Hoy que se conmemora y publicita en varios sitios el armisticio (o falsa paz, por no ser fruto y restauración de la justicia) que puso fin a la Guerra Gran (esto es, la interrupción momentánea de una etapa en la guerra general que la Revolución venía -y viene- realizando contra la Religión y contra todos los Tronos Católicos reinantes) resulta conveniente recordar un asunto importante de ésta, recogido en un artículo de la revista francesa Catholica, firmado por Bernard Charpentier y que ha traído traducido el cuaderno de bitácora FIRMUS ET RUSTICUS.

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El «affaire Sixto» (I)

«Es el único hombre honrado que ha aparecido en el curso de la guerra;
no se le ha escuchado.»


Artículo de Bernard Charpentier publicado en la revista Catholica:


Hace noventa años, la Gran Guerra llegaba a su fin. Varias tentativas en favor de la paz fueron emprendidas a partir de 1916. Una sola, sin embargo, casi logró llegar a buen fin: la del Emperador Carlos I de Austria en 1917, conocida como el «affaire Sixto». Esta proposición de paz ilustra una concepción del orden internacional fundada sobre la justicia y la equidad, y la búsqueda de la paz comprendida como el primer deber de un soberano hacia los pueblos que le son confiados.

El día después de comenzar su reinado, el 22 de noviembre de 1916, Carlos I dirige a sus súbditos este rescripto: «Quiero hacer todo lo posible para alejar en el menor plazo posible los horrores y los sacrificios de la guerra, y ofrecer a mis pueblos las bendiciones desaparecidas de la paz tan pronto como lo permitan el honor de las armas, las condiciones vitales de mis Estados y de sus fieles aliados, y la obstinación de nuestros enemigos. [...] Animado por un profundo amor hacia mis pueblos, quiero consagrar mi vida y todas mis fuerzas al servicio de tan alta tarea» (1).

«Tan pronto como lo permita el honor de las armas...»


El 12 de diciembre de 1916, los ministros de asuntos exteriores de Viena y de Berlín dirigen a los aliados una nota sobre la paz que es rechazada por la Entente el 31 de diciembre, el día de la coronación de Carlos como Rey Apostólico de Hungría. Carlos no cejará de insistir a su aliado alemán para que busque la paz con él. Así, escribe por ejemplo el 2 de enero de 1917 a Guillermo II: «Mi ideal, que sin duda aprobaréis, es favorecer el deseo del mundo entero: conseguir por fin llegar a negociaciones serias y aceptables para nuestros pueblos y para la humanidad. Ahí está nuestro deber». (2)

El Emperador, conociendo la influencia de los medios pangermanistas y del Ejército sobre la diplomacia austro-húngara, decide utilizar también otras vías, acordándose sin duda de una carta que el Príncipe Sixto de Borbón Parma, hijo del último duque reinante de Parma, Roberto, había dirigido en enero de 1915 a su hermana, la entonces Archiduquesa Zita (3), esposa del futuro Carlos I. Encarga así a su suegra, la Duquesa viuda de Parma, de exponer a sus hijos, Sixto y Javier (4), con los que se reúne en Suiza el 29 de enero de 1917, su «deseo [...] de verlos para tratar directamente con ellos acerca de la paz» (5), o, si acudir a Viena les parece imposible, les propone enviar a Suiza una persona de confianza para comunicarles su parecer. A los Príncipes, quienes de todas formas quieren consultar primero a París, sólo les parece posible contemplar esta última eventualidad. Los Príncipes indican los siguientes puntos como condiciones previas desde el punto de vista francés: la restitución de la Alsacia y Lorena de 1814 (6) a Francia sin ninguna compensación colonial o de otro tipo, Bélgica restituida y conservando el Congo, lo mismo que Serbia, eventualmente agrandada por Albania, y finalmente Constantinopla para los rusos.
«Los dos sirven desde 1915 en la artillería belga...» (Sixto y Javier de Borbón Parma)


El 22 de enero de 1917, Wilson proclama el derecho de autodeterminación de los pueblos (7). El 1 de febrero, Alemania desencadena la guerra submarina a ultranza, poniendo a Carlos, que quiere oponerse a ella, ante un hecho consumado. De vuelta a París, el Príncipe Sixto se reúne, por mediación de William Martin (8), jefe del servicio de protocolo en el Ministerio de asuntos exteriores, con Jules Cambon, secretario general del Quai d'Orsay y antiguo embajador en Berlín.

De esta entrevista se deduce el interés del gobierno francés por entablar negociaciones con la Monarquía a través de la intermediación del Príncipe Sixto, y el deseo, expresado por Cambon, de un encuentro entre el Príncipe, el Presidente Poincaré y Briand, entonces Presidente del Consejo.

«En absoluto se trata de desmembrar la Monarquía, idea
a la que los Estados Unidos llegaron mucho más tarde.»


Sixto, pues, vuelve a partir hacia Suiza, donde se entrevista con el Conde Thomas Erdôdi (10), amigo de la infancia del Emperador, los días 13 y 21 de febrero. Durante una primera entrevista, Erdôdi confirma la aceptación de Carlos de las condiciones de Sixto, pero, en cuanto a Serbia, el Emperador desea la creación de un reino sud-eslavo (yugoslavo) que englobaría a Bosnia, Serbia, Albania y Montenegro, y que estaría bajo la dependencia de Austria, apartando a la dinastía Karageorgevich, considerada por Viena como implicada en el asesinato de Sarajevo. La idea de una paz separada es aceptada por las dos partes. En la segunda entrevista, Erdôdi, después de haber conferenciado con el Emperador, traslada a Sixto una nota ostensible del Ministro de asuntos exteriores de la Monarquía, el Conde Czernin, enmendada por una nota personal y oficiosa del Emperador, desconocida por Czernin, por la cual Carlos declara que sostendrá por todos los medios a Francia de cara a Alemania, y expresa su simpatía por Bélgica. Precisa que Austria «no está en absoluto bajo la mano alemana» y que su «único objetivo es mantener la Monarquía en su tamaño actual.»

Durante una entrevista del Príncipe con Poincaré el 5 de marzo, éste último resume la situación: «el trámite a seguir será pues el siguiente: obtener de Austria los cuatro puntos esenciales (11), comunicar este resultado a Inglaterra y a Rusia bajo una forma totalmente secreta y ver si hay un medio de entenderse para concluir un armisticio secreto. [...] El interés de Francia no es sólo mantener a Austria, sino agrandarla en detrimento de Alemania (Silesia o Baviera)». (12) Briand, consultado por Poincaré el 6 de marzo, confirma este enfoque. Ya entonces se comprende que las dificultades vendrán de Italia, pero Poincaré estima que las peticiones italianas podrán ser compensadas por los territorios tomados a Alemania en beneficio de la Monarquía, a lo que Carlos se negará a continuación. La dimisión de Lyautey, el 14 de marzo, acarrea la caída del ministerio Briand, reemplazado el 19 por el gabinete Ribot, el cual, si bien se declara favorable a la continuación de las negociaciones, es netamente más reticente que su predecesor. Si el equilibrio militar perdura entre los beligerantes ―habiendo Austria-Hungría derrotado repetidamente a Italia en el Isonzo―, la situación de la retaguardia se hace difícil tanto para la Monarquía como para el Reich.
«Netamente más reticente que su predecesor.» (Alexandre Ribot)


De vuelta en Suiza el 19 de marzo, Erdôdi apremia a los Príncipes para que vayan a Viena a discutir con el Emperador las modalidades de su oferta. Reticentes, se rinden a los argumentos de su hermana: «No te dejes detener por consideraciones que, en la vida corriente, estarían justificadas. Piensa en aquéllos infelices que viven en el infierno de las trincheras, que mueren por centenares todos los días, y ven». (13)

«Piensa en aquellos infelices [...], y ven.» (Emperatriz Zita)


Dos entrevistas, el 23 y el 24 de marzo, tienen lugar en el mayor secreto en Laxenburg. Aparte de los soberanos, de Sixto, y de Javier, asiste a unas partes Czernin, a quien Sixto describe como «largo, flaco y frío», reticente y tan «confuso que es imposible captar el fondo de su pensamiento». El Emperador insiste: «Es absolutamente necesario concluir la paz, lo quiero a todo precio [...] Más vale pues consentir a los arreglos equitativos, y yo, por mi parte, estoy completamente dispuesto a hacerlo». Sin embargo, considera que su deber de aliado le obliga a intentar lo imposible para llevar a Alemania a una paz justa y equitativa. Si aquello no funcionaba, concluiría la paz de manera separada.

«Con qué ardor sincero se esforzaba el Emperador Carlos
para concluir la paz, y cómo se las ingeniaba el Emperador
Guillermo para tratar estos esfuerzos como bagatelas.» (Guillermo II)


El 24, entrega a Sixto una carta autógrafa (14) que marca un gran éxito en las negociaciones al adoptar sin reservas la base propuesta por Sixto en enero en lo referente a Francia, Bélgica y Serbia, a la vez que reservando la cuestión de Constantinopla y de los estrechos, habida cuenta de la revolución rusa del 14 de marzo (15). Nada se dice de Italia, al desear Carlos la mediación entre Francia e Inglaterra. Él espera una alianza con Francia tras el fin del conflicto. Carlos encarga a Sixto la transmisión secreta de su carta a Francia y a Inglaterra. Tal como escribe el Príncipe Sixto, «el parecer del Emperador sobre las ventajas que siempre ofrece a Europa una paz de moderación sobre una paz de preponderancia marcan un sentido político y un buen sentido que, desafortunadamente, no son comunes».

Después de haber leído la carta del Emperador, Poincaré declara a Sixto durante una tercera entrevista el 31 de marzo: «se trata, pues, no de un armisticio, sino de una paz separada destinada a menoscabar el bloque central, paz separada con Austria, la cual, diplomáticamente, se colocaría acto seguido de nuestro lado» (16), añadiendo que la opinión pública es, en Francia como en Inglaterra, favorable a Austria ―ya que ningún enfrentamiento entre sus tropas tiene lugar hasta que las tropas francesas y británicas vienen a reforzar al ejército italiano tras la debacle de Caporetto (9 de noviembre de 1917)― y que Deschanel, entonces Presidente de la Cámara, insiste en que se concluya la paz con Austria. Ribot, puesto al corriente por Poincaré, decide ir a Folkestone a buscar a Lloyd George el 11 de abril para comunicarle la propuesta de Carlos. A la lectura de la carta imperial, el Primer Ministro británico habría exclamado: «¡Es la paz!» (17). Es entonces cuando Ribot desea poner al corriente a Italia de las negociaciones. Sixto, muy reticente ya que la carta no está destinada más que a Francia y a Inglaterra, termina por consentir cuando Ribot se compromete a sondar a Italia de manera general, sin citar al Emperador ni producir su carta. Una cumbre es convocada en Saint-Jean-de-Maurienne entre Lloyd George, Ribot y Sonnino, Ministro italiano de asuntos exteriores, para el 19 de abril.
«¡Es la paz!» (David Lloyd George)


Sixto desea asegurarse de que el secreto de las propuestas austríacas será guardado, y para ello se reúne con Lloyd George en París el 18. Éste declara la amistad inglesa hacia Austria y su deseo de llegar a una paz con ella; una paz que debería englobar necesariamente a Italia. Al mismo tiempo, el 3 de abril, Carlos se reúne en Bad Homburg con Guillermo II para intentar atraerlo hacia puntos de vista pacíficos razonables, ofreciendo a Alemania la cesión gratuita de la Galicia si ésta restituía la Alsacia y Lorena a Francia. Ante el rechazo de Guillermo (18), Carlos hace que se le dirija, el 13 de abril, un memorándum denunciando la alianza con el Reich par el 11 de noviembre de 1917 a más tardar.”

—Bernard Charpentier, L'offre de paix séparée de Charles 1er d'Autriche.





Notas a pie de página del artículo original (muy interesantes):


(1) Príncipe Sixto de Borbón, L'offre de paix séparée de l'Autriche, Plon, 1920, p.36.

(2) Citado por Michel Dugast Rouillé, Charles de Habsbourg, éditions Racine, Bruxelles, 2003. p.65.

(3) No podríamos insistir lo suficiente en la influencia de la Emperatriz Zita en la propuesta austríaca. Ver notablemente Antoine Redier, Zita, princesse de la paix, La revue française (éd.), 1930, en particular pp. 123-219.

(4) Los dos sirven desde el 25 de agosto de 1915 en la artillería belga, habiendo declinado Francia su oferta de unirse a sus ejércitos.

(5) Borbón, op. cit., p.39.

(6) Es decir, con Landau y Saarlouis, perdidas en el Congreso de Viena tras los Cien Días.

(7) El décimo de los Catorce puntos de Wilson enuncia: «A las nacionalidades de Austria-Hungría, cuyo lugar entre las naciones queremos ver protegido y asegurado, debe acordarse la más libre oportunidad de desarrollo autónomo». En absoluto se trata de desmembrar la Monarquía, idea a la que los Estados Unidos llegaron mucho más tarde.

(8) W. Martin está, por su función, en contacto permanente con el Presidente Poincaré. Se habían establecido contactos con él desde enero de 1916. En una segunda entrevista, el 26 de julio, Martin informa a Sixto de la posición de Poincaré: «Es necesario para nuestro interés que Austria subsista». (Borbón, op. cit., p.17)

(9) El Príncipe Sixto ya se había reunido con Jules Cambon el 23 de noviembre de 1916. Éste le había transmitido su parecer: «Por mi parte, yo desearía ver subsistir una sola corona imperial, la de Austria, reduciendo a Prusia a su reino». (Borbón, op. cit., p.30)

(10) Carlos, enviándolo en misión, le había dicho: «Mi única aspiración es poner fin lo antes posible a esta horrible matanza. [...] Quiero constreñir a mis aliados a una mayor moderación, si bien no tengo intención de abandonarlos». (Citado en Dugast Rouillé, op. cit., p.30.

(11) Quedaba pues la cuestión de Serbia, que Austria acabará por aceptar.

(12) Borbón, op. cit., pp. 67-68.

(13) Borbón, op. cit., p.82.

(14) Nadie duda de que esta carta fue el fruto de un trabajo en común, al cual Dugast Rouillé (op. cit., p.82) piensa que el Príncipe Sixto había participado. Kovacs (op. cit., pp. 134 y 668) afirma que hubo 14 borradores y que en Viena no se conservó copia de la carta finalmente enviada, de manera que era imposible saber con certeza si la carta publicada por Clemenceau en abril de 1918 era en efecto la que el Emperador había dirigido a las potencias de la Entente.

(15) La Rusia revolucionaria ya no los reivindicará más.

(16) Borbón, op. cit., p.104.

(17) Dugast Rouillé, op. cit., p. 84, y Kovacs, op. cit., p. 155.

(18) Polzer-Hoditz, director del gabinete de Carlos, escribió estas líneas amargas: «Con qué ardor sincero se esforzaba el Emperador Carlos para concluir la paz, y cómo se las ingeniaba el Emperador Guillermo para tratar estos esfuerzos como bagatelas». (El Emperador Carlos, Grasset, 1939, p. 169).