Maese Antonio de Cabezón (1510-1566) es uno de los organistas y compositores españoles más importantes. Criado de cámara y capilla durante 40 años, estuvo al servicio personal del Rey, siendo una personalidad importante en la corte de Felipe II. Prueba de ello es que el Rey decretó tres días de luto el día de su muerte y encargó a Sanchez Coello, su pintor personal, un retrato póstumo para colgarlo en palacio y poder recordar así a su amigo y fiel servidor.
Ciego desde niño, logró aprender el oficio de músico y compositor. Cabezón, con tan sólo 16 años de edad, ya estaba al servicio del príncipe Felipe. Siguió a su señor en todos sus viajes europeos, incluído el "Felicísimo Viaje" en el que el Príncipe Felipe visitará a su padre en los Países Bajos para conocer a sus futuros súbditos. El viaje duró desde 1548 a 1551 y discurrió por Italia, Alemania y Flandes, lo que le permitió a Cabezón difundir sus composiciones, que alcanzaron gran fama por toda Europa. Pasaron por Barcelona, Génova, Milán, Mantua, Augsburgo y Heidelberg. El 1 de abril de 1549 llegaron a Bruselas, donde el Príncipe se reuniría con su padre Carlos V. En todos estos lugares el Príncipe y su numerosa comitiva fueron recibidos con festejos y torneos, donde la música de Cabezón sonaba junto a la de otros maestros europeos. Así lo cuenta Juan Cristóbal Calvete de Estrella, cronista oficial de estas jornadas, cuando se encontraban en Milán:
"La cena fue alegre y se bebió mucho vino. Se terminó a las diez y entonces empezó la fiesta. El primero que salió a danzar fue el Príncipe, que lo sacó una dama, la más hermosa de las italianas. Y después de haber danzado algunas muy bien pavanas y gallardas, se comenzó la danza del hacha, donde salieron damas y caballeros a a danzar por su orden. Y el Príncipe, después de haber danzado con la hija del gobernador, hizo que sacasen al Duque de Alba y al Marqués de Astorga."
<em>
Última edición por Valderrábano; 05/07/2013 a las 06:06
1548: Felipe II inicia el felicísimo viaje.
por Pedro García Luaces
El 2 de octubre de 1548 Felipe II, todavía príncipe, iniciaba el conocido como «felicísimo» viaje, en el que visitará a su padre en los Países Bajos para conocer a sus futuros súbditos. Felipe tenía ventiún años y ya llevaba un lustro gobernando en España ante las ausencias del Rey. Sin embargo, nunca había salido del país y eso, para un rey viajero como Carlos V, suponía una carencia en la formación de su hijo. Por otro lado estaba la propia ambición de Felipe, que no quería ser mero espectador del reparto de la fabulosa herencia del emperador. Felipe debía darse a conocer y seducir a sus súbditos flamencos, pero no sólo a ellos. Dicen que el príncipe preparó la ruta de su felicísimo viaje para navegar hasta Italia y acceder por el norte del Milanesado hasta Alemania. El príncipe deseaba también la corona de emperador.
Partió el futuro Felipe II el día 2 de octubre con un suntuoso cortejo dispuesto a deslumbrar a la nobleza europea. El príncipe no viaja solo. Lo más granado de la aristocracia española le acompaña, incluidos los duques de Alba y de Sessa. En Italia movilizará a los tercios para que su paso por Alemania vaya acompañado de la consiguiente exhibición de poder. Serán seis meses de recepciones, bailes y banquetes en los que la nobleza europea competirá por agradar y rendir pleitesía a nuestro príncipe, del mismo modo que éste se esforzará por resultar tan afable y refinado como los nobles italianos, beber tanta cerveza como los príncipes alemanes y flirtear con todas las damas. En Bruselas, el heredero se encuentra con su padre, al que nota avejentado. Juntos viajarán por los Países Bajos y el Rey trasladará a su hijo las últimas lecciones magistrales sobre el arte de gobernar y el carácter de los pueblos.
Tres años después de partir, maduro, viajado y cosmopolita, Felipe regresará a España para tomar las riendas de su reinado. No logrará el trono imperial, pero el viaje ha sido la gran experiencia de su corta vida. Su nulo don de lenguas, su fama de abstemio, su poca pericia en las justas y sus excesos con las mujeres habían jugado en su contra. En cualquier caso, su prudencia había evitado que las cosas pasaran de ahí. Pronto iba a ser más poderoso de lo que ningún príncipe europeo había soñado y, ante esta circunstancia, la simpatía era secundaria. Bastaba con infundir respeto, cuando no temor.
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores