El aporte negro y gitano a nuestras músicas
Escribe: Antonio Moreno Ruiz.- Suele haber mucha confusión a la hora de explicar el origen del flamenco, así como el origen de la música criolla, intentando buscar siempre una suerte de “origen único/determinante”; y nada más lejos de la realidad, porque de hecho, tanto en las artes como en otras muchas facetas de la cultura no existe eso de un “origen único/determinante”, sino que se van formando las cosas por la interacción compleja de diversos elementos, filtrados a su vez por los tiempos y las circunstancias.
En el devenir del flamenco (que como tal comienza ya muy avanzado el siglo XIX), hallamos una curiosa confluencia de elementos orientales, barrocos e hispanoamericanos. Y es que no sólo España influenció en América, sino que también se influenció de América. Muy pronto el Nuevo Continente alcanzaría logros artísticos tales como el arte indio-cristiano de las misiones franciscanas de México o las escuelas pictóricas de Quito y Cuzco. Una iconografía propia, de un barroco nunca interrumpido (sin el freno agresivo que la Ilustración del XVIII quiso imponer en Europa) y moldeado según la nueva realidad. Y una música también evolucionada y propia, mestizada por sus diversos actores, e imitada en la Europa culta de los siglos XVII y XVIII. Hay motivos de sobra para que nos sintamos orgullosos y dejemos de andar con la cabeza agachada. Somos hijos de una gran cultura que se está reencontrando en el tiempo.
De todas formas, válganos un dato complejo para reforzar el caso: En Sevilla hubo una pequeña pero importante comunidad negra documentada ya en el siglo XIV, prologándose hasta el XVIII. Sin embargo, es a partir del mentado XVIII cuando se les va perdiendo la pista. ¿Desaparecieron? No. Muchos emigraron para América (principalmente a Cuba) y otros se quedaron en los arrabales a donde también fueron a confluir moriscos (hispano-musulmanes, que no “árabes”), gitanos y los llamados “castellanos pobres” o “de malvivir”. Este “encuentro” se dio en el barrio sevillano de Triana, a la sazón, una de las más importantes cunas del flamenco. Y es que la personalidad y cultura del gitano andaluz no se entiende sin este hondo mestizaje; así como las músicas de Andalucía e Hispanoamérica se forjan a través de muchas idas y vueltas, arrancando de rasgos antiguos hasta evolucionar tal y como las conocemos hoy.
Fijémonos en que ni los negros del Sudán hacen música criolla ni los gitanos de la India hacen flamenco. Sin un acervo cultural previo y laborado, nada puede salir, porque como decía el poeta Manuel Machado, sólo Dios crea mundos de la nada. Por eso mismo, si bien es válido y acertado reconocer el papel que muchas familias gitanas y negras han tenido como transmisoras de música, aportando sus importantísimos toques personales, no es cierto que fueran ellos los “inventores”. Las músicas son como redes tejidas por diversos pescadores, y tanto en el flamenco como en la música criolla se dieron interacciones complejas y muchas redes de ida y vuelta.
El aporte negro y gitano a nuestras músicas - La Abeja
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