Hace unos días leía este fragmento de un libro de Dante Alighieri que me pareció interesante por la claridad de la doctrina expuesta. Quisiera compartirlo con todos. No sé cuánta relación tenga con el pensamiento tradicional hispánico, pero igual me gustó mucho y considero que vale la pena conocerlo. Una sola aclaración, es una pobre traducción, disculpad cualquier error en relación a ello. Saludos

De Monarchia, III 15

Dos son las metas que se proponen al hombre y dos las guías de las que necesita, el Pontífice y el Emperador.
“Si el hombre es el término medio entre lo corruptible y lo incorruptible, y si todo medio participa de la naturaleza de los dos extremos, se entiende que el hombre es partícipe de ambas naturalezas. Y dado que cada naturaleza está ordenada a un fin último determinado, necesariamente el hombre tendrá un doble último fin: por ser el único entre los seres que participa tando de la naturaleza corruptible cuanto de la incorruptible; así él solo entre los seres está ordenado a dos fines; uno en tanto que corruptible y el otro en tanto que incorruptible.
Dos fines, por lo tanto, la inefable Providencia ha dispuesto que el hombre deba alcanzar: la felicidad de esta vida, que consiste en el pleno desarrollo de las propias capacidades y está representada en el Paraíso terrestre; y la beatitud de la vida eterna, que consiste en gozar de la visión de Dios; al cual el hombre no puede llegar con sus propias fuerzas, si no es asistido por la luz divina y que está representada en el Paraíso celeste. A estas dos beatitudes, como a metas diversas, se debe arribar con medios diversos. A la primera, de hecho, llegamos por medio de las enseñanzas filosóficas, si las seguimos, obrando de acuerdo a las virtudes morales e intelectuales; a la segunda en cambio llegamos a través de las enseñanzas espirituales que trascienden la razón humana, si las seguimos, obrando de acuerdo a las virtudes teologales, esto es, fe, esperanza y caridad. Estos fines y los instrumentos para alcanzarlos, nos han sido indicados por la razón humana, que a travérs de los filósofos nos ha sido mostrada; y por el Espíritu Santo, el cual ya sea por medio de los profetas y de los hagiógrafos, ya sea por medio de Cristo Jesús, Hijo de Dios y eterno como Él y de sus discípulos, nos ha revelado la verdad sobrenatural necesaria para nosotros; pero la concupiscencia haría olvidar a los hombres fines y medios si estos como caballos errantes, presas de la bestialidad, no fuesen domados y reencaminados con “la brida y el freno”. Por esto, el hombre tuvo necesidad de dos guías, por su doble fin: el sumo Pontífice que, según las verdades reveladas, guiase al género humano a la vida eterna y el Emperador que, según los dictámenes de la filosofía, lo condujese a la felicidad terrena. Y así como a este puerto ninguno o pocos, y estos con extrema dificultad, pueden llegar. Si el género humano, calmados los embates de la concupiscencia, no reposa libre en la tranquilidad y la paz; a esta meta debe tender sobre todo el tutor del mundo, es decir, el Príncipe romano: que en esta tierra de los mortales se viva en paz.
Y puesto que el ordenamiento de este mundo debe conformarse a la rotación de los cielos de modo que las enseñanzas de la libertad y de la paz puedan ser aplicadas con provecho, es necesario que el responsable por las cosas de este mundo sea designado por aquel en cuya persona reposa todo el ordenamiento celestial. Éste no puede ser otro que aquel que este mismo ordenamiento ha establecido para poder coordinar por medio suyo toda cosa, de acuerdo a sus planes. Así las cosas, sólo Dios elige y sólo Dios confirma, puesto que no hay otro por encima de Él.