La opinión de Adolfo Careaga, que fue concejal de Bilbao, presidente del puerto de Bilbao, diputado y fundador de la Unión Foral Vizcaína.
El manifiesto por ‘La lengua común’
La lengua común tiene un nombre: Español
El más universal de los escritores que de ella se sirvieron, el vasco Miguel de Unamuno, le dio siempre el mismo glorioso nombre: Español.
Claro está que ahora se vive lo que llaman “políticamente correcto”, orientación doctrinal creada por unos eruditos a la violeta, al servicio de los funestos prejuicios políticos de un gobernante, el señor Rodríguez Zapatero, que ni siquiera está convencido de la realidad de la Nación española, pero que no tiene inconveniente en prescindir el Gobierno de lo que la Constitución llama “la indisoluble unidad de la Nación española”.
Hay que evitar a todo trence hablar de España o de lo español, para dar gusto así a los separatismos periféricos, que en el odio a la patria común fundamentan su razón de ser.
Ahora, con ocasión de un gran acontecimiento deportivo como la copa europea de fútbol, se produce una sorprendente explosión popular de entusiasmo patriótico. En todas las ciudades de España las gentes se echan a las calles, que se llenan de banderas nacionales y cantos de exaltación españolista. Es entonces cuando un Ministro del Gobierno Zapatero –según cuenta Isabel San Sebastián-, habla simplemente de “alegría cívica”, incapaz de comprender la apoteosis patriótica que en el conjunto de la Nación se ha puesto de manifiesto.
No importa que las constituciones de las Repúblicas suramericanas señalesn el español como su lengua nacional. En el manifiesto que me ocupa ni una sola vez se cita al español. Nada más a la lengua común o al castellano.
Don Miguel de Cervantes en el Quijote, cuando cita la lengua de Italia la llama el toscano. Es lógico, pues en el Siglo XVII no estaba aún constituída la unidad de la gran nación mediterranéa y la lengua del Dante y la Divina Comedia era la lengua de cultura que se extendía por toda la península. Pero supongo que hoy a nadie se le ocurriría decir que la lengua de los italianos es el toscano.
Pues lo mismo pasa con el castellano. Es el romance que, con fuerte impronta del vascuence, nace en el reino de Castilla, y se extiende, por voluntad de sus pobladores, primero a través de toda España y luego por los pueblos de ultramar. Fue el castellano, pero hoy, hablado por ciento de millones de seres humanos y lleno en contenido de términos procedentes de las culturas que, junto al glorioso Reino de Castilla formaron la Nación española, no merece otro nombre que el de español.
Y queda la otra gran falacia que en todo esto se esconde: el bilingüísmo del pueblo vasco. Una persona, o un grupo social, es bilingüe cuando emplea habitualmente dos hablas en su vida de relación, con la misma naturalidad y semejante facilidad. Este no es, para nada, el caso que nos ocupa, donde quizá en un diez por ciento de la población se de esa circunstancia, mientras que el noventa restante se expresa normalmente en español.
En la práctica, y dejándonos de elucubraciones fantasmagóricas, la lengua del pueblo vasco del Bidasoa para abajo es el español, como lo es el francés al norte del río fronterizo.
Y yo no firmo un manifiesto “por la lengua común” sino por el español. Como diría don Ramiro de Maeztu, basta ya de tartufismos
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