De la injusticia al odio
Todo buen gobernante desea y ha deseado a lo largo de la historia contar con la adhesión de sus ciudadanos. No todos lo han deseado por bondad, es cierto, muchos son los que deseaban ganarse el corazón de su pueblo por una mera cuestión práctica. Pero seamos sinceros, sea cual sea la raíz de ese deseo de cohabitación feliz no parece un mal arreglo, pues cuando el pueblo es feliz y está conforme con sus gobernante, pueblo y mandatarios duermen mucho mejor.
De Maquiavelo a Carlos Marx, pasando por Platón, no creo que ningún teórico de la política haya dejado de tratar este punto con mayor o menor acierto. Los estados modernos tampoco son ajenos a tan importante diatriba, o no deberían serlo. ¿Cómo ganarse el afecto del pueblo? Esta pregunta y sus respuestas son un factor determinante para la supervivencia del propio Estado y, en ocasiones, de la propia nación, pues un pueblo desafecto a su Estado no suele mostrarse muy dispuesto a luchar contra un enemigo externo e incluso, en casos extremos, puede llegar a aliase con el invasor.
No nos resultara difícil encontrar ejemplos a lo largo de la Historia y en la cultura popular que nos dejen bien a las claras que la buena o mala aplicación de la Ley y la Justicia es uno de los factores determinantes a la hora de conseguir el respaldo del pueblo… o de perderlo.
El rey Salomón, por ejemplo, sigue siendo alabado como el rey más sabio y justo de la historia, al menos así lo recoge la Biblia, el Tanaj, el Corán y la Leyenda Aurea. Sus mayores méritos fueron su inteligencia innata y su sentido de la justicia. Lope de Vega (nuestro Lope) presenta constantemente a un Rey que premia o castiga a cada uno según haya sido su actuación: el Rey en las obras de Lope representa la justicia suprema, lo que explica el respeto y lealtad que sus súbditos le brindan.
La buena aplicación de la Justicia es de tal eficacia a la hora de granjearse el apoyo del pueblo que no pocos imperios han conseguido congraciarse con los pueblos sometidos bajo sus dominios usando la buena aplicación de la Justicia. Por supuesto en este apartado no podemos olvidar al Imperio Romano pues una de las bazas más importantes de la romanización era la implantación del Derecho Romano; no resultará muy difícil imaginar el efecto que entre los más desprotegidos debía causar una sentencia de las autoridades romanas en la que se condenara a un noble local a resarcir un daño causado a algún pobre diablo, no pocos pensarían que puede que la ocupación romana, al final, no fuese tan mala y muchos percibirían como cierto aquel aforismo que afirma que “La ley es la fuerza de los débiles”. Y la Ley eran los romanos, ya no tenían que temer los abusos ni las arbitrariedades de los señores: las legiones de Roma eran su fortaleza porque Roma era la Ley.
En épocas más recientes podemos encontrar cómo el propio Imperio Español se sirvió de esta herramienta que supone la eficaz y ecuánime administración de justicia a la hora de ganarse el corazón de los pueblos. Son muchos los testimonios en los territorios hispano-italianos en los que los propios italianos muestran su asombro por la rectitud de la justicia imperial. Algunos de estos testimonios que han llegado hasta nuestros días son precisamente quejándose de su equidad al no atender al “quién” sino al “qué”. Lógicamente este tipo de quejas la presentan los nobles italianos que no comprendían cómo se permitía que fuesen humillados en los tribunales frente a sus oponentes, siendo estos de inferior rango social.
Baste mencionar como ejemplo al noble y poeta napolitano Galeazzo di Tarsia que se quejaba amargamente al haber sido condenado al destierro por el Virrey por cosa tan nimia a su entender como “conducta tiránica con sus colonos”… Sería razonable suponer que los colonos de este señor, así como los colonos de los nobles de los contornos, debieron empezar a percibir su pertenencia al Imperio Español con mejores ojos ¿No les parece? Este ejemplo no fue ni mucho menos una excepción como demuestran las quejas del embajador veneciano, Suriano, que protestó enérgicamente cuando los españoles, contra toda lógica… ¡aplicaban las leyes sin prestar atención a la naturaleza noble o plebeya del acusado!
Lo interesante de este tema es que, como casi todos los factores que intervienen de forma determinante a la hora de congraciar a los gobernantes con los ciudadanos, la eficaz y ecuánime aplicación de la Justicia es también un vector bidireccional o, dicho de otro modo, si una eficaz administración de Justicia une al ciudadano con las autoridades y el Estado, una pésima y manifiestamente injusta administración de Justicia es una de las cuestiones que mayor desafección, e incluso rechazo, pueden generar en la población con respecto a las instituciones. Algo que Mariano Rajoy y los presidentes del gobierno que le precedieron en el periodo democrático parecen haber olvidado sin excepción.
Las constantes arbitrariedades, los abusos y la indisimulada politización de la Justicia han llevado a una de la jueces más firmes y más dignas que tiene el desolador panorama judicial español, la juez Mercedes Alaya, a afirmar “Hay una justicia para poderosos y hay una justicia para los que no lo son”. Supongo que Galeazzo di Tarsia y el embajador veneciano Suriano estarán celebrando allí donde se encuentren que la justicia española por fin haya encontrado el recto camino.
Rita Maestre, mujer poderosa y empoderada donde las haya, campa a sus anchas sin que la justicia se atreva a condenarla por asaltar una capilla mientras que los jóvenes de Blanquerna se chuparán cuatro años de cárcel por interrumpir momentáneamente un aquelarre independentista. Urdangarín camina en libertad más fresco que una lechuga mientras la Pantoja intenta retomar su carrera después de una estancia en prisión por mucho menos. Y así caso a caso hasta la indignación general.
Cualquier cosa ya resulta creíble en nuestro grotesco sistema judicial, libreros encarcelados por vender libros que no están prohibidos, delitos de odio sólo si proceden de un determinado sesgo ideológico, sentencias del Tribunal Supremo que no se cumplen, terroristas excarcelados, destrucción de trenes enteros para destruir pruebas… Esta decadente espiral del absurdo está siendo protagonizada por unos jueces que deben sus cargos, sus honores y sus prebendas a la clase política española, la clase política más corruptas y numerosa del mundo: ¡cerca de 450.000 cargos públicos! Que se dice pronto.
Hay pocas traiciones a la patria peores que la destrucción de la Justicia porque pocas cosas la dañan de forma tan grave y difícilmente reparable. Una traición que por desgracia en España todos pagaremos caro.
Los Diarios de Winston: De la injusticia al odio
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