Declaraciones de Vázquez de Mella sobre la Dictadura de Primo de Rivera

ABC, 3 de Enero de 1925


La situación política y social

DECLARACIONES DEL SEÑOR VÁZQUEZ DE MELLA


El momento político. La derrota del parlamentarismo y la obra del Directorio. La sucesión del Directorio. Parlamentarismo o régimen representativo. Las seis clases que deben ser representadas en el Parlamento.



Las opiniones del Sr. Vázquez de Mella sobre los asuntos nacional tiene interés excepcional para el público. A este hombre insigne se le escucha siempre, no sólo con la admiración que merecen su talento formidable, su vasta cultura y su verbo grandilocuente, sino con extraordinario respeto, con una confianza que no logran otros políticos, aunque sean también admirables y admirados por su mentalidad.

Al Sr. Vázquez de Mella se le estima la nobleza de su vida privada y pública, limpia de ambiciones [Nota mía: Bueno, bueno; eso de “limpia de ambiciones” habría que puntualizarlo y aclararlo, pues su actuación no fue, digamos, muy “limpia” dentro de la Comunión y con respecto al Rey Jaime III; actuación que, finalmente, desembocaría en el llamado “cisma mellista”. Pero en fin. Dejémoslo así, por ahora], fuertemente reacia a todos los halagos y solicitaciones que han pretendido desviarla de la humildad, y enteramente consagrada al culto de los ideales, con un sentido de tolerancia que no suelen tener los que blasonan de tolerantes, y que resplandece en la crítica desapasionada con que estudia las doctrinas que no comparte y los hechos que no acepta.

Uno de nuestros redactores ha conversado largamente con el gran orador acerca de los temas actuales; la gestión del Directorio, la crisis del parlamentarismo, la política del porvenir, la reforma del sufragio, la campaña revolucionaria de difamación antipatriótica, el problema de Marruecos y el peligro comunista.

De toda esta conversación interesantísima, abundante en opiniones luminosas, en agudos comentarios y en frases de fino ingenio, improvisamos un extracto, que por falta de espacio para reproducirlo de una vez ofreceremos a nuestros lectores en varios capítulos.


El momento político

El Sr. Vázquez de Mella nos dijo que se había negado a varias interviús, porque el paréntesis de su enfermedad había acumulado con las atrasadas las ocupaciones actuales, y que los momentos libres los empleaba en trabajos que están muy lejos de la política.

– A pesar de eso –le replicamos–, hay una razón que le obliga a usted a hablar después de tanto silencio: las delicadas alusiones a la política que usted representa, hechas recientemente en unas “Glosas” de ABC, por el ilustre escritor Eugenio d´Ors, comentadas por periodista de tanto relieve como López Ballesteros y por varios periódicos de provincias que participan de las ideas de usted.

Eso puede ser el motivo para un juicio sobre la situación y la política y el momento político actual.

Convencido el Sr. Mella, nos pidió que le indicáramos en preguntas un programa de lo que había de tratar.

A lo que le contestamos que el mismo señor Ors se lo da implícitamente al decir que sus ideas han triunfado en el Directorio.

– ¿Aplaude usted la obra del Directorio? ¿Cuál cree usted que debe ser su herencia? ¿Qué piensa de la polémica actual sobre el régimen venidero? ¿Y de la obra de Blasco Ibáñez? ¿Y de la cuestión de Marruecos y la acción de Primo de Rivera?

– Basta, basta –nos dijo, sonriendo, el señor Mella–. Para contestar todas esas preguntas, que encierran tan vastas cuestiones, se necesita un libro, y es imposible abarcarlas en una conversación si se han de razonar algo las afirmaciones.

– Eso no es un obstáculo –le replicamos–, en vez de una conversación, pueden ser varias o partirse la que se considere demasiado larga, pues tratándose de asuntos tan diferentes, equivaldría a una serie de distintos artículos.


La derrota del parlamentarismo y la obra del Directorio

– Siendo así, empecemos por la afirmación del Sr. Ors de que han triunfado las ideas tradicionalistas: ¿es verdad?

– Desgraciadamente, no, a no ser que se considere como triunfo la derrota parcial de uno de sus adversarios.

– ¿Y qué derrota parcial es ésa?

– La del parlamentarismo, o, concretando más, lo que llamamos ahora, antiguo régimen; es decir, el conglomerado de grupos y partidos, o, más claro, la gusanera, que, bajo ese parlamentarismo, soportaba y odiaba el más sufrido de los pueblos.

Durante medio siglo se repartieron los distritos, Ayuntamientos, Diputaciones y el presupuesto único, porque era el modelo y la regla a que había de ajustarse el de los Municipios y provincias. Ni un cartero, ni un caminero podían moverse en la última aldea sin su permiso.

Los grupos y su clientela eran los amos absolutos.

Los abusos de ese centralismo monstruoso fueron innumerables; pero también fue enorme el reparto de beneficios a los amigos que formaban la casta privilegiada, el patriciado de esa tiranía.

¿Y qué sucedió? Que en una noche, la del 13 de Septiembre, toda esa torre de caciques cayó con estrépito al suelo. ¿Y sabe usted de algún motín, aunque sea de tamaño rural, que estallase en defensa de los caídos?

¿Verdad que no hay noticia de ninguno?

Pues eso prueba que el movimiento del 13 de Septiembre no fue un golpe de Estado, sino un golpe de escoba.

– Entonces, ¿aplaude usted por completo la obra del Directorio?

– El movimiento inicial sí, en lo cual no hago más que votar con los oprimidos; pero en la obra posterior, el aplauso está sujeto a muchas reservas y distingos.

El Directorio hizo una gran obra, restaurar el orden material sin el cual un pueblo no puede vivir. Restableció la autoridad escarnecida, y la impuso. Sé por personas que formaban parte del régimen caído que una revolución del color de la que ahora asomó por la frontera pirenaica estaba dentro de casa y a punto de salir a la calle.

La espada del Directorio la amedrentó, obligándola a refugiarse en sus madrigueras.

Del resto de su obra, o de lo que debe hacer en enseñanza, ley de Imprenta, reorganización de la Hacienda, etc., etc., no tengo completa libertad para hablar; pero dos cosas es preciso afirmar: que no le faltó recta intención y patriotismo y que la herencia que recogió era horrible.

Aun dentro del centralismo debió atacar a fondo los abusos de una burocracia de presa y del expedienteo curialesco que la sostiene y que es grillete de todas las iniciativas fecundas, que agonizan en esa cárcel.

Intentó sanear, aunque no siempre con éxito, pero saneó en gran parte la administración municipal, que, fuera de algunas provincias y de ciertos oasis, era una laguna fétida; pero debió establecer una ley francamente descentralizadora y no una centralista más.


La sucesión del Directorio. Parlamentarismo o régimen representativo

– En la Prensa se viene discutiendo mucho sobre la herencia del Directorio y los hombres civiles que deben reemplazarle pronto. ¿Qué piensa usted de esos hombres y de esa herencia?

– Al Directorio le que mucho que hacer, lo principal, y si abandonara pronto el Poder sin realizarlo, su fracaso sería tremendo. En cuanto a los hombres, sean civiles o militares, con ser cosa muy importante sus cualidades de gobernantes, todavía lo es mucho más el sistema que deje el Directorio como herencia. Ésa es la cuestión de vida o muerte, y la que resume toda la polémica actual. Al Directorio no le quedan más que dos herencias, entre las cuales es forzoso que elija: o un parlamentarismo todo lo retocado, pulimentado y adecentado que se quiera, o la dirección resuelta hacia el régimen representativo.

Lo primero es el regreso al régimen caído. Pronto se disgregaría la Unión Patriótica, formada con tantos elementos heterogéneos, y retoñarían con nuevo vigor los partidos y los grupos. El Directorio quedaría en la Historia, no como una revolución saludable, sino como una interrupción parlamentaria. No habría hecho más que recomponer un poco la vía limpiándola de algunos obstáculos donde iba a estrellarse el tren de mercancías de los partidos para que pudiese continuar por algún tiempo y con mayor seguridad la marcha.

¿Y para eso se habría hecho la gran revolución?

En vano se querría ejercer un protectorado sobre los nuevos Gobiernos y detener otra vez el tren cuando empezase a descarrilar, porque el resultado de la dictadura anterior frustraría hasta el intento de la futura.

No hay término medio: o el régimen representativo o el fracaso.

– ¿Y cuáles serían las bases de ese régimen representativo?

– El que he expuesto tantas veces en el Parlamento, en el mitin y en la Prensa. Una amplia descentralización en Municipios y regiones; es decir, un regionalismo nacional, que es el único que puede acabar con el caciquismo, y con el nacionalismo regional, substancia del separatismo, y la representación por clases como cimiento de las Cortes.

– ¿No sería eso pedir el cambio de la Constitución?

– Evidentemente. La Constitución del 76 es una mezcla híbrida de carta otorgada y de Constitución, y antes de la abolladura del 13 de Septiembre, el último partido gobernante del antiguo régimen hizo de su reforma el fundamento de su programa cuando ya había hecho de ella una criba. Liberal era el partido que, pasando por ojo el artículo 55, cedió las Islas Filipinas sin el voto de las Cortes. Un hombre ágil, práctico y prevenido que procura no dejar los acontecimientos a la retaguardia, Cambó, el que convocó la Asamblea de los parlamentarios en Barcelona para reforzar y acentuar la Constitución; el que inspiró el Estatuto parlamentario de la Mancomunidad con Gabinete responsable y dos Cámaras elegidas por sufragio universal, es el mismo que después de recorrer y observar la mayor parte de los Estados de Europa pide en recientes artículos la supresión del parlamentarismo, y, por lo tanto, la variación constitucional, repitiendo con muchísima razón a Mussolini lo que antes le dijimos nosotros: que, a pesar de sus dotes extraordinarias, fracasará si no se divorcia pronto y totalmente del sistema y no establece el contrario.

El Sr. Goicoechea, con su natural perspicacia, avivada con el viaje a América, acaba de pedir la reforma de la Constitución para hacer independiente, a la manera de los Estados Unidos y muchas Repúblicas que los copian, el Poder ejecutivo de las invasiones del legislativo; lo mismo que yo defendí anteriormente, aunque sin fundarlo en la oposición de dos fragmentos de Poder, sino como consecuencia de las relaciones que deben existir entre lo que he llamado soberanía social y política.

Los antiguos partidos se han pasado la vida suspendiendo las garantías constitucionales. Parecía que el único principio fundamental del régimen era el de suspender la Constitución cuando les estorbaba, que era lo más frecuente.

De modo que la única manera de restablecer la normalidad es cambiar una ley que ha llegado a ser completamente anormal, porque no se ajusta ni a la constitución interna ni a la configuración externa de la sociedad española.


Las seis clases que deben ser representadas en el Parlamento

– Y si para variar la Constitución habría que reunir unas Cortes, ¿cómo se elegirían?

– Las Cortes Constituyentes son uno de los muchos sofismas parlamentarios. Los pueblos no se constituyen por medio de Asambleas clamorosas. Las Asambleas ya los suponen constituidos, y si están formadas por partidos, no saldrán de ellas más que fórmulas a priori y arreglos de las ya conocidas que una mayoría trae y otra se lleva. Siempre las fabrica una minoría que las impone a los demás que hacen oficio de coro.

Pero si se quiere que cuente con el asentimiento nacional externo, no hay más que reproducir fielmente a la sociedad para que la acepte, pues en realidad no haría más que proclamarse a sí misma.

Unas Cortes verdaderas tienen que ser un espejo de la sociedad, y, por lo tanto, reproducir exactamente sus elementos y sus intereses colectivos, y una sociedad no es un agregado de átomos humanos sin vínculos ni jerarquía.

Por la variedad de las necesidades y las diferentes manifestaciones del trabajo integral está dividida en clases.

Su organización e influencia varían; pero en un pueblo que no se improvise como el nuestro, existen siempre.

Nadie negará que existe en España una clase agrícola, una clase industrial y otra comercial, con su correspondientes categorías de trabajo y de trabajadores; un clero que representa el interés moral y religioso de la gran mayoría y que ha penetrado con su acción en toda su historia; una red de Universidades, y Academias, y Centros docentes, y grupos selectos de escritores y artistas que forman la clase intelectual; un Ejército terrestre y marítimo voluntario y forzoso, que encierra el interés de la defensa interior y exterior, y una nobleza que conserva los nombres ligados a grandes empresas de la Patria con una pléyade de superioridades sociales en todos los órdenes que recibe su savia de las cuatro fuentes de toda verdadera aristocracia: la virtud, el talento, el valor y la riqueza benéficamente empleada. ¿Estaban representadas proporcionalmente esas clases en los Parlamentos del antiguo régimen? No; sólo en el Senado, que conserva el tipo del Estatuto del 34, por no atreverse a individualizarlo todo, se conservó un poco, y como parte decorativa más que real. La agricultura, la industria y el comercio no tuvieron más representación que las de las Sociedades Económicas, que tienen menos fuerza que en los tiempos del Informe de Jovellanos.

Es necesario que las seis clases estén representadas en las Cortes para que la sociedad no esté ausente de ellas.

Las clases son naturales; los partidos, artificiales. Si se suprime una, la nación queda desorganizada y mutilada. Si se las suprime todas, queda aniquilada.

El 13 de Septiembre se suprimieron oficialmente los partidos, y la sociedad siguió su curso y aligerada de un peso molesto.


Fuente: HEMEROTECA ABC