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Tema: Prenden fuego en Cataluña al decreto con el que Felipe V quiso unificar España

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    Prenden fuego en Cataluña al decreto con el que Felipe V quiso unificar España

    Una marcha en la víspera de la Diada terminó con la quema de una copia de los Decretos de Nueva Planta en Sant Boi de Llobregat





    «He juzgado conveniente [...] reducir todos mis Reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos y costumbres, y tribunales, gobernándose todos igualmente por las leyes de Castilla». Esta frase (materializada en el primer Decreto de Nueva Planta) representaba el sueño de Felipe V. Para él, la homogeneidad era básica a la hora de lograr un perfecto funcionamiento de las instituciones y dotarlas de una mayor eficacia y rapidez.
    En base a esta idea apostó por una política de equitatividad tras tomar aquellas regiones que se habían mostrado fieles a su enemigo (el Archiduque Carlos de Habsburgo) en plena Guerra de Sucesión: Valencia, Aragón, Cataluña y Mallorca. Fue precisamente por ello (entre otras cosas) por lo que promulgó los Decretos de Nueva Planta a partir de 1707 (en el caso de Cataluña, en 1716). Un texto en el que también se abolían los fueros de aquellas urbes.
    Y una copia de uno de esos decretos es precisamente la que quemaron, el pasado domingo (y según el diario «elMón»), unos manifestantes en Sant Boi de Llobregat en la víspera de la Diada. El hecho, ya tristemente habitual año tras año, acaeció frente a las puertas de la iglesia de Sant Baldiri, donde en 1743 fue enterrado Rafael Casanova (el que fuera la máxima autoridad de la Ciudad Condal durante el asedio de las tropas borbóncias en 1714).


    Elegir bando


    El origen de estos decretos hay que buscarlo en una frase. «Empeora el Rey Católico, me dicen que parece un cadáver». Estas fueron las palabras que el embajador francés en España envió al rey galo, Luis XIV, en el año 1700. Lo que podía haber sido un mensaje sin importancia acabó, a la postre, convirtiéndose en un triste preludio de la guerra que se iba a vivir en nuestro país.
    Y es que, tras la muerte sin descendencia el 1 de noviembre de ese mismo año del monarca Carlos II (de la casa de Austria), se generó un enfrentamiento entre aquellos países que apoyaban los derechos de Felipe V de Borbón al trono (como así declaraba el testamento del fallecido) y los que consideraban que el mejor pretendiente era el Archiduque Carlos de Habsburgo (un candidato seleccionado por la alianza formada -entre otras naciones- por Inglaterra, Holanda y el bando imperial).
    Así comenzó la Guerra de Sucesión en el año 1701, un enfrentamiento en el que murió más de un millón de personas y que arrastró a todo tipo de países a un crudo enfrentamiento dentro y fuera de España. No ya solo militar, sino también estructural. Y es que, Carlos creía en el sistema foralista mientras que Felipe V (apoyado por Francia) era partidario del modelo centralista. No en vano afirmaba soñar con «reducir todos mis Reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos y costumbres, y tribunales, gobernándose todos igualmente por las leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el universo».


    España, al igual que había pasado con las potencias internacionales (a favor de uno u otro protagonista) se dividió también en dos a partir de 1704 atendiendo a sus diferentes intereses políticos. Por un lado, junto a Felipe V se posicionaron Castilla y Navarra. Por otro, y en favor del Archiduque, se destacaron principalmente Aragón, Valencia, Mallorca y una parte de Cataluña. Este último territorio, después de que Carlos de Habsburgo posara sus reales en Barcelona el 9 de octubre de 1705 tras arribar con su flota.
    «Al terminar el año, las provincias de Cataluña y Valencia se hallaban en su mayor parte en manos del ejército de la Alianza de Carlos, y en todas las ciudades catalanas se rendía homenaje al rey Carlos III, que hizo de Barcelona la sede provisional de su gobierno», explica Carmen Sanz Ayán en «La Guerra de Sucesión española».
    Lo cierto es que aquellos primeros años fueron dulces para Carlos, pero no se extenderían (para su desgracia) demasiado en el tiempo. Y es que, como bien explica el historiador Enrique Martínez Ruiz en «La España Moderna», las tropas borbónicas acabaron tomando, tras la victoria militar en Almansa (25 de abril de 1707) Valencia y Aragón. Y otro tanto sucedió en septiembre de 1714 con la derrota de la Ciudad Condal a manos de las tropas felipistas.


    Decretos de Nueva Planta

    La caída en primer lugar de Valencia y Aragón en la primavera de 1707 fue la primera oportunidad, en palabras de Martínez Ruíz, para que «la nueva dinastía acelerara el proceso centralizador» tan ansiado por Felipe V. De esta guisa, el 29 de junio de ese mismo año el monarca dictó el primero de los Decretos de Nueva Planta. Norma «por la que quedaba derogado el ordenamiento foral de Valencia y Aragón, que era sustituido en bloque por la legislación castellana», según determina el experto en su obra.
    Así pues, ambos territorios perdieron sus fueros, en palabras del experto, «por haber incurrido en rebelión» y con el objetivo de favorecer la unidad de la región.
    Otro tanto sucedió en Cataluña tras la caída de Barcelona (acaecida un año después de que se sentaran las bases de la paz a nivel internacional mediante el Tratado de Utrecht de 1713). El decreto, que se firmó el 9 de octubre de 1715 y se promulgó el 16 de enero de 1716, no contó con términos como «rebelión» y «conquista» para no herir sensibilidades, como bien explica Martínez en su extensa obra.




    A su vez, el autor es partidario de que se respetaron las instituciones que funcionaban de forma adecuada, de que «no hubo, en la práctica, una sustitución mecánica del entramado legal tradicional por el modelo institucional castellano» y de que tampoco se dio «una anexión a la Corona de Castilla de los territorios orientales de la monarquía».
    En todo caso, con los Decretos de Nueva Planta se inció un nuevo modelo de organización basado en el centralismo y en la figura del monarca. Un deseo expreso de Felipe V, ansioso por crear una administración más pareja en todos sus territorios. Así pues, y aunque es cierto que se mantuvieron los fueros de algunas regiones como premio a su fidelidad durante la contienda, el rey apostó por la homogeneidad.
    El Decreto de Nueva Planta de Cataluña estaba formado por 44 artículos pero, como señala el Ministerio de Defensa en su página web, fue el primero el que destacó sobre el resto: «Haviendo con la asistencia divina y Justicia de mi causa pacificado enteramente mis Armas ese Principado, toca a mi Soveranía establecer govierno en él, y a mi Paternal Dignidad dar para en adelante las más saludables providencias para que sus moradores viuan con paz, sosiego y abundancia…»





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