La negación de la realidad
JUAN MANUEL DE PRADA
El pecado mayor de nuestro tiempo (o el pecado que los contiene todos dentro, en un amasijo de pestilencia) es la negación de la realidad, la convicción de que las cosas no existen en sí mismas, sino tan sólo como proyección de nuestra subjetividad. Sobre este postulado del racionalismo idealista se llegó a la conclusión de que es imposible conocer la naturaleza de las cosas; y, por consiguiente, no podía establecerse dónde se halla la verdad y dónde el error. Alcanzada esta conclusión, el racionalismo idealista pudo afirmar que el mundo se formaba y reformaba mediante meras "ideas": así nacieron las ideologías, estructuras de pensamiento que niegan la realidad del mundo y la someten a la voluntad humana, que se cree capaz de moldearla a su antojo y de instaurar un paraíso en la tierra. En este intento de reducción del mundo a pura entelequia, las ideologías han arrasado con todo lo natural que han hallado a su paso, empezando por el propio concepto de naturaleza humana, y siguiendo con todas las relaciones naturales que entablan los seres humanos: familiares, sociales, políticas, económicas, etcétera. Lo que hoy denominamos "crisis económica" es, en puridad, la resaca final de un proceso que dura siglos, fundado sobre el error de negar la realidad.
El problema de la realidad es que es tozudo y no se inmuta ante los errores de los hombres. Simplemente, se queda en su sitio, dejando que los hombres se pierdan, como el padre de la parábola del hijo pródigo se queda en casa, dejando que su hijo se despeñe por el barranco. Pero siquiera en la parábola evangélica, el hijo, llegado al punto de alimentarse con las algarrobas de los cerdos, rectificaba el error y regresaba a la casa del padre. Sospecho que el hombre moderno es menos humilde que el hijo pródigo de la parábola, y, después de golpearse de bruces contra la tozuda realidad, en lugar de escarmentar, se sigue dando de coscorrones, hasta dejarse la sesera en el intento. Sólo así puede explicarse que una crisis que se manifestó mediante el hundimiento de un espejismo -a saber, que el dinero se podía ordeñar como si fuese una vaca-, en lugar de resolverse mediante la negación y execración de dicho espejismo, se haya pretendido resolver tratando de resolver el espejismo, mediante el sacrificio de la economía natural, empezando por su ingrediente más esencial e insustituible, el trabajo.
Un mes más, los datos del paro nos confrontan con una realidad tozuda e inmutable. A diferencia de nuestros antiguos gobernantes, los nuevos no juegan a escamotearlos; e incluso anticipan que la sangría proseguirá, a diferencia de los antiguos, que aventuraban peregrinas recuperaciones. Pero, atados de pies y manos -como sus precedesores- por entes supranacionales que les exigen reflotar el espejismo, confían que la realidad acabe dándoles la razón. Y la realidad -la verdad profunda de las cosas- nos enseña que nada se puede construir sobre vanas ideaciones; no se puede sostener -y mucho menos restaurar- un orden económico justo si se empieza sacrificando el trabajo, que por su propia naturaleza debería ser causa eficiente primaria de ese orden; y mucho menos si se sacrifica para mantener en pie un espejismo. Pero tal vez tengamos bien merecida la tiranía que este espejismo ejerce sobre nuestras conciencias, mientras nos alimenta con las algarrobas de los puercos, pues la tiranía es una planta que sólo arraiga sobre el estiércol de los pueblos corrompidos: ningún pueblo moral ha tenido tiranos -recordaba Vázquez de Mella- y ninguno corrompido ha dejado de tenerlos por mucho que rabie y se dé de coscorrones contra la realidad.
La negacin de la realidad - abcdesevilla.es
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