Entrevista realizada a Andrés Amorós por Stefano Russomanno para el ABC.
__________________________
En su último libro, «La vuelta al mundo en 80 músicas», el escritor y crítico ofrece un asequible compendio de sus amores musicales.
Entre los muchos intereses de Andrés Amorós, la música posiblemente sea el más añejo y hondo. «La música es para mí el lenguaje más elevado, porque es el más abstracto», confiesa. Desde hace un tiempo, Amorós da rienda suelta a su afición desde el programa radiofónico «Música y letra» en es.radio. Ahora, ofrece en el volumen «La vuelta al mundo en 80 músicas» (La Esfera de los Libros) una suma de su amplia cultura musical en clave divulgativa.
-¿Cómo definiría su libro?
-Son momentos y fragmentos de música que me han tocado el corazón. Está dirigido a no especialistas con un estilo sencillo, nada técnico, tratando la materia con amor y sin respeto reverencial. Con estas páginas me gustaría contagiar pasión por la música. Mucha gente se asusta con la música clásica. Pero, como todo en la vida, hace falta aprendizaje. La primera vez que pruebas el «whisky» lo normal es que no te guste, luego te acostumbras y poco a poco lo vas saboreando y descubres que los hay mejores y peores. Hay que buscar el lado abierto de mucha gente que no conoce ciertas músicas pero que tiene sensibilidad para descubrir una belleza que no le habían explicado hasta ahora.
-Empecemos por la cumbre: Bach.
-Hay artistas que no es que sean los mejores, sino que encarnan absolutamente un arte. Si pienso en la novela, es Cervantes; en el teatro, es Shakespeare; en la pintura, Velázquez. Si pienso en la música, es Bach.
-¿Una pieza de Bach por la que siente especial veneración?
-La «Chacona» de la «Partita para violín nº 2». Lo tiene todo: seriedad, hondura, gravedad, comprensión de la vida y la muerte. Hay momentos en los que algunos genios se asoman al más allá. Este es uno de ellos.
-El capítulo sobre Sergiu Celibidache lo titula «El número uno». Toda una declaración de intenciones.
-Era inaguantable, pero tenía una capacidad de análisis excepcional, una visión clara como al microscopio. Te hacía escuchar la pieza musical como si naciera para ti en ese instante. Entre los conciertos más extraordinarios a los que he asistido, están las sinfonías de Bruckner dirigidas por Celibidache.
También hay lugar en el libro para la alegría.
-¿Para qué sirve el arte? En principio no sirve para nada, pero sirve para lo más importante: para darnos alegría y consuelo. La «Primavera» de Vivaldi, por ejemplo, ¿cómo no va a proporcionar una alegría contagiosa? Beethoven te lleva del dolor a la alegría. No es la alegría tonta de quien no ha vivido nada: es la obra de alguien que conoce la vida y, a pesar de eso, sabe sacar alegría. Es un don extraordinario. «El arte, decía Valle-Inclán, es la eterna primavera en medio del invierno».
-Unos cuantos capítulos están dedicados a la zarzuela.
-He defendido mucho la zarzuela. Más que la zarzuela «grande», que a veces me parece pretenciosa, me gusta el género mal llamado chico. El término «chico» da la impresión de algo bajo y no es así. Para empezar, no hay géneros superiores o inferiores. Un buen sainete es mejor que una mala ópera. En la zarzuela hay verdaderas maravillas musicales y literarias. Como «La verbena de la Paloma» de Bretón o «»La Gran Vía de Chueca, que dejó atónito a Nietzsche.
-A Albéniz le define como «un compositor catalán cantando su amor por las tierras y melodías de España». Supongo que la observación es inducida por los tiempos actuales.
-Ha habido toda una cultura catalana que, con sus peculiaridades, formaba parte de la cultura española. La barbarie actual consiste en ignorar esto. La independencia de Cataluña se plantea en el sentido más provinciano. Albéniz es universal: vivió en París y escribió sin ningún complejo una «Iberia» que es algo más que Andalucía, tópico y folclore. Se puede ser perfectamente catalán, español y europeo al mismo tiempo.
-Como Federico Mompou, al que trató personalmente.
-Tengo por él una gran debilidad. Su «Música callada» es una obra muy honda. En los años en los que estuve de director cultural de la Fundación Juan March, le hicimos un homenaje para echarle una ayuda. No andaba muy bien de dinero. Su música es como era él: una persona seria, educada, introvertida.
La canción francesa tiene un lugar importante en el libro. Sobre todo Brassens, del que García Márquez decía que era el mejor poeta francés vivo.
-En mi época juvenil, nuestra cultura era más francesa que inglesa. Cuando era chico y me preguntaban qué músicos me gustaban más, contestaba: Bach y Brassens. Sus canciones me las sé de memoria.
-También reivindica la labor poética de Bob Dylan.
-La decisión de dar el Nobel a Dylan fue discutible, pero no entendí la polémica. Lo he escuchado en vivo dos o tres veces. Como cantante es malo, como instrumentista es limitado, como compositor es bueno, pero como poeta es fantástico. Ha conseguido unas imágenes que se han logrado imponer en el imaginario colectivo del mundo entero.
-A Leonard Cohen le conoció aún más de cerca.
-Cuando le asignaron el Premio Príncipe de Asturias, el día antes se organizó un encuentro con el público. Su manager puso una condición: que fuera yo quien lo realizara. ¡Imagínese mi sorpresa! Resulta que tiempo atrás le había dedicado un programa en la radio. El programa lo oyó una señora en Barcelona cuyo hijo acompañaba a Cohen por España. Este envió la grabación al cantante y a Cohen le gustó el enfoque. Por eso dio mi nombre. No quería que los periodistas se decantasen por el lado del cotilleo. Quería ser considerado un músico y un poeta. Era un señor tímido y melancólico.
-En la introducción, hace referencia al divorcio que existe en España entre la música y el resto de la cultura.
-Era la preocupación básica de mi maestro Federico Sopeña. Voy a menudo a los conciertos. ¿A cuánta gente del llamado mundo de la cultura veo en los conciertos de música clásica? Me refiero a novelistas, pintores, poetas, profesores. Casi a ninguno. Por otro lado, hay músicos de un nivel cultural bajo. Hace falta trazar puentes. El problema por supuesto es de educación, pero que nuestros llamados intelectuales sean tan ignorantes musicalmente hablando, es tremendo. Es un gravísimo fallo de la cultura española. Es un aspecto que empobrece la vida cultural y es muy malo por la falta de sensibilidad que implica.
Andrés Amorós: «Hay que habituarse a la música clásica como al whisky»
Actualmente hay 1 usuarios viendo este tema. (0 miembros y 1 visitantes)
Marcadores