Soborno no. Adulterio sí.


La bergogliana puesta al día del magisterio

Christopher Ferrara




Nota previa: soy lector de The Remnant y suelo ver sus microprogramas televisivos, en los que los diálogos entre Michael Matt (director) y Christopher Ferrara combinan sensatez, buen humor y sano catolicismo. Me ha sorprendido esta referencia a mi artículo "El Horror", publicado en los EE.UU. el mismo día de la elección de Francisco en Rorate Caeli a la vez que en Panorama Católico. Artículo que a ambas publicaciones, aunque más en los EE.UU., causó una fuerte y por momentos maliciosa reacción de muchos medios.

Me alegra que el Sr. Ferrara, a quien sigo con respeto y cuya fe y caridad católicas resultan evidentes, haya admitido en este artículo que no hablábamos sin fundamento. Dios preserve la magnífica obra que realizan desde The Remnant, una publicación tradicionalista (no lefebvrista, para quien pueda confundirse). Tan claramente no lefebvrista que me trata con alguna consideración.

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Mientras la increíble tragicomedia de este pontificado continúa desarrollándose, sigo volviendo sobre aquel artículo desesperado de Rorate Caeli, cuyo autor nos alertaba, en el mismo momento de la elección del cardenal Bergoglio, de que como arzobispo de Buenos Aires era “famoso por su inconsistencia”, y que “la fe y la moral parecen haber sido irrelevantes para él”. Lo que parecía una valoración intolerablemente temeraria de un Papa recién elegido resulta haber sido una valoración sobriamente realista de lo que la Iglesia iba a soportar: “el futuro nos aterroriza”, escribió.

Aquel futuro es ahora. Y el hombre que era famoso por su inconsistencia como arzobispo, ha llevado esa cualidad a un nivel totalmente nuevo como Papa. Justo hace unos días, durante una de sus espontáneas meditaciones diarias en la Casa Santa Marta, Francisco vituperó a los cristianos hipócritas -su tema favorito- con el título “Sin falsos compromisos”. Citó el relato del antiguo testamento de Eleazar, que sufrió el martirio cuando rechazó comer cerdo por orden de Antíoco, rehusando evitar el castigo simulando comer “la carne del sacrificio” , cuando en realidad consumía otro tipo de carne. Antes que inclinarse a tal simulación, Eleazar se encaminó a su muerte porque, como declaró para la posteridad: “aunque, en estos momentos, me libraría del castigo de los hombres, sin embargo no escaparía de la mano del Todopoderoso, ni vivo ni muerto.” (2 Mac. 6:26).

Volviendo a hoy en día, Francisco -como hace con regularidad-criticó a los católicos hipotéticos que presumen: “Oh, yo soy muy católico, padre, voy a misa todos los domingos”, pero después, “en la vida cotidiana, o en el trabajo, es incapaz de ser coherente” con su fe. Estos falsos católicos, dijo Francisco, sucumben a la “mundanidad espiritual”, y viven “una doble vida, la que es apariencia y la que es verdadera, y te aleja de Dios y destruye tu identidad cristiana.”

En respuesta a la objeción: “pero no es fácil, padre, vivir en este mundo, donde las tentaciones son tantas, y la astucia de la doble vida nos tienta todos los días”, Francisco respondió: “para nosotros no sólo no es fácil, es imposible. Sólo Él es capaz de hacerlo. Por ello la liturgia del día invita a rezar con el Salmo: “El Señor me sostiene”. Él es nuestro apoyo contra la mundanidad que destruye nuestra identidad cristiana.”

Todo perfectamente cierto, incluso si uno se pregunta porqué son siempre las vidas interiores de los asistentes regulares a misa las que Francisco juzga tan rápidamente. Aparte de eso sin embargo, consideren el ejemplo de incoherencia entre fe y vida que vino a la mente del Papa: “las cosas que hacemos en el trabajo, tales como ofrecer o aceptar sobornos, por ejemplo.”

¿Aceptar un soborno en el trabajo? ¿Eso es? En un mundo atrapado en una inmoralidad sexual abismal, envuelto en la fornicación, el adulterio, la contracepción y la destrucción de la vida humana in utero, todo aprobado por los “sentadores de bancos”, políticos, teólogos e incluso clérigos que pretenden ser católicos practicantes, ¿el único ejemplo de hipocresía cristiana que Francisco puede citar es un crimen económico menor, que está actualmente considerado en muchas economías una práctica de negocio legítima?

¿Qué tal este ejemplo de hipocresía: católicos que abandonan a las esposas con las que se casaron en la Iglesia, dejando detrás niños destrozados, pretendiendo casarse con otra civilmente, y que, mientras están viviendo en un estado continuo de adulterio, tienen la audacia de servir como lectores en la misa Novus Ordo cada domingo, o como padrinos, o como catequistas, proclamándose miembros de la Iglesia con buen prestigio, e incluso recibiendo la sagrada comunión? ¿Eso no implica “una doble vida, la que es apariencia y la que es verdadera, y te aleja de Dios y destruye tu identidad cristiana?”

Oh, espera. Francisco desea acomodar a este gente “integrándolos” en la vida parroquial, precisamente como lectores, padrinos y catequistas, tal y como insistió en su infame entrevista para La Nación. De hecho, éste fue el punto completo de su orquestado Sínodo “de la familia” (cf. párrafos 84-85 de la Relatio Final). Mientras Francisco rugía contra la oposición conservadora durante su discurso final a la asamblea, el Sínodo también significó “haber puesto al descubierto a los corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.”

¿Casos difíciles? ¿Pero no dijo justamente Francisco en su meditación de hace unos días que, cuando nos enfrentamos con tentaciones aparentemente irresistibles, “El Señor me sostiene”, y “Él es nuestro apoyo contra la mundanidad que destruye nuestra identidad cristiana.” No hay asistencia divina para los que se esfuerzan por vivir a la altura de su votos matrimoniales, o los que, manteniéndose en la enseñanza constante de la Iglesia, juran vivir castamente cuando las circunstancias impiden la terminación de un “segundo matrimonio” inválido?

Así que, tal y como Francisco lo ve, los que aceptan sobornos deben implorar a Dios que les ayude a resistir la tentación, mientras que los adúlteros públicos deben ser “integrados” en la vida parroquial, sin renunciar a sus relaciones sexuales adúlteras. El magisterio bergogliano sigue en marcha. Y el mundo aplaude, mientras se ríe de los católicos que intentan defender el magisterio de su Iglesia contra los caprichos de un Papa obstinado, cuyas formas nunca habían sido vistas en la Iglesia.

Christopher A. Ferrara

[Traducción de José Antonio Gutiérrez. Artículo original.]

Fuente: ]=]=>Adelante la Fe


Visto en: PANORAMA CATÓLICO INTERNACIONAL