Tan honrado como todos

JUAN MANUEL DE PRADA





ESTEBAN González Pons ha soltado en uno de esos saraos que los partidos políticos organizan para tupir de morralla informativa los telediarios del fin de semana la siguiente frase: «El PP es un partido tan honrado como todos». Si la frase la hubiese soltado cualquier politiquillo bocón, de esos que manejan el lenguaje como si fuese una alpargata o una bayeta, la frase se nos antojaría ingenua, botarate e involuntariamente irrisoria. Pero González Pons es hombre versado en la preceptiva literaria (no en vano ha publicado varios libros de poemas), de verbo fino e ingenioso (si bien algo pinturero), a quien no se le puede escapar que tal frase es una antífrasis como un castillo. Para los legos en la materia, aclararemos que la antífrasis es una figura retórica que atribuye a personas o cosas términos que significan exactamente lo contrario de lo que debiera decirse; y es una variante especialmente malévola de la ironía, mucho más envenenada que el sarcasmo y más sibilina que la elipsis. Un hábil retórico como González Pons no ignora que los partidos políticos, para el imaginario colectivo, son organizaciones de trincones y corruptos; y que su honra merece el mismo crédito que el virgo de Areúsa, la amiga de Celestina. Al afirmar que la honra de su partido iguala a la del resto logra una antífrasis que nos recuerda, por su corrosividad y socarronería, a la de Quevedo, cuando el Buscón don Pablos, refiriendo las hazañas de su progenitor, desliza: «Salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban eminencia». Y es que a Quevedo, como a González Pons, le gustaba jugar en sus antífrasis con el concepto de honra, tal vez el más concurrido por nuestros escritores del Siglo de Oro.
Américo Castro, en su ensayo La edad conflictiva, nos enseñaba la diferencia existente entre honor y honra en la España del Siglo de Oro, que sirve también para nuestra España del siglo de la bisutería: mientras el honor era ideal y objetivo, con una existencia propia más allá de la experiencia individual, la honra era la proyección de ese ideal en la vida de cada individuo; y, pronto, la honra dejó de fundarse en los méritos propios, para hacerlo en la opinión y estimación ajenas. Y como la estimación ajena puede lograrse con dinero o con engaño, tan honrada podía ser la ramera como la mujer virtuosa. Este deslizamiento del concepto de la honra fue muy satirizado por nuestros clásicos; así, la bruja Cañizares, en El coloquio de los perros, proclama: «Rezo poco, y en público; murmuro mucho, y en secreto. Vame mejor con ser hipócrita que con ser pecadora declarada: las apariencias de mis buenas obras presentes van borrando la memoria de los que me conocen las malas obras pasadas». Y el arcipreste de San Salvador, que se trajinaba a la mujer del Lazarillo, lo alecciona: «Lázaro de Tormes, quien ha de mirar a dichos de malas lenguas, nunca medrará. Digo esto porque no me maravillaría alguno, viendo entrar en mi casa a tu mujer y salir della. Ella entra muy a tu honra y suya, y esto te lo prometo. Por tanto, no mires a lo que pueden decir, sino a lo que te toca, digo a tu provecho». Y es que, cuando honra y provecho entran en conflicto, vale el consejo malvado de Celestina a Areúsa: «Honra sin provecho no es sino como anillo en el dedo; e pues entrambos no caben en un saco, acoge la ganancia».
Consejo que nuestros partidos políticos han seguido al dedillo, llenando sin rebozo el saco del provecho y la ganancia. Luego, para seguir siendo «tan honrados como todos», se falsifican facturas o se borran discos duros de ordenador, como antaño se remendaban virgos, y santas pascuas. González Pons lo ha clavado, el tío.






Histrico Opinin - ABC.es - martes 26 de noviembre de 2013