CUANDO LAS ENFERMEDADES VENÉREAS CRECEN

Nuestra Señora de la Flor, descubierta en 1623 y venerada en la cripta de la Sacra Iglesia Catedral de Santa María la Real de la Almudena (Madrid). La Santísima Virgen tiene en sus brazos al Niño Jesús y con la mano derecha presenta una flor de Lis, símbolo de la pureza.
...ES EL FRACASO DE UNA SOCIEDAD


Aproximadamente dos millones de mujeres españolas están infectadas por el virus del papiloma humano (VPH): se trata del 14% de la población femenina española y, ahí es nada: la infección aumenta en las jóvenes, debido a la precocidad y promiscuidad sexual (ver pinchando aquí). En febrero de 2012 nos encontramos con un curioso artículo del diario EL PAÍS, donde se da la alerta de la profusión que están alcanzando las enfermedades venéreas. EL PAÍS no se limita a alertar a sus lectores, también ofrece lo que, en su opinión, es la razón de esta preocupante difusión de enfermedades de transmisión sexual: "se elevan al perderse el miedo al VIH" (pincha sobre el entrecomillado para acceder al artículo original). Resultaría así que, gracias a que presuntamente se está ganando la batalla al SIDA, se incrementan las enfermedades venéreas.

Nos parece un razonamiento sesgado por parcial. Que se estén poniendo medios para frenar el SIDA o que esta enfermedad se pueda paliar merced a cualesquiera terapias es, en el mejor de los casos, una parte que no puede explicar el todo. Se puede ofrecer una razón, pero elevarla a ser la clave exclusiva -y sola causa- de un problema es, cuanto menos, demagógico.

Es como si la promiscuidad sexual no tuviera nada que ver en el incremento de enfermos venéreos; como si la precocidad sexual, fomentada desde las instancias "educativas" (con guías sexuales, por ejemplo) no fuese ninguna razón que explicara la difusión de esta lacra; como si la banalización de la sexualidad no tuviera nada que ver en absoluto en los hábitos sexuales de una población que hace del sexo una fuente de placer (como el que se come un pastel). Para el diario EL PAÍS estas cosas no son relevantes: las enfermedades venéreas aumentan por haber percibido que el VIH (por ende, el SIDA) ya no es tan peligroso como lo era hace unas décadas. Conclusión: pongamos cuidado, pero no cambiemos las costumbres, las malas y perniciosas costumbres.

Los datos estadísticos que proporcionan las instituciones que observan estos fenómenos resultan preocupantes: asistimos a un incremento de enfermedades venéreas, y los medios de comunicación nos alertan; pero a la vez, nos ofrecen el remedio casero que nos dice que, teniendo precaución, la sociedad puede seguir adelante en su carrera al precipicio.

Si a los datos ofrecidos sobre la multiplicación y gravedad de las enfermedades de transmisión sexual le ponemos al lado unos datos sobre el número de separaciones, divorcios, malos tratos domésticos, violencia, depresión, drogadicción... ¿Qué es lo que tenemos?

Por supuesto, soy de la opinión de que -comparando estos datos- estamos ante un mismo fenómeno: el fracaso de nuestra sociedad.

Sería un índice de imbecilidad creer que estos datos pueden ser inteligibles poniéndolos en compartimentos estancos. Esa parcialidad nos impediría contemplar el problema de frente. Nuestra sociedad ha fracasado en el amor, en la asignatura más importante de esta vida que, a la vez, es el germen de la otra vida. Nos han hecho pensar que la gente se ama más por revolcarse los unos con los otros. Y aquí están los resultados, los brutales resultados.

Lirios, tradicional símbolo de la pureza




¿Cuáles son estos resultados?

No quiero datos estadísticos. No quiero más frías tablas de porcentajes. Miremos a nuestro alrededor: seres humanos destrozados por sus propios desórdenes sexuales, desórdenes profundos de conducta que han sido alentados por toda una maquinaria mediática (literatura, cine, televisión, prensa pseudo-médica...). Seres humanos con vidas sexuales muy activas, pero incapaces de entregarse e incapaces de recibir otra cosa que no sean fluidos (cada vez más venenosos). Seres humanos tristes. Seres humanos violentos que confunden el amor con la posesión. Que lo confunden todo.

El otro día esperaba en una estación de autobuses que llegara un amigo mío que me está leyendo. Pude ver a muchos de estos prójimos nuestros: dos muchachos -varones- se despedían en el andén intercambiando saliva en un morreo. Tres mujeres de distinta edad: lo que a todas luces podían ser abuela, madre y niña iban tristes, como si a una le hubieran quitado la pensión, a la otra le hubiera sido infiel su marido y la pequeña no hubiera sabido jamás lo que es una muñeca: la abuela llevaba más escote que su hija treintañera, la treintañera era la más normal y, por cierto, la más entristecida. La niña -frisaba los diez años- iba vestida como una adolescente buscando novio, pintarrajeada a la par que avejentada. Viendo a aquella pequeña me pregunté a mí mismo: ¿esta niña ha conocido alguna vez la infancia? Y maldije a todos los que han robado la infancia a esta criatura.

Las enfermedades venéreas... La depresión... La violencia... ¿es que podemos pensar por un momento que todos estos males son flores que crecen en distintos terrenos? Es el mismo origen el que alimenta estos males: el desamor que resulta de haber confundido el amor con otras cosas.

Nos confundimos ante el desorden. Nos desordenamos cuando nos confundimos. Sufrimos, más tarde o más temprano, la consecuencia de nuestra confusión y desorden. Y no, no pueden servir preservativos para impedir los estragos de ese profundo mal que todo lo pretende destruir como enemigo de Dios y del hombre que es. El origen del mal es de orden espiritual; es una inteligencia perversa, depravada y proterva que odia y nos quiere destruir. ¿Es que no os dais cuenta?

Las enfermedades venéreas se evitan con la práctica de la Santa Pureza. Que nos cuesta a todos, pero que hay que pedir a quien la puede dar que es Dios. Y si de Dios queremos lograrla hay que rogársela a la Omnipotencia Suplicante que es María Santísima, Madre del Amor Hermoso.

El Amor Hermoso es santo, pulcro, apacible, sereno... De él desciende toda belleza y toda paz. Cuando lo pedimos se derrama sobre nosotros. Los remedios que no sean la castidad y la santa pureza resultan tan ridículos e insuficientes, por sí mismos, que es como si en una montaña quisiéramos escudarnos de una avalancha de nieve tras un cartón.

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS