SAPOS DE LA CHARCA CHARLAMENTARIA
TOLERANCIA PARA NECIOS Y ABÚLICOS
¿Nos damos cuenta? Sí. Parece que nos vamos dando cuenta y nunca es tarde, si la dicha es cierta. Nos percatamos, por fin, de que nunca fuimos tolerantes. Nunca lo fuimos. Pero como hablar de tolerancia no está multado, sino que quedaba muy bien, pues todos se apuntaron a la excursión a través de los basureros hasta el destino del matadero final e inexorable, en donde nos esperaban los matarifes que aguardan a todos los que se dejan llevar por el "tolerantismo". Pero ahora, en plena crisis económica, nuestra "tolerancia" nos está costando muy cara -lo vemos cada día con más nitidez: y más que en euros. Y cuando la situación aprieta... Se hace inaguantable situación, lo que equivale a intolerable. Nunca fuimos tolerantes, siempre lo decíamos -pues poco nos iba en ello-, pero nunca lo fuimos: latentemente ocultábamos un "intolerante" (ni siquiera había en cada uno de nosotros un intolerante, el que no toleraba a los "intolerantes patentes y notorios"). Ahora -que es cuando habría que demostrar la "tolerancia"- se demuestra justamente que la intolerancia crece. No toleramos. No se puede estar tolerando todo el día, y menos todavía: toda la vida.
Personalmente, nunca fui "tolerante" y menos todavía "tolerantista". Tengo a gala no haberme considerado jamás tolerante, y miren que soy lo más contrario a un cascarrabias. Pero nunca me gustó esa consigna, esa -lo diré con todas sus letras: mierda de consigna. Conforme iba oyendo repetirse esa palabreja, cada vez más y más monótona y machaconamente, a cada hora con más fuerza, más sospechosa se me hacía esa puta y pusilánime "tolerancia". Era como si alguien me dijera al oído: "Esto de la tolerancia os va a salir por la tapa de los sesos". Y bien se ve, por sus frutos. Se constata que la tolerancia nace de la indigencia intelectual (incapaz de advertir y reconocer la Verdad), engorda gracias a la anulación de la voluntad (que, perezosa ella, se deja hacer por mayor comodidad) y todo el volumen de lo que genera -esa tolerancia más que generar, segrega pus como una pústula- repercute en la sensibilidad.
Tolerábamos que el vecino se pasara siete pueblos dándole volumen al ruido de su tocadiscos, nos abrumaba a fuerza de decibelios, pero alguien nos decía que fuésemos "tolerantes"... Y nos quedamos sordos.
Toleramos que viniera gente con otra forma de vida, con otras ideas... Y toleramos que se asentaran aquí, como si esto fuese de todos. Y terminaron imponiéndonos su estilo de vida, sus costumbres y hasta sus credo. Y desoyeron nuestra opinión y nuestro parecer, pues los "tolerantes" éramos nosotros -nunca nos engañaron ellos, pues nunca dijeron que ellos fuesen tolerantes.
Éramos dueños de nuestra tierra -eso creíamos-, pero algunos enteradillos invocaban la "tolerancia"... Y toleramos. Y cuando nos despertamos, de la noche a la mañana, nos habían robado nuestra tierra, nos habían plantado una mezquita frente a nuestra casa, una sinagoga al volver la esquina y un comedero chino en el paseo del jardín público. Y descubrimos que nuestra casa no nos pertenecía, que teníamos que irnos a vivir debajo del puente; pues un banco se había posesionado de nuestra vivienda. En el "Chino" comíamos carne de perro, en mayor cantidad que la que Quevedo denunciaba en sus sátiras. Y por las mañanas, por tanto tolerar, nos pasó que nos tuvimos que levantar con los gorgoritos del almuédano.
Pero, claro está, ¿de qué nos quejamos? Habíamos tolerado y nos estropearon el paladar, nos dejaron más sordos que una tapia, y nos fastidiaron las napias... ¡Que ya hay que tener narices para tolerar tanto hedor! Y todavía conservamos nuestro pellejo y pescuezo, que es todo un privilegio a estas alturas. Pero, admitámoslo sin subterfugios, hasta los ojos nos duelen de ver esos atavíos exóticos, esos ropajes tan extraños que dan a nuestras ciudades un aire de ser una muestra de turismo permanente. Pero no es turismo... No se van, que vienen más.
Por no saber a ciencia cierta qué religión es la de verdad, les abrimos las puertas a todas las sectas (y creímos incluso en OVNIS). Por no saber cuál es nuestra cultura, nos atiborramos de las culturas de todos los demás, mientras se borraban todas las huellas de la nuestra propia. Y como no teníamos ganas de complicarnos la vida, nos dio por tolerar -que era lo que nos aconsejaban los anuncios publicitarios... Que pagábamos con nuestros impuestos. Así que ahora, a joderse y a aguantarse... a ser jodidos y a tolerar (que es aguantar). Ajo y agua... Ni jamón ni vino.
Pero os diré una cosa. La culpa no la tuvieron ellos, esa forastería que nos vino con sus costumbres y que, una vez asentada, nos exigió esconder nuestras costumbres. No. La culpa la tienen nuestros políticos, los falsos líderes sociales (desde el "intelectual" hipócrita que lloriquea por el hambre en el mundo, mientras se da un atracón de caviar... Hasta el payaso que se convierte en director de una cadena televisiva, pasando por el cantante que se forra y vive a todo tren cantándole a Pinochet y luego al Juez Garzón, sin ningún problema de conciencia). Y esos mierdas, sí, todos esos mierdas tienen la culpa. Así que, ¿quién no concuerda conmigo en que ya está bien de aguantarlos? Pues no los toleremos más. Ya está bien de aguantar sus tropelías, su desvergüenza y su jactancia.
Hablemos sucintamente de los políticos. Descubierta su corrupción todos se encubren las "vergüenzas" (si es que les queda alguna). Y todos a una se rasgan las vestiduras cuando oyen que hablamos -y escribimos- mal de ellos. Los políticos se hacen ricos, aprovechan su cargo para recibir regalos -que luego generosamente corresponden con privilegios a su clientela más faldera que empresarial, más obsequiosa que laboriosa y emprendedora. Se apresuran, los políticos, a señalarnos con el dedo -a todos los que proclamamos el acabóse de su "funesto imperio". Proclaman los políticos -contra nosotros- que todos los que hablamos pestes de ellos somos peligrosos: enemigos de la convivencia y de la democracia.
Si manifestamos a viva voz o por escrito nuestro hartazgo, ipso facto nos convertimos en enemigos de la convivencia y la ciudadanía. En esos actos reflejos -defensas semiconscientes- comprobamos que esa casta execrable -la de los políticos- aspira a actuar con total impunidad. Como escudo protector ponen el léxico de su vaniloquio: tolerancia, pluralidad, democracia, etcétera... Sortilegios que se muestran cada día más obsoletos. Ya nos sabemos todos el rollo. El rollo de siempre.
No quieren comprender -los políticos- que se han convertido en una clase -en la que se agrupan todos, independientemente de sus aparentes diferencias; han venido a cristalizar en una clase parasitaria y nociva que se gradúa desde las más altas esferas y que, pasando por todos los grados, desde lo más encumbrado llega al foco local de cada municipio. Lo que en Madrid se roba, si lo comparamos con lo que se roba en Tremedal de las Cigüeñas (provincia de Vardulia), solo se diferencia en la cantidad y en los destinatarios del pillaje.
Los políticos se empeñan, en estos momentos en que se destapa sus gusaneras pestilentes, en hacernos creer que son la sociedad. Que, fuera de ellos, no hay sociedad ni democracia ni puede haber convivencia, ni puede haber paz y seguridad. Pero constatamos cabalmente lo contrario, que por su blandenguería e irresolución desaparece la seguridad ciudadana, se corroe la convivencia (poniéndonos a los españoles a unos contra otros por la guerra civil, p. ej.) y, peligrosamente, nos deslizamos hacia la guerra de todos contra todos.
No. Los políticos no son la sociedad, por mucho que quieran decirnos: los políticos son, eso, los políticos. Y la sociedad los puso ahí, suponiendo ingenuamente que ellos la representarían. Pero, en el momento en que, por timoratos o traidores, se han hecho cómplices de todo lo que amenaza a esa sociedad... velis nolis: Su papel ha terminado.
Muchos políticos, la mayor parte de los políticos, son sapos de la charca charlamentaria y botarate, colaboracionistas de poderes supranacionales y ocultos, marionetas manejadas por otros... Cipayos. Y los partidos políticos, cual sentinas inmundas, no pueden correr mejor suerte que la de ser disueltos, mientras que sus "directivos responsables" pasan a ser depurados por todo el daño causado -por acción u omisión- contra la Patria.
Aplaudid, amigos, la comedia ha terminado. Empezará el llanto y crujir de dientes.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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