Dejando de lado que se le debiera o no haber ordenado sacerdote a Lope, tampoco duró para siempre su amancebamiento, y si bien débil y pecador se arrepentía muy sinceramente aunque volviera a caer. Él era muy consciente de su debilidad, así como de su indignidad como sacerdote. Basta recordar el conocido soneto "Cuando en mis manos, Rey Eterno, os miro". No como Lutero que era abiertamente carnal y se jactaba de ello. Y Lutero murió sin renegar de su herejía y su vida licenciosa. Basta leer los sonetos de arrepentimiento que escribió Lope, algunos de ellos conocidísimos, así como sus menos conocidas jaculatorias y sus soliloquios del alma a Dios. Nos encontramos ante un hombre complejo, a la vez piadoso y pecador, más como el publicano que como el fariseo de la parábola. En general, las poesías mundanas de Lope no me atraen mucho (si bien no les niego su indudable mérito literario). Aprecio mucho más el teatro, pero sobre todo la poesía religiosa, precisamente por manifestar una actitud tan dolorosa de arrepentimiento. Por eso llega a tanta altura poética. Yo mismo he llegado a usar en alguna ocasión alguno de esos sonetos como acto de contrición.
Temores en el favor.
Cuando en mis manos, Rey eterno, os miro
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto
y la piedad de vuestro pecho admiro.
Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto,
que arrepentido de ofenderos tanto
con ansias temo y con dolor suspiro.
Volved los ojos a mirarme humanos,
que por las sendas de mi error siniestras
me despeñaron pensamientos vanos;
no sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
Vos le dejéis de las divinas vuestras.
Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.
Cuando miro los años que he pasado,
la divina razón puesta en olvido,
conozco que piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.
Entré por laberinto tan extraño,
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño;
Mas de tu luz mi escuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño,
vuelve a la patria, la razón perdida.
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,
Vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.
Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero... ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí!¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía!
¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos -respondía-,
para lo mismo responder mañana!
Yo dormiré en el polvo, y si mañana
me buscares, Señor, será posible
no hallar en el estado convenible
para tu forma la materia humana.
Imprime ahora, ¡oh fuerza soberana!
tus efectos en mí, que es imposible
conservarse mi ser incorruptible,
viento, humo, polvo y esperanza vana.
Bien sé que he de vestirme el postrer día
otra vez estos huesos, y que verte
mis ojos tienen y la carne mía.
Esta esperanza vive en mí tan fuerte
que con ella no más tengo alegría
en las tristes memorias de la muerte.
Qué ceguedad me trujo…
¿Qué ceguedad me trujo a tantos daños
¿Por dónde me llevaron desvaríos
que no traté mis años como míos
y traté como propios sus engaños?
¡Oh puerto de mis blancos desengaños,
por donde ya mis juveniles bríos
pasaron como el curso de los ríos,
que no los vuelve atrás el de los años!
Hicieron fin mis locos pensamientos:
acomodóse el tiempo a la edad mía,
por ventura en ajenos escarmientos;
que no temer el fin no es valentía,
donde acaban los gustos en tormentos
y el curso de los años en un día.
Si culpa el concebir…
Si culpa el concebir, nacer tormento,
guerra vivir, la muerte fin humano;
si después de hombre, tierra y vil gusano,
y después de gusano, polvo y viento;
si viento nada, y nada el fundamento,
flor la hermosura, la ambición tirano,
la fama y gloria, pensamiento vano,
y vano en cuanto piensa el pensamiento,
¿quién anda en este mar para anegarse?
¿De qué sirve en quimeras consumirse,
ni pensar otra cosa que salvarse?
¿De qué sirve estimarse y preferirse,
buscar memoria habiendo de olvidarse,
y edificar habiendo de partirse?
¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!
Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido,
al mismo precio que me habéis comprado.
Besos de paz os di para ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
yerran cuando los hallan los esclavos,
hoy que vuelvo con lágrimas a veros,
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendreisme seguro con tres clavos.
Marcadores