca por todos los medios que lo indígena perdure “sin mezcla ni encruzamiento de herejía alguna extranjera” (Estébanez Calderón, “Dedicatoria”, 1985: 54). Si acaso lo indígena está condenado a desaparecer, el espíritu romántico procura que al menos quede “consignado […] a la manera que el diestro escultor imprime en cera (o sea en yeso) la mascarilla del cadáver que va a desaparecer de la superficie de la tierra para ocultarse en su interior” (Mesonero Romanos, “Al amor de la lumbre, o El brasero”, 1983: 503-508).

    Es un tradicionalismo y un indigenismo propio del romanticismo; algo que posteriormente volverá a ser reelaborado en la reviviscencia ficticia de Valle-Inclán. Quizás haya que añadir que este tradicionalismo que aboga por la perdurabilidad de las costumbres arraigadas se opone a la infuencia francesa: casos de galofobia no faltaban por entonces. Otro tanto se refleja en el artículo de 1833 firmado por Mesonero Romanos y titulado “El extranjero en su patria” (1983: 137-142); estas reflexiones encontrarán eco cuatro años más tarde en “La literatura”, otro artículo del mismo autor. Estamos aquí frente a un romanticismo (romanticismo tradicional, si se prefiere) que se traduce en la ambivalencia que lleva al autor a desear la modernización de España y a apenarse por la desaparición de tipos y costumbres propios a su país.

    Larra es bien distinto en este aspecto pues intenta desenmascarar y destruir a toda costa lo que él denomina la hipocresía de la sociedad. El tono de Larra es acerbo, y su sátira mordaz. No nos ha de extrañar que autores como Lorenzo-Rivero hayan trazado un agudo paralelismo entre la crítica del gran pintor Goya y los artículos de Larra. (Al igual que en los Caprichos del primero, Larra recurre a la caricatura y a lo grotesco para criticar la hipocresía: es lo que ocurre, por ejemplo, en “El mundo todo es máscaras. Todo el año es carnaval”, donde el escritor costumbrista describe males idénticos a los dibujados en “Máscaras crueles” y pintados en “El entierro de la sardina”. (…)


    https://www.researchgate.net/publica...IONES_EUROPEAS
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    Re: Literatura costumbrista española

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    "Los españoles pintados por sí mismos"

    (…) Más concretamente en los años 1843 y 1844 aparecieron sendos volúmenes que llevaban por título Los españoles pintados por sí mismos. La introducción, cargada de desengaño, habla del objetivo de esta obra: incluir “entes físicos y morales” de la “diabólica escala graduada” que ofrece la sociedad”. Alude a las compilaciones realizadas en Inglaterra, Francia y Bélgica y de la necesidad de reunir a una serie de escritores que den cuenta de los diferentes “tipos” y “fisiologías”. Los colaboradores de esta compilación son por lo general escritores muy señalados: el duque de Rivas (1791-1865, quien arrancando del neoclasicismo escribe en 1835 Don Álvaro o la fuerza del sino, drama emblemático del romanticismo español), Antonio Gil de Zárate (1793-1861), dramaturgo que tras una época neoclásica irrumpe con marcadas obras románticas), Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873, dramaturgo, ensayista y costumbrista de gran renombre), Juan Eugenio Hartzenbusch (1806-1880, célebre por su drama romántico Los amantes de Teruel de 1837), Francisco Navarro Villoslada (1818-1895, paladín del periodismo integrista y de la novela histórica) y, entre otros más, Ramón de Navarrete (1822-1889, prolijo dramaturgo y costumbrista).





    En un momento determinado, el prologuista confiesa la dificultad de la empresa; es entonces cuando afloran dos de las características esenciales del costumbrismo español arriba mencionadas: la difícil coyuntura social debido a las recientes “revoluciones y trastornos políticos” y el “espíritu de extranjerismo” reinante. La situación social importa pues hace referencia a una España conmocionada; la presencia del elemento foráneo conlleva cierto tinte de xenofobia. Así escribe el autor de la introducción: “este espíritu de extranjerismo que hace años nos avasalla, y que nos hace abandonar desde el vestido hasta el carácter puro español, por el carácter de otras naciones, a las cuales pagamos el tributo más oneroso: el de la primitiva nacionalidad” (1843). Esta defensa de lo indígena recuerda la tendencia romántica de Estébanez Calderón y Mesonero Romanos por recuperar sobre el papel lo que está desapareciendo en la realidad. De hecho “El solitario” firma el artículo titulado “La Celestina” y “El curioso parlante” firma otros dos artículos: “La patrona de huéspedes” y “el pretendiente”. Siguiendo esta línea, no está de más enumerar algunos títulos que recalcan lo pintoresco español: “El torero”, “La castañera”, “El ama del cura”, “La gitana”… No les faltaba razón pues de hecho algunos de estos tipos sociales ya son inexistentes en la actualidad. En España ya sólo se pueden contemplar en dibujos, grabados, antiguas fotografías y, por supuesto, en esta compilación: “El indiano” (privativo de la historia española por aquellas fechas), “El aguador”, “El choricero” (éstos dos últimos firmados por “Abenámar”, seudónimo elocuente para el caso), “El demanda o santero”, “La santurrona” (tipos íntimamente ligados al estereotipo religioso de España), “La maja” (inmortalizada por Goya), “El bandolero”, “El guerrillero” (tipos éstos surgidos con motivo de la guerra napoleónica y paradigma por lo tanto de las conmociones señaladas), etc. (…)

    José Manuel Losada

    *

    El artículo completo se puede leer aquí:

    https://www.researchgate.net/publica...IONES_EUROPEAS
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