El «affaire Sixto» (II)
Continuación de la primera parte. Artículo de Bernard Charpentier publicado en la revista Catholica:
A continuación del rechazo de Sonnino, quien exige, aparte de la cesión del Trentino de lengua italiana, la de Trieste, Dalmacia y las islas de la costa dálmata (estos dos últimos territorios estaban, no obstante, poblados mayoritariamente por eslavos y no por italianos), el gobierno francés notifica el 22 de abril a Sixto su respuesta negativa a la propuesta imperial, dejando a la vez abierta la puerta para el futuro si la Monarquía aceptaba considerar las reivindicaciones italianas: Cambon pensaba que Trieste y Trento bastarían. (1)
«Reivindicar Trieste [cuya población es mixta] como
un derecho sería una exageración del principio
de las nacionalidades.» (Sidney Sonnino)
Ahora bien, parece que hacia el 12 de abril el Rey de Italia y el partido de Giolitti, enfrentado al de Sonnino, habían hecho propuestas a Austria vía las legaciones alemana y después austríaca en Berna, pidiendo la cesión sólo del Trentino de lengua italiana y la villa de Aquilea. Carlos no da curso a esta propuesta de negociación para no hacer, como él lo estima, doble juego con la mediación de Sixto. Queriendo tener las cosas claras, ruega a su cuñado que venga de nuevo a encontrarlo para esclarecer el doble juego italiano. Al mismo tiempo, la Monarquía ha recibido varias proposiciones de paz de Rusia (2).
Después del fracaso de Bad Homburg, Carlos, que había esperado llevar a su aliado hacia sus propias opiniones pacifistas ―y que continuará acariciando esa esperanza hasta mediados de 1917, si bien manteniendo esta opción como secundaria― desea a partir de ahora una paz separada con la Entente. Czernin, por su parte, no cejará hasta ser despedido (14 de abril de 1918) de vacilar entre paz separada y paz austro-alemana. Esta última, preferida por el Ministro, fracasa de raíz por la persistencia alemana de negarse a restituir la Alsacia y Lorena a Francia, a pesar de las generosas ofertas de compensación austríaca.
«Conociendo la influencia de los medios pangermanistas
y del Ejército en la diplomacia austro-húngara...» (Ottokar Czernin)
Entre tanto, Sixto parte pues para Laxenburg, donde encuentra al Emperador y a Czernin el 8 de mayo. Carlos, aunque insistiendo en su voluntad de una mediación de Francia e Inglaterra entre Austria-Hungría e Italia, dice estar preparado para hacer justos sacrificios a Italia siempre que sean territorios «de lengua y sentimiento italianos» (3) y que aquellas cesiones sean compensadas teniendo en cuenta el amor propio de los pueblos de la Monarquía y la situación de las armas, favorable a Austria. Podría tratarse de Eritrea o de Somalia, recientemente conquistadas y con una población italiana extremamente débil. Además, Carlos pide a la Entente garantizar el statu quo del excedente de la Monarquía, y, si una paz separada debiera concluirse, su apoyo en caso de agresión alemana.
El día 9, entrega a Sixto una segunda carta autógrafa, ésta firmada también por Czernin (4), la cual retoma las diferentes proposiciones. Una nota de Czernin la acompaña.
Una última entrevista tiene lugar en Neuchâtel entre Erdôdi y Sixto el 12 de mayo, tras la ruptura con los Estados Unidos, inevitable por la actitud de Wilson, que no había aceptado recibir al embajador austríaco, el Conde Tarnowski, cuando fue a presentarle sus credenciales. El enviado especial informa al Príncipe de las gestiones de los diputados socialistas austríacos, que han pedido al Emperador continuar su política de tender hacia una paz honrosa. Finalmente, el Emperador propone enviar un plenipotenciario a Suiza el 15 de junio para firmar la paz, un acuerdo que parece asegurado siempre que Italia acepte entregar una de sus colonias en compensación del Trentino y de Aquilea.
Durante una tercera entrevista con Poincaré, esta vez en presencia de Ribot, el 20 de mayo, Sixto presenta la segunda carta imperial. Ribot se muestra muy reticente y produce nuevas exigencias con respecto a Austria-Hungría (Rumanía y Polonia). Se declara sorprendido del doble juego italiano y exige hablar abiertamente (5) a los italianos; de lo contrario, amenaza con romperlo todo. El 23 de mayo, Sixto comunica la carta a Lloyd George y a Jorge V, los cuales parecen aceptar la idea de compensación (6). Lloyd George retoma la idea que Ribot le había sugerido sobre un encuentro en Compiègne entre los dos reyes, el Presidente francés y sus ministros para clarificar la posición italiana. Italia no responde a esta convocatoria, invocando todo tipo de pretextos dilatorios (7).
Durante una última entrevista con Lloyd George, el 4 de junio, éste declara al Príncipe: «Concluir la paz con Austria es demasiado importante para nosotros» (8) y se declara decidido a continuar las negociaciones con Viena a pesar de las dificultades puestas por Sonnino. La segunda carta de Carlos no recibirá respuesta alguna de la Entente, salvo un discurso de Ribot en la Cámara el 22 de mayo en el cual dice que los imperios centrales «vendrán a pedir la paz, no hipócritamente como hoy, por medios turbios y evasivos, sino abiertamente [...]». (9) ¡Vaya «medios turbios y evasivos»: un Emperador de Austria, casado con una Princesa francesa, y Príncipes de Borbón! (10) Anatole France ejecuta a Ribot con este trazo sin apelación: «Ribot es un viejo canalla por descuidar semejante ocasión. Un rey de Francia, sí, un rey de Francia habría tenido piedad de nuestro pobre pueblo exangüe, extenuado, no pudiendo más con ello». Y más: «el Emperador Carlos ha ofrecido la paz; es el único hombre honrado que ha aparecido en el curso de la guerra; no se le ha escuchado». (11)
Ante la ausencia de respuesta de París y de Londres, Czernin comienza al principio del verano de 1917, sin hablar de ello al Emperador según parece, otras negociaciones a través del Conde Revertera, quien toma contacto con uno de sus primos políticos, el Conde Armand, del servicio secreto francés. Estas negociaciones, aprobadas por Lloyd George (12) y el Estado Mayor francés (Foch), y toleradas por Ribot y luego por Clemenceau («escuchar y no decir nada»), tienen lugar en Suiza en dos etapas, del 12 de julio de 1917 al final de febrero de 1918. Al mismo tiempo, Carlos escribe el 20 de agosto de 1917 al Príncipe Imperial alemán, conociendo su proximidad de pareceres: «A pesar de los esfuerzos sobrehumanos de nuestras tropas, la situación de la retaguardia exige absolutamente el fin de la guerra antes del invierno. [...] Tengo indicios seguros de que podemos ganar a Francia a nuestra causa si Alemania pudiera resolverse a ciertos sacrificios territoriales en Alsacia y Lorena. Si nos ganamos a Francia, entonces habremos triunfado. [...] También te ruego, en esta hora decisiva para Alemania y Austria-Hungría, pensar sobre la situación general y unir tus esfuerzos a los míos para terminar la guerra rápidamente con honor». (13) Esta carta sigue sin producir efecto en una Alemania sometida a la «dictadura» de Ludendorff, que todavía cree en la victoria final. Ribot significa la negativa a la propuesta de Carlos en un discurso ante la Cámara el 12 de octubre: «Ayer era Austria quien se declaraba dispuesta a hacer la paz y a satisfacer nuestros deseos, pero que dejaba voluntariamente de lado a Italia, sabiendo que, si nosotros escuchábamos sus palabras falaces, Italia al día siguiente retomaría su libertad y se volvería adversaria de Francia, que la habría olvidado y traicionado. Nosotros no hemos consentido." (14)
La declaración de guerra de los Estados Unidos a Austria-Hungría el 7 de diciembre de 1917, oficialmente justificada por Wilson en su discurso en el Congreso por el hecho de que «Austria-Hungría no es, en este momento, su propia dueña, sino el simple vasallo del gobierno alemán» (15), tiene como consecuencia arrojar a Viena a los brazos de Berlín, lo que hasta el momento no era el caso (16), pese a lo que dijera Ribot. Los pan-germanistas, en primera fila de los cuales estaba Czernin, se encuentran en su momento estelar. Pese a su buena voluntad, Carlos ya no consigue imponer sus ideas sobre la paz separada.
«La declaración de guerra de los Estados Unidos [...]
tiene como consecuencia arrojar a Viena a los brazos de Berlín.»
(Guillermo II y Francisco Fernando de Austria-Este)
El 2 de abril de 1918, Czernin, dirigiéndose a representantes del Consejo municipal de Viena, se deja llevar y declara: «El señor Clemenceau, algún tiempo antes del comienzo de la ofensiva en el frente occidental, hizo que se me preguntara si estaba preparado para entrar en negociaciones y sobre qué bases. Respondí inmediatamente, de acuerdo con Berlín, que no veía obstáculo alguno a la paz con Francia salvo las aspiraciones francesas relativas a Alsacia y Lorena. París respondió que no era posible negociar sobre esa base.» (17)
Czernin hace alusión a las conversaciones Armand/Revertera del verano precedente que habían tenido lugar por su propia iniciativa. Ante alegaciones tan falsas, la respuesta de Clemenceau ―que no había formado su gobierno hasta el 16 de noviembre de 1917― es tajante: «¡El Conde Czernin ha mentido!» Sigue una guerra mediante periódicos interpuestos que ninguna de las partes tiene la cordura de parar y que desemboca en la publicación por Clemenceau de la primera carta imperial, a pesar de la palabra de honor que habían dado tanto Poincaré como Ribot de no divulgarla. Una campaña de prensa, generosamente subvencionada por Ludendorff ―con la excepción notable de la prensa socialista y radical―, se desencadena contra el Emperador ―a quien se le reprocha entre otras cosas haber recurrido a un enemigo como emisario― y la Monarquía. La situación de Carlos se torna precaria. (18) El 14 de abril consigue desembarazarse de Czernin, que preparaba un golpe de Estado, y se reúne el 12 de mayo en Spa con Guillermo II, a quien recuerda que de manera regular le había mantenido al corriente de sus tentativas sin revelar, sin embargo, el nombre de sus interlocutores, lo que el Emperador alemán no puede negar. Las consecuencias de la publicación de la carta imperial (19) son dramáticas para Austria, que debe ofrecer garantías a Alemania enviando regimientos al frente occidental, y pierde una gran parte de la libertad de cara a Alemania que le quedaba.
La propuesta de paz del Emperador Carlos, que siempre buscó «en todas las cosas la voluntad de Dios, para reconocerla y seguirla» (20), estuvo motivada por profundas convicciones de justicia y equidad, de humanidad, de preocupación constante por los pueblos de la Monarquía y de respeto del jus gentium clásico, fundado en el derecho natural. En oposición a estos principios cristianos, retomados por las llamadas en favor de la paz de Benedicto XV y las misiones de Monseñor Pacelli, entonces Nuncio en Múnich, los que rechazaron la mano tendida por el Emperador lo hicieron por consideraciones ideológicas diversas. Quisieron abatir la monarquía católica de los Habsburgo, aunque la guerra tuviera que durar un año de más y costar, tan sólo del lado francés, 300.000 vidas adicionales, y establecer un nuevo orden europeo trazando fronteras arbitrariamente en nombre del derecho de los pueblos ―guardándose bien de consultarlos, en la mayoría de los casos― que tendrán por consecuencia notablemente las recientes guerras balcánicas. Qué diferencia con aquél que dos años más tarde escribía: «El monarca es el único responsable ante la historia. [...] No me arrepiento ni un segundo de la carta a Sixto, y hoy actuaría exactamente del mismo modo si me encontrara en la misma situación. Soy yo, el Emperador, quien debe decidir la guerra y la paz, y llevaría ante Dios la responsabilidad de toda ocasión que se hubiera perdido para poner fin a aquella efusión de sangre inútil. [...] Cada día, de la mañana a la noche, hice todo lo que estaba en mi poder para dar la paz a mis pueblos y salvar a los hijos y padres de la gente.» (21)
—Bernard Charpentier, L'offre de paix séparée de Charles 1er d'Autriche.
Partes: primera, segunda, y coda.
Notas a pie de página del artículo original (muy interesantes):
(1) Trieste era el principal puerto austríaco desde 1382, como el propio Sonnino había reconocido: «reivindicar Trieste [cuya población es mixta] como un derecho sería una exageración del principio de las nacionalidades.» (Rassegna settimanale, 29 de mayo de 1881, citado en Borbón, op. cit., p.385.
(2) Estas proposiciones serán renovadas frecuentemente hasta la paz de Brest-Litovsk. Los oficiales rusos, como la población civil, no tenían reparos en ir a encontrar a los soldados austro-húngaros en las trincheras.
(3) En este sentido, ver la carta del 10 de junio de 1917 de Pacelli a Gasparri: «Tutto l'Impero con tutte le sue nazionalità è d'accordo col Governo che l'Italia non debba ottenere un palmo di territorio austriaco. Chi parla in Austria di cessione del Trentino si espone al pericolo di essere accusato di alto tradimento ed eccita lo sdegno generale» (citado en Kovacs, op. cit., pp. 136-137).
(4) Desde un punto de vista de derecho constitucional, esta cuestión de la contra-firma es interesante, en la medida en que según la Constitución de 1867 todo acto del Emperador debe estar contra-firmado por un ministro que asume la responsabilidad por él. La primera carta imperial no está refrendada y constituye pues un acto constitucionalmente nulo. L'offre de paix del Príncipe Sixto reproduce las dos cartas sin contra-firma, pero el Kaiser Karl de E. Kovacs, Anhang II, «Czernins Postkripta» pp. 665 ssgs., refiriéndose a las cajas «Czernin» conservadas en el Haus-, Hof- und Staatarchiv desde 1994, afirma que la segunda carta estaba contra-firmada, lo cual significa que Czernin asumía la responsabilidad. Es probablemente por esto que el Ministro la hizo desaparecer de los archivos del Ballhausplatz durante su revocación, el 14 de abril de 1918.
(5) Según el Príncipe Sixto (op. cit., p.262) y Polzer-Hoditz (op. cit., p. 174), parece que Ribot había comunicado a Sonnino las cartas imperiales durante la conferencia del 25 al 27 de julio, a pesar de la palabra de honor que había empeñado.
(6) Dugast Rouillé, op. cit., p.96.
(7) Esta conferencia tiene lugar finalmente en Londres el 7 y 8 de agosto. Allí, Sonnino asienta su ascendiente sobre Lloyd George y Ribot.
(8) Borbón, op. cit., p.225
(9) Journal des Débats, jueves 17 de mayo de 1917, p.1., col. 5, citado en Borbón, op. cit., pp. 202-203.
(10) En realidad, parece que fueron otras razones las que motivaran el comportamiento de Ribot. Ver en este sentido las palabras del Príncipe Javier, que había tenido acceso a ciertos archivos en 1942 antes de ser deportado, reproducidas en Kovacs (op. cit., pp. 156-157): «La caída de Briand y la nominación de Ribaut (sic) habían sido decididas de antemano para impedir una paz clerical austríaca [...] La desaparición del Emperador de la monarquía católica austro-húngara y la desmembración de ésta, habían sido preparadas hasta el menor detalle» y, añade, las fronteras de los Estados sucesores de Austria-Hungría trazados en un anexo debían corresponder a las de los tratados de 1919/1920.
(11) Citado por Dugast Rouillé, op. cit., p. 87 y 101, y Polzer-Hoditz, op. cit., p. 302.
(12) Durante una reunión con Pailevé en Londres el 6 de agosto (cf. Borbón, op. cit., p. 270.
(13) Citado en Borbón, op. cit., pp. 277-281.
(14) Citado en Borbón, op. cit., pp. 306-308.
(15) Discurso del 4 de diciembre, citado en Borbón, op. cit., pp.315-316. En realidad, la ruptura viene de la «adhesión» de Austria a la guerra submarina a ultranza.
(16) Ver por ejemplo el rechazo del Emperador de firmar el tratado de comercio con Alemania que le propone Czernin en mayo de 1917.
(17) Citado en Borbón, op. cit., p. 335.
(18) El Príncipe von Hohenlohe, embajador de Carlos en Berín, había, el 13 de junio de 1917, advertido a Viena de que Guillermo amenazaba con invadir Austria y ocupar Praga a causa de «las intrigas secretas austríacas contra la alianza austro-alemana» (Kovacs, op. cit., p.178)
(19) El Secretario de Estado americano, Robert Lansing, escribió en un memorándum a Wilson el 12 de abril de 1918 sobre esta publicación, que era «una muestra de la más asombrosa estupidez, por la cual ninguna excusa puede hacerse. [...] Su revelación ha arrojado Austria-Hungría de cuerpo a los brazos de Alemania. [...] Incluso si Carlos quisiera actuar de otra manera, la estupidez de Clemenceau y el miedo de Alemania lo impedirían. [...] Como ejemplo de diplomacia estúpida esta actuación no tiene casi parangón. [...] Cómo un hombre de estado puede arrojar una ventaja estratégica sin otra compensación que la satisfacción personal de disgustar al adversario no alcanza a comprenderse. [...] Es desafortunado que "el Tigre" de Francia no posea mejor control sobre sus impulsos, desafortunado para su país como para los co-beligerentes de Francia. Siempre estaba la posibilidad de que algo resultara del evidente deseo de paz a casi cualquier precio del Emperador austríaco. Esta posibilidad Clemenceau la ha destruido» (reproducido en Kovacs, op. cit., tomo 2, pp. 343-344.
(20) Como lo dirá, moribundo, a la Emperatriz Zita, como recordaba Juan Pablo II en su homilía de la misa de beatificación del bienaventurado Carlos de Austria (Roma, 3 de octubre de 2004).
(21) Réflexions politiques del Emperador, Prangins, 1929, reproducidas en Kovacs, op. cit., tomo 2, pp. 554-55.
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