EL PUCHERAZO
por Juan Manuel de Prada
(ABC, 22 de octubre de 2016)
Los americanos se dedican cada cinco años a fabricar un presidente a la vista del público, hasta que, después de sucesivos filtros de una sustancia democrática bastante problemática, quedan dos “finalistas” que disputan el cetro. La democracia, que allá en Atenas empezó con nueve mil ciudadanos y que en la Bastilla se creyó que era el “pueblo todo”, a fuerza de depuración se ha quedado reducida en Estados Unidos a dos señores elegidos por las oligarquías republicana y demócrata, que son las que manejan las votos en las convenciones que filtran los candidatos. Así ocurrió, al menos, hasta que Trump logró colarse en la disputa final, para desagrado y escándalo de las propias oligarquías republicanas y de los medios de adoctrinamiento que apacientan a las masas, según las consignas del mundialismo.
De una nación cuyas máximas aportaciones a la civilización han sido el trabajo en serie y el derecho del hombre a la “búsqueda de la felicidad” (que es como una caza del gamusino con estación final en el prozac o en el cambio de sexo) nada bueno puede esperarse. Trump es un típico producto americano, el "self made man" que monta un emporio inmobiliario y se dedica en sus ratos libres a tocar el culo (u otra cosa todavía más sucia) a las misses. A quienes, como Baudelaire, sólo creemos en la aristocracia del poeta, el guerrero y el sacerdote, un tipo como Trump nos parece plebeyo, capullo, chuloputas y todo lo que ustedes quieran; pero, comparado con la bruja Hilaria, hija predilecta del mundialismo, adquiere la estatura de Thomas Jefferson (que, por lo demás, tampoco era Julio César). Decía Somerset Maugham que la vida sexual del más anodino de los hombres, expuesta a la luz pública, causaría pasmo y horror; y tal vez por ello, conocedores de este efecto sugestivo que sobre las masas tienen las intimidades de bragueta del prójimo, a Trump le han sacado grabaciones chuscas del año catapún en las que expone sus expeditivos métodos de seducción, a la vez que unas cuantas señoras provectas y tirando a callos, se han empeñado en convencernos --desafiando las más elementales leyes de la verosimilitud-- de que Trump las acosaba (en lo que se probaría que Trump es un pervertido, porque es del género tonto andar acosando a señoras provectas y tirando a callos, teniendo a tantas misses al alcance de la mano). Tales episodios han causado general consternación y escándalo entre los cagapoquitos y boquimuelles de la corrección política, que se han rasgado las vestiduras, mientras las filtraciones de Wikileaks nos confirmaban lo que ya sabíamos sobre la bruja Hilaria: que ha conspirado contra su rival Bernie Sanders, que su fundación se abastece con donaciones tintas en sangre, que es la mamporrera máxima de la plutocracia internacional, que ha formado parte de consejos de administración de empresas de armamento que abastecieron al Estado Islámico, que es responsable directa del caos desatado en Libia, Siria o Irak, que… ¿Pero a quién demonios le importan estas fruslerías, cuando Trump ha estado magreando señoras provectas y tirando a callos?
Los americanos, en fin, tienen que elegir entre una genocida y un rijosillo; y el mundialismo pretende convencerlos a toda costa de que votar al rijosillo es una tragedia. Pero el mundialismo sabe que hay mucha gente que engaña a los encuestadores y se pasa por el arco del triunfo la alfalfa de los medios de adoctrinamiento de masas; y teme que estas elecciones arrojen un resultado tan poco favorable a sus intereses como los recientes referendos en Reino Unido o Colombia. No pueden permitirse otro fallo; y mucho menos un fallo de esta magnitud. Con razón Trump se huele un pucherazo.
Fuente: JUAN MANUEL DE PRADA FACEBOOK
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