ESPAÑA LIBERAL... ESPAÑA SOMETIDA A INGLATERRA
Churchill, ese cínico bocazas
CON LOS LIBERALES FUIMOS COLONIA DE INGLATERRA
Si algo tenía Winston Churchill era que no se podía callar. Seis meses antes de la victoria de la España que acaudillaba Francisco Franco, Churchill declaró:
"Franco tiene toda la razón porque ama a su patria. Franco defiende, además, a Europa del peligro comunista, si se quiere plantear la cuestión en esos términos. Pero yo, que soy inglés, prefiero el triunfo de la mala causa. Prefiero el triunfo de los otros porque Franco puede ser un trastorno o una amenaza para los intereses británicos, y los otros no". Este fragmento de la entrevista que Churchill concedió a Luis Calvo, lo encontramos citado por Pío Moa en "Años de Hierro. España en la posguerra 1939-1945".
El pasaje es significativo. Es la actitud típicamente británica hacia los asuntos de España: ¿con quién está un inglés? Con quien perjudique a España, aunque la razón -el "common sense"- le pida estar en contra de los enemigos de España por ser también, por extensión, enemigos de Inglaterra. Nadie mejor que Churchill para sintetizarlo:
"Pero yo, que soy inglés, prefiero el triunfo de la mala causa".
Ni el peligro del bolchevismo soviético podría mover a un británico a ponerse de parte de alguien (Franco) que pudiera beneficiar a España, salvándola. En 1936 el marxismo era una amenaza más tremenda todavía que el nazismo alemán, pero ni el comunismo internacional pudo poner a un conservador inglés como Churchill a favor de la victoria de Franco que, pese a quien le pese, redundó en beneficio de España. Era preferible que "los otros" (los rojos) vencieran: eso vendría bien a Inglaterra, pues esos "otros" -por falta de patriotismo- jamás mostrarían ni un amago por reconquistar Gibraltar, por ejemplo; estaban más ocupados en su lucha de clases internacional.
Pero la cuestión no es Franco. No nos distraigamos. La cuestión es Inglaterra; y, claro, si aquella isla fuese un yermo despoblado, la cuestión no existiría. La cuestión de fondo son "los ingleses" y, por extensión, sus cómplices españoles: los liberales.
Advirtiendo la ventajosa posición en que quedan los ingleses en España, tras la Guerra de Independencia (prestigiados por luchar conjuntamente con nuestros ancestros en contra de Napoleón) es como podemos comprender las facilidades que se les ofrecieron para entrar a saco en España.
Se abriría así una larga y lacerante etapa en que nuestra Patria sería puesta de rodillas ante la Inglaterra, y la Inglaterra se apresuraría a la salvaje y parasitaria explotación de las riquezas naturales de nuestra Patria. Era la vergüenza en estado puro: España que había tratado de invadir Inglaterra con Felipe II, ahora era invadida "pacíficamente" por sus seculares enemigos. Esa situación ventajosa que obtuvo esa raza de filibusteros y piratas no pudo darse sin la imposición del liberalismo español (ese engendro bastardo de las ideas perversas de la Ilustración y el servil seguimiento por mímesis del descarriado camino secundado por los fragmentos heréticos de la antigua Cristiandad). Primero fueron las Cortes de Cádiz, convocadas en 1810, en ausencia de Fernando VII. El partido liberal próximo al jacobinismo se llevó el gato al agua. Como sabe quien conoce la Historia de España, esa Constitución de 1812, surgida de esas Cortes revolucionarias, sería motivo de conflicto a lo largo de todo el siglo: "El Manifiesto de los Persas" advertiría de la derrota que tomaba la cosa pública, tras constatar que un núcleo vírico revolucionario se había hecho con las Cortes.
Los liberales quedaron muy bien descritos en "El Manifiesto de los Persas":
"...aman la novedad por ostentar la sabiduría de que no poseen más que el prospecto, preocupados de ideas abstractas, ignoran lo que dista la teórica de la ejecución, principal punto de la ciencia de mandar. Están poseídos de odio implacable a las testas coronadas; porque mientras existan, no puede tener pase una filosofía revolucionaria, cuyo blanco es la libertad de costumbres, la licencia de insultar por escrito y de palabra, triunfar a costa del menos atrevido, y vivir en placeres con el sudor del mísero vasallo, a quien se alucina con la voz de libre: para que no sienta los grillos con que se le aprisiona, todo lo que produce la inquietud del Estado, y al fin su total ruina."
Es así como la Historia de nuestro presunto "constitucionalismo" es la Historia de nuestra enajenación nacional. La Historia de nuestro "constitucionalismo moderno" -ése del que alardean los petimetres que todavía quieren, en su estulticia, basar el patriotismo en la contradicción lógica y ontológica más escandalosa: el liberalismo disolvente de todo patriotismo- es la Historia de nuestra servidumbre económica, nuestra sumisión al extranjero; un extranjero muy concreto: el inglés. Esa servidumbre económica no podría haberse producido si no la hubiera precedido una servidumbre espiritual (la perversión de lo español producida por la aceptación y asimilación de las ideas ponzoñosas que la Santa Inquisición persiguiera hasta la extenuación, hasta su demolición interna).
Y es así como comprenderemos que se puede aseverar a ciencia cierta, tal y como nosotros lo hacemos, que: "Cuanto más liberalismo, menos España".
INGLATERRA SE CUELA POR LA PUERTA QUE LE ABREN LOS LIBERALES
Es entonces cuando la rapaz Inglaterra cae sobre España como nunca se le había consentido ni existieran antecedentes. Y paulatinamente, sirviéndose de su diplomacia y de sus empleados españoles -cipayos liberales a su servicio-,, los ingleses convierten a España en un territorio, una colonia a la que exprimir hasta los tuétanos, y a nuestros antepasados españoles nos los convierten en una muchedumbre avasallada por sus capataces liberales. Sólo la España carlista se revolvió contra esa situación, tal vez sin saberlo, pero intuyéndolo por su genio hispánico, preservado en el saber mediado por la Tradició. La población indígena explotada por esos nuevos dueños es contemplada por los ingleses como un "pueblo de bárbaros papistas". En el mejor de los casos, el menos malo de los ingleses sentirá una leve nostalgia -que viste de caballeresca- por lo que fuimos en otra época.
La felonía perpetrada por los ingleses -en unión de los holandeses, otros pajarracos de cuidado- en 1704 nos arrebató la Roca de Gibraltar, imprimiendo una herida indeleble al patriotismo. Pero los liberales no parecieron afectar aquella vergüenza. En Gibraltar conspiraban, ayudados por los británicos, para dar al traste con Fernando VII sin que se les ocurriera que Gibraltar era un territorio irredento.
A partir de 1812 -y progresivamente- será toda la Península la que pasará a estar sujeta bajo el yugo inglés. Esta sorda dominación se opera respetando escrupulosamente las apariencias de independencia española. Todo parece indicar que España es una nación independiente: sus políticos tienen nombre y apellidos españoles, sus militares también, el pueblo que se desangra en las guerras carlistas es español, tanto el que lucha movilizado por el gobierno liberal de turno, como el que lucha voluntariamente por la única España que puede ser concebida como España: la católica, monárquica y tradicional.
La experiencia hecha por los empiristas ingleses en la Guerra de Independencia contra Napoleón los disuadía de cometer el craso error de excitar contra ellos el furor hispánico. Había que evitar todo alarde de poder visible y patente que pudiera soliviantar al español primario y primitivo. Era mejor que gobernara el judaico Álvarez Mendizábal, o el cazurro cobarde y criminal de Espartero. Todos los llamados españoles liberales con cargo político serán, aunque haya entre ellos diferencia de grado, serviles lacayos de los intereses británicos. Desde Inglaterra se mueven los títeres y siempre ganan ellos.
El economista estadounidense, de orígenes irlandeses, Henry Charles Carey. Carey denunció con nobleza las perrerías cometidas por Francia e Inglaterra en perjuicio de España
Postulamos que Inglaterra nos sometió. Que toda la Historia de España del siglo XIX es la lucha contra nuestros dos enemigos multiseculares: la Francia revolucionaria de Napoleón que vino a las bravas, y posteriormente, la Inglaterra ladina que, bajo aspecto de pacífica presencia, logró lo que no consiguieron las bayonetas de Bonaparte.
Que los ingleses que venían a España en el siglo XIX eran ciudadanos privilegiados lo sabían hasta los gitanos de España. En una anécdota así lo recoge George Borrow, uno de esos ingleses viajeros que sospechosamente llega a España en el inicio de la Primera Guerra Carlista. Borrow había venido a ejecutar la extraña misión de "evangelizar" a la nación más cristiana y católica de todas. "La Biblia en España" fue el libro que escribió contando aquellas andanzas suyas por España. Consideramos este libro un documento imprescindible.
En uno de sus lances, Borrow nos cuenta que unos gitanos, vestidos de militares por hallarse movilizados en la guerra contra los carlistas, vieron su caballo y quedáronse prendados del animal. Haciendo uso de su uniforme, los gitanos pretendieron requisarle el caballo, para "servicio de la reina". Borrow se apresura a hacer valer sus prerrogativas como ciudadano inglés. La respuesta del cabo gitano no puede ser más inequívoca en cuanto a la situación que apuntamos:
"¡Oh, su merced es inglés! Eso es otra cosa. A los ingleses se les permite en España hacer de lo suyo lo que quieran, permiso que no tienen los españoles".
("La Biblia en España", George Borrow.)
A los ingleses se les permite en España hacer de lo suyo lo que quieran, permiso que no tienen los españoles.
La afirmación sentenciosa de ese gitano -que, recordemos, los gitanos no se sintieron jamás españoles- no es nada interesada. Es una descripción de una situación de cosas observada por el gitano que toma la palabra. Dicho aserto es una verdad tan rotunda que, registrada por un inglés, gana doble gravidez. Nuestros antepasados estaban privados de derechos en lo que se suponía era su territorio (sus bienes podían ser requisados), mientras tanto: unos extranjeros muy concretos -los ingleses- hacían gala de derechos que estaban por encima de los derechos de los autóctonos. Los gobiernos de las camarillas liberales y masónicas de la Regente María Cristina se encargaban de que eso fuese así.
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Don Felipe Arche Hermosa (1909-1987), Gobernador Civil de Jaén durante 13 años (de 1950 hasta 1963) encontró algunas pruebas clamorosas que indican el grado de sumisión española a los intereses británicos muy oportunos de recordar.
El economista norteamericano, Henry Charles Carey (1793-1879), decía -nos recordaba D. Felipe Arche:
"Inglaterra y Francia procuran, a porfía, impedir el desarrollo de la manufactura en España, creyendo, sin duda, que su propio acrecentamiento en poderío y riqueza depende del mayor grado de pobreza y debilidad a que reduzcan a las demás naciones del globo. No puede imaginarse política más mezquina que la de estas dos naciones respecto a España. Empobreciéndola, destruyendo su poder productivo, privándola hasta de adquirir la suficiente aptitud para comprarles sus propios productos."
Nos lo dice un prestigioso economista norteamericano que habla con el corazón en la mano. Nos lo recuerda uno de esos hombres capaces que Franco supo poner al frente de grandes proyectos como fue el Plan Coordinado de Obras, Colonización, Industrialización y Electrificación de la Provincia de Jaén. Plan que no quedó, como pasa con las bagatelas publicísticas de la democracia, en mercancía propagandística, sino que se llevó a cabo, efectuándose un real desarrollo de la provincia. Don Felipe Arche Hermosa, Gobernador Civil del franquismo desarrollista, fue el responsable de uno de los más grandes avances operados en la provincia de Jaén, que estuvo siempre a la zaga del progreso material y que, gracias al franquismo, pudo prosperar.
Don Felipe Arche Hermosa, alma mater del Plan Jaén, gobernador civil franquista y eminente analista económico
Don Felipe Arche Hermosa había estudiado la situación. El plan que acometió para Jaén venía precedido por un estudio pormenorizado de la Historia Económica de España. Comentando esa situación de dependencia económica que sufrió la España decimonónica, sujeta siempre a los dictados de Gran Bretaña, Don Felipe Arche dice:
"Inglaterra no sólo consiguió su objetivo inmediato de evitar que España utilice los grandes progresos de la técnica moderna, con lo que nos reduce a la impotencia política, sino que logra lavar el cerebro de los españoles tan a fondo que llega a convencernos de que somos un pueblo que tiene que buscar su prosperidad por el camino exclusivo de la agricultura, convirtiéndonos en una auténtica colonia, donde encuentran las naciones abundantes y baratos minerales en estado natural, exquisitos productos agrícolas y un lugar apto para hcer lucrativas inversiones de su capital y técnica en aplicaciones mineras, en algunas industrias sin competencia posible y en los servicios. Más o menos es lo que se venía haciendo, hasta hace poco, con cualquiera colonia africana o asiática".
El monopolio de la explotacion minera y la industrialización de España quedó vetado para los españoles. Las leyes que fueron pergeñando los liberales "españoles" del siglo XIX se hicieron a favor de Inglaterra.
"Aquí se inicia el proceso de nuestra super-agrarización, que es posible porque la capacidad del español para adaptarse a la miseria es infinita"
Afirmaba con tino D. Felipe Arche.
La adopción del librecambismo perjudicó tanto a España como granjeó beneficios a Inglaterra. Con motivo del nombramiento de José Posada Herrera (1814-1885) como presidente del Consejo de Ministros en 1883, el diario "Times" se congratulaba a cara de perro de la llegada al gobierno español de esos serviles españoles liberales, secuaces de las directrices económicas de Inglaterra y sus logias:
"Por fin, hemos hallado lo que nos convenía. El Ministerio que hoy rige los destinos de España es el Gabinete más afecto a los intereses británicos que en Europa tenemos, incluídos los de Portugal y Turquía. Esperemos que sus actos, en lo sucesivo, en nada desmerecerán de los comienzos de sus relaciones con nuestro país. El triunfo obtenido por nuestra diplomacia es inmenso, y nuestros industriales tocarán muy pronto los resultados lisonjeros del nuevo orden de cosas establecido en España, en virtud del convenio provisional ajustado recientemente entre las dos naciones. El Gobierno español merece todos nuestros más calurosos plácemes, por haber avanzado tanto en el camino del librecambismo y por haber reconocido, pro fin, el hecho de que los intereses del consumidor español y del cosechero son más importantes que los del fabricante catalán".
El Ministro de la Gobernación bajo la presidencia de Posada Herrera fue Segismundo Moret (1838-1913). Según José Antonio Vaca de Osma, el hacendado gaditano Moret era masón y "seguidor de las instrucciones que le llegaban de las logias extranjeras" (en el libro "Masonería y poder"). Sus maniobras y chanchullos a lo largo de su dilatada carrera política así lo confirman. Moret fue un egregio chalán con mandil.
Los ingleses mostraron siempre una hostilidad por España que está puesta fuera de toda duda. Sus pretensiones de someternos nunca pudieron realizarse por las armas. María Pita se lo demostró. También se lo dejó claro el vasco Blas de Lezo. Pero la intriga sectaria (de hedor masónico) y económica (financiera e industrial) logró para ellos lo que siempre habían anhelado: convertir España en su esclava. Los españoles extranjerizados, desnaturalizados, traidores le abrieron las puertas de las riquezas naturales de España y del mercado español. A cambio de la traición recibieron una caricia en el lomo, como buenos perros caniches constitucionalistas y llenaron sus alcancías, mientras se creían modernos.
Esos "españoles" fueron sus cipayos, y esos cipayos fueron, a lo largo de todo el siglo XIX, los liberales. Los mismos que hoy se sienten herederos de la Constitución de 1812 comparten el ADN ideológico, negros de alma, belchas liberalones.
El liberalismo es culpable de alta traición a España. E Inglaterra sigue siendo, pese a todo lo llovido, nuestra enemiga eterna. El español que no vea eso, tendría que hacer por informarse, en vez de admirar los productos con los que nos embauca esa "cultura" inglesa.
De Inglaterra no puede venirnos nada bueno.
Maestro Gelimer
LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS
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