Los marginados de Rubalcaba
JUAN MANUEL DE PRADA
ESCUCHO a Rubalcaba decir que la reforma impulsada por Wert empujará a muchos jóvenes a la marginación, al impedirles concluir la educación secundaria. Tales milongas demagógicas las escucho justo después de ver un documental en una televisión alemana, en el que se denuncian las condiciones oprobiosas infrahumanas, en realidad en las que sobreviven un puñado de trabajadores contratados por la sucursal alemana de Amazon. Algunos de los trabajadores entrevistados eran españoles; uno de ellos, en concreto, una licenciada en Historia del Arte que vivía hacinada en una pensión infame, al estilo de los esclavos en un ergástulo. Aquella mujer, con estudios superiores, sí era una verdadera marginada.
La gente que no completa la educación secundaria no se convierte en gente marginada, Rubalcaba. Más probabilidades de caer en la marginación tiene la gente a la que se engatusa con milongas demagógicas, haciéndole creer que evitará dicha marginación por prolongar sus estudios. Lo que se precisa, Rubalcaba, no es prolongar de forma absurda los estudios, sino asegurar la dignidad del trabajo, de tal modo que quien sólo haya cursado la educación primaria pueda desempeñarse laboralmente en condiciones de justicia, respaldadas por leyes que impidan la contratación fraudulenta, los sueldos míseros, el despido a mansalva y las condiciones de trabajo oprobiosas. Y la realidad, Rubalcaba, es que el partido que diriges no ha hecho sino empeorar las condiciones laborales de los trabajadores españoles desde que ha rascado poder; primero, durante la etapa felipista, impulsando alegremente la desindustrialización del país y desmantelando la legislación garantista del franquismo; después, en la etapa zapaterista, impulsando reformas laborales al dictado de la plutocracia internacional; y, en una y otra ocasión, creando desempleo a porrillo. Y, paralelamente, dejando la educación hecha unos zorros, favoreciendo que gente sin vocación por el estudio prolongara su permanencia en las aulas, para obtener diplomas y títulos académicos que ahora sólo les sirven para limpiarse el culo. Y que, cuando la angustia los corroe, han de marcharse a Alemania, para ocuparse en trabajos abyectos, en corporaciones que actúan no al margen de la ley, Rubalcaba, sino al amparo de leyes inicuas que han aprobado los burócratas de Bruselas, o los parlamentos nacionales, infestados de demagogos como tú, que después de haber arrojado al foso de los leones a los trabajadores pretendéis posar ahora como sus paladines.
A un joven sin vocación para el estudio no hay que tenerlo rascándose la barriga en un instituto o en una universidad, para que luego termine siendo explotado en cualquier trabajo inmundo. A un joven sin vocación por el estudio hay que estimularlo en sus destrezas personales y en su pundonor, para que sea un buen labrador, un buen camarero, un buen dependiente o un buen fontanero; hay que contribuir a su formación y garantizar su promoción mediante leyes inspiradas por la justicia social, para que ese joven ame el trabajo salido de sus manos, favoreciendo las condiciones que le permitan establecerse, prosperar en su oficio y formar una familia. Y, desde luego, hay que dejar de llenarle la cabeza de milongas demagógicas, Rubalcaba. Pero yo sé bien por qué queréis llenarle la cabeza de tales milongas: para que el día de mañana, cuando después de haber prolongado inútilmente su estancia en las aulas ese joven se tropiece con la dura realidad, se convierta en un marginado, rezumante de resentimiento. Porque entonces, Rubalcaba, sólo entonces, conseguiréis que ese joven os vote.
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