¡FAMILIAS, OS NECESITAMOS!
PEDOFILIA LAICISTA Y CAMPAÑA ANTICATÓLICA
André Gide (1869-1951) es un escritor (Premio Nobel de Literatura en 1947) que, a nuestro juicio, se convierte en modelo paradigmático de literato sodomita. Para comprender la deriva inexorable a la que nos encamina la "institucionalización" de la homosexualidad hay que descifrar el "código gideano", asumido por el mariconismo mundial. Y, comprendiendo lo que se oculta bajo el "homosexualismo" cultural, social y político es como estaremos en condiciones de entender algunos acontecimientos muy actuales.
Puede ser -es sólo un poder- que todo el estruendo mediático contra la Iglesia Católica, en lo concerniente a abusos sexuales cometidos por miembros del clero, no sea sino parte de una táctica que, a escala mundial, pugna por institucionalizar, más pronto que tarde, la pederastia.
Nos parece que no tiene mucho sentido que los mismos que preconizan, en todas las direcciones de la rosa de los vientos, la absoluta libertad sexual, nos vengan ahora rasgándose las vestiduras, interpretando el papel de personas decentes, indignadas y defensoras de la infancia ultrajada -siempre y cuando sean curas católicos los delincuentes, es obvio: defenderán a los cineastas pederastas, se partirán el cobre por los políticos pedófilos que contratan esclavos infantiles para sus nefandos vicios. Pero, ¡pena de muerte para el cura pederasta! Bien considerado, no hay que extrañarse de que sea, precisamente, la Iglesia Católica la destinataria de toda la artillería pesada de estos grupos de presión, los que están tras esta monocorde campaña, pues la Iglesia Católica es el único referente moral que le queda a Occidente (contemplemos el estado depauperado de las sectas protestantes, consintiendo la "ordenación" de sacerdotisas, el "matrimonio" de bujarrones, etcétera.) Por mucho que queramos decir, si en alguna institución occidental todavía se tienen los principios claros, ésta institución es la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana; y esto lo defendemos, pese a hacernos cargo de todo el daño que las interpretaciones heréticas y disolventes del Concilio Vaticano II perpetraron en su seno.)
Poner sobre la mesa las cifras, objetivamente ridículas en proporción al número de sacerdotes repartidos por todo el orbe o por regiones planetarias, mostrará que los casos de pedofilia en ambientes católicos son una insignificante muestra que, no por ser insignificante, deja de ser una horrorosa lacra que hay que erradicar. Es una labor atlética y laudable ésta de defender a la Iglesia de este modo, pero nosotros no vamos a hacer tal. Baste recordar, a título de escueta muestra, que D. Rafael Navarro Valls, catedrático de Derecho Eclesiástico en la Universidad Complutense, apunta que:
"Los datos que acaban de facilitar las autoridades austríacas indican que, en un mismo período de tiempo, los casos de abusos sexuales señalados en instituciones vinculadas a la Iglesia han sido 17, mientras que en otros ambientes eran 510. Según un informe publicado por Luigi Accatoli (un clásico del Corriere della Sera), de los 210.000 casos de abusos sexuales registrados en Alemania desde 1995, solamente 94 corresponden a personas e instituciones de la Iglesia católica. Eso supone un 0,045%." Véase aquí, artículo completo.
Las cifras objetivas indican que los rodillos mediáticos están empleándose a fondo contra la Iglesia Católica, como quien caza mosquitos a cañonazos. Además de la criminalización del catolicismo, aquí -mi olfato ducho en estas materias no me engaña- se está cociendo otra cosa.
EL CASO GIDE
Como decía más arriba, antes de esta digresión que acabo, la clave está en André Gide. Vayamos a Gide.
El año 1911 André Gide lanzó una edición limitada de su "Corydon" (una colección de ensayos, apología de la homosexualidad). En 1925 Gide proclamará su homosexualidad, divulgado ese "Corydon" que en 1911 no habia revestido mayor carácter que el de una especie de tanteo para sondear el ambiente. Pero la génesis de su desviación homosexual hay que ir a buscarla en "Los alimentos terrestres" (año 1897), aquí es donde el escritor se muestra más explícito, declarando en un pasaje que nos parece muy significativo lo que late bajo esa homosexualidad que, más tarde, perdida toda vergüenza, será la nota predominante del autor francés. El fragmento al que nos referimos, de la cosecha de Gide (fechado allá por 1897), que traemos a consideración dice:
"¡Familias, yo os odio! Hogares cerrados, puertas clausuradas; posesiones celosas de la dicha. A veces, invisible por la noche, me quedaba inclinado sobre una ventana, mirando largo tiempo la costumbre de una casa. El padre estaba allí, junto a la lámpara; la madre cosía; el lugar de un abuelo quedaba vacío; un niño estudiaba cerca de su padre; y mi corazón se hinchaba con el deseo de llevarlo conmigo por los caminos".
Leyendo este pasaje quedamos horrorizados. El presunto poeta se nos presenta, en el mejor de los casos como un delincuente. En puridad, lo que vemos aquí no es un enfermo, ni un potencial secuestrador. Estamos ante un caso de posesión diabólica. Podemos imaginar a Gide como un vampiro que acecha a su víctima, solo a un monstruo como él puede ocurrírsele lo que declara. El niño que estudia, cerca de su padre... Esa es la presa que ambiciona cual una alimaña que agazapada, espera el momento de cazar. Y así, considerándolo como una bestia depredadora, es como podemos entender mejor todo aquello que inspira el profundo y satánico odio que Gide nos revela profesar por la familia: "¡Familias, yo os odio!". Lo que Gide odia de la familia es el orden constituido, la paz del hogar, la armonía del matrimonio, la sombra protectora del padre, la esposa y madre atareada en sus hazanas, la fecundidad del amor conyugal y su fruto... Y eso mismo -el fruto de la familia a la que odia: el niño- es lo que, sin ambages, declara desear, inflamado por un deseo que -dice- hincha su corazón. Es un deseo contra-natura, ilícito; él lo sabe.
El niño es el fruto de la familia, como institución humana, institución que por ser natural el invertido Gide odia. Y la odia por la sencilla razón de que la familia le impide acceder a su víctima. Y, también pude ser que quiera ultrajar al niño, por su propio e inextinguible odio a la familia. Tal vez sea una tendencia pecaminosa y la otra que se comuniquen malignamente, sin que Gide pueda sofocar este desorden psico-somático. Y desea al niño para, según él dice de modo eufemístico: "llevarlo por los caminos". En otros de sus libros Gide nos dirá, con asquerosos detalles, lo que para él significa "llevar por los caminos" a un efebo. Este personaje es abominable en su satanismo.
Y es que, podríamos calificar a Gide como un enfermo, sí; como alguien que padece un estado enfermizo. Pero preferimos identificarlo con lo que vemos actuar ante nosotros en lo que escribe y sabemos que vivió: es un poseso. Ese deseo que lo hincha es el estado infernal de un íncubo. Se trata de algo que se ha convertido en necesidad: una necesidad de "alimentarse" -recordemos el título de la obra "Los alimentos terrestres"- como un vampiro, alimentarse a costa de otro -en este caso de la dignidad de otro. Como un vampiro, pero sediento no de sangre (imagen y metáfora de la vida), sino hambriento de carne infantil, Gide cree poder aplacar su desorden espiritual y moral si cumple y satisface su siniestra voluntad de ultrajar al vástago de la familia, a la criatura infantil o adolescente, todavía inmadura, objeto de su obsesión... Con la satánica/vesánica voluntad última de ofender al Creador en el ultraje de su criatura.
Gustav Thibon, el filósofo francés y católico que verdaderamente caló la naturaleza (mejor dijéramos "la contra-naturaleza") de André Gide, lo dice con claridad meridiana: "Todos los esfuerzos de Gide van orientados a la disgregar en el hombre su naturaleza y su libertad. La naturaleza humana, con su constelación de fines, la imagina como una especie de yugo impuesto desde fuera a la libertad [...] Así se soslaya el verdadero problema que consiste en hacer coincidir la naturaleza y la libertad" (Gustav Thibon, "Una mirada ciega hacia la luz".)
Gide invocaba, una y otra vez, que por encima de su naturaleza humana (nacido varón), él quería ser "fiel a sí mismo". Esa presunta fidelidad tan traída y llevada era, justamente, lo contrario: pues, para justificar su vicio nefando, apelaba a una "fidelidad" que no era a su naturaleza masculina, sino a su pulsión sexual invertida. Cuando más invocaba la fidelidad a sí mismo, más se traicionaba. Mauricio Carlavilla, con finura psicológica y detectivesca, así lo afirmaba:
"Si, ciertamente, es actitud filosófica la de ser "fiel a sí mismo", como Gide pretende ser la suya, sería estrictamente necesario que fuera él también fiel a sí mismo existencial y vitalmente; y no lo es, precisamente, por ser sodomita; porque todo invertido es un traidor a sí, a sociedad y a especie. Su fidelidad no es hacia sí mismo; es una fidelidad dialéctica hacia su modo de ser; modo de ser por el cual se traiciona a sí mismo."
Desenmascarado como un vulgar sofista, en una sociedad normal, a Gide no le queda otra alternativa que rechinar los dientes y seguir mascullando: "¡Familias, yo os odio!". Pero, no lo olvidemos, la homosexualidad gideana se nos muestra en su monstruosa realidad: la homosexualidad es, como modo de ser contra-natura, pederastia pasiva, siempre dispuesta a concretarse en la pederastia activa. Recordemos, si no se nos cree, la relación que se establecía en lo que es llamado "amor griego" (homosexualidad tan extendida entre los varones griegos que hasta Sócrates incurrió en ella).
En la medida en que "Educación para la Ciudadanía" pretende sustituir a los padres (y, por extensión, suprimir a la familia) en su función de educadora de los niños, mientras el Estado se erige en fuente incontestable de orientación sexual, podemos decir que "Educación para la Ciudadanía" se convierte en la mejor aliada de los pederastas que, en un plazo impreciso, podrán perpetrar sus abominables deseos sobre los menores.
Primero, tal y como con el aborto han hecho, veremos que despenalizan los abusos sexuales a menores -¿y permaneceremos indiferentes?; luego, más tarde, veremos cómo hasta lo institucionalizan -¿consentiremos en ello? En este proyecto que se traen entre manos: legalizar la pedofilia, seguirán la misma hoja de ruta que marcaron para el aborto y para la marcha triunfante del homosexualismo hoy tolerado.
Y veremos que otra perversión será revestida de legalidad. No olvidemos que hay un antecedente en Holanda, cuando en el año 2006 un grupo de pederastas formó un partido político con el propósito de abrir brecha y poder ampliar su "despensa" de niños, con la intención de ampliar el arco de edad para mantener relaciones sexuales con niños sin verse comprometidos por las leyes vigentes. Véase pinchando aquí.
Y cuando la Iglesia Católica quiera salir al paso para enfrentarse a esta nueva depravación -calculan ellos- estará tan gastada y desprestigiada que no podrá ni rechistar. Y siempre, se dicen para sí, podrán ellos argumentar que en el seno de la Iglesia Católica había pedófilos, aunque fuesen tres casos... Los suficientes, los bastantes -según estará preparada la opinión pública- como para acusar a toda la Iglesia y mandarla callar y, claro está, mandarla que pida perdón -que es lo que ellos saben hacer: exigir que pidamos perdón, y no pedirlo ellos jamás.
EPÍLOGO
"¡Familias, yo os odio!" -es el eslogan de André Gide, pero conjugado en primera persona de plural es el que pregona esta nefasta asignatura -Educación para la Ciudadanía-, miserable remedo de adoctrinamiento impuesto por un gobierno mariconista que nos desgobierna, y contra el que nos rebelamos.
"¡Familias, os odiamos!" -dicen todos los babosos pedófilos que acechan a nuestros niños y jóvenes adolescentes, a los cuales introducen desde las aulas: 1º) En la aceptación social de lo anormal, y 2º) En la invitación a ejercitarse en lo anormal.
"¡Familias, os odiamos!" -nos lo están diciendo en cada página de esos manuales de texto que no pueden ser leídos sin que nos den ganas de hacérselos tragar a quienes los han diseñado, y lacayuelamente escrito. Hacérselos tragar, página a página, o con el tocho doblado en forma de canuto, sin que falte ni el índice, ensartárselo por la boca o por el agujero que más gustan.
"¡Familias, os odiamos!" -fue el grito de ese maricón poseso, de ese acechador de niños, André Gide. Y es el grito que hoy profieren y vociferan, todos y cada uno de los defensores de esa asignatura que, a la luz de estas revelaciones, podría desenmascararse de una vez por todas, llamándose por el nombre que mejor le cuadra, el de:
Educación para la Sodomía. Educación para la Pedofilia.
¡Familias, os necesitamos! -decimos quienes, tal vez a tiempo, queremos impedir la expansión del cáncer social que favorecen gobiernos malignos y oposiciones leguleyo-políticas inútiles.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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