Otros tiempos... Mismos deberes...
Termina el año 2014, año que hemos dedicado a la figura del Rey Alfonso VIII de Castilla en el octavo centenario de su fallecimiento.. Valga de homenaje final recordar la arenga que se nos ha transmitido pronunció el Noble Rey al ejército cristiano aquel amanecer del 16 de de julio de 1212, en que la Civilización Cristiana venció al maligno invasor.
Ocho siglos después, nuestra obligación sigue siendo la misma que la de nuestros heroicos antepasados.
"Españoles, hemos marchado juntos, hemos sufrido juntos. Estáis aquí los de lealtad probada. Cuando vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos os pregunten por qué luchasteis, les contaréis que vinisteis a defenderles a ellos y a los hijos de muchos que ni siquiera conoceréis en vuestra vida. Les diréis que luchasteis por vuestra fe y la suya, pues los enemigos de la Cruz del Señor no sólo aspiran a la destrucción de las Españas, sino que también amenazan con ejercer su crueldad en otras tierras de los fieles de Cristo y oprimir el nombre de cristiano. Cuando vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos, mirándoos con admiración y agradecidos, os pregunten quién os guiaba en la batalla diréis que no era hombre alguno sino el mismo Dios de los ejércitos y por ello acudisteis jubilosos y sin temor al combate, pues si derramamos nuestra sangre podremos contarnos entre el coro de los mártires. Cuando vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos os pregunten por qué, abandonándolo todo, recorristeis tierras inhóspitas para luchar les diréis que os negasteis, como vuestros antepasados, a que el invasor sarraceno os impusiera sus costumbres y las creencias de la maldita secta de Mahoma. Cuando quieran saber lo que sentía esta entrañable unidad guerrera al comienzo de este día de júbilo y de gloria, la palabra que vendrá incontenible a vuestra boca será la que ahora acelera nuestros corazones: ¡libertad!"
Un griterío ensordecedor surgió de las gargantas. Se repetían las invocaciones a Santiago, los castellanos, y a San Jorge, los aragoneses.
Cuando cesó la algarabía de la arenga, el ejército se puso en marcha, bajó el talud e inició el avance hacia el enemigo. En cabeza el señor de Vizcaya, don Diego López de Haro.
A. C. T. Fernando III el Santo
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