LA MUJER QUE NOS SUPERA Y NOS SUPERARÁ




"Das Ewig-Weibliche
Zieht uns hinan."

["El Eterno-Femenino
Nos lleva a lo alto".]

"Faust",
Johann Wolfgang von Goethe.




"...buona è la signoria d'Amore, però che trae lo intendimento del suo fedele da tutte le vili cose".

["...bueno es el dominio de Amor, ya que aparta el entendimiento de su siervo de todas las cosas viles"]
"Vita nuova" XIII,
Dante Alighieri.


LA MUJER Y EL AMOR


Los poetas, tantas veces ciegos para la fe, son a su manera videntes; por eso vieron, aunque no supieran a ciencia cierta identificar el foco de la luz que les permitía ver, que la Mujer es la humanidad sublime y sublimadora. Vislumbraron los poetas (hasta ese pagano Goethe) que la Mujer es -de las dos formas de ser humanos- la más excelsa de todas las criaturas. "Das Ewig-Weibliche/Zieht uns hinan" (Lo Eterno-Femenino/nos lleva a lo alto". Es lo femenino lo que nos sublima, es lo femenino lo que nos avasalla poderosamente, haciéndonos despegar de este mundo y dejándonos atrás los lastres y las miserias envilecedoras, pues a través de lo santamente femenino podemos barruntar, en este mundo transitorio, las excelencias del Cielo. Era el esplendor de la Santísima Virgen María el que les permitía ver a los poetas, aunque algunos deficientemente, según el grado de su fe y ortodoxia.

Cuando un hombre de verdad habla de mujeres no puede dejar de hablar de amor. Decía Quevedo en un terceto de un soneto que:


"Amor, que no es potencia solamente,
sino la omnipotencia padecida
de cuanto sobre el suelo vive y siente...".


Lamentablemente, en nuestra época, nuestros contemporáneos confunden el amor con muchas cosas que no son amor: con el placer, con la ensoñación y la chaladura romántica, con el dominio egoísta, con la química... Y olvidan que el amor no es placer, pues es, ante todo, sacrificio y ofrenda de uno mismo. No es ensoñación romántica, pues el verdadero amor tiene ahincados su pies en la tierra. No puede ser dominio, pues es servicio. Y no es química, puesto que es mística.






LA MUJER Y EL FEMINISMO REVOLUCIONARIO

Cuando en el Calvario, entre dolores inconcebibles y efusión de sangre, colgaba de la cruz Nuestro Señor Jesucristo, allí estaban ellas... Las mujeres; todos los apóstoles varones (salvo San Juan) se habían escondido, aterrorizados. Las primeras en saber que Jesucristo había resucitado fueron también ellas... Las mujeres.


Realmente conmovido y sinceramente agradecido por la grandeza heroica de esas madres que se inmolan por dar la vida a los hijos que llevan en su vientre, estas palabras afloran como fruto de la lectura y reflexión sobre la dignidad de la mujer (virgen, esposa y madre) y las presento como ofrenda a la grandeza de la mujer.


La mujer es una cuestión candente. El feminismo revolucionario (con sus distintos grados de radicalización) se agita y agita tanto que podría pasar por el causante de esa actualidad que ha cobrado la mujer, lo femenino. Sin embargo, somos de otra opinión: el feminismo revolucionario no tiene ninguna legitimidad para presentarse como defensor de la mujer, todo lo contrario -en su perversión original- supone justamente todo lo contrario, puesto que consiste en una maligna obra de destrucción y desfiguración de la mujer y de lo femenino. Pese a que este fenómeno abominable del feminismo revolucionario busque concienzudamente una justificación en las injusticias y agravios que el hombre haya podido perpetrar contra la mujer y su dignidad en la historia, el feminismo revolucionario realiza una falsificación inadmisible de la verdadera significación del curso histórico de esa injusticia contra la mujer. En este sentido, cabe preguntarse, si no estará pasando que Satanás, recelando que está pronto el Reino de María, profetizado por San Luis María Grignion de Montfort, ha inventado el feminismo revolucionario como una trampa con la que entretener a las mujeres, tratando de impedir el advenimiento del Reino de María. Obstáculos que serán, por mucho que se empeñe, del todo inútiles; pero contra lo que tenemos que combatir mujeres y hombres con la ayuda de la gracia.


Las injusticias y los ultrajes inferidos por los hombres a las mujeres, en las sociedades que históricamente se han ido sucediendo, en sociedades cuyos ámbitos públicos (tal y como denuncia el feminismo revolucionario) han sido manifiestamente dominados por el varón (la política, la ciencia...); el formidable y luctuoso cúmulo de agravios que sobre mujeres concretas y anónimas han podido cometer los varones... ¿cómo afrontarlo?


El feminismo revolucionario reprocha, pretendiendo explotar el dolor real, vistiéndose con los harapos indignos del victimismo. Fomenta el resentimiento femenino, lo refuerza escenificando la protesta, encontrando culpables, con el propósito de animar a la venganza de la ofendida. Con la maligna voluntad de continuar la espiral de la violencia y, a la postre, no resolver lo que pudiera ser el conflicto, sino agravarlo.


La cuestión de la mujer y lo femenino, acaparada por el feminismo revolucionario, no es un asunto que quepa restringirlo exclusivamente a las mujeres. Los dos sexos (los géneros no existen, por mucho que se empeñen en sus laboratorios ideológicos) están implicados en esta cuestión. Es más, diríamos que si el varón se pretende deshacer frívolamente de este asunto (cuestionarse el ser de la mujer en orden a reconocer en la práctica la dignidad de la mujer) o si el varón se ve impedido por feministas rabiosas a clarificarlo, se frustrará el destino de recíproca comprensión, respeto y amor entre los dos sexos, perpetuándose el mal.


Lo que a lo largo de la historia y en el presente ha ofuscado esa comprensión ha sido, no nos quepa duda, el pecado; y, en lo que toca a este conflicto de los sexos, el pecado por antonomasia ha sido la concupiscencia de la carne. Los sexos están llamados a respetarse, a amarse y a complementarse, pero el hombre (la mujer, en la historia, ha sido menos culpable que el varón) ha desordenado esta recíproca correspondencia, desviándola a una satisfacción del placer inmediato, logrado por la imposición de la fuerza o por la más impostora de las seducciones. La mujer ha salido muchas veces engañada, padeciendo las consecuencias de esa irresponsabilidad que el hombre parece sufrir, irresponsabilidad masculina que hay que atribuir a una especie de inmadurez que indispone al hombre a darse a sí mismo con la misma generosidad que está dispuesta a darse la mujer.




El poeta Reiner Maria Rilke

HACIA UNA NUEVA TRANSFIGURACIÓN DE LA MUJER

A principios del siglo XX algunos hombres, egregiamente dotados con una especial sensibilidad religiosa, social y estética fueron capaces de anticiparse al futuro, vislumbrando que las relaciones entre hombre y mujer tenían que transfigurarse. En un ámbito que no es precisamente el católico el poeta Rainer Maria Rilke escribía a su joven corresponsal epistolar Franz Xaver Kappus:

"La muchacha y la mujer, en su despliegue nuevo y propio, serán sólo transitoriamente imitadoras del modo masculino de ser y de no ser, y repetidoras de oficios masculinos. Después de la inseguridad de tales transiciones se echará de ver que las mujeres sólo han pasado por la abundancia y alternancia de esos disfraces (a menudo risibles), para purificar de los influjos deformadores del otro sexo su naturaleza más propia. Las mujeres, en las cuales permanece y habita la vida con más inmediatez, fecundidad y confianza, deben, en efecto, haber llegado a ser en el fondo personas más maduras que el ligero varón, no atraído más abajo de la superficie de la vida por el peso de ningún fruto corporal, y que, oscuro y apresurado, menosprecia lo que cree amar. Esa humanidad de la mujer, llevada adelante en dolores y humillaciones, saldrá a la luz cuando haya eliminado las convenciones de lo exclusivamente femenino en los cambios de sus situación externa; y los hombres, que todavía no llegan hoy a sentirlo, quedarán sorprendidos e impresionados con ello. Un día (y de esto ya hay ahora signos prometedores, sobre todo en los países nórdicos), un día existirá la muchacha y la mujer cuyo nombre no signifique meramente una oposición a lo masculino, sino algo por sí, algo que no se piense como un completamiento y un límite, sino sólo vida y existencia: la persona femenina.

Este progreso transformará la experiencia del amor, que ahora está llena de error (ante todo, muy contra la voluntad del hombre, que quedará superado); la cambiará desde los fundamentos, convirtiéndola en una relación que se entienda de persona a persona, no ya de hombre a mujer. Y este amor amor más humano (que se cumplirá con infinita discreción y silencio, y con bondad y claridad, en el atar y desatar) se parecerá a aquel que preparamos combativa y laboriosamente, el amor que consiste en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan homenaje".

EL PENSAMIENTO TRADICIONALISTA ESPAÑOL, FERVIENTE SERVIDOR DE LA DIGNIDAD FEMENINA
En los años 20 no faltaron en España hombres que se preocuparon por este asunto. Y merece la pena destacar que quienes con más profundidad pensaron en este asunto fueron, precisamente, los hombres del campo tradicional. Veámoslo, pues merece la pena descubrir esta veta del pensamiento tradicionalista al que se le ha pretendido apartar de estas consideraciones, como si la cuestión femenina fuese exclusiva competencia del progresismo.

El monárquico español Antonio Goicoechea Cosculluela (1876-1953), fundador de Renovación Española, pensaba en 1925 que: "Para lograr que la mujer, con general provecho, ocupe en la sociedad su puesto, el obstáculo mayor es la incomprensión masculina", que "El misterio del alma femenina no nos es conocido, sin duda porque existe el empeño de conservarlo indescifrable" y que, por esa misma razón, piensa Goicoechea que persiste "la incomunicación espiritual en que viven los dos sexos: la ignorancia en que está el uno de los afanes, de las aspiraciones, de los deseos íntimos del otro".

Por esos años el filósofo Manuel García Morente ponderaba las transformaciones sociales que se estaban produciendo con el acceso de la mujer a la instrucción, a la ciencia y a la cultura. García Morente pensaba que en la mujer había una tensión entre la predisposición a la meditación filosófica (por anhelar la "unidad del ser") y, por otro lado, la tendencia natural, también manifiesta en la mujer, que la enfoca a lo vital, cosa que parecería rechazar el vuelo del espíritu filosófico. Pero, lo que no cabe duda para García Morente es que la mujer está dotada -y, en esos momentos, estaba dotándose- para ejercer una actividad filosófica que le había sido como vetada hasta la fecha. Esto traería, como consecuencia, según el mismo autor una posible asunción de horizontes nuevos no sólo en el ámbito de la especulación, la ciencia, el arte y la cultura, sino de transformación real en el mismo ámbito práctico, como puede ser la organización política:

García Morente concluía vaticinando que:

"No es fantástica, a mi entender, la profecía de un próximo matriarcado o gobierno de las mujeres, pues la política es también como la filosofía...".


Juan Vázquez de Mella



Es oportuno decir que algunos pensadores con autoridad también reconocen, al menos en su época, un feminismo católico. En este sentido el tradicionalista Juan Vázquez de Mella es, de nuestros pensadores nacionales, el que se muestra como el más solvente en la diamantina línea católica.


Según Juan Vázquez de Mella: "El Cristianismo, el Catolicismo, para decirlo sin eufemismos, separó a la mujer de la tragedia y la unió a la epopeya; y aún hizo más: dió a la mujer una nueva belleza, un nuevo esplendor, una hermosura que el mundo pagano no conoció, y con ella una fuente de poesía que la gentilidad ignoraba".


El acontecimiento crucial que separa un mundo -el antiguo, pagano- del nuevo -el cristiano- es Cristo. Para Vázquez de Mella, como para cualquier inteligencia que se disponga a considerarlo, la mujer es una figura trágica en el mundo pre-cristiano: el filósofo tradicionalista cita a las heroínas de la épica homérica y la tragedia griega: Helena de Troya o Medea. Con el catolicismo la mujer recobra la dignidad que tenía perdida en el mundo anterior a la venida de Cristo y la redención.


"Eso ha hecho la Iglesia por la mujer, y toda emancipación femenina, o que se llame así, que quiera apartarse del espíritu cristiano, irá precisamente al extremo contrario y volverá a renovar el paganismo, y con él la esclavitud de la mujer".


Para Mella (no descartamos ofrecer su pensamiento con más reposo en otro artículo) el feminismo revolucionario viene envuelto en la neopaganización que, para colmo de males, se acompaña con el agravante de apostasía (algo, como podemos pensar, muy actual). El feminismo neopaganizado supondría, a la postre, la reedición de la esclavitud de la mujer con la señal de la tragedia que distingue ese mundo superado por Cristo y su Iglesia: "...la mujer pagana, y con ella la esclavitud de la ergástula, vuelven a aparecer; primero, por medio de una fórmula matrimonial laica que la conciencia cristiana rechaza y que se quiere imponer en nombre de una ley mudable como el Poder civil que la establece; y, después, por el divorcio, prólogo del amor libre."


Como afirma el gran pensador y orador español: "todavía no se ha encontrado en el mundo, por mucho que lo han buscado las sectas, el término medio entre meretriz y esposa".


El divorcio, para Mella, es "la poligamia sucesiva, que lleva al amor libre, que es mujer y maternidad esclavas".


Profundas -y, para estos tiempos nuestros, seguro que intempestivas- son las consideraciones del tradicionalista asturiano.

Como podemos comprobar, no han faltado hombres que se han encargado muy seriamente de considerar, lejos de los tópicos, el puesto de la mujer en el mundo. Hombres con profundo sentido estético, como Rilke, con talento sociopolítico como Goicoechea o Vázquez de Mella, o dotes filosóficas como García Morente, han pensado sobre la mujer y su dignidad.




MULIERIS DIGNITATEM

Hay que leerla, si no se ha leído. Hay que releerla una y otra vez, para que no se olvide su enseñanza. La carta apostólica "Mulieris dignitatem" del Papa Beato Juan Pablo II nos clarifica lo que el Espíritu Santo, a través del Magisterio de la Santa Iglesia, nos ha descubierto en la mujer, para la mujer y para el hombre.

La dignidad de la mujer se afirma, desde el origen, por ser "imagen y semejanza de Dios":

"La imagen y semejanza de Dios en el hombre, creado como hombre y mujer (por la analogía que se presupone entre el Creador y la criatura), expresa también, por consiguiente, la "unidad de los dos" en la común humanidad."

Adoratrices detenidas por las milicias del Frente Popular, muy seguramente conducidas al martiro.


Juan Pablo II nos presenta a la Santísima Virgen María como modelo perfectísimo de la mujer: "María es "el nuevo principio" de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada una de las mujeres". Y nos dice: "En María, Eva vuelve a descubrir cuál es la verdadera dignidad de la mujer, de su humanidad femenina. Y este descubrimiento debe llegar constantemente al corazón de cada mujer, para dar forma a su propia vocación y a su vida".

"Mulieris dignitatem" resalta la capacidad de abnegación femenina, la sobreabundancia de amor en la mujer, amor que es ofrenda, constituyendo una de las cartas apostólicas -a nuestro entender- más hermosas de todas las escritas por el Papa Wojtyła. Y es Juan Pablo II quien nos desvela el misterio de la mujer que, según Goicoechea más arriba, parecía no querer descrifarse:


"...el misterio de la mujer: virgen-madre-esposa".


En María Santísima ha querido Dios que confluyeran esos tres aspectos de un modo que supera nuestra concepción humana. María es Virgen. Por gracia de Dios es Madre, sin dejar de ser Virgen. Y es Esposa Fidelísima del Espíritu Santo.

Para el resto de las mujeres, es obvio, el aspecto de esposa siempre está abierto: esposa de su marido o esposa de Cristo. La virginidad es el principio que ha de mantenerse hasta que, según la vocación, la mujer opte por el matrimonio o por la consagración. Por razones fisiológicas la maternidad natural y la virginidad no pueden concurrir en ninguna mujer que no sea María Santísima, pero la maternidad espiritual es algo de lo que participan madres y vírgenes consagradas, constituyendo dos vocaciones grandiosas y excelentes para la mujer: dos formas que, realizándose en el espíritu de Cristo, constituyen la dignidad de la mujer.

Tanto la dedicación de la mujer a la maternidad como la consagración de su virginidad van marcadas por el signo cristiano del amor: el de ser ofrendas vivas a Dios. Y, cuando la mujer es verdadera mujer, esa ofrenda tiene que ser, pensamos, la más grata a la Santísima Trinidad; pues pensamos, dejando a un lado los libros y recurriendo a la propia experiencia personal, que la mujer -en condiciones normales- ha mostrado tener mayores capacidades de amor que el hombre. La mujer ama mejor y más que el hombre, puesto que sabe sufrir más que el hombre. La mujer se da a sí misma sin reservarse nada.

Y las pocas que esto no hacen por cualquier razón o lo hacen, pero lo hacen mal por darse a quien no deben... No le extrañe a nadie que sean las desgraciadas, todas esas por las que hemos de pedir mucho.


BIBLIOGRAFÍA:


Mulieris dignitatem. La dignidad de la mujer. Carta apostólica de Su Santidad Juan Pablo II.


"Feminismo político", publicado en "Horas de Ocio. Discursos y artículos literarios", Editorial Voluntad, 1925.

"El espíritu filosófico y la feminidad", Manuel García Morente, Revista de Occidente, 1929.


"La transformación de la mujer por el cristianismo y la transformación de la sociedad por la mujer cristiana", Juan Vázquez de Mella, discurso pronunciado en el Teatro Real, el 25 de mayo de 1920.


"Cartas a un joven poeta", Reiner Maria Rilke

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS