Lógica de la subsidiariedad y quiebra de la soberanía
Lógica de la subsidiariedad y quiebra de la soberanía
El presente artículo viene a continuar la serie de los publicados en denuncia de Europa y el europeísmo. Escrito por el insigne jurista Miguel Ayuso Torres fue publicado en el nº 2 de la revista “La Santa Causa” y viene a señalar la importancia de conservar en manos del Estado sus cotas de poder a pesar de su génesis histórica antitradicional, pues en última instancia el Estado viene a custodiar mejor la natural politicidad humana que los procesos de integración supranacional en entes anticristianos y antihispánicos.
Lógica de la subsidiariedad y quiebra de la soberanía
Desde hace años se ha puesto de moda el principio de subsidiariedad. Algo que hasta hace bien poco era objeto de conocimiento tan sólo por círculos de iniciados en la Doctrina Social de la Iglesia. De un lado su inclusión en el Tratado de Mastrique, que lo hizo saltar a las revistas de Derecho Comunitario europeo, y de otro la hegemonía liberal, que signa nuestros tiempos, contribuyeron a tornarlo de esotérico exotérico. Quienes desde antiguo nos hemos dedicado al estudio y seguimiento de la cuestión vemos sin embargo con preocupación la desnaturalización de su concepto y la difuminación de sus perfiles.
Ello se debe, parece, a la ambigüedad de la postmodernidad político-jurídica, oscilante entre signos contradictorios. Por ejemplo, la subsidiariedad no puede entenderse sino en la lógica clásica de la politicidad natural del hombre. Si la sociedad no es, en rigor, sino una sociedad de sociedades, y si la sociedad política no hace sino coronar la sociedad civil, el principio de subsidiariedad garantiza la libertad, consecuencia de la responsabilidad, mientras que el principio de totalidad asegura la unidad y la autoridad. No hay escisión alguna entre libertad y poder, pues aquélla no es la libertad negativa, sino la facultad de elección regulada dentro de un orden por un Poder que no es artificio maléfico sino factor natural de disciplina, en un juego armónico determinado por la pauta del Bien común. La lógica moderna, por el contrario, la del contractualismo, no deja hueco alguno para subsidiariedad o Bien común. Es la razón de Estado, en su versión fuerte, la que se impone sobre el desagregado social, o es el individualismo, en su versión débil, la que disuelve la ley. Bien público o bien privado que orillan cuidadosamente el Bien común.
La mayor parte de los discursos actuales sobre la subsidiariedad se alejan de la lógica clásica, única en la que tiene sentido, para instalarse en cualquiera de las versiones de la moderna y en especial en la segunda, que es propiamente la postmoderna, que hacen aquélla ininteligible. Veamos algunos ejemplos.
Así, la mayor parte de las discusiones sobre el federalismo parecen no salir de la lógica de la soberanía. O bien porque opone al Estado “mayor” los Estados “menores”, que pueden resultar más opresivos para los ciudadanos, en cuanto más cercanos, y que de por sí no aseguran descentralización; al tiempo que contribuyen a debilitar viejas naciones que custodian un importante patrimonio moral, por más que muchas veces dilapidado. O bien, porque en una paradoja, se sirven de la subsidiariedad para defender los Estados, tal y como ahora los conocemos, de la supranacionalidad campante. Y es que sólo la organicidad social, pre-estatal y desconocedora de la soberanía, permite una articulación territorial basada en el regionalismo funcional. En la experiencia jurídica hispánica tenemos la realidad del Fuero, del foralismo, que permitía la autonomía jurídica y política sin merma de la superior unidad. En puridad, el Fuero es una precoz maduración de la experiencia que hoy conocemos como subsidiariedad.
Pero tampoco parece que el llamado retorno de la sociedad civil aporte resultados mejores. Más bien, es un conjunto de lobbies y de grupos de presión los que se adivinan debajo de la retirada del Estado de grandes sectores que nunca debió ocupar. Y en el ámbito económico, el discurso subsidiarista encubre casi siempre la realidad del neoliberalismo.
Por todo ello, el viejo lema “más sociedad, menos Estado”, que los pensadores tradicionalistas españoles difundieron, que la Doctrina pontificia acogió y que luego ha pasado incluso a constituir un lugar común, hoy debe ser objeto de matización. Porque antes significaba que el Estado debía de abstenerse de agredir a una sociedad cristiana que aún ocultaba grandes reservas de vitalidad. Hoy, en cambio, se utiliza para debilitar el Estado, que pese a su origen y desarrollo, muchas veces custodia la politicidad natural del hombre mejor que el separatismo, el europeísmo (a nivel más amplio el mundialismo, hoy bajo la etiqueta de la globalización), la sinarquía o la gran finanza. Así pues, hoy parece mejor receta –que he utilizado en mi modesto libro “¿Después del Leviathán? Sobre el Estado y su signo”– la de recuperación moral y religiosa (para la que es imprescindible el resorte de la confesionalidad del Estado), revitalización social, reorganización política y refundación nacional. Que, en su conjunto, constituyen un lema mejor que el superado “más sociedad, menos Estado”.
Miguel Ayuso Torres
Fuente: Revista “L'Esclat. La Veu Dels Patriòtes Catalans Hispànics”, número 14 (1 de enero de 2005).
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Núcleo de la Lealtad
Muy interesante el artículo del amigo Miguel Ayuso.
No lo conocía.
En nuestra patria esta postura es la que primo -finalmente- en la revolución del 4 de junio de 1943.
Tambien fue la instrumentada por el Movimiento Nacional Justicialista, a partir de 1946.
Quiza esto último genere controversias, pero es mi opinión.
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