Las partes en cursiva del texto se deben al propio Christopher Ferrara.
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Obispo Conley vs. Obispo Conley. ¿Qué está pasando aquí?
Por Christopher A. Ferrara
12 de Octubre de 2016
Allá por Octubre de 2014, el Obispo James D. Conley de Nebraska dijo esto acerca de las próximas elecciones del 2016:
Siempre que sea posible, los católicos tienen la obligación de votar, particularmente cuando están en juego asuntos críticos. Hoy día, en nuestro país, ciertamente están en juego asuntos críticos (…). El aborto continúa siendo nuestra vergüenza nacional. Nuestro fracaso en proteger al no nacido es un fracaso de la más alta magnitud. El derecho a la vida es el derecho humano fundamental.
¡Bravo por el Obispo Conley!
Durante los últimos dos años, sin embargo, Conley ha padecido una extraña transformación que parece reflejar un desarrollo similar al de otros prelados americanos, como el del Arzobispo Charles (“ninguna cuestión se encuentra en forma aislada”) Chaput. Conley y sus cofrades profesan estar desconcertados –¡sólo desconcertados!– acerca de cuál candidato merece en esta elección el voto católico.
Así, después de declarar que “el aborto es un grave, inconcebible e intolerable mal, y que no podemos apoyarlo en las cabinas para el voto”, como así lo hizo Conley en 2014, Conley procede inexplicablemente a reflexionar del siguiente modo:
(…) Cuando votamos, necesitamos considerar cuidadosamente los detalles específicos de cada carrera electoral. Un partidismo ciego puede ser peligroso, y tenemos que mirar la pasada retórica política y alarmismo de los medios para poder hacer discernimientos prudentes.
En cada carrera electoral, necesitamos discernir si hay un candidato que pueda favorecer la dignidad humana, el derecho a la vida y el bien común. Cuando lo hay, podremos sentirnos libres de votar en favor de ese candidato, con independencia de que sea miembro de un partido mayoritario o no. En circunstancias extraordinarias, algunos católicos pueden decidir, en buena conciencia, que no hay un candidato adecuado para un cierto cargo en particular y abstenerse de votar en esa carrera electoral en particular.
(…) Elegir no votar en favor del “Candidato A” no es lo mismo que votar activamente en favor del “Candidato B”. Ningún católico ha de sentirse obligado a votar en favor de un candidato sólo con el fin de impedir la elección de otro.
En buena conciencia, algunos católicos podrían elegir votar en favor de un candidato que, con cierto grado de probabilidad, sería más probable que hiciera algo bueno, y la menor cantidad de daño, en los asuntos fundamentales: vida, familia, derecho de conciencia y libertad religiosa. O, en buena conciencia, algunos podrían elegir al candidato que mejor represente una visión cristiana de la sociedad, independientemente de sus probabilidades de ganar. O, en buena conciencia, algunos podrían elegir no votar en favor de ningún candidato en absoluto para algún cargo en particular.
Como materia de conciencia, los fieles católicos (…) harán diferentes juicios sobre esas cuestiones, y llegarán a diferentes conclusiones; esto refleja el hecho de que el Señor nos ha dado intelectos libres y voluntades libres.
Esto no es más que un argumento ligeramente velado en favor de la abstención en esta elección, o para emitir un voto inútil en favor del candidato de un tercer partido. Es decir, es un argumento ligeramente velado en favor de la elección de Hillary Clinton. O más bien no tan ligeramente velado: “Ningún católico ha de sentirse obligado a votar en favor de un candidato sólo con el fin de impedir la elección de otro.”
¿De veras? ¿De dónde deriva Conley este principio nuevo de “conciencia”, dado que los católicos tienen el deber de mitigar el daño al bien católico precisamente votando en favor de un candidato para que así uno mucho peor no sea elegido? Esta es la razón por la que el Papa Pío XII declaró que los católicos debían, bajo pena de pecado mortal, votar en las elecciones italianas de 1946 y 1948, a fin de impedir que el Partido Comunista obtuviera una mayoría en el parlamento italiano. Esto necesariamente implicaba votar por candidatos no perfectos a fin de poder bloquear la elección de candidatos comunistas completamente inaceptables.
Ahora bien, por un lado, tenemos a Donald J. Trump:
· Ha prometido nombrar jueces conservatistas para la Corte Suprema, proporcionándonos incluso una lista de 20 jueces conservatistas para nuestro examen o revisión.
· Su compañero de campaña para la vicepresidencia, Mike Pence, promete que el
Roe v. Wade terminará convirtiéndose en un “
montón de cenizas de la historia” si él y Trump son elegidos.
· Ha prometido además defender la Enmienda Hyde, que prohíbe la financiación federal del aborto.
· Ha prometido buscar la abrogación de la Enmienda Johnson, que amordaza a las organizaciones religiosas en relación a las elecciones, silenciando la voz de la religión en la política. Él declaró incluso: “
Me figuro que ésta es la única forma de yo llegar al cielo.”
· Ha establecido un
comité consejero católico de 34 líderes católicos, entre los cuales están algunos de los más prominentes activistas pro-vida en el mundo.
· Ha prometido dejar de dar fondos a Planned Parenthood hasta que ésta deje de proveer abortos.
Ningún candidato republicano había contraído nunca tales específicos e inequívocos compromisos por la suprema causa pro-vida.
En el otro lado, Hillary Clinton promete apretar a través de un aborto federalmente subvencionado a la carta, hasta el momento mismo del alumbramiento, y embalar la Corte Suprema con tres, y quizás hasta cinco, ideólogos rabiosamente pro-muerte y pro-homosexuales, que tiranizarían América durante las siguientes décadas.
Y con todo, a la vista de estos hechos destacados, y olvidando que los católicos tienen una grave responsabilidad moral de votar por aquellos candidatos que están dispuestos a promover leyes basadas en la ley natural y contra aquéllos que promueven leyes que contradicen la ley natural, el Obispo Conley se frota su barbilla retórica y dice: “Hmm, ¡hay aquí una elección muy difícil!”
¿Disculpe? ¿Qué pasó con la declaración de Conley de 2014 de que “Nuestro fracaso en proteger al no nacido es un fracaso de la más alta magnitud” y que “el derecho a la vida es el derecho humano fundamental”? Aparentemente, Conley ha decidido de repente que la magnitud de la matanza masiva de no nacidos no es tan alta, después de todo, y que el derecho a la vida quizás no sea más fundamental que otros derechos (como el imaginario “derecho a la inmigración” sin restricciones).
Vale. ¿Qué está pasando realmente aquí? ¿De qué va todo esto? ¿Por qué el Obispo Conley y otros prelados americanos están tan claramente en el carro de Hillary Clinton? El indómito Chris Manion en el Daily Caller cree que los $80 millones en fondos federales que los obispos reciben cada año por servicios relacionados con la inmigración y otros proyectos, que Trump bien podría eliminar, constituye parte de la explicación. Él escribe:
El Cardenal Timothy Dolan de Nueva York, presidente de la conferencia episcopal en aquel momento, realmente
admitió al Wall Street Journal que los obispos habían sufrido “laringitis” en relación a la enseñanza de la Iglesia sobre matrimonio, familia y moralidad sexual… ¡desde la década de los ´60!
De manera coincidente, fue cuando los dólares federales comenzaron a fluir.
Hoy día un gran pedazo de esos fondos –diez millones al año, como mínimo– van a las agencias de la Iglesia que cuidan de los extranjeros ilegales, como contratistas del gobierno federal.
Curiosamente,
mientras que nuestros obispos han sido ruidosos en su condenación de Donald Trump (igual que Hillary, Dolan avisó lúgubremente de su “nativismo”), han sido extrañamente suaves a la hora de singularizar el historial pro-aborto de su oponente.
Exactamente es así; y supongo que constituye una buena parte de la respuesta. Pero la mayor parte, desde esta perspectiva fatimista, proviene, creo yo, de lo que el Tercer Secreto de Fátima pronostica y de lo que estamos siendo testigos hoy día: la apostasía de la Iglesia que comienza en lo más alto.
Solamente esto explicaría por qué Francisco está constantemente demandando fronteras abiertas, protección medioambiental, inmigración ilimitada y la abolición mundial de la pena de muerte, al mismo tiempo que curiosamente se abstiene de demandar la abolición mundial de la estatalmente patrocinada y estatalmente subvencionada matanza masiva de niños inocentes en el seno de sus madres. Éste es un muy peculiar orden de prioridades para un Romano Pontífice. ¿Qué otra cosa sino la “desorientación diabólica”, por citar a Lucía de Fátima, explicaría esto?
¡Que Nuestra Señora, Patrona de las Américas, interceda por nosotros por vía milagrosa para esta elección! Pues está claro que no podemos esperar ayuda ni del Vaticano ni de la indigna generalidad de los obispos americanos, que nos conducirían a sacrificarnos a cambio de un plato de lentejas federal.
Fuente: FATIMA NETWORK
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