NEGOCIAR O CONVENCER

La cadena humana que movilizó ayer a centenares de miles de catalanes se ha superpuesto en el tiempo a las noticias sobre una eventual y misteriosa negociación secreta entre Artur Mas y Mariano Rajoy que permitiera al Presidente de la Generalitat salir dignamente del impasse en el que se ha metido y al jefe del Ejecutivo central apaciguar al independentismo rabioso que desde que inició su mandato perturba su congénita paz de espíritu. El problema es que este diálogo, por buena voluntad que pongan los interlocutores -y ambos la tienen, el uno por necesidad y el otro por comodidad- no puede llegar nunca a buen puerto. Mas está atrapado en su alianza con Esquerra, que no actúa según pautas racionales, y aguijoneado por su propio partido, embriagado con la épica provinciana del irredentismo. Rajoy, por su parte, debe cumplir la Constitución y el orden legal vigente, por lo que jamás podrá autorizar una consulta de autodeterminación, aunque no sea vinculante. Es decir, que intentan concertar una solución más como una forma de consuelo mutuo que como expresión de la posibilidad real de alcanzarla. Esta situación endiablada es la consecuencia de un enfoque equivocado de la cuestión nacionalista desde el arranque mismo de la Transición. Los secesionistas catalanes y vascos no hacen política, sino que, en palabras recientes de Mas, obedecen a una “vocación histórica”, lo que equivale a decir que son arrastrados por lo que en términos psiquiátricos sería calificado como obsesión neurótica. Karl Popper ya dejó muy claro que el historicismo es incompatible con la sensatez. Siempre he insistido en que los adeptos a los colectivismos de naturaleza identitaria no se calman con las concesiones, cuyo efecto invariable es excitar sus apetitos destructivos. Los ciudadanos de Cataluña no han de ser confundidos mediante sucesivas ampliaciones de la autonomía de su Comunidad, deben ser convencidos de que la vía independentista les lleva al desastre y de que la pertenencia a España es el mejor camino de asegurar su futuro.

Aleix Vidal-Quadras