Poco más o menos, ningún gremio nacional puede echar nada en cara a los demás. Allá se van unos y otros en ineptitud, falta de generosidad, incultura y ambiciones fantásticas. Los políticos actuales son fiel reflejo de los vicios étnicos de España, y aun -a juicio de las personas más reflexivas y clarividentes que conozco-, son un punto menos malos que el resto de nuestra sociedad.

Estos días asistimos a la catástrofe sobrevenida en la economía española por la torpeza y la inmoralidad de nuestros industriales y financieros. Por grandes que sean la incompetencia y desaprensión de los políticos, ¿quién puede dudar que los banqueros, negociantes y productores les ganan el campeonato?


¡Estamos en el siglo XXI!, es frecuente escuchar esta frase en los medios de comunicación, en la calle y en las conversaciones privadas, como si se tratase de un mantra por el cual se deberían poder abandonar todas las lacras anteriores. ¿Pero de verdad está la sociedad española en el siglo XXI o permanece inalterada pese a todos los cambios? Da la sensación de que esta sociedad se rige por un orden secuencial en el que en 1934 era ¡Azaña, Azaña, Azaña!, para en 1940 gritar ¡Franco, Franco, Franco!, en 1981 ¡Juan Carlos, Juan Carlos, Juan Carlos! y, después de aprobar una inconcebible ley para adoptar una abdicación que debería estar incluida directamente en el texto constitucional, dentro de pocos días esos mismos españoles gritarán ¡Felipe, Felipe, Felipe!, pero no hay problema, estamos en el siglo XXI. Por ello, una vez más hemos asistido al corral de la comedia con histriones y bufones de todo tipo y pelaje en la "cámara de la soberanía nacional, otra especie de mantra que oculta aquello de "Todo por el pueblo y para el pueblo" que algún gracioso siempre amplia con "pero sin el pueblo", porque "está ausente y no se le espera", y esto lo añado yo.

Y resulta que en este circo con el que nos han obsequiado, la única frase sensata que yo he escuchado, ha sido pronunciada por el cateto aldeano Cayo Lara: "hay que elegir entre monarquía y democracia". ¡Santa María! que yo afirme tal. Pero, no sé si es consciente de lo que significa, o si se lo han soplado en alguna oreja y él lo ha repetido porque le suena bien como eslogan. Pero es que es cierto que el pueblo español debería elegir entre una monarquía legítima, social y representativa en la que el soberano lo es por residir en él la soberanía, o una democracia revolucionaria en la que se le da el ca(ra)melo de que el pueblo es el soberano por depositar un papel dentro de una caja cada cuatro años. Lo que no está nada claro es si ese pueblo es capaz de distinguir que esta aparentemente sutil diferencia lo llevaría a sendos procesos, según lo que se eligiese, completamente opuestos. Por que no hay mayor incongruencia que una monarquía democrática, y es que del mismo modo que no pueden coexistir dos Estados en el mismo territorio y con la misma población, no puede haber dos soberanos en igualdad de ejercicio. O a uno o al otro le sobra, así que uno u otro ha de ceder, por mucho que estemos en el siglo XXI. Mientras tanto, España seguirá siendo lo que los políticos, banqueros y agentes sociales" quieren que sea, no por su Historia, no por su extraordinaria legislación, no por su sociología heroica de siglos pasados. Así, será aquello que marquen los parásitos que el pueblo mantiene sobre su piel, en lugar de lo que debería ser y que es lo que le otorgaría naturaleza de pueblo, de pueblo con su rey.

Por cierto, el texto inicial es de Ortega y Gasset en España Invertebrada, REVISTA DE OCCIDENTE. Madrid 1957 10ª edic. en castellano, Cap-. 8, "Acción Directa" págs., 75-76. Primera edición 1921.

Y es que en "pleno siglo XX" ya era lo mismo que hoy 93 años después.