Una moneda que estuvo más en la mente que en los bolsillosEl rey castellano Alfonso VIII acuñó en el año 1172 el primer maravedí, que era de oroTITO ROS

Durante ocho siglos, el maravedí estuvo en la mente de todos los castellanos. Si decimos en la mente y no hablamos del bolsillo es porque la larga vida de esta moneda fue más virtual que real.
El nombre de «maravedí» proviene de la castellanización que hicieron los cristianos patrios del dinar almorávide de oro. Poco después del año mil, ya se pagaba con «maravedís murcianos», pero fue el rey castellano Alfonso VIII en 1172 quien acuñó la primera moneda autóctona castellana, que era de oro y que se llamó maravedí conviviendo con los denarios. Poca vida, sin embargo, tuvo aquella moneda, puesto que durante el siglo XIII el maravedí de oro dejó de acuñarse y fue Fernando III el Santo quien emitió una nueva moneda de oro, llamada «dobla» o «castellano».
Aunque en 1252, Alfonso X el Sabio recuperara el maravedí, llamado «blanco» por ser de plata, a partir de acuñarse la dobla, el maravedí se convirtió en una moneda de cuenta imaginaria, es decir, virtual. Por ejemplo, cuando los Reyes Católicos impusieron la unidad de cuenta castellana, se fijó que el ducado equivaldría a 375 maravedís, el real, 34 y la blanca (o vellón) valdría 2,5 maravedís. Por cierto, que la expresión «quedarse sin blanca» proviene de la moneda mencionada. Sin embargo, los castellanos que vivieron entre los siglos XII y XIX (en 1854 desapareció oficialmente el maravedí a favor del real de 100 céntimos) siempre tuvieron el maravedí en la cabeza.La expresión común entonces era «no me queda ni un maravedí».Durante todos estos siglos fueron cambiando el nombre de las monedas, pero el maravedí permanecía como unidad fraccionaria.Además, gran parte de los impuestos estaban formalizados con maravedís. Así por ejemplo, en documentos de la época hemos encontrado que en San Juan de Puerto Rico, el 22 de enero de 1820 (reinando Fernando VII) y con motivo de la colocación del alumbrado en la ciudad, consistente en lámparas de aceite de oliva, se estableció un impuesto de un maravedí por cada libra de pan comprada para costear el sistema público. En Haro, en La Rioja Alta, en 1484, los Reyes Católicos impusieron que por cada caballería cargada que atravesara el puente de Briñas habría que pagar un maravedí y por las vacías, una blanca. Si el maravedí estuvo en la cabeza de los antiguos castellanos y si estamos hablando de dinero, no será difícil encontrar esta moneda en la novela picaresca. Y, precisamente, en El Lazarillo de Tormes, anónimo de 1554, encontramos este pasaje: «Estábamos en Escalona, villa del duque della, en un mesón, y diome un pedazo de longaniza que le asase. Ya que la longaniza (el ciego) había pringado y comídose las pringadas, sacó un maravedí de la bolsa y mandó que (yo) fuese por el vino a la taberna. Púsome el demonio el aparejo delante de los ojos, el cual, como suelen decir, hace al ladrón, y fue que había cabe el fuego un nabo pequeño, larguillo y ruinoso...». Naturalmente, la historia sigue y, a buen seguro, que al ciego le tocó el nabo.


http://www.elmundo.es/papel/2002/10/...a/1243395.html