EL CONCEPTO DE “BIEN COMÚN” (ABC, 14 de Julio de 1967)
Por Juan Vallet de Goytisolo
En estos tiempos de prisas, de agobios, de urgencias, hay palabras mágicas, etiquetas y frases hechas, “slogans”, que sustituyen a los mejores razonamientos y dejan liquidadas las cuestiones sin la menor preocupación de enterarse de ellas.
Por eso de entabla una lucha feroz, para apoderarse de ciertas palabras, para monopolizar ciertas etiquetas cambiando el contenido que enuncian; o bien, por el contrario, para desacreditarlas y hacer inservible el producto que envuelven.
Entre las expresiones que todo el mundo quiere llenar de un contenido, a su propio gusto, está la del “bien común”. Todos los gobernantes y todos los oponentes lo invocan para justificar o para denigrar las iniciativas más diversas e incluso contrapuestas.
Sin embargo, tiene un significado tradicional, anterior a la actual Babel de ideologías, en virtud de la cual en lugar de usar todos palabras diferentes para expresar la misma cosa, expresamos distintas cosas con la misma palabra.
Veamos, pues, cuál es el sentido genuino de “bien común” y cuál es la causa profunda de sus tergiversaciones.
No es el bien de la mayoría. No es la razón de Estado. No es lo que se ha llamado interés nacional. No es la satisfacción de la masa.
Es el bien de todo el pueblo, visto transtemporalmente, en su sucesión de generaciones.
El mayor defecto de la hora actual es la miopía, la cortedad de visión, en el espacio y en el tiempo, y resulta curioso que así, precisamente así, lo que se hace pasar falsamente por bien común resulta incompatible con el bien de todos. De ese modo lo que se nos presenta como bien común es sólo el bien de la mayoría de hoy y el mal de todos para mañana; o es el bien de la ciudad y el mal del campo, etcétera.
¿Por qué? Porque se olvida la pauta de la naturaleza de las cosas, del orden natural en su totalidad, en su dinámica transtemporal. De ahí las consecuencias nefastas, para mañana, de ciertas soluciones artificiales a problemas que hoy se creen urgentes.
El bien común pide la conservación de la armonía social, que beneficia a todo el pueblo orgánicamente constituido.
Por eso una intervención estatal en pro de un ideal de igualar, si al constreñir la libertad disminuye la iniciativa creadora, aunque pueda ser favorable a la masa de hoy, será en definitiva desfavorable al bien común, como pronto o tarde lo sentirá el país entero. Recordemos cómo el beneficio concedido a los inquilinos de ayer ha provocado perjuicios en cadena, que no sólo siguen sin enjugar, sino que en virtud de cada nueva medida, cada vez más esforzada, para curar cualquiera de sus consecuencias concretas, cuanto más se ha logrado el éxito para cada una mayores heridas y daños se han ido causando en otros sectores cada vez más alejados del ámbito inicialmente afectado.
Es inmoral el arbitrista que declara desentenderse de los malos resultados de sus disposiciones, en cuanto falta a su deber de procurar el verdadero “bien común” y no su éxito inmediato. Y es necio en cuanto ignora que esas consecuencias u otras peores si también quiere impedirlas a contrapelo se producirán indefectiblemente.
El dogma del pecado original y de sus consecuencias cada día es más olvidado en la práctica.
Se olvida al hombre encarnado, enraizado en este mundo, y al pretender transformarlo en el “hombre nuevo” se olvidan los medios naturales de encauzarlo en sociedades naturales y en costumbres vividas y arraigadas. Así es como, olvidando el verdadero bien común, conforme nos recordó Gustave Thibon, en uno de sus “Diagnósticos de filosofía social”: “Se dilapidan los más ocultos, los más profundos recursos del cuerpo social (me refiero a cosas tan diversas como la estabilidad monetaria, la continuidad y la sana especialización profesional, la inserción del individuo en los viejos cuadros locales, familiares y religiosos) en provecho de un éxito efímero, de un euforia de agonizante. La salvación de la hora presente tiene como contrapartida la degradación del porvenir. ¿Qué se sabe hoy de la verdadera política, de la prudencia paciente y silenciosa que prevé, que crea reservas?”
Fuente: HEMEROTECA ABC
Marcadores