Reina Maga
JUAN MANUEL DE PRADA
Las tradiciones, al crear lazos entre los hombres, forman pueblos fuertes, inexpugnables al saqueo material y moral.
Agustín de Foxá, en un grandioso y escalofriante poema, tiene una visión premonitoria de la «horda cargada de intemperie/ fumando en un balcón de Reyes Magos». Hoy, a diferencia de hace ochenta años, estos «piratas de nocturnas voces» no pueden todavía –¡pero todo se andará!– «tirar en un solar la carne/ que abrigaron la madre, las hermanas,/ para llenar de hormigas una boca/ que bebió dulce leche y tibios besos». Pero, mientras llega ese momento, necesitan seguir haciendo lo único que saben hacer, que es romper «todo lo tierno/ en sus dedos sin pasado». Y en ese afán de destrucción, esta horda manchada, descompuesta y verde no podía dejar indemne la cabalgata de los Reyes Magos.
Podían haber montado tranquilamente, que para eso son los putos amos de este Madrid desgreñado, una cabalgata en honor a Baba Yaga, la bruja que comía niños vivos, en la que desfilasen las magas Circe, Medea y Morgana, que fueron hijas y hermanas de reyes. Pero no les basta con introducir novedades infernales; necesitan también profanar las tradiciones celestiales, necesitan violar los cándidos secretos, necesitan profanar la inocencia de los niños y de los que en estos días quieren volver a ser como niños, porque saben que la niñez acerca a Dios, porque saben que quienes son como niños pueden entrar (¡horror máximo!) en el Reino de los cielos. Por eso, en lugar de montar una cabalgata en honor a sus demonios y demonias tutelares prefieren envilecer y pervertir la cabalgata de los Reyes Magos, arrojando su vómito bilioso sobre los añicos de nuestras tradiciones familiares, españolas y católicas.
Saben –aunque no hayan leído a Saint-Exupéry–que sólo las tradiciones, al vincular al hombre a su familia, a su patria y a su religión, lo protegen contra el abismo del espacio y contra la erosión del tiempo. Saben que, una vez perdido el arraigo de las tradiciones que fijan nuestra genealogía espiritual, nos convertimos en zascandiles arrojados al basurero de la Historia. Saben que las tradiciones, al crear lazos entre los hombres, forman pueblos fuertes, inexpugnables al saqueo material y moral; y, como nos quieren hechos papilla, necesitan arrasar nuestras tradiciones, para convertirnos en masa cretinizada, en chusma, en rebaño, en piara, porque allí donde se corrompen las tradiciones sólo afloran personalidades flojas y mostrencas.
Pero, en lugar de abolir por decreto y de forma abrupta nuestras tradiciones (por temor a que el expolio repentino nos empuje a la rebelión), se divierten convirtiéndolas en sucedáneos paródicos, en caricaturas sórdidas y grotescas, embadurnándolas con el vómito bilioso de sus ideologías. Por eso nos meten una reina maga entre Melchor, Gaspar y Baltasar.
Saben mejor que nadie el significado de los Reyes Magos, que vinieron desde Oriente para recordarnos que Cristo es hombre, que Cristo es Dios, que Cristo es Rey. Y saben que la devoción a los Reyes Magos, que antaño fueron venerados en toda la Cristiandad, se ha convertido, andando los siglos, en una enojosa y exasperante subsistencia hispánica. Saben que los españoles, aunque descristianizados, somos todavía el único pueblo que permanece, espontánea y ejemplarmente, fiel a los tres viajeros: a su estrella, a sus ofrendas, a su amor al Niño. Saben que esta liturgia popular es una supervivencia acérrima de nuestro genio nacional, que todavía no ha sido ahogado del todo por su vómito bilioso. Por eso necesitan ensuciarla con sus dedos sin pasado, por eso necesitan degradarla y convertirla en un adefesio, ya que todavía no pueden –¡pero todo se andará!– llenar de hormigas nuestras bocas.
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