LA LÍRICA.
Iniciase en lucha el Siglo de Oro. Lucha de la corriente tradicional española con las innovaciones renacentistas importadas de Italia: Cristóbal de Castillejo contra Boscán; es decir, el ritmo viejo del dodecasílabo y el magnífico martilleo del octosílabo de los romances contra el sonoro y majestuoso endecasílabo italiano traído por Boscán y Garcilaso. No triunfó, en realidad, ninguna de ambas tendencias. Los dos se afianzaron en nuestra gran poesía de los siglos XVI y XVII. El endecasílabo tomó en España carta de naturaleza, hasta no tener nada que envidiar al propio Parnaso italiano.
Garcilaso de la Vega (1503-1536), el soldado-poeta, con sus Eglogas, Canciones y Sonetos marca el punto culminante de la escuela italianista. Pronto surgen tendencias nacionales de nuestra lírica, como síntesis de las primitivas escuelas.
Una orientación sobria, profunda, de corte horaciano marca la escuela salmantina. Su gran representante es Fray Luis de León (1527-1591), cuyas Odas al modo de Horacio alcanzan alturas dignas del original y cuyas traducciones (de Virgilio, de Horacio, del Cantar de los Cantares, etc.) son comparables a los propios modelos. El cantor de la Noche oscura del alma (San Juan de la Cruz) y el bachiller Francisco de Torre pertenecen a esta tendencia.
Al lado de ésta manifiéstase, más impetuosa, más solemne, más esmaltada de exuberancia retórica, como inspirada en los libros sagrados, la escuela sevillana, cuyo representante máximo es Fernando de Herrera (m. 1597), llamado “el Divino”, poeta elegíaco, amatorio y, sobre todo, poeta heroico, como cantor de Lepanto y de La pérdida del rey don Sebastián.
Con el siglo XVII advienen más hondas divisiones. Por un lado, continúase la línea clásica, inspirada en las escuelas salmantina y sevillana; está línea horaciana es la de la escuela aragonesa, de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola (m. en 1613 y 1631, respectivamente), y es también la de Rodrigo Caro, el cantor de Itálica (m. en 1647), elegíaco incomparable; el capitán Fernández de Andrada, autor de la Epístola moral a Fabio, y otros.
Y por otro lado surge, como triunfo singular del barroco, una especie de heterodoxia poética, cuya preceptiva viene a ser la Agudeza y Arte de Ingenio, de Gracián, y cuyo maestro y pontífice es el genial don Luis de Góngora y Argote (1561-1627). Góngora, tan combatido y denigrado en otro tiempo, ha sido hoy reivindicado como uno de los grandes poetas de todos los tiempos. Clásico, popular y diáfano en letrillas y romances, es a veces enigmático, pero siempre genial, en sus obras culteranas (Soledades, Polifemo y Galatea, etc.).
(continúa)
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