Larra crea en 1828 El Duende Satírico del Día, una efímera revista donde este paladín del periodismo español sólo llegó a publicar cinco artículos. En 1832 Larra crea una nueva revista, El Pobrecito Hablador, de la que sólo saca a la luz catorce números. Desde 1835, Larra comienza a escribir en la Revista Española, pero no ya como periodista autónomo sino como asalariado. Aquí fue donde estrenó su seudónimo “Fígaro”. Otros seudónimos utilizados por Larra son “El duende satírico”, “El pobrecito hablador” y “El bachiller Juan Pérez de Munguía”. Bajo estas firmas aparecen más de doscientos artículos de Larra en la Revista Española (1832-1835), El Correo de las Damas, El Observador, Revista Mensajero (1833-1835), El Español, El Mundo y El Redactor General (1835-1836). Las clasificaciones de sus artículos son diversas. Lomba los clasifica en “Artículos de costumbres”, “Artículos políticos” y “Artículos literarios”; Seco prefiere una clasificación más amplia: “Artículos de crítica político-social” y “Artículos de crítica literaria”.
La originalidad de este costumbrista español reside en tres elementos: su uso de la palabra, su aportación crítica y su conciencia de la modernidad del género. Respecto a su dominio del lenguaje, Varela pone de relieve su genio expresivo —su manipulación genial de la palabra— y su empeño suicida de pasar todo por la aduana de su temperamento personal; es decir, su romántico autobiografismo (1962). Sin duda entramos aquí en uno de los aspectos más importantes del costumbrismo crítico español: rebasar lo meramente circunstancial para incidir en la médula permanente. No podrá extrañarnos que su crítica siga siendo asombrosamente actual. Crítica que nace de su amor a la patria y de su deseo por mejorarla sabiendo perfectamente cuáles son sus puntos débiles. Uno de ellos es la pereza tal y como la describe en tantos artículos y de modo especialmente mordaz en “Vuelva usted mañana” (El Pobrecito Hablador, 14 de enero de 1833). (…)
Por su vertiente crítica corren un sinfín de felices ideas indudablemente fecundas aun para el crítico de hoy en día. En este sentido, Larra demuestra que conoce como ningún otro dicha sociedad. Larra es un anatomista que disecciona el cuerpo sin que éste pierda vida, un fotógrafo que sabe captar la imagen en el momento preciso de mayor efecto cromático, un auténtico estudioso de carácter y de caracteres. Larra comprende lo que significa algo tan esencial en la literatura de la época como es la fisiología y la fisionomía. Él mismo lo dice al establecer los requisitos de su profesión: “Es […] necesario que el escritor de costumbres no sólo tenga vista perspicaz y grande uso del mundo, sino que sepa distinguir además cuáles son los verdaderos trazos que bastan a dar la fisonomía; descender a los demás no es retratar una cara, sino asir de un microscopio y querer pintar los poros” (“Panorama matritense. Artículo primero”). (…)
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A pesar de los puntos comunes existentes entre estos tres escritores, queda de manifiesto que cada uno conserva su propia idiosincrasia. Los rasgos más notables del estilo de Estébanez Calderón (el casticismo, la imitación de la prosa del Siglo de Oro, la verbosidad ampulosa) no entran en la expresión de Mesonero Romanos. También es preciso reseñar que para Estébanez Calderón lo pura y netamente español es lo andaluz en su vertiente festiva. También en este punto se distancia de Mesonero Romanos y Larra pues éstos dos últimos abundan en la representación de tipos ordinarios cumpliendo sus faenas cotidianas.
Por otro lado, Estébanez Calderón dirige su enfoque especialmente hacia la clase baja ya que piensa que ésta conserva mejor que ninguna otra la esencia espiritual de la cultura andaluza; muy distintos en este aspecto son Mesonero Romanos y Larra, quienes describen y escriben sobre todo para la clase media de la sociedad española.
Sin embargo, tanto Estébanez Calderón como Mesonero Romanos retratan nostálgicamente la sociedad española; punto en el que difieren sensiblemente de Larra. Les une su intención de preservar en el arte lo que desaparece en la realidad.
Este aspecto, íntimamente ligado al romanticismo donde aflora el cuadro de costumbres, conduce a los autores de Escenas andaluzas y Escenas matritenses a introducirse donde muy pocos escritores se habían adentrado hasta entonces. Esta nostalgia romántica busca por todos los medios que lo indígena perdure “sin mezcla ni encruzamiento de herejía alguna extranjera” (Estébanez Calderón, “Dedicatoria”, 1985: 54). Si acaso lo indígena está condenado a desaparecer, el espíritu romántico procura que al menos quede “consignado […] a la manera que el diestro escultor imprime en cera (o sea en yeso) la mascarilla del cadáver que va a desaparecer de la superficie de la tierra para ocultarse en su interior” (Mesonero Romanos, “Al amor de la lumbre, o El brasero”, 1983: 503-508).
Es un tradicionalismo y un indigenismo propio del romanticismo; algo que posteriormente volverá a ser reelaborado en la reviviscencia ficticia de Valle-Inclán. Quizás haya que añadir que este tradicionalismo que aboga por la perdurabilidad de las costumbres arraigadas se opone a la infuencia francesa: casos de galofobia no faltaban por entonces. Otro tanto se refleja en el artículo de 1833 firmado por Mesonero Romanos y titulado “El extranjero en su patria” (1983: 137-142); estas reflexiones encontrarán eco cuatro años más tarde en “La literatura”, otro artículo del mismo autor. Estamos aquí frente a un romanticismo (romanticismo tradicional, si se prefiere) que se traduce en la ambivalencia que lleva al autor a desear la modernización de España y a apenarse por la desaparición de tipos y costumbres propios a su país.
Larra es bien distinto en este aspecto pues intenta desenmascarar y destruir a toda costa lo que él denomina la hipocresía de la sociedad. El tono de Larra es acerbo, y su sátira mordaz. No nos ha de extrañar que autores como Lorenzo-Rivero hayan trazado un agudo paralelismo entre la crítica del gran pintor Goya y los artículos de Larra. (Al igual que en los Caprichos del primero, Larra recurre a la caricatura y a lo grotesco para criticar la hipocresía: es lo que ocurre, por ejemplo, en “El mundo todo es máscaras. Todo el año es carnaval”, donde el escritor costumbrista describe males idénticos a los dibujados en “Máscaras crueles” y pintados en “El entierro de la sardina”. (…)
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